P. Danger (Domingo Santos)





Gracias a un artículo de Francisco José Súñer supe con varios días de retraso, dado que la repercusión de la noticia ha sido prácticamente nula, que Domingo Santos había fallecido el 2 de noviembre de 2018, dejando a la ciencia ficción española huérfana de una de sus principales figuras no sólo por su faceta de excelente escritor, sino también por la no menos relevante -probablemente más- como editor y divulgador, algo por lo que los aficionados nunca le llegaremos estar suficientemente agradecidos. Y conste que no exagero en absoluto. Descanse en paz, pues, uno de los referentes del género en España, en el convencimiento de que su figura es irreemplazable y todavía más en unos tiempos de vacas flacas como los que por desgracia padecemos.

Pedro Domingo Mutiñó, más conocido por su seudónimo literario de Domingo Santos, ha sido sin duda uno de los más importantes e internacionales escritores españoles de ciencia ficción. Pese a ser un escritor serio, si hemos de recurrir a la consabida y en ocasiones artificial división entre la ciencia ficción popular y la de mayor empaque, este autor veló sus primeras armas literarias en la cantera de las novelas populares y, más concretamente, en las colecciones Luchadores del Espacio y Espacio, en la primera de las cuales tuvo su bautismo como escritor de ciencia ficción cuando apenas contaba con 18 años de edad, ya que había nacido en Barcelona el 15 de diciembre de 1941.

Corrían los últimos meses de 1959. La colección Luchadores del Espacio había publicado ya 150 novelas de diferentes escritores, y era entonces una de las más populares de España. Tras cinco años de existencia, se encontraba sometida a una profunda transformación que cambiaría de forma drástica su trayectoria editorial desapareciendo varios autores clásicos, reconvirtiéndose otros como el propio Pascual Enguídanos, que cambió de seudónimo y liquidó la Saga de los Aznar, y surgiendo otras nuevas firmas que contribuyeron a modernizarla aunque, justo es decirlo, no siempre con buenos resultados.

Fue entonces cuando el número 151, titulado ¡Nos han robado la Luna!, apareció firmado por un tal P. Danger, un nombre (o mejor dicho, un seudónimo) nuevo en esta colección. A partir de entonces P. Danger, es decir, Domingo Santos, publicó un total de doce novelas, distribuidas de una forma muy regular por toda la colección hasta la desaparición de ésta en 1963. Claro está que el todavía inexperto P. Danger de Luchadores del Espacio no era ni mucho menos el Domingo Santos de su producción clásica; pero justo es reconocer que, pese a todo, sus novelas tuvieron por lo general un nivel más que aceptable dentro del conjunto de la colección. De hecho, Domingo Santos fue uno de los principales pilares de la misma durante su etapa final y, si en algunos momentos su producción flojea, no ocurre nada diferente con el resto de sus compañeros que tuvieron también sus propios altibajos. A un escritor novel, ciertamente, no se le podía exigir demasiado más.

No obstante, si algo hay que echarle en cara a nuestro autor no es su inexperiencia sino su escasa ambición argumental ya que, en el conjunto de sus doce novelas, no sólo no abandona prácticamente el Sistema Solar -circunstancia sumamente frecuente, por cierto, en el conjunto de la colección- sino que también nos presenta unas novelas bastante escasas de acción y de aventuras, circunstancia ésta bastante más grave en el seno de una colección en la que primaban, por encima de todo, los argumentos movidos... y, huelga decirlo, el Domingo Santos serio siguió pecando precisamente de lo mismo. Nos encontramos, pues, ante un autor intimista -si se me permite el símil cinematográfico- que parece querer evitar los grandes escenarios galácticos y las grandes epopeyas estelares para centrarse en una ciencia ficción de calidad, eso no es cuestionable en ningún momento, pero no sinfónica sino de cámara, recurriendo en esta ocasión a una comparación musical.

