Domingo Santos, in memoriam
Tal como he comentado en anteriores artículos, mi primer contacto con la obra de Pedro Domingo Mutiñó fueron las novelitas de ciencia ficción que publicó, todavía muy joven y al principio de su carrera, en la colección Luchadores del Espacio que en mi niñez devoraba con fruición una y otra vez. Aunque ese P. Danger que las firmaba no era mi escritor preferido dado que me fascinaba más la space ópera de Pascual Enguídanos, sí formaba parte del grupo de autores que me gustaban y algunas de sus novelas me resultaron -y me siguen resultando- entretenidas.
Tiempo después, superada ya mi etapa bolsilibresca, conocí a Domingo Santos a través de colecciones de los años sesenta tales como Nebulae o Infinitum, diversas antologías de relatos o la revista Nueva Dimensión, de la que también era editor junto con Sebastián Martínez y Luis Vigil. Pero, claro está, todavía no tenía la menor idea de que P. Danger y Domingo Santos pudieran ser la misma persona, que en realidad se llamaba Pedro Domingo Mutiñó. Esto llegaría más tarde, cuando me puse a indagar la identidad real de los escritores de bolsilibros y también descubrí con sorpresa que la novela de Domingo Santos Los dioses de la pistola prehistórica, publicada en 1967 en la colección Infinitum pero que no leí hasta 1999 -en 1967 tenía nueve años-, era una reescritura de Expedición al pasado, uno de losbolsilibros que publicó como P. Danger en Luchadores del Espacio.
Con el tiempo acabaría leyendo la práctica totalidad de la obra de ciencia ficción de Domingo Santos -a partir de ahora recurriré a su seudónimo literario más conocido-, no muy numerosa dado que otra faceta suya no menos importante -y probablemente más- fue su labor como antologista y editor, sin la cual sería de todo punto imposible entender la evolución de la ciencia ficción española durante las últimas décadas. Porque no sólo fue uno de los responsables, como ya he dicho, de Nueva Dimensión y de su antecesora Anticipación, sino también de varias antologías de relatos de ciencia ficción española hoy imprescindibles y director de varias colecciones no menos significadas como las de Acervo, Ultramar, Etiqueta Futura de la editorial Júcar, Cronos de Destino, Orbis... junto con dos de las tres ediciones en español de la revista norteamericana Asimov Ciencia Ficción, en la última de las cuales, la de Robel, dio acogida a los escritores españoles, cabiéndome la satisfacción de haber publicado en ella dos relatos, más un tercero ya seleccionado que quedó fuera a causa del precipitado cierre de la revista.
Domingo Santos fue asimismo quien apoyó a autores de la talla de Ángel Torres Quesada, a quien publicó novelas tan conocidas como la Trilogía de las Islas y reeditó, también en Robel, la serie completa de El Orden Estelar; Rafael Marín, Juan Miguel Aguilera, Javier Redal, Elia Barceló, Javier Negrete, el también recientemente fallecido Carlos Saiz Cidoncha, Gabriel Bermúdez, María Güera y Arturo Mengotti... y tantos otros cuya relación de nombres sería interminable.
Tradujo asimismo numerosos relatos y novelas del inglés, lo que también sirvió para dar a conocer en nuestro país muchas obras que, de no haber sido por él, quizá habrían quedado inéditas en nuestro idioma, en especial muchos de los relatos publicados en Nueva Dimensión. Y por supuesto también fue articulista, tanto en Nueva Dimensión -aunque al no estar los editoriales firmados es difícil diferenciar los suyos de los de los otros dos editores- como en otros medios tales como el libro La ciencia ficción española de la editorial Robel, en el que también tuve la suerte de intervenir.
Hubo de pasar bastante tiempo hasta que tuve ocasión de conocerle personalmente. Fue en la Hispacon de 2000, en Gijón, donde también trabé amistad con Ángel Torres Quesada, con lo cual la cosecha no pudo ser más productiva. A diferencia de Ángel, extrovertido y conversador, Domingo Santos me pareció tímido, aunque extremadamente amable y educado. A partir de entonces mantuve contacto con él, telefónico o por correo electrónico, de forma intermitente, en especial durante la fructífera etapa de Robel que tan buenos resultados rindió junto con su posterior estrambote de la antología de relatos -incluyendo uno mío- Fragmentos del futuro que Juan José Aroz publicó en 2006 con el material que había quedado inédito tras el cierre de la revista Asimov.
Y eso fue todo, puesto que a raíz de la enésima crisis que azotó a la ciencia ficción española y de la cual todavía no nos hemos repuesto, nos quedamos sin el buen hacer de Domingo Santos como editor, aunque todavía pudimos disfrutar de las novelas El día del dragón (Nova, 2008) y El extraño lugar (AJEC, 2010), las antologías Crónicas de la Tierra y el espacio (Espiral, 2011) y Homenaje (AJEC, 2012) y Bajo soles alienígenas (Sportula, 2013), y la edición digital David y el laberinto del sprite (Scyla eBooks, 2012).
Tras lo cual llegó un completo silencio. Supe por terceras personas que andaba mal de salud, aunque sin llegar a conocer los detalles -tampoco me pareció correcto indagar- de su enfermedad. No fue sino hasta varios días después de ocurrida cuando, gracias al artículo publicado por Francisco José Súñer en el Sitio de Ciencia Ficción, tuve noticia de su muerte, ya que hasta para eso fue discreto Domingo... aunque también hay que considerar no sólo la condición minoritaria de la ciencia ficción española, sino sobre todo la indiferencia con la que en nuestro país se menosprecia e ignora cuanto suponga cultura, que para fama ya están los futbolistas, los políticos e incluso los petardos telebasureros, por no hablar ya de esa nueva plaga de inútiles imprescindibles que medran últimamente al abrigo de las inanes redes sociales.
Pero así es España, y por más que nos pese tendremos que asumirlo. En lo que a mí respecta, poco más puedo hacer que lamentar sinceramente la pérdida no sólo de un excelente autor y una excelente persona, que ya de por sí sería bastante, sino también del patriarca -tomo prestado el término a Rafa Marín- de la ciencia ficción española a la cual, pese a todas sus debilidades y todos sus problemas, me resulta imposible imaginar sin su presencia e influencia a lo largo de más de medio siglo.
Se nos ha ido Domingo Santos, pero siempre nos quedará su legado y, por encima de todo, el recuerdo agridulce de su bonhomía. Descansa en paz, maestro.
Publicado el 21-11-2018