Walter Carrigan y la aventura del Kipsedón





Ramón Brotons en la época en la que escribió la aventura del Kipsedón



Dentro del conjunto de la colección Luchadores del Espacio, la aventura del Kipsedón figura de forma destacada como uno de los puntos culminantes de toda la colección, comparable si no por su extensión -tan sólo cuatro novelas- sí por su calidad incluso a la propia Saga de los Aznar, a la cual llega a superar en algunas facetas. Firmada por Walter Carrigan, seudónimo de Ramón Brotons Espí, la epopeya del Kipsedón sería la única aportación de este escritor a la colección Luchadores del Espacio y a la ciencia ficción en general, pese a lo cual varios estudiosos del tema le identificaron erróneamente con Antonio Vera Ramírez, uno de los más prolíficos autores de ciencia ficción popular bajo la firma de Lou Carrigan, quizá debido a la similitud de ambos seudónimos.

Y es una verdadera lástima que Brotons, autor de numerosas novelas bélicas publicadas en la colección Comandos, también de la editorial Valenciana, no escribiera más ciencia ficción, porque la historia del Kipsedón pedía a gritos una continuación que sin duda hubiera supuesto un digno comple­mento a la justamente celebrada Saga de los Aznar. Pero por razones que ignoro esta continuación no tuvo lugar y ni tan siquiera su autor llegó a escribir nada más para esta colección aunque sí publicó diversas novelas en las otras colecciones de guerra y del oeste que por entonces editaba la Editorial Valenciana simultáneamente con la de ciencia ficción.

Pasemos a estudiar el argumento de la serie, formada por las novelas El hombre rojo de Tacom, El reino de las sombras, Las bases de Tarka y El Kipsedón sucumbe, números 40 al 43 respectivamente de la colección Luchadores del Espacio. Éste gira en torno al Kipsedón, una fabulosa astronave construida por los tacomis, una avanzada civilización asentada en un planeta -Tacom- que está al borde de la extinción al tiempo que es simultáneamente acosado por sus enemigos ancestrales, los tarkas u hombres antenas, deseosos de exterminar a la civilización tacomis. Ante tan infaustas circunstancias es construido el Kipsedón, un autoplaneta por utilizar la terminología de Pascual Enguídanos -aunque Walter Carrigan jamás utilizó este nombre- con la misión de lanzarse al espacio y explorarlo en busca de un nuevo mundo en el que los tacomis puedan vivir en paz.

El Kipsedón, tal como es descrito por Ramón Brotons, recuerda poderosamente al Rayo, el autoplaneta de Miguel Ángel Aznar de Soto; al igual que él es una poderosísima máquina de guerra sin rival en todo el universo, y también está construido con el equivalente a la dedona: el kass, un metal superresistente y tenaz aunque, en esta ocasión, carece de la capacidad antigravitatoria de ésta. Aunque la misión del Kipsedón no es en principio guerrera, está perfectamente equipado para enfrentarse a cualquier enemigo que pudiera cruzarse en su camino.



Pero su viaje se prolongará mucho más de lo inicialmente previsto. Transcurridos más de cien años en el interior de la astronave y varios miles -por efecto de la Relatividad- en el conjunto del universo, el Kipsedón alcanza el Sistema Solar y pone rumbo a la Tierra. Su situación es crítica: Toda la tripulación, a excepción de los hijos de su creador que han nacido en la astronave, está formada por ancianos decrépitos próximos a morir, y tanto las provisiones como el combustible atómico están casi agotados. Llegados a nuestro planeta, los tacomis descubren con alborozo que éste reúne las condiciones apropiadas para que su pueblo se asiente en él abandonando el moribundo Tacom. Su misión, pues, se ha visto coronada por el éxito y sólo les queda volver sobre sus pasos para llevar a Tacom la buena nueva, aunque evidentemente no se molestan siquiera en pedir su opinión a los terrestres.

