La hora incógnita, una película
de
ciencia ficción de Mariano Ozores
Ilustración
tomada de
Como en botica
En el mundillo del cine se ha acuñado el término película maldita para definir a aquellas cintas que, por una u otra razón, han sido víctimas de la mala suerte. Dentro del ámbito de Hollywood acostumbran a aplicarlo de forma más bien esotérica cuando median circunstancias extrañas del tipo de muertes o percances inexplicables de personas vinculadas a ellas, lo cual da pie a todo tipo de especulaciones. Por el contrario en nuestro país y, supongo, también en el resto de Europa, el concepto es bastante más prosaico, refiriéndose por lo general a películas con mala suerte que tropezaron con problemas de producción, fueron masacradas por la censura, fracasaron comercialmente y, por uno u otro motivo, acabaron arrinconadas en algún olvidado almacén conocidas tan sólo, y eso con suerte, por algunos estudiosos.
Son varios los casos conocidos de películas malditas españolas tales comoLos jueves milagro (1957) de Luis García Berlanga, El inquilino (1957) de José Antonio Nieves Conde, El mundo sigue (1963) y El extraño viaje (1964) de Fernando Fernán Gómez o, más recientemente, Manolete (2008) de Menno Meyjes. Eso sin contar, claro está, con las quijotescas -nunca mejor dicho- tribulaciones del británico Terry Gilliam y su particular versión del Quijote, un proyecto que se saldó con ocho intentos de rodaje fallidos a lo largo de dos décadas y no pudo ser estrenado hasta 2018 tras vencer todo tipo de enredos judiciales, cosechando por si fuera poco un fracaso en taquilla. Sí, ya lo sé, Terry Gilliam es inglés, pero nadie puede discutir la españolidad de su cinta.
Otro ejemplo de película maldita, aunque en esta ocasión mucho menos conocida -de hecho yo desconocía su existencia hasta hace muy poco- es La hora incógnita, rodada en 1963 y estrenada en 1964. Lo más llamativo es que se trata de una obra escrita y dirigida por el prolífico Mariano Ozores, especializado en comedias ligeras y nada sofisticadas sin mayores pretensiones que una buena recaudación, lo que le acarreó una fama negativa dentro del cine español pese a ser el responsable de varias de las películas más taquilleras de nuestro cine y haberse hartado a decir que él no buscaba hacer arte, sino tan sólo entretener al espectador... y de paso vivir de ello, una pretensión completamente legítima.
Sin embargo, La hora incógnita es una excepción en su filmografía ya que se trata de su primer y único intento de hacer cine de más altos vuelos, el cual se saldó con un descalabro económico ya que a su alto coste, el cuádruple de lo habitual, y a la falta de ayudas oficiales, se sumó su fracaso en taquilla, provocando la quiebra de la productora familiar que Mariano Ozores compartía con sus padres y hermanos. La consecuencia fue, según sus propias palabras, que desde entonces me prometí a mí mismo que sólo haría la película que quisiera ver el público y le gustara . De poco serviría que La hora incógnita obtuviera buenas críticas y que José Luis Ozores, uno de sus protagonistas, fuera galardonado con el Premio del Sindicato Nacional del Espectáculo; la película fue archivada y poco más es lo que se pudo saber de ella, siendo probable que ni siquiera llegara a pasar al circuito de cines de sesión continua pese a que, vista en retrospectiva cincuenta y tantos años después de su estreno, sigue resultando interesante, por lo que es una lástima que no hubiera tenido más suerte ya que ciertamente se la merecía.
La hora incógnita es una rareza dentro no ya de la filmografía de su director, sino del cine español de su época, nada proclive a temáticas fantásticas, ya que se la puede considerar perteneciente al género de la ciencia ficción por más que carezca de toda la parafernalia típica de las películas de serie B tan populares entonces. Más en concreto se trata de una distopía basada en el temor -recordemos que fue rodada en plena Guerra Fría, apenas un año después de la crisis de los misiles de Cuba- a la guerra nuclear.
Y aunque durante el período álgido de la Guerra Fría la posibilidad de un conflicto atómico fue tratada por el cine anglosajón en diversas ocasiones, como fue el caso de La hora final (1959) de Stanley Kramer, Pánico infinito (1962) de Ray Milland o Punto límite de Sidney Lumet y la celebérrima ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú de Stanley Kubrick, ambas de 1964, en España, al menos que yo sepa, La hora incógnita fue un intento único de abordar una temática que, a causa de la relativa lejanía, el aislamiento político y la censura informativa impuesta por el franquismo -recordemos el oscurantismo con el que se trató el accidente de Palomares, poco más de un año posterior al estreno de la película-, no interesó lo más mínimo a la industria cinematográfica nacional. Dicho sea esto en homenaje a un director tan poco valorado, quizá injustamente, como Mariano Ozores.
Es una lástima que el descalabro sufrido le encaminara hacia otros derroteros ya que, aunque no se pueda considerar a La hora incógnita como una obra maestra, sí es una clara muestra de que su director y guionista podría haber alcanzado unas cotas más altas en su producción posterior de haber alcanzado el éxito que se le negó.
Asimismo, ya puestos a especular, me pregunto cuanto podría haber mejorado esta película de haber contado Ozores con la colaboración de guionistas tan significados como Chicho Ibáñez Serrador, llegado a España justo por entonces, Antonio Mercero, también al inicio de su carrera, o el genial Rafael Azcona, que estuvo tras buena parte de las mejores películas españolas rodadas durante más de medio siglo, incluyendo varias de las más afamadas de Luis García Berlanga. Aun con ello Mariano Ozores escribió un guión bastante sólido, al cual tan sólo se le podrían reprochar las forzadas concesiones moralistas inevitables en la época, por más que careciera del espíritu trasgresor de Berlanga o de la crítica social de Fernando Fernán Gómez, por poner dos ejemplos.