La actividad literaria de Domingo Santos en Luchadores del Espacio se simultaneó, hecho éste poco frecuente en el ámbito de las novelas de a duro, con la publicación de otras cuatro novelas en Espacio, la colección futurista de la editorial Toray rival de la de Valenciana, las cuales fueron firmadas como Peter Danger la primera y como Peter Dean (las editoriales solían exigir seudónimos exclusivos, y el primero de ellos se parecía demasiado al de Valenciana) las tres restantes. No fue una contribución demasiado significativa en el conjunto de esta colección, mucho más longeva además que Luchadores, pero sumando estos cuatro títulos a los doce anteriores podremos conocer mejor la cantera donde se forjó nuestro autor.

A diferencia de la mayor parte de los colegas suyos, a Domingo Santos le quedaban muy estrechos los reducidos límites de las novelas de a duro, y ya se aprecia en sus bolsilibros que, a pesar de su bisoñez, éstos muestran una calidad netamente superior a la media, al tiempo que se intuye en ellos el conocimiento que debía de tener su autor de la ciencia ficción norteamericana clásica, dadas ciertas similitudes fácilmente detectables con los argumentos de algunos conocidos títulos... Concomitancias que, lejos de empañar su labor, la realzan frente a unos compañeros suyos meritoriamente autodidactas, pero precisamente por ello limitados a este subgénero literario. Según relata el propio Domingo Santos, le llegaron a devolver de Toray una de sus novelas, rechazando publicarla en Espacio ¡porque era demasiado buena! Volveré ayer, que así se titulaba la novela en cuestión, apareció publicada finalmente en Nebulae, una colección de muchos más vuelos y, con diferencia, la más prestigiosa de su época, iniciándose con ella la fecunda carrera literaria de Domingo Santos fuera ya de la literatura popular. Corría el año 1961, y todavía escribiría nuestro autor algunas novelitas de a duro más; pero los cimientos de su futura producción como escritor de ciencia ficción estaban ya echados.


Novelas de Domingo Santos publicadas en Luchadores del Espacio


Título Título
151 ¡Nos han robado la Luna! 189 La ruta de los pantanos
161 El planeta maldito 197 La amenaza sin nombre
173 Nieblas blancas 200 Viaje al infinito
178 El umbral de la Atlántida 213 Extraña invasión
179 Los hombres del Más Allá 217 Expedición al pasado
184 ¡Descohesión! 231 El Sol estalla mañana

Novelas de Domingo Santos publicadas en Espacio


Título Título
224 Mensaje al futuro 250 Los habitantes del Sol
226 ¡Robot! 258 Más allá del infinito

Veamos, para terminar, unas breves reseñas de estos dieciséis títulos.





Ésta fue la primera obra de P. Danger publicada en la colección Luchadores del Espacio. Se trata de una delirante historia que comienza con la marcha de la Luna a una órbita alrededor de Marte. Enviadas dos expediciones terrestres a investigar tan extraño fenómeno, mientras la Luna se dedica a pasearse por todo el Sistema Solar los terrestres se pelean entre sí -eran los tiempos de la Guerra Fría- y con unos extraños seres a los que atribuyen la responsabilidad del desaguisado. Finalmente la aparición de otro extraterrestre viene a resolver la situación, destruyendo a los secuestradores de nuestro satélite antes de morir -al parecer se trataba de una raza subordinada de la suya que había osado obrar por cuenta propia, prometiendo a los protagonistas, como así ocurre que la Luna volverá a su órbita original una vez haya terminado su tour por la totalidad del Sistema Solar.

Pese a que la novela tiene como base una disparatada imposibilidad científica, se encuentra en ella una sutil crítica a la política y el militarismo, que aparecerá posteriormente en otros títulos de este autor, nada habitual en este tipo de obras.



Una expedición terrestre parte hacia un planeta de la constelación de Centauro con objeto de colonizarlo. Una vez allí comienzan a suceder cosas extrañas que hacen pensar a los colonos que se trata de un planeta maldito en la mejor línea de los relatos de fantasmas, aunque aquí con el toque exótico proporcionado por el marco de la ciencia ficción. Finalmente todo se aclara: el planeta está habitado por unos seres que, al tener un metabolismo radiactivo a causa de una antigua guerra nuclear, necesitan convertir su planeta en un astro radiactivo en el cual puedan desarrollar una vida normal.

