El humor y la ciencia ficción





El último hombre vivo sobre la Tierra se despertó un día más con el único ánimo de sobrevivir en un mundo del que él era su habitante postrero. Antes de abandonar cansinamente su vivienda, situada en mitad de lo que antaño fuera una populosa ciudad ahora convertida en un triste campo de desolación, echó una ensoñadora mirada al diploma que colgaba en la pared, el cual certificaba oficialmente su condición de récord Guinness; galardón, por cierto, que jamás le podría ser arrebatado por nadie.



Desde siempre, he defendido el postulado de que la ciencia ficción es, con diferencia, uno de los géneros literarios más versátiles, lo que nos permite a los escritores y a los aficionados disfrutar de una posibilidades mucho mayores de las existentes cualquier otro género. Y si con la ciencia ficción, o mejor dicho, dentro de la ciencia ficción, se puede hablar prácticamente de todo, está claro que el humor tiene también cabida dentro de ella... y con todos los honores además, puesto que permite dar rienda suelta a críticas irónicas o socarronas capaces de poner en solfa cualquier aspecto de esta sociedad que nos ha tocado vivir.

Ejemplos clásicos del maridaje entre ciencia ficción y humor los hay de sobra, oscilando entre la broma inocente y la mordacidad más corrosiva. A la hora de citar algunos a vuelapluma, es imprescindible recordar autores tales como Frederic Brown, Robert Sheckley o Eric Frank Russell, que centraron gran parte de su producción literaria precisamente en el humor, junto con obras tan imprescindibles como la ácida La marcha de los imbéciles de Cyril Kornbluth, la sarcástica Cómo se hace de Clifford D. Simak, la antología de Joe Haldeman Humor cósmico, las divertidas bromas del mismísimo Asimov, tales como el hilarante ensayo seudocientífico Las propiedades endocrónicas de la tiotimolina resublimada, o el más convencional Insértese la varilla A en el agujero B... y muchos otros más cuya enumeración exhaustiva sería imposible hacerla aquí.

Por supuesto, lo mismo ocurre en el cine de ciencia ficción, aunque a escala más limitada; recordemos la magistral Mars Attack! de Tim Burton, la paródica La loca historia de las galaxias (Spaceballs) de Mel Brooks o la conocida pareja cómica de los robots R2-D2 y C3-P0 de La guerra de las galaxias.

Sin embargo, y dentro del volumen total de todo lo que se ha escrito, o rodado, a lo largo de la historia del género, lo cierto es que el humor abarca una proporción no demasiado elevada, quizá porque muchos autores han preferido ponerse serios a la hora de transmitirnos sus reflexiones... Una postura que respeto, por supuesto, pero que considero limitada ya que, en muchas ocasiones, un enfoque humorístico, irónico, sarcástico o incluso mordaz, puede darte mucho juego.

Y si a nivel internacional, o anglosajón, el humor no está demasiado representado en el género, si nos fijamos en la ciencia ficción escrita en español la situación es todavía peor ya que, por decirlo de alguna manera, el escritor español suele ser demasiado serio; no sólo dentro de la ciencia ficción, que conste, sino también en el ámbito de la literatura general, donde las obras humorísticas brillan realmente por su escasez y autores de la talla de Jardiel Poncela, Pedro Muñoz Seca, Miguel Mihura, Álvaro de Laiglesia o Edgard Neville están injustamente subestimados pese a su innegable valía.

Así pues, con estos antecedentes no es de extrañar que la ciencia ficción humorística en lengua hispana sea una rara avis; aunque haberla, hayla, y ciertamente de la buena. En estos momentos, es imprescindible hablar del tándem formado por Eduardo Gallego y Guillem Sánchez, dos gamberros que me han hecho reír en multitud de ocasiones a mandíbula batiente, sin olvidarnos de autores más clásicos como Carlos Saiz Cidoncha -sólo a él podría habérsele ocurrido escribir ¡una novela de ciencia ficción picaresca!-, Domingo Santos con su divertido El marciano rosa o Ángel Torres Quesada y Gabriel Bermúdez Castillo, aunque la verdad sea dicha, estos dos últimos escritores suelen tender más bien hacia la ironía y el sarcasmo.

Y poco más es lo que hay, al menos dentro de lo que yo conozco. Así pues, si se me permite el atrevimiento y no queda demasiado feo, voy a osar autocitarme, ya que yo también he intentado echar mi cuarto a espadas humorístico convencido de que, parafraseando a Baltasar Gracián, lo bueno, si divertido, es dos veces bueno... Así, mis pinitos humorísticos han rendido frutos tales como la serie del Alcaudón, con sus dos astronautas pringados y gafes; el seudoinforme científico El himno a la Lluvia a la luz de los últimos descubrimientos arqueológicos, cuyo espíritu está inspirado, no hay por qué ocultarlo, en la tiotimolina asimoviana; el relato Cromofobia, o un puñado de microcuentos -un formato ideal, como demostrara fehacientemente Brown- tales como el que reproduzco en la cabecera. Y no vean lo que disfruté escribiéndolos.

Seamos serios, riámonos de todo. Y divirtámonos leyéndolo, porque con humor e ironía se puede decir mucho más que poniéndonos adustos. Se lo aseguro.


Publicado el 21-12-2004 en el Sitio de Ciencia Ficción