Los bolsilibros y el cine, un maridaje frustrado
Hace unos días volví a leer, después de muchos años, una novelita de la colección Luchadores del Espacio de las que podríamos calificar del montón; es decir, aquellas que no destacan ni por su calidad ni por una clamorosa falta de ella, formando parte de lo que yo llamo el relleno de las colecciones.
La novela en cuestión se titula Acorazado sideral XB-403, es el número 214 de Luchadores del Espacio y viene firmada por Edward M. Payton, una transcripción literal al inglés del nombre y el primer apellido de su autor, Eduardo Molinero Bustos, del que nada conozco excepto su nombre y su seudónimo. En el corto plazo de tiempo que medió entre la aparición de esta novela y el cierre de la colección veinte números -unos diez meses- más tarde, Molinero publicaría otras dos más, Prisioneros en la Luna con el número 225, y La rebelión de Wania, una secuela de Acorazado sideral XB-403, con el 229. Y esa fue toda su producción dentro del género de la ciencia ficción, aunque sí escribió otras tres novelas de temática bélica aparecidas en la colección Comandos, también de la Editorial Valenciana.
La relectura de la novela, pese a los años transcurridos, no cambió significativamente la opinión que tenía de ella: flojita sin llegar a ser mala -lo que, dentro del mundillo de los bolsilibros, ya es bastante-, pero simpática y agradable de leer. Yo aprecio además, no sólo en ella sino también en el resto de la breve producción de Molinero, una influencia clara de las novelas de Pascual Enguídanos, cuyo estilo intenta aparentemente imitar aunque sin conseguir llegar a su altura. No obstante, y lo cortés no quita lo valiente, las novelitas de Molinero son mejores que bastantes de las publicadas en la etapa final de la colección, en promedio bastante mediocre. Pero desde luego, no serían las suyas las que yo seleccionara para hacer una hipotética antología de la mejor ciencia ficción popular española... ni de otra de la peor, añado.
En cuanto al argumento de Acorazado sideral XB-403, éste es sencillo y sin mayores pretensiones, aunque honrado en sus planteamientos: el navío espacial que da nombre a la novela retorna a la Tierra tras una misión de rutina, encontrándose con que ésta ha sido brutalmente bombardeada con bombas atómicas hasta el punto de haber desaparecido de ella, aparentemente, todo atisbo de vida. Buscando a los responsables de tan artero ataque, el poderoso navío sideral se adentra en las profundidades cósmicas más allá del universo conocido, con una facilidad por cierto que deja un tanto perplejo al lector; pero el tema de los disparates científicos en la ciencia ficción popular es otra historia distinta. En su camino tropiezan con dos naves enzarzadas en una lucha a muerte; una de ellas destruirá a la otra y los terrestres, a su vez, harán lo propio con la vencedora, por supuesto sin equivocarse de rival ya que ésta resultará pertenecer a los malos, aunque todavía no lo sepan. Tras rescatar a unos náufragos pertenecientes a la tripulación de la primera nave, los buenos evidentemente, podrán los terrestres conocer lo ocurrido en su planeta.
En las profundidades del cosmos gravitan dos planetas, desconocidos para los terrestres y cercanos entre sí, y además enemigos. Unos de ellos, el de los buenos, está habitado por humanos. Los habitantes del otro, los malos, son unos humanoides feos, que en estos casos, además del maniqueísmo explícito, es mejor dejar las cosas claras. Ambos planetas vienen combatiendo entre sí desde hace siglos, porque el de los malos es muy inhóspito y sus habitantes, como cabía esperar, pretenden emigrar al de sus vecinos, mucho más hospitalario, encontrándose con el rechazo frontal de sus legítimos propietarios dado que éstos tienen muy buenos motivos para sospechar que serían exterminados para dejar libre el sitio.
Es preciso hacer un inciso para añadir, antes de seguir adelante, que los buenos, siguiendo al pie de la letra un tópico muy extendido dentro de la ciencia ficción de la época, llevan mucho tiempo captando las emisiones de radio terrestres, lo que les ha permitido no sólo aprender los principales idiomas de nuestro planeta, sino desarrollar además una gran admiración por sus desconocidos mentores, de los que poco menos que han asimilado su cultura aun antes de haberlos conocido. Como es natural esta circunstancia facilitará mucho las cosas, evitando tener que recurrir a engorrosos procesos de aprendizaje previo de los respectivos idiomas, por más que su verosimilitud pueda resultar sospechosa.
Volvamos al argumento. Los náufragos tan oportunamente rescatados informan al capitán de la nave -español, por cierto, en un curioso anacronismo cuando ya ni siquiera el propio Enguídanos lo hacía- de que los wanitas -nombre de sus enemigos-, al no poder doblegar la férrea defensa de Uros -el planeta de los buenos-, habían decidido atacar a la desprevenida Tierra, con los resultados ya conocidos. Obviamente los terrestres, convertidos en apátridas, son invitados a asentarse en Uros, al tiempo que éstos proponen una alianza defensiva contra el enemigo común, ofreciendo a sus anfitriones compartir su tecnología bélica, muy superior a las de Uros y Wania, con objeto de construir una flota capaz de aniquilar a los wanitas.