Como quiera que esta transformación resultaría mortal para los colonos terrestres y los habitantes del planeta no desean causar muertes, éstos habían intentado en un principio expulsarlos del planeta haciéndoles creer que éste estaba embrujado. Descubierta la superchería, las dos razas se ponen de acuerdo y los terrestres evacuan su colonia mientras el planeta experimenta la proyectada metamorfosis.



Esta novela puede se calificada de tecnológica. Procedente de las profundidades del espacio se dirige hacia la Tierra una nube formada por las partículas más elementales de la materia, algo que de haber sido escrito ahora habría sido calificado probablemente como cuarks. Esta nube tiene la propiedad de destruir -o de asimilar, por definirlo con mayor precisión- todo lo que encuentra a su paso, incluyendo a las personas. Tras unos esfuerzos titánicos por dominarla, ya que nada hay capaz de detenerla sin ser disuelto por la misma, se logra descubrir finalmente la manera de destruir la nube transformando sus componentes en inocuos átomos de hidrógeno, con lo cual la amenaza queda conjurada.

Cabe reseñar, sobre todo, el argumento casi cinematográfico de la novela, que recuerda poderosamente a más de una película norteamericana de ese subgénero híbrido, tan popular hace algunos años, que podríamos denominar como ciencia ficción catastrófica.



Ésta es la única ocasión en la que Domingo Santos escribió una serie, si bien corta al tratarse tan sólo de dos números; y es una lástima, puesto que ésta empieza muy bien para terminar de una forma francamente insulsa.

El umbral de la Atlántida comienza, como queda dicho, de una manera bastante interesante. En pleno océano Atlántico es pescado un tiburón en cuyo estómago se descubre un trozo de plata labrada. Comienza entonces la organización de un viaje al fondo del océano que tiene por objeto buscar las ruinas sumergidas de la Atlántida. La novela termina con el descubrimiento de las mismas y el hallazgo, mucho más preocupante, de los rastros de una expedición anterior.

Los hombres del Más Allá, lamentablemente, no está a su altura. Según explica el autor, al ocurrir el hundimiento de la Atlántida sus habitantes se desplazaron en masa ¡nada menos que a Marte!, adaptándose a las condiciones de vida del Planeta Rojo y creando en él una gran civilización basada en la telepatía y los poderes mentales. Han sido los marcianos quienes organizaron, fingiendo que se trataba de un descubrimiento casual, la trama que desembocó en el hallazgo de las ruinas de la Atlántida, con objeto de secuestrar a sus componentes para llevárselos a Marte. Una vez allí les obligan a realizar un viaje de exploración a Júpiter ya que ellos, por unas extrañas razones insuficientemente explicadas, no son capaces de hacerlo. La visita a Júpiter, dicho sea de paso, no deja de ser un anodino episodio sin nada especial que destacar.

La cosas cambian radicalmente al retornar los protagonistas a Marte. Los marcianos, azotados por una especie de ola mental que afecta a todo el planeta paralizando a su población, se ven obligados a reconocer su error y a disculparse ante sus forzados huéspedes, accediendo a dejarlos libres facilitándoles el retorno a la Tierra.



Ésta es, sin duda, la más anodina de las novelas de este autor... aunque no por ello se la pueda tachar de mala. En realidad, se trata de una obra de trama policíaca ambientada en un escenario futurista.

Está a punto de estallar una guerra entre dos planetas, y un agente terrestre es enviado a uno de ellos para intentar evitar que se desate el conflicto. Se sabe que los agresores cuentan con un arma secreta, pero se ignora absolutamente todo sobre la naturaleza de la misma. Finalmente el protagonista descubre que la famosa arma utiliza el principio de la descohesión, es decir, que es capaz de debilitar las fuerzas de cohesión intramoleculares rompiendo la propia estructura de la materia.

