¿Qué es ciencia ficción?
Hace algún tiempo, y a raíz de una de las deliberaciones que habitualmente sostenemos el grupo de amigos que elaboramos el Glosario del Sitio de Ciencia Ficción, surgió una tremenda duda que, a pesar de nuestros esfuerzos, no conseguimos aclarar. ¿En qué género deberíamos situar a King Kong? Unos lo considerábamos claramente un personaje de ciencia ficción. Otros sostenían, por el contrario, que pertenecía más bien al género de la fantasía. Y por último estaban los indecisos, que no tenían nada claro en qué género ubicarlo.
No es ésta, ciertamente, una cuestión baladí, pues tratar de asignarle un género concreto a este personaje puede resultar tan difícil como consensuar una definición del género de la ciencia ficción. No obstante, los firmantes de este artículo creemos que el bueno de Kong podría ser fácilmente aceptado como personaje de ciencia ficción, aunque eso sí, con determinadas salvedades.
Algo en lo que estábamos de acuerdo todos era en que, con la ciencia en la mano, no había forma de justificar racionalmente la existencia de un gorila de semejante tamaño. Y por si fuera poco, los creadores de esta bestia mítica tampoco se molestaron en dar una explicación, más o menos científica, sobre el origen de Kong. Y ese fue precisamente el principal argumento esgrimido por algunos para excluirlo de la lista de personajes del género. Si la ciencia descarta categóricamente la posibilidad de que exista un simio semejante, está claro que no puede ser un personaje de ciencia ficción, vinieron a decir. Pero si aceptamos este argumento sin más, y nos regimos por los mismos criterios en otros casos, tendremos que admitir que la ciencia también descarta la práctica totalidad del bestiario tradicional del género, por lo que nos encontraríamos con que las diversas criaturas y personajes universalmente considerados como pertenecientes al mundo de la ciencia ficción deberían ser excluidos de dicha categoría... por las mismas razones que nuestro entrañable primate.
Las hormigas de Hiroshima y Nagasaki, las dos únicas ciudades que sufrieron un bombardeo atómico, no se volvieron tan grandes como autobuses, lo que echa por tierra todo el argumento de La humanidad en peligro (Them!, Gordon Douglas, 1954); con lo que esta cinta dejaría de ser una obra maestra del cine de ciencia ficción para convertirse en pura y simple fantasía. También es científicamente imposible que de una planta enorme, por muy alienígena que sea, broten unas vainas en cuyo interior, en vez de guisantes del tamaño de balones de fútbol, crezcan seres humanos... que para más inri, resultaban ser clones casi perfectos de personas reales. De modo que La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the body snatchers, Don Siegel, 1956) tampoco sería ciencia ficción. ¿Y qué decir de la inverosímil mutación del protagonista de El increíble hombre menguante (The incredible shrinking man, Jack Arnold, 1957)? Una especie de niebla fosforescente, se supone que de origen radiactivo, hace que el pobre Scott Carey (Grant Williams) vaya menguando a marchas forzadas, como un jersey barato después del primer lavado. ¿Puede alguien que posea unos mínimos conocimientos científicos aceptar esto? La respuesta sólo puede ser una: no. Pero a pesar de ello, nadie suele cuestionar, en ninguno de estos casos, que se esté hablando de ciencia ficción, por no hablar ya del delirante universo de los superhéroes..
No obstante, en la mayoría de estos casos se suele esgrimir algún tipo de explicación -el entrecomillado es nuestro- para justificar esas anomalías. La más socorrida es la de la radiación, que no sólo hace crecer desorbitadamente a los insectos, sino también a la megalagartija Godzilla, y que además proporciona superpoderes a personajes hasta entonces anónimos, como por ejemplo Spiderman o Los Cuatro Fantásticos. Otro recurso utilizado para justificar lo científicamente injustificable es el de las mutaciones genéticas, cuyo máximo exponente serían los miembros de La Patrulla X. Y ya que hablamos de explicaciones científicas, no estaría de más recordar definiciones tan pintorescas como el ácido molecular de Alien -como si algún ácido no lo fuera- o la habitual jerga seudocientífica empleada en la mayoría de las películas del género.
Eso sin contar, claro está, cuando la explicación, racional o no, brilla literalmente por su ausencia, como ocurre con los fabulosos poderes de Superman, o, volviendo a La invasión de los ladrones de cuerpos, con la asombrosa capacidad de clonación, en un tiempo récord por si fuera poco, de las vainas extraterrestres.
Así pues, si hemos de ser consecuentes, puede que King Kong no sea más ciencia ficción que otros muchos ejemplos, tanto los expuestos aquí como otros muchos que nos hemos dejado deliberadamente en el tintero. Pero desde luego, tampoco lo es mucho menos.
Conviene recordar, asimismo, que las fronteras entre los diferentes géneros literarios y cinematográficos no suelen estar en modo alguno tan bien delimitadas como pudiera pensarse. A veces un género asimila elementos de otro, creándose un híbrido difícil de clasificar. Esto suele ocurrir con cierta frecuencia dentro del amplio concepto de lo que podríamos llamar cine (y literatura) de aventuras.
A lo largo de su dilatada existencia, la ciencia ficción ha recibido múltiples influencias de otros géneros, lo que a menudo ha provocado confusión a la hora de clasificar un libro o película; sería erróneo creer que el caso de Kong es único. Pánico en el Transiberiano (Eugenio Martín, 1972) es una estupenda cinta española comúnmente considerada como film de terror; pero basta verla para comprender que en realidad es una historia de ciencia ficción aunque, eso sí, con abundantes ingredientes propios del cine terrorífico. Y tres cuartos de lo mismo ocurre con Alien, el octavo pasajero (Ridley Scott, 1979) y sus secuelas.
A generar esta confusión han contribuido, en el caso de King Kong, las revistas de cine y los críticos supuestamente entendidos. Numerosas publicaciones especializadas definen a King Kong como película de aventuras a secas, pero otras muchas la incluyen en el apartado de cine fantástico sin mostrar el menor reparo a la hora de meterla en el mismo saco que El increíble hombre menguante, El planeta de los simios, Ultimátum a la Tierra o La invasión de los ladrones de cuerpos.
Al final, y por las razones expuestas, King Kong no fue incluido en el Glosario del Sitio, aunque nosotros creemos sinceramente que, a pesar de todo, podría ser aceptado como personaje de ciencia ficción... como ocurre con buena parte de todos los protagonistas y tópicos del amplio y abigarrado género fantástico. Donde se ponga el listón dependerá del criterio personal de cada uno, como lo demuestra la imposibilidad práctica de establecer una definición clara y universal de lo que es la propia ciencia ficción; lo cual, justo es decirlo, no es algo que nos preocupe demasiado; al fin y al cabo, esta indefinición forma parte de la propia idiosincrasia del género.
En cualquier caso, estamos seguros de que estas disquisiciones académicas no afectarán para nada a su vigencia como mito del séptimo arte y de la cultura popular. Y que dure.
Escrito en colaboración con Antonio Quintana
Carrandi
Publicado el 23-5-2007 en el Sitio de Ciencia
Ficción