Juan Gallardo, in memoriam





Hará cosa de unos quince años, cuando preparaba la publicación de mi libro sobre la colección Luchadores del Espacio1, se me ocurrió intentar ponerme en contacto con cuantos autores de la misma pudiera o, en su caso, con los familiares de los ya fallecidos. La iniciativa, pese a saldarse con un éxito tan sólo parcial -parte de estos escritores siguen siendo para mí unos perfectos desconocidos-, me rindió tan buenos resultados que decidí extenderla a aquéllos que habían colaborado en otras colecciones, y en especial las de la desaparecida editorial Toray, con vistas a mi participación en el libro La ciencia ficción española2.

Así pues volví a tirar de la guía telefónica, mi principal y casi única fuente de información por entonces, un recurso que no siempre daba, por distintas razones, buenos resultados... pero a mí me los dio, puesto que pude localizar el rastro de los cuatro principales autores de la colección Espacio. Dos de ellos, Pedro Guirao y Enrique Sánchez Pascual, habían fallecido, en 1993 y 1996 respectivamente. El tercero, Luis García Lecha, aunque todavía vivía cuando logré contactar con él -murió en 2005-, se encontraba ya muy enfermo y apartado prácticamente de todo.

Caso muy distinto fue el de Juan Gallardo. Al llamar al número de teléfono que encontré en la guía y preguntar tímidamente por él, me respondió con toda jovialidad prestándose amablemente a responder a las preguntas de quien que para él era un perfecto desconocido, fruto de las cuales fue un artículo publicado en el Sitio de Ciencia Ficción -y posteriormente también en mi propia página personal- por vez primera en junio de 2005, aunque lo actualizaría en varias ocasiones, la última para incluir la reciente noticia de su fallecimiento.

Juan, ya jubilado pero en pleno disfrute de sus capacidades intelectuales, pronto se reveló como una persona cordial y amable con la que congenié de forma inmediata. El hecho de que él residiera en Barcelona y yo en Madrid hizo que nuestra relación fuera exclusivamente por vía telefónica, lo que no impidió que poco a poco mi interés por su persona, en un principio tan sólo biográfico, se fuera trocando en una cálida amistad. Posteriormente, y con ocasión de varias visitas que hizo a Madrid, tuve ocasión de conocerle personalmente, acrecentándose mi simpatía por él y quedándose impresa para siempre su imagen campechana con la sempiterna gorra de visera que era, diríase casi, su principal seña de identidad.

Aunque en sus últimos años tuvo golpes tan duros como el fallecimiento de su esposa, jamás le vi un mal gesto, jamás le oí quejarse de nada. Al contrario, siempre sonriente y con un optimismo que resultaba contagioso, recordaba los episodios de su larga e intensa vida con satisfacción, pero sin nostalgia, y gustaba de contar anécdotas que a mí me resultaban sorprendentes, como su relación con diferentes estrellas de Hollywood, que no era precisamente moco de pavo. Y lo contaba todo con sencillez, con esa sencillez de la que tan sólo son capaces aquellos que están libres de soberbia y de fatuidad vacía.

Cuando, en colaboración con Carlos Quintana Francia, intervine en la organización del homenaje que en 2008 le rindieron en la Rioja a su compañero de fatigas Luis García Lecha3, todos nosotros pusimos especial interés en que él participara por derecho propio. Lamentablemente no pudo ser, ya que su esposa María Teresa estaba muy enferma -llevaba años cuidándola- y Juan se vio obligado a declinar. Poco después enviudaría, lo que supuso para él un mazazo terrible dada la gran unión que siempre había mantenido el matrimonio durante más de cincuenta años.

Pese a todo Juan se sobrepuso, aunque nunca olvidaría a su compañera y siempre la recordaba en sus conversaciones. Y lo hizo de la mejor manera que sabía, escribiendo. Porque, a diferencia de muchos de sus compañeros, que durante los últimos años de su vida se desentendieron por completo de la literatura, Juan vivió un resurgir tardío como escritor que sólo el desdén secular que muestra esta mediocre sociedad hacia los creadores impidió que pudiera tener más relevancia.