Sin embargo, éstos no utilizan el arma como una aplicación bélica, sino que se sirven de ella para algo tan prosaico como modificar los rostros de sus agentes imitando los rasgos de los principales rectores del planeta agredido, a los cuales suplantan. Gracias a una leve diferencia anatómica -los invasores son nictálopes y sus ojos son por ello distintos a los de los habitantes del planeta-, el complot es desmontado por el agente terrestre en colaboración con sus aliados, con cual la guerra puede ser evitada.



Al igual que la anterior era en realidad una novela policíaca, ésta es en el fondo una narración de aventuras ambientada en el tópico Venus tropical poblado de extraños y peligrosos animales. Un grupo de turistas terrestres que participa en un viaje turístico por los pantanos venusianos ven cómo a mitad de camino un sabotaje destruye su vehículo -un helicóptero-, por lo que los viajeros se ven obligados a continuar su camino a pie por la peligrosa ruta, trocándose en azarosa marcha lo que se había iniciado como viaje de placer. Tras sufrir mil percances, entre ellos los ataques de los peligrosos pobladores de la selva, son asaltados por los saboteadores, los cuales estaban mezclados en un turbio asunto de contrabando con uno de los viajeros, razón por la que le perseguían habiendo provocado el accidente con el fin de capturarlo sin importarles lo más mínimo lo que pudiera ocurrir al resto de los pasajeros. Huelga decir que la aventura acabará felizmente y, por supuesto, con la inevitable boda.



De nuevo vuelve Domingo Santos a la ciencia ficción tecnológica, como ya lo hiciera en Nieblas blancas. La explosión de un nuevo ingenio termonuclear de carácter experimental provoca la aparición de una extraña forma de vida al absorber los restos orgánicos depositados en el fondo marino la fuerte radiactividad liberada por la bomba.

Este nuevo ser vivo, radiactivo hasta unos límites mortales para el hombre, goza de autonomía propia y comienza a buscar fuentes de radiactividad artificial para utilizarla como alimento, al tiempo que arrasa todo cuanto se interpone en su camino. Tras una serie de peripecias que en nada desmerecen del guión de una película de ciencia ficción norteamericana de la época, los científicos consiguen diseñar una trampa capaz de encerrar a este extraño ser sin peligro para sus captores. El protagonista encargado de la azarosa misión logra encerrar a la Cosa -así la llaman- en este recipiente especial, que es lanzado al espacio en un cohete con dirección al Sol. Queda, pues, conjurado el peligro.



Un lujoso trasatlántico sideral viaja de retorno a la Tierra cuando un sabotaje en sus motores provoca la destrucción de los mismos, tras lo cual la nave queda a la deriva sin la menor posibilidad de ser rescatada. El saboteador no es otro que el mismo propietario de la empresa, pasajero en el crucero; implicado en un turbio desfalco, había programado cuidadosamente el momento de la explosión de modo que ésta se produjera en un momento de la trayectoria en el que sus ocupantes pudieran ser evacuados sanos y salvos, desapareciendo la astronave y, con ella, las pruebas de su delito. Por desgracia para él y para sus compañeros de infortunio, la llamada de socorro de un carguero averiado había provocado un cambio de ruta imprevisto poco antes de la explosión, convirtiendo su minucioso plan en un viaje aparentemente sin retorno.

Finalmente, los abrumados viajeros logran poner en marcha un arriesgado plan: tras desmantelar los botes de salvamento, inútiles para evacuar la nave al carecer de suficiente autonomía para llegar a su destino, acoplan sus motores al casco del buque. Éstos carecen de potencia suficiente para desviarlo lo suficiente de su ruta, pero sí son capaces de corregirla lo suficiente para encaminar al navío hasta las proximidades de Urano; la atracción gravitatoria de este gigantesco planeta se encargará del resto, invirtiendo su trayectoria hasta hacer que ésta se dirija hacia el interior del Sistema Solar, donde podrán ser rescatados.



