María Victoria Rodoreda, una escritora de bolsilibros





Pese a la existencia, dentro de la literatura popular española, de escritoras de la talla de Corín Tellado, Patricia Montes o Marisa Villardefrancos entre otras, lo cierto es que salvo en el subgénero de la novela rosa, o romántica, fueron muy pocas las autoras que se atrevieron con temas tan poco femeninos -recordemos que era la época del franquismo, con su tajante división entre los ámbitos de ambos sexos- como el del oeste, el bélico, el policíaco o la ciencia ficción, que como cabe esperar no fue ninguna excepción.

En realidad sí hubo algunas escritoras de ciencia ficción, pero en su inmensa mayoría su producción fue muy marginal: María Luisa Vidal Alfonso firmó quince novelas como J. Chandley en las colecciones de Bruguera; Mayte Bullón Díaz publicó una novela -una segunda, anunciada, al parecer se quedó en el tintero- en su editorial propia; María Graciela Nogués Juliá, también en Bruguera, escribió dos novelas bajo el seudónimo de Bab Fleming; María Victoria Sau Sánchez, alias Vic Sau, fue la guionista de un par de aventuras gráficas de la colección de Toray; Elia Fernández Ramos (Gaile Somar) publicó una novela en Galaxia 2001; Filomena Merchán Gemio aparece, como Lynn Merchang, en una novela de la colección Galaxia 2000, aunque al parecer en realidad ésta fue escrita por su esposo, José León Domíngez -Kelltom McIntire-... y para casi de contar, aunque también habría que tener en cuenta el caso de Àngels Gimeno, que colaboró con su esposo Rafael Barberán Domínguez bajo el prolífico seudónimo común de Ralph Barby aunque no llegó a firmar bolsilibros de ciencia ficción en solitario.

Sin embargo hubo una excepción notable, tan notable que con 113 novelas contabilizadas de ciencia ficción -aunque, como veremos más adelante, una parte importante de ellas fueron reediciones-, se convierte en uno de los escasos autores que superaron, el listón del centenar de obras: Luis García Lecha, Enrique Sánchez Pascual, Juan Gallardo Muñoz, Pedro Guirao Hernández, Pascual Enguídanos Usach, el dúo Rafael Barberán Domínguez y Àngels Gimeno, Ángel Torres Quesada... y María Victoria Rodoreda Sayol, a quien está dedicado este artículo.

Se da la circunstancia de que María Victoria era la esposa de otro notable autor de literatura popular, Juan Almirall Erliso (1931-1994), sumamente prolífico en otros géneros pero, a diferencia de su consorte, no en el de ciencia ficción al menos con firma propia; pero aunque salvo en contadas excepciones ambos mantuvieron sus respectivos seudónimos, según me comunicó una de sus hijas era habitual que colaboraran entre ellos, por lo que no resulta posible deslindar quien escribió cada una de las novelas que se publicaron bajo los seudónimos de uno u otro, contando también con la posibilidad de una autoría conjunta. Así pues, y ante la imposibilidad de hacer otra cosa, atribuiré a María Victoria la totalidad de las novelas firmadas con sus seudónimos o aquéllas de las que tengo plena constancia que escribió, aun a sabiendas de que no siempre pudo ser así.



Nuestra autora nació en Berga, provincia de Barcelona, aunque muy pronto se trasladaría a la capital, donde residió hasta su muerte, que tuvo lugar el 22 de julio de 2010 a los 79 años de edad. Allí conoció a su esposo, que había comenzado a escribir guiones y novelas y fue quien la animó a presentar sus primeros trabajos en las editoriales, comenzando así una extensa trayectoria como escritora. Más adelante, y dado que la demanda de originales fue creciendo extendiéndose a la totalidad de los géneros, ambos decidieron trabajar de forma conjunta, tal como he comentado anteriormente.

Como cabía esperar dado su lugar de residencia, María Victoria siempre se movió por las órbitas de las editoriales de la Ciudad Condal, Toray primero y más tarde Bruguera y Producciones Editoriales, heredera esta última de la también barcelonesa Ferma.

