Reivindicación de los escritores de novelas
de a duro (que no de sus novelas)





Vicente Adam Cardona, (a) Vic Adams y V.A. Carter,
un significado escritor de bolsilibros



La lectura del artículo de Javier Romero El argumento de la cantidad me ha movido a reflexionar sobre el apasionante tema de las novelas de a duro. Para empezar, he de advertir que estoy completamente de acuerdo con sus argumentos; pero dado que he tenido ocasión de conocer el mundo de las novelas de a duro y hablar personalmente con bastantes de estos escritores, considero conveniente hacer algunas precisiones en lo que a mi opinión personal respecta.

El argumento de Javier, referente a que escribir muchas novelas no es en modo alguno garantía de calidad, resulta ser totalmente válido desde un punto de vista literario. Pero existen otros enfoques, no contrapuestos sino complementarios. Así, al escribir mi libro sobre la colección Luchadores del Espacio tuve bien claro que, además de comentar los argumentos de las novelas, lo más importante era realizar un acercamiento sociológico del género, investigando en la vida de los autores, en sus motivaciones y condicionantes y en la forma en que se veían obligados a trabajar. Recuerdo, aunque resulte una obviedad, que ahora la práctica totalidad de los autores españoles de ciencia ficción no viven de lo que escriben y, como mucho (y eso con suerte) consiguen sacarse un sobresueldo. Pero entonces esta gente vivía (o mejor dicho sobrevivía) de lo que escribía...

Hay que tener en cuenta que no sólo no se les exigía una gran calidad en sus escritos, sino que incluso se les recriminaba que éstos la tuvieran en exceso como les ocurrió, sin ir más lejos, a Domingo Santos y Ángel Torres Quesada. Muchos de estos autores semianónimos, obligados incluso a publicar bajo seudónimo, eran buenos escritores frustrados que, de no haber estado sometidos a ese ritmo infernal y a las cortapisas de los editores, podrían haber escrito muy buenas novelas si sus condiciones de trabajo hubieran sido más idóneas. Desgraciadamente, entonces el horno no estaba para bollos. Javier pone acertadamente el ejemplo de Ángel Torres Quesada, que yo ampliaría a otros como Domingo Santos o Eduardo Texeira. Prácticamente ninguno más, ni tan siquiera el propio Pascual Enguídanos, fue capaz de abandonar el gueto de la literatura popular, lo cual es una lástima teniendo en cuenta que muchos de los grandes escritores norteamericanos, con Asimov y Heinlen a la cabeza, se iniciaron en los pulps (el equivalente anglosajón a nuestras novelas de a duro) antes de dar un salto que para ellos resultó ser infinitamente más fácil que para sus homólogos españoles.

Lo que sí hay que considerar a todos ellos, es como unos excelentes profesionales. Me explico: Un buen profesional es aquél que ofrece con diligencia el producto que le ha sido encargado independientemente de la calidad de ese producto, que es otra historia. Veamos lo que ocurría con las novelas de a duro: Se trataba de un negocio que funcionaba en plan industrial en el que la calidad literaria no era en modo alguno un objetivo, y punto. Si autores no publicaban ciñiéndose las exigencias de las editoriales no cobraban, y si no cobraban, no comían. Porque eran muchos escritores que vivían de ello, con el agravante de que en los años cuarenta y cincuenta, e incluso todavía en los sesenta, en España era francamente difícil ganarse el pan y todavía más si se trataba de represaliados de la guerra civil que, al estar fichados como rojos, tenían vedado el acceso a otras actividades laborales. Además de estos casos realmente patéticos, y sin llegar a estos extremos, hubo quienes, una vez acabado el boom de las novelas de a duro, se tuvieron que colocar, como buenamente pudieron, en empleos que iban desde camioneros hasta peones municipales.

No defiendo en modo alguno, porque sería indefendible, la calidad de estas novelas de a duro, aunque entresacando se pueden encontrar algunas de ellas que, sin ser en absoluto unas obras maestras, cuentan con ciertos elementos de interés. Pero como objeto de estudio e investigación, nos encontramos frente a un mundo sumamente interesante, y desde luego no podríamos entender la ciencia ficción española actual ignorando estos precedentes. La literatura popular en su conjunto, y no sólo la de ciencia ficción, fue un fenómeno social de primer orden en la España de la posguerra y en las décadas posteriores, y resulta fascinante zambullirse en un mundo que nos da una fiel imagen de la España de no hace todavía tantos años.

Confieso sin ningún rubor que siento un gran respeto por unas personas capaces de escribir una o varias novelas de distintos géneros a la semana acuciados por la necesidad que les daba el vivir diario, sometidos a grandes cortapisas tanto por parte de las editoriales como de la censura. ¿Que luego estas novelas eran malas en su inmensa mayoría, cuando no infumables? Por supuesto, pero insisto que mi análisis no es literario, sino puramente social.

He de reconocer que, cuando empecé a escribir mi libro, (concretamente con las reseñas de las novelas) yo era extremadamente duro con los autores, acusándoles de una falta atroz de calidad al tiempo que dudaba de su valía como escritores. Pero cuando tuve oportunidad de a hablar con ellos, o con sus familiares cuando habían fallecido, descubrí que estaba siendo enormemente injusto. Por supuesto que si la novela es mala seguirá siendo mala por muchas vueltas que le demos, pero eso no tiene por qué implicar que su autor fuera malo. Ya hubieran querido ellos poder escribir mejor... Y aptitudes en muchos casos no les faltaban, puesto que eran gente culta que había leído mucho.

No hace mucho leí un artículo ya antiguo sobre las novelas de a duro, en el cual se recordaba que, como poco, el 90% si no todavía más de toda la ciencia ficción escrita en España había sido publicada en ellas, afirmando que, por muy malo que fuera el nivel medio, siempre habría algo que salvar. Y es cierto. Fíjense, por ejemplo, en la Saga de los Aznar: Para desarrollar toda una elaborada utopía social comunista y mantenerla y desarrollarla durante treinta y tantos números a lo largo de varios años, había que echarle narices en la España de los cincuenta... Por esta razón, quien afirma (como yo he leído) que la Saga es fascista, militarista, machista o algo por el estilo, lo único que está demostrando es que su conocimiento sobre ella es puramente superficial... Al igual que el que llegó a tener la miope censura de entonces, a la que Enguídanos burló reiteradamente camuflando su verdadero mensaje con la parafernalia patriotera que les gustaba a los censores de entonces. Y no se trata de elucubraciones mías, puesto que esto es algo que me ha confirmado el propio autor.

Nacido en 1958 y criado en la década de los sesenta, la literatura popular (no sólo las novelas de ciencia ficción, también los tebeos, los cuadernillos de aventuras, los álbumes de cromos...) marcó fuertemente mi infancia, por lo que el componente nostálgico tiene en mi caso, como en todos los de mi edad, una notable importancia. Esto no es malo en sí mismo; yo empecé leyendo novelas de Luchadores del Espacio y de Espacio (La Conquista del Espacio, Héroes del Espacio o Galaxia 2001 estaban todavía por llegar) que fueron las que provocaron mi afición por este género, para dar el salto posteriormente a la ciencia ficción de mayor empaque dentro de un proceso de evolución y maduración lógico. Lo que no hubiera sido normal, es que me hubiera estancado en las novelas de a duro sin ir más allá. Y por supuesto no me avergüenzo en modo alguno de ello, como no me avergüenza releer estas novelitas (y en ocasiones les aseguro que me ha costado bastante trabajo de malas que eran) con objeto de poder seguir profundizando en mis estudios sobre este subgénero.


Publicado el 14-8-2002 en Stardust