Ésta es una de las más hilarantes novelas de toda la colección, con un cierto regusto a Marciano, vete a casa, la conocida obra de Frederic Brown. Súbitamente aparecen en la Tierra los miembros de una raza que, privados de su planeta natal, solicitan que les sea concedido un lugar en la Tierra en el que poder asentarse. Todas las potencias terrestres se niegan rotundamente a ello, por lo que los pequeños seres empiezan a incordiar... Y realmente lo saben hacer muy bien.

Totalmente intangibles e invulnerables, los visitantes acaban aburriendo a los terrestres a base únicamente de hacerles la vida imposible, pese a lo cual sus recalcitrantes anfitriones siguen negándoles la hospitalidad requerida. Finalmente, y de acuerdo con los escasos terrestres -los protagonistas- que conservan la sensatez, escenifican un falso cataclismo cósmico -el mortífero choque de un cometa contra nuestro planeta- del cual los visitantes nos salvan a pesar de nuestra ingratitud.

Huelga decir que la estratagema tiene éxito y los astutos extraterrestres acaban saliéndose con la suya, consiguiendo no sólo el territorio solicitado -nada menos que el continente africano enterito- sino también la gratitud eterna de los ingenuos terrestres. No obstante, no se puede hablar de fraude; en el epílogo explica el autor que el asentamiento de los visitantes en la Tierra redundará en un beneficio mutuo, ya que los recién llegados están dispuestos a compartir su elevada tecnología con sus anfitriones, por lo que la novela acaba -nunca mejor dicho- a gusto de todos.



No suele ser habitual que en los bolsilibros aparezcan tramas argumentales que vayan más allá de una esquemática historia lineal, pero Domingo Santos es ante todo un buen escritor y aun en sus años mozos ya despuntaba por encima de la media de los escritores de la colección.

Expedición al pasado resulta ser una novela de argumento complejo para el medio en el que fue publicada, y relata un típico bucle temporal con paradoja incluida, hecho bastante habitual en la ciencia ficción de mayor empaque pero insólito en las colecciones populares. En unas excavaciones arqueológicas es descubierta una antigua pistola similar a las utilizadas en el momento presente de la narración, es decir, nuestro futuro. Dada la imposibilidad material de que esa pistola fuera construida en la prehistoria, y puesto que se dispone de una oportuna Máquina del Tiempo recién inventada, rápidamente se organiza una expedición al pasado con objeto de dilucidar el enigma.

Después de diversos avatares donde se contrasta el choque de dos civilizaciones tan dispares como la de los protagonistas y la neolítica de varios miles de años atrás, en clara concesión a la faceta aventurera de la colección, los expedicionarios descubren que han sido precisamente ellos los causantes del bucle temporal, al haberse visto obligados a entregar una de sus pistolas a los antepasados -hay un segundo viaje temporal secundario- de sus anfitriones, los cuales la veneran desde entonces como si fuera una diosa. Así pues, en prevención de posibles paradojas temporales de imprevisibles consecuencias deciden respetar el insólito desenlace retornando a su presente sin la pistola en cuestión.

Al parecer este argumento debió de gustarle a Domingo Santos, ya que años mas tarde lo utilizó en su novela Los dioses de la pistola prehistórica, publicada en la colección Infinitum. Aunque el desarrollo de ambas versiones es muy similar, como cabe suponer en esta última está bastante más elaborado, cambiando asimismo el final ya que, aunque se mantiene el idilio entre uno de los viajeros temporales y una muchacha neolítica, desaparece muy prudentemente el incongruente happy end del traslado de esta última al presente -su futuro-, por supuesto con fines matrimoniales.



Domingo Santos publicó la que sería la última de sus colaboraciones Luchadores del Espacio cuando la colección estaba dando ya sus últimos coletazos. Esta novela relata cómo una astronave procedente de un sistema solar distinto del nuestro llega hasta las cercanías del Sol con el propósito de provocar su estallido, aprovechando posteriormente sus restos para poder revitalizar con ellos el suyo propio, ya moribundo.