Una peculiaridad de María Victoria Rodoreda fue su afición a coleccionar seudónimos, hasta el punto de convertirse en la más prolífica, en lo que a éstos se refiere, de todos los autores españoles de ciencia ficción popular. Diecinueve en total son los que le tengo registrados, los siguientes en orden de mayor a menor utilización: Marcus Sidéreo -con las variantes Marcus Siderio y Markus Sidéreo-, Vic Logan, Master Space, Rand Mayer, Al Sanders, Boris Marcov, Holm van Roffen, Ian de Marco, Joseph Lane, Mark Donovan, Rock Marley, Douglas Kirby, Jack King, John Talbot, Kent Duvall, Lew Spencer, Ralph Benchmark, John Randall y Robert Delaine. Aunque los dos últimos eran seudónimos habituales de su esposo, los utilizó de manera excepcional para firmar las novelas Cuando todo termine, número 8 de la colección Infinitum, y Las moléculas, número 1 de la colección Ciencia Ficción de la editorial R.O., ambas reediciones de novelas firmadas con seudónimos suyos.

En realidad de todos ellos únicamente a los dos primeros se les puede considerar frecuentes en el mundillo de los bolsilibros de ciencia ficción, con 58 y 10 novelas respectivamente. Por el contrario, el resto de los seudónimos no pasaron de tener una presencia testimonial: Master Space y Rand Mayer fueron usados por la autora tan sólo en cinco ocasiones cada uno de ellos, mientras los quince restantes no pasaron de tres en el mejor de los casos.

Aunque desconozco las razones que motivaron tan desusado desdoblamiento, que supera con creces al de otro empedernido coleccionista de alias, José Mallorquí, que a lo largo de su carrera dentro del género tan sólo recurrió a unos 11, existe un indicio que nos permite suponerlas y comentaré más adelante: el camuflaje de las reediciones de sus antiguas novelas en las colecciones tardías de las décadas de 1970 y 1980.

Por si fuera poco, si a estos seudónimos sumamos también los que utilizó en otros géneros o los compartidos con su esposo, la cifra se incrementa de forma notoria. Stéphane Venanzi, un investigador suizo interesado en los bolsilibros españoles -algo que debería mover a reflexión a quienes aquí los menosprecian tan frívola como irreflexivamente-, ha identificado como suyos los siguientes, ninguno de los cuales usó en sus novelas de ciencia ficción: Donald Crosby, Eric Santo, Frank Loman, Hamel Dalton, Harrison Trilby, Harry Feldman, Herbert Shane, John Talbot, Kent Douglas, Lyonell Lane, Robert Coburn y Terence Parker... y la lista todavía podría quedarse corta, puesto que hay alguno más sin confirmar.

Esta profusión de seudónimos acarrea a su vez el nada baladí problema de su asignación precisa incluso en bases de datos tan presumiblemente rigurosos -aunque en la práctica no lo son tanto- como los propios catálogos de la Biblioteca Nacional. De hecho, un error en el catálogo general de esta institución lo hemos venido arrastrando durante años todos cuantos investigamos este tema: Los seudónimos Master Space, Jack King, Lew Spencer y Ralph Benchmark, atribuidos por la Biblioteca Nacional a Enrique Martínez Fariñas, pertenecen en realidad a María Victoria Rodoreda.



El desfacedor del entuerto fue Stéphane Venanzi y lo hizo aportando unas pruebas irrefutables, la comparación de las novelas originales de María Victoria, publicadas en las colecciones de Toray y Bruguera, con las reediciones camufladas de la colección Infinitum en las que ésta había cambiado tanto los títulos como los seudónimos; de aquí la dificultad en identificarlas previamente, máxime teniendo en cuenta que las novelas de esta colección, pese a ser una de las últimas publicadas en España, resultan bastante difíciles de encontrar en el mercado del coleccionismo.

Pero los resultados fueron irrefutables: en todos los casos se pudo comprobar que los textos eran idénticos, correspondiendo buena parte de ellos a los que María Victoria firmó con diferentes seudónimos, incluyendo los cuatro anteriormente citados. Así pues, asunto zanjado y al César lo que es del César.

Las novelas más antiguas de nuestra autora fueron publicadas en Espacio, la principal colección de Toray: tres firmadas como Marcus Sidéreo y otras tres como Vic Logan, a las que hay que sumar, en la segunda edición de Ciencia Ficción también de esta misma editorial, dos novelas firmadas como Vic Logan y otra más como Marcus Sidéreo; nueve en total, lo cual no es demasiado comparado con otros compañeros suyos. Su primer título, por cierto, fue el número 373 de Espacio, titulado El fin.