Escena de la
evacuación rodada en la estación de Alcalá de
Henares
El argumento de la película no puede ser más sencillo: por motivos accidentales que no son explicados, como tampoco lo es su procedencia, un misil cargado con cabeza nuclear se ha desviado de su trayectoria e irá a impactar en una innominada ciudad española de provincias en el plazo de unas horas. La película comienza con la febril evacuación de la ciudad, que queda convertida en una población fantasma; pero por diversas razones unas cuantas personas han quedado atrapadas en ella sin posibilidad de escapar.
Durante sus cien minutos de duración se relatan, en tiempo prácticamente real, los intentos desesperados de este pequeño grupo, primero por separado y finalmente reunidos sus integrantes, por escapar de la muerte con tan sólo dos horas por delante, de la cual tan sólo se podrán salvar dos de ellos gracias a una moto cedida altruistamente por el sacerdote, que se convertirá en el elemento aglutinador del colectivo así como -era inevitable dada la época- en su sostén anímico. La película termina en el momento en el que el misil impacta sobre la ciudad, fundiendo a negro con un rótulo que reza: Esto puede suceder en cualquier lugar... en cualquier momento... ahora mismo . Por fortuna, la profecía no se llegaría a cumplir.
La base de la historia es la interrelación entre los distintos náufragos en unas circunstancias tan dramáticas, de muchos de los cuales no se llega a conocer ni siquiera su nombre propio limitándose a aparecer como meros arquetipos: el borracho, el ladrón, la prostituta, los amantes, el anciano, las dos cotillas, la dependienta y el director de los grandes almacenes, el fugitivo, el policía, el sacerdote y el matrimonio con el niño... dieciséis en total. La idea era buena ya que lo que importaba no era tanto la historia personal de cada uno de ellos, sino sus diferentes reacciones ante una situación tan excepcional, pero ahí es probablemente donde más flojea la película a excepción de un José Luis Ozores auténticamente genial en su papel de borracho.
Por el contrario su hermano Antonio no logra adaptarse a una actuación dramática -la del ladrón- alejada por completo de sus habituales papeles cómicos, a los cuales no logra sobreponerse, mientras el sacerdote encarnado por Fernando Rey se muestra acartonado y muy alejado de la capacidad interpretativa de este gran actor. Algunos de los secundarios -aunque la película tiene un marcado tono coral- son tan inverosímiles como las dos cotillas que han perdido el último tren por culpa de su empeño en husmear en las abandonadas viviendas ajenas, o el anciano que renuncia a la evacuación para buscar a su gato... sin encontrarlo. El resto de los personajes tampoco están demasiado bien perfilados y, salvo en algunos casos, ni siquiera se llega a saber por qué razón no han huido a tiempo cuando tuvieron posibilidad de hacerlo.
No obstante estos detalles, el mejor acierto de la película es, con diferencia, su acertada ambientación. Rodada en su totalidad de noche, la fotografía en blanco y negro de Godofredo Pacheco es auténticamente magistral, ya que contribuye a crear una atmósfera inquietante desde la escena inicial, con el último tren repleto de evacuados partiendo apresuradamente de la estación, hasta el fundido en negro que sustituye al tradicional FIN. Todos los exteriores son nocturnos con la única iluminación de los semáforos y los letreros luminosos, y la vista de las diferentes calles completamente vacías y repletas de objetos abandonados con precipitación, desde muebles y enseres hasta vehículos, o el bar -éste era real, lo conocí durante muchos años aunque hace ya mucho tiempo que desapareció- en el que entra el borracho, sin más signos de vida que el teléfono descolgado o el grifo de la cerveza abierto, contribuyen a crear una atmósfera tan inquietante como acertada. Y desde luego la renuncia al convencional final feliz fue otro considerable acierto, aunque sin duda esto debió de contribuir a su fracaso comercial.
Poco más se puede añadir, salvo insistir en que La hora incógnita, sin ser una película redonda, tiene unos aciertos notables entre los que no es el menor su acendrada originalidad, por lo que merecería ser rescatada del olvido en el que ha estado sumida durante tantos años.
Escenas rodadas en
la calle Mayor de Alcalá de Henares
Respecto a la ficha técnica, cabe reseñar que fue rodada en Alcalá de Henares - la emblemática calle Mayor complutense se convierte en auténtica protagonista-, Torrelaguna -a esta localidad pertenecen las escenas de la iglesia-, Guadalajara, El Escorial y Madrid. La música, muy acertada, fue compuesta por Adolfo Waitzman. Los actores principales, además de los ya citados, fueron Emma Penella, Carlos Ballesteros, Mabel Karr, Enrique Vilches, Mercedes Muñoz Sampedro, Mari Carmen Prendes, Elisa Montés, Rafael Arcos, Carlos Estrada, Luis Prendes, Julia Martínez y Jesús Puente, un reparto ciertamente de lujo.
Curiosamente su singularidad dentro de la cinematografía española no es tal si la comparamos con la ciencia ficción escrita de su época, básicamente las colecciones de bolsilibros, ya que conozco varias novelas que cuentan con argumentos relativamente similares incluyendo alguna de Pascual Enguídanos; pero no fueron éstas las fuentes de inspiración de Mariano Ozores sino, tal como él mismo ha dicho, las películas norteamericanas anteriores a la suya, en especial la ya citada La hora final, así como las noticias internacionales que, aun filtradas por la censura, lograban llegar a los periódicos españoles.
Poco más me queda por añadir, salvo que si tienen ocasión de verla no lo duden; merece realmente la pena.
Publicado el 26-6-2018