Puesto que esto provocaría necesariamente la extinción de la vida en nuestro planeta, una nave de exploración se desplaza hasta las cercanías de Mercurio para estudiar el fenómeno y, si es posible, conjurar la amenaza que se cierne sobre la humanidad. Como cabe suponer entran en contacto con los alienígenas y, tras una serie de peripecias de cariz aventurero, los protagonistas consiguen derrotar a sus enemigos, tras lo cual utilizan la nave alienígena para devolver al Sol su estado original.

Aparte del hecho de que Domingo Santos describe aquí a unos de los extraterrestres más originales de toda la ciencia ficción española, lo más interesante de la novela estriba en que uno de los protagonistas es un androide que recuerda poderosamente al Daniel R. Olivaw de Bóvedas de acero, El Sol desnudo y sus sucesivas secuelas, las conocidas novelas de Isaac Asimov, aprovechando el autor para reflexionar sobre la naturaleza humana y la robótica con una profundidad nada habitual en estas colecciones que se acerca de hecho a ciertos planteamientos asimovianos incluyendo el postrer sacrificio del altruista robot, que decide inmolarse voluntariamente para poder salvar a la humanidad. Evidentemente, nuestro autor prometía.



Esta novela es una narración típica de viajes por el tiempo, y un curioso antecedente, dentro de la obra de este autor, de la posterior Expedición al pasado. La narración recurre al viejo truco literario de un escritor -el alter ego del verdadero- que encuentra un manuscrito en el que un personaje desconocido para él relata una aventura fantástica. En este caso se trata de un joven ingeniero alemán que, a principios del siglo XXI, consigue desarrollar teóricamente una máquina capaz de viajar por el tiempo. Gracias a la ayuda de un mecenas consigue construirla y, cuando se dispone a probarla, recibe la visita de un sosias suyo procedente no del futuro, como creía, sino del más remoto pasado...

A partir de este momento comienza a desarrollarse una compleja trama de bucles temporales que conforman un tiempo cíclico, la cual los protagonistas no consiguen romper pese a sus esfuerzos... Y no es para menos, puesto que lo que se juega es la propia supervivencia de la especie humana en una Tierra donde, a causa de un diabólico artefacto construido por un científico demente, la vida se extingue una y otra vez sin que sea posible romper el ciclo maldito.

La novela, para tratarse de la obra de un principiante, es extremadamente compleja conforme a los parámetros de las colecciones populares y, aunque adolece de ciertos defectos típicos de un escritor novel, demuestra ya las buenas maneras que apuntaba Domingo Santos.



Aquí se aborda, como se desprende del título, uno de los temas más recurrentes en la literatura de ciencia ficción -el de los robots- que, paradójicamente, solamente abordaría Domingo Santos en otra ocasión, concretamente en la ya citada El Sol estalla mañana, escrita con posterioridad a ésta. Que a esas alturas Domingo Santos debía de conocer la obra de Asimov es evidente, puesto que ya en el prólogo se habla de robots cuyos cerebros positrónicos están controlados por algo muy similar a las leyes de la robótica... Y es precisamente ésta la piedra angular sobre la que se apoya el argumento.

Comienza la narración con la visita de un desconocido al protagonista, director de una fábrica de robots, al cual le ofrece los planos de un prototipo de hombre mecánico desarrollado por él mucho más avanzado que cualquier otro modelo jamás fabricado. Lamentablemente éste no está sometido a las restricciones de las leyes de la robótica, lo cual convierte su construcción en ilegal. Ante el rechazo de su propuesta el inventor se marcha airado, prometiendo construirlo por sus propios medios. Varios meses más tarde el director es invitado a comprobar las habilidades del ingenio cibernético, pero cuando llega al domicilio del inventor descubre aterrado que éste ha sido salvajemente asesinado, al parecer por el robot, el cual ha desaparecido llevándose consigo los planos. Poco después es asesinado también el ingeniero jefe de la compañía, que había estudiado los planos del revolucionario robot, e incluso el propio protagonista es también atacado. A ello sigue una serie de asesinatos en serie cuyo único móvil es, aparentemente, el robo.

