Marte en la ciencia ficción popular española





Como cualquier aficionado a la ciencia ficción sabe, el planeta Marte ha contado con una relevancia fundamental a lo largo de toda la historia del género, encontrándose precedentes del calibre de La guerra de los mundos ya en los albores del mismo.

¿Cuáles son las razones de esta predilección? No cabe duda de que en ella influyeron decisivamente factores tales como su cercanía a la Tierra -es el planeta más cercano al nuestro después de Venus, y sólo la Luna y algunos asteroides se aproximan más-, su inconfundible color rojo, que lo convierte en uno de los objetos más llamativos del firmamento, o su relativa -sólo relativa- similitud con nuestro planeta... Pero Marte no hubiera alcanzado seguramente la relevancia que alcanzó entre el gran público de no mediar el descubrimiento de Schiaparelli y la posterior interpretación fantástica que del mismo hicieron algunos contemporáneos suyos entusiastas de la vida extraterreste.

Giovanni Schiaparelli (1835-1910) era un astrónomo italiano que en 1877 creyó observar en la superficie de Marte una tupida red de líneas que se entrecruzaban formando un complicado modelo. Él las llamó canali, que en italiano significa canales pero que puede ser traducido también como cauces. En realidad el término utilizado por Schiaparelli no implicaba, a diferencia de lo que ocurre en español o en inglés, una naturaleza artificial de los canali, ya que él se limitó a postular la existencia de unos cursos de agua sin especular acerca de su origen... Pero al traducirse sus palabras a otros idiomas, acabó prevaleciendo la idea de que los canales marcianos eran unas construcciones artificiales, y no unos simples fenómenos geológicos. Por si fuera poco, el hecho de que afamados astrónomos como Camille Flammarion (1842-1925) o Percival Lowell (1855-1916) fueran acérrimos defensores de la pluralidad de los mundos habitados, hizo que la teoría de un Marte habitado por una raza constructora de los canales se popularizara en pocos años hasta alcanzar unos límites insospechados tan sólo unos años antes.

Se había levantado la veda, y la desbocada imaginación de algunos contemporáneos de Schiaparelli acabó de forjar un arquetipo del planeta rojo que ya no lo abandonaría jamás, llegando prácticamente hasta nuestros días a pesar de que el perfeccionamiento de las observaciones telescópicas comenzó muy pronto a cuestionar la realidad de los canales marcianos, comprobándose que se trataba de simples ilusiones ópticas producto de la insuficiente resolución de las lentes de la época... Aunque, paradojas del destino, las sondas planetarias enviadas en los últimos años a Marte han descubierto la existencia de varios antiguos cursos de agua, completamente invisibles para los telescopios decimonónicos, producto de la erosión, y en modo alguno de la ingeniería, en una época en la que Marte era menos árido que en la actualidad.

Una vez asumida la hipotética construcción de los canales por una asimismo hipotética civilización marciana, el menú estaba servido: Marte, un planeta más antiguo que la Tierra, habría gozado en el pasado de una evolución geológica similar a la de nuestro planeta, encontrándose convertido ahora en un astro moribundo; en realidad todo parece indicar que fue efectivamente así, aunque no debido a una mayor edad -todos los astros del Sistema Solar se formaron simultáneamente- sino, probablemente, a causa de su menor tamaño.

Y es aquí donde entran en escena los marcianos. En Marte el agua sería un bien sumamente escaso, por lo que sus habitantes, poseedores de una tecnología muy superior a la terrestre -acordes con la edad de su planeta serían una raza muy longeva-, habrían realizado una monumental obra de ingeniería construyendo miles de kilómetros de canales con objeto de repartir por todo el planeta el agua procedente del deshielo de los polos marcianos.

Un último elemento faltaba para configurar el tópico marciano tal como ha llegado hasta nosotros: El nombre del planeta, tomado del belicoso dios romano homónimo, determinaría mediante una curiosa asociación el presunto carácter guerrero de sus habitantes, tanto frente a los nativos de otros planetas -generalmente la Tierra- como ante ellos mismos, incursos habitualmente en apocalípticas guerras civiles. Ejemplos de ello los hay sobrados, empezando claro está por el clásico de H.G. Wells y siguiendo por un sinnúmero de obras, no todas ellas de serie B.