El acuerdo es alcanzado con rapidez, pero como todavía quedaba bastante novela por rellenar, Molinero completa el argumento con una conspiración fallida de miembros de la oposición contrarios a la alianza con los terrestres, y una defección de la mayor parte de las naves de la nueva flota justo antes de entrar en combate con la escuadra wanita, dejando a los terrestres poco menos que solos ante el peligro. Gracias a la oportuna llegada del Séptimo de Caballería, encarnado en los restos de la armada espacial terrestre, y al retorno de los arrepentidos -y avergonzados- navíos fugitivos, los aliados conseguirán finalmente no sólo derrotar por completo a sus enemigos, sino también darles una buena ración de su propia medicina aniquilando su planeta hasta convertirlo en poco más que un puñado de asteroides yertos. Concluye la novela, faltaría más, con la consabida dosis de romanticismo -es decir, bodas- y la promesa de que la Tierra se recuperará de sus profundas heridas, al tiempo que se establece una sólida relación de amistad entre nuestro planeta y Uros.
Discúlpenme si me he extendido demasiado relatando el argumento, aunque he procurado ser breve e ir a lo esencial para que pudieran hacerse una idea cabal de lo que ya he comentado acerca de que se trata de una novelita entretenida y sin pretensiones, de esas que pasan desapercibidas a lo largo de la colección. Entonces, ¿para qué tanto rollo?, se preguntarán.
Voy a hacerles una propuesta. Olvídense por un momento de que se trata de un bolsilibro escrito por un autor español que ni siquiera un escritor profesional sino, con toda probabilidad, un aficionado que se limitó a realizar una breve incursión en el género a principios de los años sesenta -la novela es de 1962-, e imagínense que se tratara del guión de una película de ciencia ficción americana una o dos décadas anterior... aunque fuera de Serie B, detalle que resulta secundario.
¿No les parece que, pese a su evidente modestia, el argumento de esta novelita podría haber dado como fruto no voy a decir una excelente película, pero sí una del estilo de muchos títulos clásicos del cine de ciencia ficción? Porque a mí así me lo parece. Yendo todavía más lejos, pienso también que no se trata de un caso único -insisto una vez más en que no es una novela especialmente destacable-, y que una parte significativa de los bolsilibros españoles, al menos los publicados durante los años 50 y 60, ya que posteriormente su calidad media decreció mucho, está a la altura no voy a decir, porque sería un disparate, de la ciencia ficción norteamericana escrita, pero sí del cine de similares género, nacionalidad y época. Y si me apuran, también a la de mucho del posterior, sin excluir ni a la mismísima saga de La guerra de las galaxias.
Claro está que soy de la opinión de que, en promedio, el cine de ciencia ficción siempre ha estado, por lo general y salvo excepciones, bastante por debajo de la ciencia ficción escrita, al menos en lo que se refiere a la profundidad de sus respectivos argumentos. No ignoro que el cine es un medio de expresión muy diferente a la literatura y que éste cuenta con sus propios valores, por lo que quizá no sea demasiado justo fijarnos tan sólo en uno de ellos y no en el resto; pero mi intención no es hacer comparaciones, sino destacar el hecho de que el cine, al igual que ocurre con el teatro o el cómic, nos puede transmite necesariamente un mensaje menos complejo que el que es capaz de proporcionarnos la literatura, con independencia de los géneros que comparemos. Diferencia, dicho sea de paso, todavía mayor en el caso de la ciencia ficción, dado el carácter potencialmente especulativo de este género.
Dicho en román paladino, lo normal es que el guión de una película sea más ligero -llamémosle así- que su equivalente literario, razón por la que a mí personalmente, aunque no siempre, no me suelen agradar demasiado las adaptaciones cinematográficas de obras literarias; pero, insisto de nuevo, nada más lejos de mi intención que pretender sentar cátedra sobre un tema acerca del cual habrá opiniones para todos los gustos, e igualmente válidas la mayoría de ellas.
Lo que sí quiero resaltar, porque me parece objetivo, son dos cosas. La primera, que los argumentos de muchas de esas novelitas tan desdeñadas no son en modo alguno despreciables, y que de haber habido en su momento, dentro del mundillo cinematográfico de nuestro país, un mínimo interés por el género de la ciencia ficción, estos mismos autores, con estas mismas novelas, podrían haber proporcionado unos guiones cinematográficos muy dignos. De hecho esta influencia sí existió en otros géneros como el western, el policíaco e incluso el terror, pero no en la ciencia ficción, al menos que yo sepa.
Y la segunda, que si estos escritores, o al menos los más significados de ellos, en lugar de haber nacido en España lo hubieran hecho allende el Atlántico -recordemos también que muchos de ellos acostumbraban a abordar con igual familiaridad todos los diferentes géneros de los bolsilibros-, es muy probable que hubieran podido labrarse una sólida carrera como guionistas cinematográficos -quizá no sólo de Serie B- o, quien sabe, incluso como escritores reconocidos de ciencia ficción; conviene no olvidar que la mayoría de los autores de la Edad de Oro, empezando por el propio Asimov, iniciaron sus carreras literarias en las revistas pulp, el equivalente norteamericano a nuestros bolsilibros.
Pero estamos en España, o en lo que todavía queda de ella.
Publicado el 15-9-2013