La ciencia ficción y las vacas flacas





Sobre el tema de los altibajos o los ciclos de la ciencia ficción ya se ha hablado mucho (Domingo Santos lo abordó con frecuencia en Nueva Dimensión), y desde luego es evidente que ahora estamos pasando por una etapa de vacas flacas, con toda probabilidad mucho más profunda que las anteriores. En cuanto a si repuntará o no, resulta muy difícil anticiparlo.

No obstante, me gustaría hacer varias puntualizaciones. Primero, que aun en sus momentos de esplendor la ciencia ficción siempre ha sido, al menos en España, un género minoritario, y por lo tanto bastante vulnerable. Segundo, que a la posible crisis intrínseca del género por los motivos que generalmente se apuntan (agotamiento, estancamiento, etc...) se han sumado al menos otros dos o tres: la crisis económica, la crisis del libro impreso (con el agravante de que los libros digitales no acaban de despegar) y, quizá el principal problema, la competencia fraticida de la fantasía.

Ahora mismo, es evidente, lo que triunfa dentro del conjunto formado por la ciencia ficción, el terror y la fantasía es esta última o, mejor dicho, cierto tipo de fantasía mágica, o heroica, puesta de moda a rebufo de pelotazos como las películas de El Señor de los Anillos o de la serie de Harry Potter, tanto los libros como las películas. Como ocurre con las modas cabe suponer que buena parte de lo publicado sea bastante malo, y también que con el tiempo el globo se acabe desinflando... pero de momento es lo que hay.

Que escritores profesionales de ciencia ficción como George R.R. Martin o Lois McMaster Bujol (esta última, al parecer, de forma temporal) se pasaran con armas y bagajes al “enemigo” no tiene nada de particular; al fin y al cabo buscaban aquello que les proporcionara un mayor beneficio, lo cual es perfectamente legítimo aunque a mí personalmente me fastidiaran bastante. Además de los citados yo añadiría dos ejemplos españoles, César Mallorquí y Javier Negrete, ambos magníficos escritores que, con muy buen criterio, han derivado hacia aquello que les resultaba más rentable.

Por cierto el propio Asimov hizo lo mismo, a mediados de los años sesenta, aunque en su caso no se pasó a la fantasía, por entonces prácticamente inexistente, sino al ensayo científico, mucho más lucrativo. Durante casi 20 años apenas si escribió dos novelas de ciencia ficción, Los propios dioses y Viaje alucinante, aunque esta última en realidad fue la novelización del guión de la película homónima, de la cual renegó posteriormente aunque sí que se embolsó sus buenos cuartos. El divorcio de Asimov con la ciencia ficción duró hasta que, a principios de los años ochenta, sus editores pensaron que el mercado estaba de nuevo maduro para el género... y acertaron.

El problema, claro está, es que no hay indicios, al menos en España, de que esa reactivación del mercado se vaya a producir en un plazo razonable de tiempo. Por si fuera poco, gran parte de las páginas de internet dedicadas al género, como NGC 3660 o BEM, entre otras, han desaparecido sin que otras nuevas cubrieran su hueco, mientras la edición en papel está también bajo mínimos y sólo gracias a algunas iniciativas tan loables como la de Espiral continúa habiendo algo de pulso. Mientras tanto la colección Nova, la única que se podía seguir considerando comercial tras la “planetización” de Minotauro, permanece aletargada viviendo de las rentas fáciles o directamente de la fantasía, al tiempo que novelas tan exitosas como las del ciclo de Miles Vorkosigan, de Lois McMaster Bujol, space ópera, sí, pero de la buena y con todo el regusto de la ciencia ficción clásica, llevan años agotadas sin ser reeditadas.

Huelga decir que en estas circunstancias no puedo ser optimista, aunque si consideramos que la ciencia ficción en España siempre ha gozado de una mala salud de hierro, todavía me permito el lujo de alentar esperanzas. No obstante desconozco cual puede ser la situación actual en los Estados Unidos, algo que sin duda debería influir bastante por estos lares.


Publicado el 11-5-2015 en el Sitio de Ciencia Ficción