Un grave problema, no obstante, se plantea a sus tripulantes: en las condiciones actuales jamás lograrían llegar a su destino, tanto por la extremada vejez de la tripulación como por la falta de víveres y de combustible nuclear. Precisan, pues, obtener tanto nuevos tripulantes como suministros. La manera de conseguirlo será realizando incursiones corsarias, tanto con el Kipsedón como con la flotilla de astronaves auxiliares que éste posee. De esta manera son secuestrados los tripulantes de un avión militar norteamericano enviado a investigar al polo Norte, lugar en el que se oculta el Kipsedón; los prisioneros de un campo de concentración ruso; los científicos de un centro de investigación nuclear de los Estados Unidos y algunas personas más, destinadas todas ellas a constituir la nueva tripulación que lleve al Kipsedón de vuelta a Tacom. Paralelamente son saqueadas las instala­ciones de Estados Unidos y la URSS en busca de alimentos y combustible nuclear, sin que las fuerzas armadas de las dos superpotencias puedan hacer nada por evitarlo dada la abrumadora superioridad tecnológica y militar de los enigmáticos invasores.

Conseguida la totalidad de sus propósitos, el Kipsedón parte hacia las profundidades cósmicas camino de su lejano destino; pero la aventura no ha hecho más que empezar. Apenas rebasada la órbita de la Luna, los vigías del Kipsedón detectan el rastro de una nave desconocida. Siguiendo éste, los tacomis descubren con asombro la existencia de una base de sus odiados enemigos tarkas en la cara oculta del satélite terrestre. Temerosos de que los hombres antena puedan disputarles su hallazgo -la Tierra-, los tacomis deciden atacar la base enemiga, que es conquistada tras una cruenta batalla en la que toman parte de forma destacada, al igual que lo harán en lo sucesivo, sus forzados huéspedes terrestres.

Dueños ya de la base lunar, los tacomis descubren que su planeta natal hace ya muchos siglos que fue abandonado por su pueblo, que ahora se encuentra desperdigado por todo el universo sobreviviendo en astros que a duras penas reúnen unas mínimas condiciones para la vida. Los tarkas, mientras tanto, arribaron tiempo atrás al Sistema Solar asentándose firmemente en varios de sus planetas, encontrándose a la espera de la llegada de una poderosa flota de invasión que les permitirá afianzarse conquistando el único planeta que queda libre de su dominio, la desprevenida e indefensa Tierra. Las noticias no pueden ser más alarmantes para los tripulantes del Kipsedón por lo que, abandonando sus primitivas intenciones de retornar a Tacom -un Tacom ya extinto y en poder de sus enemigos seculares-, deciden conquistar el Sistema Solar antes de que llegue la flota invasora, a la cual nunca podrían hacerle frente.



La fuga del capturado gobernador tarka de la base lunar, con varias mujeres terrestres como rehenes, conduce a los tacomis hacia Venus, planeta hacia el que se dirige el fugitivo. Tras unas peripecias en las que no faltan los tópicos de todas clases, por supuesto con dinosaurios incluidos, los tacomis y sus aliados terrestres logran rescatar finalmente a las secuestradas, al tiempo que entran en contacto con un núcleo de tacomis fugi­tivos, expulsados de la ciudad que fundaran en Venus por los invasores tarkas. Auxiliados por sus hermanos de raza, los tacomis del Kipsedón conquistan la base venusiana tras una encarnizada batalla.

Persuadidos de que Venus reúne unas condiciones óptimas para la vida de su raza los tacomis abandonan su primitiva idea de conquistar la Tierra, procediendo a llamar a sus hermanos en el exilio al tiempo que se preparan para combatir la amenaza de los tarkas. Afianzados en sus bases de la Luna y Venus y aliados con otras razas liberadas del yugo de los hombres antenas, los tacomis acometen ahora la conquista de Marte, planeta en el cual los tarkas están sólidamente asentados. La lucha adquiere ahora unos caracteres épicos, decantándose la victoria final del lado de los tacomis y de sus aliados, marcianos -el Marte descrito en la aventura del Kipsedón es tan tópico como Venus, sin que por supuesto falten los canales- y miembros de otras razas extrasolares llevados allí por los hombres antena en calidad de esclavos. Tan sólo queda ya un escollo, el planeta Júpiter, en el que los tarkas mantienen sus últimas bases. Pero la venida de la flota de invasión es inminente y los tripulante del Kipsedón tan sólo tendrán tiempo de restañarse las heridas sin poder acometer la conquista de este planeta.