Años más tarde la colección Galaxia 2001, de la editorial Andina, reeditaría prácticamente todas -excepto una- sus antiguas novelas de Toray respetando, cosa que no ocurría siempre, los seudónimos con las que éstas fueron publicadas originalmente.

La explosión de María Victoria Rodoreda como escritora de ciencia ficción tuvo lugar en la posterior colección La Conquista del Espacio, de la editorial Bruguera, cuyo primer número, Enemigos indestructibles, es suyo y donde publicó nada menos que 46 novelas, la última de ellas Dictador del espacio, con el número 402; a éstas hay que sumar otras dos más en la colección hermana Héroes del espacio. A diferencia de sus colaboraciones con otras editoriales, la totalidad de su producción en Bruguera aparecería firmada bajo su seudónimo de Marcus Sidéreo, con diferencia el principal de todos ellos.

Su contribución a la literatura popular de ciencia ficción se completó con sus colaboraciones en la colección Infinitum de la editorial Producciones Editoriales, un sello que sin ser de los más importantes sí alcanzó una relativa longevidad -72 títulos- y asimismo tardío, puesto que estuvo activo entre los años 1980 y 1982, poco antes del gran colapso de los bolsilibros. De estos 72 títulos, en su totalidad reediciones muchas de ellas camufladas mediante un oportuno cambio de título y seudónimo, 47 fueron suyos, lo que supone nada menos que las dos terceras partes de la colección, correspondiendo el resto a Jesús Rodríguez Lázaro (Lucky Marty) con 15, Pedro Guirao Hernández (Peter Kapra) con 8 y José María Moreno García (Joe Mogar) con 2.



Lo más llamativo de todo es que, a diferencia de las colecciones anteriores de Toray y Bruguera, así como en las reediciones de Andina, en las que tan sólo utilizó los seudónimos Vic Logan y Marcus Sidéreo, en esta ocasión recurrió a todo su arsenal de noms de plume, la inmensa mayoría de los que cité anteriormente, entre los cuales se incluían, además de estos dos oficiales, otros dieciséis de uso exclusivo en esta colección incluyendo, tal como he comentado, alguno de los que utilizaba para firmar bolsilibros de otros géneros conjuntamente con su esposo.

¿A qué se pudo deber esta singular iniciativa? Ciertamente solía ser bastante habitual que un autor, sobre todo si éste era suficientemente prolífico, se desdoblara en varios seudónimos para camuflar su excesiva presencia en una misma colección, y así lo hicieron escritores como Luis García Lecha, Enrique Sánchez Pascual, Juan Gallardo Muñoz o Pedro Guirao Hernández. También hubo otros, como les ocurrió a Pascual Enguídanos, Vicente Adam o Domingo Santos, que se vieron obligados a hacerlo al colaborar en diferentes editoriales que les imponían una falsa exclusividad a través de los seudónimos.

Lo que resulta excepcional es que María Victoria Rodoreda recurriera a tantísimos seudónimos diferentes en una colección que no fue excesivamente larga y tan sólo publicó, según todos los indicios, reediciones de novelas procedentes en su mayor parte de La conquista del espacio, aunque también repescó algunas de Toray.

Dadas las leyes de la época, favorables para las editoriales, no es de extrañar que los autores intentaran buscarse la vida, y una de las maneras de hacerlo era conseguir que les reeditaran novelas antiguas ya que esto les ahorraba el esfuerzo de escribirlas. Cuando estas novelas procedían de colecciones desaparecidas, como era el caso de las de la editorial Toray, que cerró su sección de bolsilibros en 1972, no tuvieron demasiados problemas, aunque la editorial Andina, que compró su fondo editorial, no siempre negoció con los autores para la reedición de estas novelas que, en el caso de los bolsilibros de ciencia ficción, fue a través de Galaxia 2001.