Una variante de este esquema, también frecuente dentro de la ciencia ficción, lo constituye la civilización marciana extinta, de la que los astronautas terrestres tan sólo encuentran los vestigios corroídos por miles o millones de años de abandono. Como veremos más adelante, este tema ha sido también habitual dentro de las colecciones populares españolas, en algunos casos herederas directas del espíritu del pulp norteamericano de los años 20 y 30.

Evidentemente enumerar las obras de ciencia ficción ambientadas de una u otra manera en Marte sería tan largo como innecesario, primero por lo conocido de las mismas -recordemos, por ejemplo, La guerra de los mundos, de H.G. Wells; Crónicas marcianas, de Ray Bradbury; Marciano, vete a casa, de Fredric Brown; A lo marciano o Estoy en Puertomarte sin Hilda, de Isaac Asimov; Crimen en Marte o Las arenas de Marte, de Arthur C. Clarke; Mineros del Oort, de Frederik Pohl; En la antesala de los reyes marcianos, de John Varley; la trilogía de Marte de Kim Stanley Robinson o, por poner un ejemplo hispánico, el excelente relato En las fraguas marcianas, de León Arsenal- y segundo porque una relación exhaustiva sería literalmente interminable. Además, este artículo no está dedicado a la presencia de Marte en la ciencia ficción, sino en la ciencia ficción popular... española, para mayor puntualización.

Así pues, no me detengo en la corriente general -con la anterior enumeración es ya más que suficiente- y tampoco lo hago en el pulp norteamericano, pese a la existencia en él de obras tan conocidas como la serie de Barsoom, de Edgard Rice Burroughs; Una odisea marciana, de Stanley G. Weinbaum o La espada de Rhiannon, de Leigh Brackett. Como aportación española a este apartado figura por derecho propio Ruy Drach, subtitulada Los primeros hombres en Marte, una curiosa novela de Eduardo Texeira publicada en 1953, en la que se mezclan el sabor pulp con cierto aire decimonónico que nos retrotrae a los grandes precursores europeos como Verne o Wells.

Pero vayamos a lo nuestro, es decir, a la ciencia ficción popular, la cual se nutrió por lo general de los tópicos anteriormente comentados, aunque en algunos casos surgieron variantes sumamente curiosas que veremos en su momento. Así, rastreando las colecciones de los años cincuenta y sesenta nos encontramos con títulos como ¡Marte ataca!, de Alan Comet (Enrique Sánchez Pascual), en la colección Robot, donde los belicosos marcianos son presentados como hormigas gigantes y, por supuesto, inteligentes, o Expedición a Marte y El pueblo verde de Marte, ambas de Keith Luger (Miguel Olivero Tovar), únicas dos novelas (ni siquiera existe la certeza de que la segunda llegara a ser publicada) de la colección Vida futura, mostrando la portada de la primera de ellas, al más puro estilo pulp, una especie de feo dragón verdoso -¿el marciano?- atacando a una chica ligerita de ropa. También por esas fechas fue publicada la colección Kemlo, dedicada en exclusiva a novelas del escritor inglés E.C. Elliot, una de las cuales lleva por título Los fantasmas marcianos.

Claro está que es en las dos grandes colecciones de la época (Luchadores del Espacio y Espacio) donde encontramos un nutrido número de referencias al planeta rojo, aunque sólo sea por la longevidad de las mismas. Comencemos por Luchadores del Espacio que, a diferencia de su rival, seguía una línea pulp muy del estilo de la literatura popular norteamericana de veinte años antes: Pascual Enguídanos, su escritor estrella, hizo suyos los tópicos marcianos, o al menos buena parte de ellos, describiéndonos habitualmente (aunque no siempre) un Marte moribundo, con o sin marcianos; aunque, curiosamente, las referencias a este planeta en su obra más conocida, la Saga de los Aznar, aunque existen, no son demasiado frecuentes, resultando sumamente escasos los episodios de esta larga epopeya galáctica que se desarrollan en este planeta. Asimismo, tampoco existen marcianos nativos en la Saga, salvo una breve referencia a una antigua civilización, extinta milenios atrás tras una guerra contra los saissais, la cual desapareció además en la reedición de los años setenta. Eso sí, Marte será colonizado por diferentes razas a lo largo de la Saga, primero por los thorbods u hombres grises, y posteriormente por los humanos.