La llegada de la flota tarka fuerza a la escuadra aliada, comandada por el Kipsedón, a presentar batalla en unas condi­ciones muy desfavorables para ella en las cercanías de Saturno. El Kipsedón y su flota infligen enormes daños a la formación enemiga, pero la superioridad de ésta es aplastante y acaban siendo destrozados sin que el sacrificio de la mítica nave sirva para dar la vuelta a la moneda. En una segunda batalla la flota de reserva de los tacomis, engrosada con los restos de la destruida escuadra y con las naves de los emigrantes tacomis recién llegados al Sistema Solar, consigue acabar con la amenaza gracias a la utilización de una nuevas armas mucho más mortíferas que las utilizadas hasta entonces.

Conjurada la amenaza de los hombres antenas, ahora confinados en Júpiter sin suponer ya una amenaza, concluye la saga con los tacomis asentados en Venus y la Luna y aliados con Marte. Los terrestres que en su día fueron secuestrados son devueltos a la Tierra -excepto algunos de ellos, que se quedan en Venus con los tacomis- portadores de un mensaje de amistad pero tam­bién de aviso: Los tacomis son los amos del Sistema Solar y no permitirán que los terrestres lo surquen en son de guerra, pero los respe­tarán y no se inmiscuirán en los asuntos de su planeta. En cuanto a los tarkas de Júpiter, serán expulsados de allí en el plazo más breve posible, mientras que más adelante los tacomis irán a buscarlos hasta su propio planeta.



Y así concluye esta interesante epopeya, en la cual alcanza la colección Luchadores del Espacio una de sus más altas cimas. Conviene ahora hacer un estudio crítico de la misma, con sus puntos positivos y los negativos que, justo es decirlo, también los tiene.

Comencemos por los primeros. Publicada esta serie en la primera parte de la colección -números 40 a 43, como quedó dicho-, adolece para bien y para mal de todas las características de esta. Nos encontramos así con unas premisas comunes a las de la Saga de los Aznar, en las que las luchas entre humanidades distintas -y a ser posible, muy feos y repulsivos los enemigos- ocupan un lugar destacado con guerras interestelares de carácter apocalíptico y victorias de los terrestres -o sus aliados- en condiciones totalmente heroicas.

Si tomamos como referencia obligada la Saga de los Aznar, nos encontraremos además con una serie de factores en los que la epopeya del Kipsedón resulta ser francamente superior. En primer lugar, está el tratamiento que se da a los personajes principales, mucho más profundo que el habitual en este tipo de novelas; varios de ellos están bastante trabajados desde el punto de vista psicológico, e incluso alguno experimenta a lo largo de la narración una evolución en su personalidad muy verosímil y además bastante bien conseguida.

Por otro lado, y esto es también una novedad, se trata de una historia claramente coral con un personaje principal indiscutible -Yandot, el hermano menor de los descendientes del creador del Kipsedón, nombrado al final de la novela emperador supremo de la Confederación de Tacom- y multitud de personajes secundarios, básicamente los terrestres inicialmente secuestrados pero luego convertidos en aliados incondicionales de los tacomis. Este juego con los persona­jes da agilidad a la narración y la provee de perspectiva al alternar capítulo a capítulo la visión personal de los distintos protagonistas.