Por el contrario, con los publicados originalmente en los sellos de Bruguera la situación era muy distinta. Cuando la colección Infinitum inició su andadura en 1980 La conquista del espacio llevaba ya diez años de existencia, lo que dada su periodicidad semanal supone más de quinientos títulos publicados. Y cuando tras publicar 72 números Infinitum cerró en 1982, a La conquista del espacio todavía le quedaban tres años más de vida. Aunque ya por entonces Bruguera había comenzado a reeditar títulos de sus colecciones propias, estas reediciones fueron escasas salvo en su etapa final, y además no era lo mismo hacerlo ella que lo hiciera la competencia.

Según tengo entendido en aquella época los autores recuperaban la propiedad de sus novelas a los diez años de su publicación y, al menos en teoría, podían disponer libremente de ellas; lo que no sé es si en la práctica esto resultaba tan simple. María Victoria, una firma habitual en la primera etapa de la colección, había dejado de publicar en La conquista del espacio en 1978 por razones que ignoro, por lo que era de esperar que muchas de sus reediciones de Infinitum no llegaran a alcanzar este plazo.

De hecho, resulta significativo que dos de sus primeras colaboraciones en La conquista del espacio, concretamente la primera -Enemigos indestructibles, nº 1- y la tercera -Muñecos de muerte, nº 10-, ambas publicadas en 1970, fueran las únicas que llegaron a ser reeditadas en Infinitum con los títulos y el seudónimo -Marcus Sidéreo- originales, algo que no se volvió a repetir ya que incluso su segundo bolsilibro de Bruguera -Habitáculo prohibido, nº 4-, también de 1970 pero reeditado con posterioridad a los dos anteriores, apareció camuflado con título y seudónimo cambiados.

No obstante, dado que Producciones Editoriales no respetaba el orden en el que fueron publicadas originalmente las novelas, el primer bolsilibro de María Victoria que apareció en Infinitum, con el número 5 y título y seudónimo distintos, corresponde al número 148 de La conquista del espacio, fechada en junio de 1973 y, por lo tanto, sin que hubiera transcurrido el plazo preceptivo de diez años. Y el segundo, número 7 de Infinitum y también cambiado, lo había sido con el número 161 tres meses después del anterior.

Así pues la razón del camuflaje parece estar bastante clara: se trataría de un intento de esquivar el límite de tiempo impuesto por la ley. En realidad ocultarse tras un seudónimo nuevo tampoco era una garantía de confidencialidad, ya que bastaba con consultar los anuarios del depósito legal -y desde 1972 también el ISBN- para descubrir la identidad real que se escondía tras éste aunque, como ya he comentado, tampoco resultaba un método infalible. En cualquier caso a Bruguera le habría bastado con comprar los bolsilibros sospechosos para cotejarlos con los suyos, ya que el texto era idéntico.



Curiosamente María Victoria publicó varias novelas recicladas antes de atreverse a dar la cara con las dos novelas citadas, algo que por las razones que fueran, pero que no resultan demasiado difíciles de suponer -puede que Bruguera le diera un toque, no tanto por la reedición en sí sino por hacerlo sin cambiar el título y el seudónimo-, no lo volvió a intentar. Lo que sorprende es que volviera a repetir la triquiñuela también con las novelas procedentes de Espacio y Ciencia Ficción, las dos colecciones de Toray, pese a que aparentemente esto no era necesario; y para complicar todavía más las cosas llegó a reeditar dos veces una misma novela de Ciencia Ficción, en Galaxia 2001 primero y en Infinitum después, sin variar en ninguno de los dos casos ni el título -El cerebro- ni el seudónimo -Vic Logan-. ¿Entiende alguien este embrollo?

Pero lo más surrealista de todo sería la repetición de una misma novela -Los desterrados, número 148 de La conquista del espacio y firmada como Marcus Sidéreo-, que fue reeditada dos veces en Infinitum, primero como Planeta Delko con el número 5 bajo el seudónimo Rand Mayer, y posteriormente como Expulsados con el número 38 y el seudónimo Master Space. Aunque desconozco si la responsabilidad de la chapuza correspondió a la propia autora o más probablemente a la editorial, me puedo imaginar el mosqueo de los lectores al encontrarse con que habían comprado dos veces el mismo bolsilibro de la misma colección.