Juan, escritor de raza, obrero de la literatura durante décadas, decidió demostrar -como si fuera necesario hacerlo- que era capaz de quitarse el sambenito de “escritor de noveluchas” que ciertas élites acostumbran a endosar a todo aquel que no supere su arbitrario listón de exquisitez; los mismos, o los herederos directos, de aquellos que osaron tildar a Galdós de garbancero, o que pueden llegar a experimentar algo parecido al éxtasis cada vez que tienen ocasión de disfrutar de algo tan sublime que tan sólo son capaces de entenderlo ellos solitos.

Pero esta gente no me interesa en absoluto, al igual que tampoco me interesa enzarzarme en discusiones acerca de si los bolsilibros -de Juan Gallardo o de cualquier otro- tienen o no calidad literaria. Porque con independencia de ello -hay bolsilibros muy decentes, sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias en las que fueron escritos-, lo que a mí sí me importa, y mucho, es el enorme impacto social que tuvieron, al igual que el resto de la literatura popular, en varias generaciones de españoles entre los cuales me cuento, dado que fueron algo muy importante en mi infancia y tuvieron no poca influencia en mi maduración como lector e incluso profesional, orientándome desde fechas muy tempranas hacia el estudio de las ciencias.

No menos me interesa el factor humano, y para mí fue una auténtica sorpresa descubrir las circunstancias adversas, cuando no decididamente penosas, en las que muchos de estos autores se habían visto obligados a llevar adelante su carrera profesional en la lóbrega España franquista, paradójicamente seguidos por millones de fervientes lectores -algo de lo que pueden presumir muy pocos- al tiempo que las editoriales en las que colaboraban les exprimían de forma canalla, negándoles incluso el derecho a firmar con su propio nombre. Como comprenderán, y en estas circunstancias, que alguien me llegue mostrando desdén hacia esta gente lo único que me inspira es indignación.

Pero volvamos a Juan. En estos últimos años tuvimos la suerte de que nos regalara con una excelente autobiografía4 que, por supuesto, les recomiendo encarecidamente, y con varias novelas en las cuales pudo desarrollar su potencial literario libre ya de las férreas ataduras de los bolsilibros. Se trata de La conjura5, una interesante y entretenida novela policíaca ambientada en el Siglo de Oro que cuenta con personajes como Quevedo o Velázquez como protagonistas; La clave de los Evangelios, también de trama histórica, y la que sería su última obra, Las oscuras nostalgias6, una novela policíaca ambientada en Benavente, la población zamorana en la que viviera durante su infancia, considerada por Juan Gallardo como un homenaje póstumo a su esposa, que no llegó a verla editada.

Y todavía le quedaba cuerda para rato. Cuenta Javier Pérez Andújar -su mayor valedor y amigo personal suyo-, en el obituario publicado en EL PAÍS, que se llevó al hospital un par de libretas en las que estaba escribiendo sendas novelas cuando le sobrevino la muerte.

Si, en vez de ser español, Juan Gallardo hubiera nacido en un país cualquiera de aquellos en los que sí se valora la cultura, no me cabe duda de que su carrera literaria habría sido muy distinta. Sin embargo, murió anónimamente ante la indiferencia general de quienes no sólo ignoran la cultura sino que también la desdeñan, lo que le hermana con tantos y tantos creadores a los que la cainita sociedad española ha venido pagando secularmente con la misma moneda, empezando por el mismísimo Cervantes y continuando con una larga lista de vergonzantes injusticias, mientras eran otros los que se beneficiaban de su trabajo y de sus esfuerzos.

Se nos fue Juan Gallardo. Se nos fue para siempre. Pero por fortuna nos queda su ingente legado y a mí, personalmente, el buen sabor de una amistad que aprecié y que ahora lamento no haber cultivado con mayor asiduidad cuando todavía me era posible hacerlo.




1 Luchadores del Espacio. Una colección mítica de la ciencia ficción española. Editorial Río Henares, 2001.
2 La ciencia ficción española. Editorial Robel, 2002.
3 Del espacio sideral al lejano oeste. Colección Nuestros escritores, nº 2. Instituto de Estudios Riojanos, 2008.
4 Yo, Curtis Garland. Editorial Morsa, 2009.
5 La conjura. Ediciones B, 2009.
6 Las oscuras nostalgias. Multieditors de Promociones, 2011.


Publicado el 13-2-2013