A diferencia de lo que ocurre en la Saga, Marte desempeña un importante papel en la más larga obra de Enguídanos ajena a ésta, la serie de Más allá del Sol recientemente reeditada por Pulp Ediciones, buena parte de la cual se desarrolla en un planeta rojo no muy diferente al real, pero en el cual los expedicionarios terrestres encuentran los vestigios de una antigua civilización ya extinta y al último de sus representantes, que acoge benévolamente a los terrestres siendo asesinado por ellos. Marte resulta ser asimismo un escenario frecuente en sus novelas independientes, encontrándonos desde una curiosa similitud con el Barsoom de Burroughs (Rumbo a lo desconocido) hasta el Marte real al que, en ocasiones, se le somete a un proceso de terraformación (Llegó de lejos, Piratería sideral), pasando tanto por un Marte habitado (Nosotros, los marcianos, El extraño viaje del doctor Main) como por uno deshabitado, pero habitable (Luna ensangrentada)... es decir, todas las posibles combinaciones.

Evidentemente, no fue Enguídanos el único autor de Luchadores del Espacio que recurrió a Marte para ambientar sus aventuras, aunque tan sólo cuatro de las doscientas treinta y cuatro novelas de la colección hacen referencia explícita a este planeta, o a sus habitantes, en el título: dos de Enguídanos (Marte, el enigmático, perteneciente a la serie de Más allá del Sol, y la ya citada Hombres en Marte) junto con La ruta de Marte, de Larry Winters (José Caballer) y Entre Marte y Júpiter, de Joe Bennett (José Luis Benet), que paradójicamente no se desarrolla en el planeta rojo sino, como alude el título, en el cinturón de asteroides. Las referencias a Marte, o a los marcianos, son empero bastante frecuentes, ciñéndose por lo general a los tópicos al uso o, ya en las postrimerías de la colección, recurriendo a una curiosa federación de planetas que habitualmente abarcaba de Mercurio a Marte, estando enfrentada a las malévolas dictaduras de los planetas exteriores en un evidente remedo de la guerra fría vigente en la época en la que fueron escritas. Mención especial merece la serie del Kipsedón, recientemente reeditada por Pulp Ediciones, ya que en ella su autor Walter Carrigan (Ramón Brotóns) recurre al viejo tópico de un Marte surcado por canales construidos por una antiquísima civilización marciana... de forma sumamente acertada, dicho sea de paso. No obstante, el caso más original es sin duda el de un novel Domingo Santos que, camuflado bajo el seudónimo de P. Danger, escribió una corta serie de dos novelitas (El umbral de la Atlántida y Los hombres del Más Allá) en las que los marcianos ¡eran los descendientes de los atlantes, emigrados a este planeta tras el hundimiento de la Atlántida! Evidentemente, al bueno de Domingo Santos no le faltaba imaginación...

Espacio, la colección rival de Luchadores del Espacio publicada por Toray, llevó a cabo una política similar, producto probablemente del empeño de los directores de las colecciones populares por que los autores ubicaran la acción de sus novelas en lugares conocidos por los lectores y no en planetas imaginarios ubicados en el otro extremo de la galaxia. Así, a pesar de que Espacio pronto adoptó una línea más alejada del pulp y, por lo tanto, más moderna que su competidora, un simple rastreo de los títulos rinde el siguiente resultado: La incógnita de Marte, de Peter Barton (Amadeo Ventura); Marte tuvo pasado, de Roy Silverton (Salvador Dulcet); Yo, marciano, de Johnny Garland (Juan Gallardo); ¡Llegan los marcianos!, de H.S. Thels y Nosotros, los marcianos y Un yanqui en la corte del rey marciano, de Law Space, seudónimos ambos de Enrique Sánchez Pascual, y nada menos que seis novelas del incombustible Luis García Lecha firmadas como Clark Carrados o como Louis G. Milk (F.B.I. contra Marte, No hay marcianos, Los marcianos, ¿Es usted un marciano?, Mañana habrá marcianos y Terrestres y marcianos, hermanos). Esto sin contar, claro está, las novelas ambientadas en Marte, pero con títulos ajenos al nombre del planeta.