No obstante, lo que le diferenció de sus compañeros de Infinitum no fue el cambio de títulos, una práctica bastante generalizada en esta colección, sino el uso y abuso de los seudónimos, ya que a diferencia de ella éstos sí mantuvieron los suyos: Jesús Rodríguez Lázaro el de Lucky Marty, Pedro Guirao Hernández el de Peter Kapra, que solía alternar -aunque aquí no lo hizo- con el de Walt G. Dovan, y José García Moreno el de Joe Mogar. Nada que ver, pues, con el apabullante arsenal desplegado por María Victoria Rodoreda.

Y aquí sí que carezco no ya de una explicación, sino tan siquiera de una simple hipótesis sobre tan insólito proceder, ya que si por las razones que fueran prefirió renunciar a los seudónimos que había usado anteriormente, le habría bastado con recurrir a uno nuevo o como mucho a dos, pero no a una batería de dieciséis a los que se sumaron además los dos antiguos. ¿Pudo deberse a un intento de borrar cualquier tipo de rastro que hubiera podido seguir Bruguera? Lo ignoro, pero lo cierto es que logró confundir incluso a la propia Biblioteca Nacional con los cuatro seudónimos que ésta asignó erróneamente a su colega Enrique Martínez Fariñas.

A consecuencia de esto sus novelas quedaron muy repartidas entre todos sus alter egos, de modo que los más prolíficos de todos ellos, Master Space y Rand Mayer, aparecieron tan sólo en cinco ocasiones; Al Sanders, Boris Marcov, Holm van Roffen, Ian de Marco, Joseph Lane, Mark Donovan y Rock Marley tres veces cada uno; Douglas Kirby, Jack King, John Talbot, Kent Duvall, Lew Spencer, Marcus Sidéreo y Ralph Benchmark dos y, por último, John Randall y Vic Logan firmaron únicamente una novela cada uno.

Por último, me he encontrado con el llamativo caso de una novela de la que existen dos versiones distintas. La versión original, entendiendo como tal la publicada en una fecha más antigua, concretamente 1969, es La hora de las células, número 41 de la segunda etapa de la colección Ciencia Ficción de la editorial Toray, firmada con el seudónimo Marcus Sidéreo. La segunda versión se titula Las moléculas y corresponde al número 1 de la efímera colección Ciencia Ficción de la editorial R.O. Es de 1980 y sorprendentemente está firmada con uno de los seudónimos de Juan Almirall... o casi, porque en lugar de Robert Delaney aparece Robert Delaine, aunque me inclino a pensar que pudiera tratarse de un error de imprenta ya que existen precedentes similares.



Para complicar todavía más las cosas La hora de las células fue a su vez reeditada, también en 1980, con el número 31 de la colección Infinitum de Producciones Editoriales. Aunque siguiendo la costumbre de la casa le fueron cambiados tanto el título, que se convirtió en ¡Células!, como el seudónimo -Ralph Benchmark-, el texto es idéntico al de su predecesora y el seudónimo corresponde asimismo a María Victoria Rodoreda.

No sucede lo mismo con Las moléculas, ya que aunque su argumento es idéntico al de La hora de las células, la redacción es diferente por completo e incluso están cambiados todos los nombres propios, de ahí que haya recurrido al término versión para definirla. Aunque no se trata de un caso único en el ámbito de los bolsilibros sí es bastante infrecuente, ya que ni los autores solían molestarse en reescribir sus novelas salvo que se vieran obligados a hacerlo tras serles rechazado un original, ni las editoriales eran demasiado escrupulosas a la hora de aceptar títulos ya publicados, en especial si ya había pasado suficiente tiempo, limitándose como mucho, tal como hemos visto, a cambiarles el título y el seudónimo. Y desde luego, lo que resulta innegable es que en este caso sí hubo una reescritura completa, aunque tan sólo afectara a la redacción y no al argumento.

Pese a que no puedo afirmarlo con certeza, la única hipótesis que se me ocurre, o al menos la que encuentro más verosímil, es que María Victoria escribiera una primera versión, llamémosle A, que le fue rechazada por la editorial, lo que le obligaría a reescribirla dando lugar a una versión B, o definitiva, que sería la publicada por Toray como La hora de las células y posteriormente reeditada por Producciones Editoriales como ¡Células! Por su parte Las moléculas correspondería a la versión A, o previa, rescatada para su publicación por la editorial R.O. once años después. Hasta aquí todo encaja razonablemente bien, pero ¿por qué no se limitó a reeditar una de sus novelas publicadas? ¿Por qué recurrió a un seudónimo de su esposo en lugar de usar uno propio o de inventarse uno nuevo? Teniendo en cuenta que Almirall no escribió -o al menos no firmó, ya que como he comentado ambos cónyuges se ayudaban mutuamente- ninguna novela de ciencia ficción, tampoco se puede considerar que fuera un intento de aprovecharse del prestigio que había adquirido en otros géneros.