Otro acierto evidente es el enfoque dado a la dinámica de la historia: Lejos de ser los protagonistas de la lucha, los terrestres son tan sólo unos convidados de piedra que, si bien a nivel de protagonistas acaban adquiriendo cierta notoriedad en las dos últimas novelas de la serie, no por ello dejan de ser, claramente, unos simples comparsas frente a los evolucionadísimos tacomis. Y en cuanto a la humanidad en su conjunto, poco se puede decir salvo que es burlada con toda facilidad por los tacomis al tiempo que, más adelante, ni a enterarse llega de la apocalíptica conflagración en la que se está dirimiendo su propio futuro... Porque, aunque los tacomis lo único que buscan es su propia existencia como civilización, amenazados como están por sus enemigos ancestrales -y éste es otro feliz hallazgo, la huida de cualquier tipo de mesianismo barato-, necesariamente salvarán a unos terrestres que estaban condenados a la derrota y a la esclavitud por parte de los crueles e inhumanos hombres antenas.



Por último, cabe también reseñar el acierto con el que el autor aborda la parte más épica de la narración, las batallas siderales que jalonan toda la epopeya. Mientras Pascual Enguídanos flojea sensiblemente en este apartado, Ramón Brotons se mueve con mucha mayor soltura, no escatimando en absoluto los encuentros bélicos que resuelve con bastante habilidad y con un gran sentido de la épica. Dicho con otras palabras, sus batallas son mucho más entretenidas que las de los Aznar.

Asimismo resulta curioso comprobar cómo el autor recurre sin el menor reparo a todos los tópicos esperables en una narración de estas características... Y lo curioso, es que lo hace bien. Así, nos encontramos -¡como no!- con un Venus tropical habitado por dinosaurios -curiosamente las mismas especies que existieron en la Tierra-, con un Marte moribundo poblado por unos marcianos poseedores de una civilización milenaria o con unos de los BEM más originales de toda la serie B española, los tarkas u hombres antenas, magníficamente retratados por el dibujante José Luis en las portadas y llamados así por ser unos seres ciegos que suplen su carencia de visión con una especie de radar emitido ¡cómo no! por sus antenas. Los tacomis, por el contrario, son completamente humanos, que para eso son los buenos, pero eso sí no arios sino, curiosamente, de raza cobriza... En la España de principios de los años cincuenta.

Pero no todo es positivo. Para empezar, llama poderosamente la atención la estupidez de unos hombres antenas que nunca atacan cuando tienen todas las cartas a su favor, y que siempre son derrotados por unas fuerzas muy inferiores en número; se trata, supongo, de exigencias del guión. El caso es que la narración completa de la saga no es sino un tour de force en el cual los tacomis, siempre al borde del abismo, acaban siempre venciendo a fuerzas muy superiores pero convenientemente equilibradas.

Lo peor de todo, no obstante, es la inverosímil existencia de una hegemonía total de los tarkas -antes de la llegada del Kipsedón, por supuesto- en todo el Sistema Solar con la única excepción de la Tierra, en la cual dicho sea de paso nadie tiene ni la más remota idea del peligro que nos amenaza. Sólidamente instalados en la Luna, Venus y Júpiter, amén de ser dueños absolutos de un planeta -Marte- provisto de una civilización y una tecnología infinitamente superiores a las terrestres, poseedores además de una armada y un ejército capaces de traer en jaque al propio Kipsedón, sin embargo los tarkas no habían asomado las narices -o mejor dicho las antenas- por nuestro planeta a la espera de la llegada de una poderosísima escuadra invasora, por más que el Kipsedón por sí solo, con la única ayuda de su pequeña flotilla de astronaves satélites, se bastara para traer en jaque a todo el aparato militar de nuestro planeta. No, no es verosímil, como no lo es tampoco que en algún momento de la narración los tarkas capturen a algunos terrestres y muestren su sorpresa por encontrarse con una raza para ellos desconocida...

Pero por lo demás la historia es entretenida y se lee con agrado; lástima que su autor -o la editorial- no estimara conveniente su continuación; hubiera merecido realmente la pena.


Publicado el 13-12-2000 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 26-10-2018