La situación se repite en las otras colecciones futuristas de Toray, encontrándonos en Ciencia Ficción con Marte, base de ataque, Los tres justicieros de Marte, ¡Marte, espéranos!, Llamada a los marcianos y Esperando a los marcianos, de Luis García Lecha, y a Dwyn, el marciano de Peter Kapra (Pedro Guirao). En Espacio Extra apareció Un marciano llega a Brooklyn, firmado con su propio nombre por Enrique Sánchez Pascual y, por último, en Best-Sellers del Espacio, colección dedicada mayoritariamente a autores extranjeros, Marte para los marcianos, de John E. Muller. Aunque ningún título de la colección S.I.P. (Space International Police) alude explícitamente a Marte, el planeta aparece en alguna de sus novelas, como ocurre en Canales de sangre, de W. Sampas o El continente maldito, de Alan Star, seudónimos ambos del prolífico Enrique Sánchez Pascual.

Claro está que, para caso curioso, tenemos el de una colección publicada por la editorial Picazo entre los años 1966 y 1967, la cual no dedicó ninguno de sus 28 títulos a Marte... Pese a llamarse Marte XXI. Eso sí, el Planeta Rojo aparece citado en los argumentos de varias de las novelas.

La llegada de los años setenta supuso la hegemonía de la editorial Bruguera con su colección La Conquista del Espacio, la más longeva con diferencia de todas las españolas. A ella pertenecen los títulos Rescate en Marte, Marte, año 5000, Guerra en Marte II, Luchar por Marte, Una casa en Marte, ¡Viva Marte! y Los últimos marcianos, todas ellas de Luis García Lecha firmando como Clark Carrados y Glenn Parrish; En el infierno marciano, de Ángel Torres Quesada como A. Thorkent; Nunca vayas a Marte, de Lou Carrigan (Antonio Vera); Alí-Babá y los cuarenta marcianos -ciertamente un curioso título- y Made in Marte, de Adam Surray (José López García), y ¿Me das fuego, marciano?, de Joseph Berna (José Luis Bernabéu). Claro está que, al igual que sucediera con Toray, Bruguera contó con varias colecciones futuristas más, tanto bajo su propio sello como bajo el de su filial Ceres. Así, en Héroes del Espacio nos encontramos con Markiano, rey de Marte, de Lou Carrigan, y en La Conquista del Espacio Extra ¡Bienvenido a la Tierra, marciano!, de Luis García Lecha firmando como Clark Carrados. Nunca vayas a Marte y Markiano, rey de Marte serían reeditadas años más tarde por Ediciones B dentro del fallido intento de esta editorial, sucesora de la desaparecida Bruguera, de resucitar la extinta colección La Conquista del Espacio a principios de los años noventa.

La también longeva Galaxia 2001, de la editorial Andina, se dedicó fundamentalmente a reeditar novelas publicadas anteriormente en otras colecciones, como ocurrió con Un yanqui en la corte del rey marciano, ¡Llegan los marcianos!, Nosotros, los marcianos (la de Law Space), Yo, marciano, ¿Es usted un marciano?, Mañana habrá marcianos y Marte tuvo pasado, todas ellas procedentes de Espacio. Fuera ya de las grandes colecciones o grupos editoriales y de los pequeños sellos de los años cincuenta y sesenta, nos encontramos con una pléyade de colecciones que fueron sumamente activas, sobre todo en los primeros años de la década de los ochenta, pese a su brevedad; pero curiosamente, en ninguna de ellas aparece el menor título relacionado con Marte... lo cual no es de extrañar en absoluto, dado que por entonces el planeta rojo ya era suficientemente conocido por el gran público gracias a los avances de la astronomía, lo cual lo convertía en un magnífico escenario para obras de ciencia ficción hard al tiempo que lo descartaba como argumento para la ya agonizante literatura popular. No estaban los tiempos para hablar de marcianos, canales, bellas princesas y monstruos apocalípticos; tras sobrevivir durante tantas décadas, el poético y atractivo Marte imaginado por Burroughs estaba ya completamente muerto.


Publicado en 2004 en BEM on line
Actualizado el 16-5-2015