A mí me llama la atención que Las moléculas fuera publicada el mismo año que la reedición de La hora de las células, justo cuando Infinitum estaba reeditando a todo trapo antiguos títulos de María Victoria. ¿Fue un intento de camuflar el doblete, aprovechando de paso un original -aunque no lo fuera del todo- olvidado durante más de una década en un cajón? ¿Recurrió a un seudónimo de su esposo para camuflar todavía más la triquiñuela, aunque una simple comparación de las dos versiones, tal como he hecho yo, hubiera bastado para descubrirla? Lamentablemente carezco de respuestas, como tampoco tengo manera de saber lo que habría ocurrido si la colección de R.O. se hubiera consolidado en lugar de alcanzar tan sólo tres números.

También cabe especular con otras hipótesis alternativas como, por ejemplo, la de suponer que Almirall escribiera la versión previa, es decir, Las moléculas, y que María Victoria la reescribiera convirtiéndola en La hora de las células; o bien que hiciera justo lo contrario reescribiendo la novela de su esposa, con posterioridad a la publicación de ésta, para presentársela a R.O. como un original suyo. Pero encuentro poco probable tanto lo uno como lo otro, primero porque los escritores de bolsilibros tendían a complicarse la vida lo menos posible -siempre que podían arramblaban con reediciones más o menos camufladas,- y segundo porque he encontrado algunos indicios que parecen avalar mi teoría de que Las moléculas fue la versión previa de La hora de las células: encuentro la redacción de Las moléculas menos elaborada que la de La hora de las células -aunque evidentemente se trata de una opinión subjetiva- y, sobre todo, me resulta llamativo que los seres con los que se enfrentan los protagonistas sean descritos en ambas versiones como células y no como moléculas, lo que parece indicar un precipitado -y poco afortunado- cambio de título para evitar coincidencias no sólo con la edición original sino también con la reedición de Infinitum. Pero insisto, nada es seguro.

Aunque los 113 bolsilibros -incluyendo Las moléculas- que tengo contabilizados colocan a María Victoria entre los autores más prolíficos de la ciencia ficción popular española, en realidad tan sólo la mitad de ellos, los 48 publicados en Bruguera y los 9 de Toray son inéditos, ya que tanto los 8 de Galaxia 2001 como la totalidad de los 47 de Infinitum fueron reediciones, sin que en sentido estricto tampoco se pueda considerar original a este último. Dado el balance de 57 títulos originales frente a 55 reediciones y una versión, cabe suponer que nuestra autora logró la proeza de ver reeditada la práctica totalidad de su producción, en ocasiones incluso más de una vez.

Además de los bolsilibros de ciencia ficción, una de sus hijas me comunicó que su legado es muy extenso, abarcando la totalidad de los géneros: romántico, bélico, espionaje, policíaco, terror, oeste... sin que ni ella ni su esposo dejaran ninguno por abordar. Asimismo firmó con su propio nombre, M. V. Rodoreda, numerosos guiones para cómics de colecciones tales como Hazañas Bélicas, Serenata, Babette, El Dúo Dinámico, Hazañas del Oeste... Por último, adaptó guiones de cuentos clásicos editados principalmente por las editoriales Toray y Bruguera.

A raíz del colapso de las colecciones de bolsilibros y de la práctica totalidad de la literatura popular a mediados de los años ochenta, que por lo general supuso un mazazo para todos los que habían hecho de ella su profesión, María Victoria se apartó del mundo editorial, mientras su esposo todavía continuaría vinculado a él durante algún tiempo alternándolo con otras actividades.

Para terminar, deseo agradecer a su hija la ayuda prestada para la elaboración de este artículo.




Para consultar la relación completa de bolsilibros de ciencia ficción escritos por María Victoria Rodoreda, pulse aquí.


Publicado el 16-11-2010 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 10-12-2023