Tras desatarse unos graves disturbios antirrobóticos que provocan el cierre de todas las empresas constructoras de hombres mecánicos, el protagonista descubre el refugio del robot asesino en el edificio abandonado de su propia factoría. Después de la inevitable lucha el robot es finalmente destruido, e igual suerte correrán sus planos ante el peligro que representaría la construcción de nuevos prototipos.

Resulta interesante comparar esta novela con la ya comentada El Sol estalla mañana por tratarse de los dos únicos casos dentro de su producción de bolsilibros -luego vendría Gabriel- en los que Domingo Santos aborda el tema de los robots. En ambas ocasiones se trata de robots de aspecto humano y entran en juego las leyes de la robótica, pero mientras en la novela de Luchadores el robot protagonista está tan sometido a ellas que acaba inmolándose en aras de la salvación de la humanidad, en esta ocasión el autor especula justo con la circunstancia opuesta, el posible comportamiento de un robot libre de las restricciones de las mismas.



Domingo Santos aborda aquí un tema tan poco habitual como es el de un Sol habitado por seres de fuego. Comienza la narración con los preparativos de una expedición tripulada al planeta Mercurio; puesto que las posibilidades de retornar a la Tierra son mínimas, se decide recurrir a una tripulación compuesta por condenados a muerte a los que se les promete el indulto en el caso de culminar la misión con éxito.

Durante el viaje un incidente provoca la destrucción accidental de los mandos dejando la nave a la deriva camino del Sol, donde se consumirá en un breve plazo de tiempo, pero la oportuna llegada de una astronave desconocida libra a los protagonistas de la muerte. Sus salvadores proceden de Sirio y, a la alegría de descubrir una humanidad hermana, se superpone la decepción de descubrir nuestro atraso cultural y tecnológico, que hace imposible el contacto entre ambas civilizaciones. Ya estaban dispuestos a retornar a su planeta de origen, cuando descubrieron la existencia de un peligro mortal para la Tierra: los habitantes del Sol.

Estos seres, descritos por el autor como unas bolas de fuego, viven en el interior del Astro Rey y sólo desde fechas muy recientes conocen la manera de poder viajar por el espacio, puesto que el frío los destruye. Pero en todo lo demás son completamente invulnerables, lo que los convierte en unos peligrosos enemigos ya que planean destruir la Tierra, simplemente por desprecio hacia sus habitantes. Los sirianos deciden defender a los indefensos terrestres, para lo cual es preciso aniquilar a los habitantes del Sol antes de que éstos puedan llevar adelante sus perversos planes; y lo hacen, con la ayuda de los náufragos, apagando literalmente al Sol gracias a una bomba de frío, tras lo cual invierten el proceso devolviendo al Sol a su estado normal, pero limpio ya de sus habitantes, antes de que la Tierra llegue a sufrir daños irreversibles.



El inicio de la narración no puede ser más trepidante: en su expansión por el universo la humanidad había llegado al final del mismo, una barrera de vacío absoluto que han denominado El Infinito. Aunque se creía que tras ella no existía nada, una nave penetró accidentalmente atravesándola hasta aparecer en otro universo aparentemente diferente del nuestro. La nave consiguió volver e, incitadas por su informe, las autoridades terrestres deciden enviar una patrulla de exploración a ese remoto lugar.

La astronave de los protagonistas llega a su destino sin incidentes dignos de mención, descubriendo con asombro que en ese universo parecen regir unas leyes físicas completamente distintas a las del nuestro. Tras una serie de trepidantes y originales aventuras, tan sólo un único superviviente conseguirá abandonar ese universo maldito retornando al nuestro con el cuerpo intacto -aunque envejecido-, pero con el alma herida irreversiblemente. La conclusión es tajante: hay infinitos universos, cada uno de ellos con sus propias leyes, y el hombre no puede pretender, en su soberbia, entenderlos ni, mucho menos, conquistarlos.


Publicado el 4-5-2001 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 15-11-2018