La serie de Bill, héroe galáctico
o como dar gato por liebre





Acabo de leer Bill, héroe galáctico, en el planeta de los diez mil bares. Y aunque mi opinión sobre esta novela es completamente negativa, desearía matizar una cuestión importante: No fue escrita por Harry Harrison, sino por el para mí desconocido -y me temo que lo seguirá siendo- David Bischoff, justo el que aparece con letra pequeña debajo del nombre, en letras de mucho mayor tamaño, de Harry Harrison.

Para conocer mejor la historia de este libro, y en general de la serie que continuó a la descacharrante novela original de Harry Harrison, es necesario acudir al artículo dedicado a ésta en la edición inglesa de la Wikipedia, puesto que la española no dice absolutamente nada.

Tras el merecido éxito del libro original, la editorial propuso al autor escribir una serie, lo cual no hubiera sido una mala idea de no ser porque, por razones que desconozco, se convirtió en lo que eufemísticamente se denomina un universo compartido, algo que yo suelo identificar, salvo excepciones, con una tomadura de pelo al lector -y una descarada manera de hacer caja- camuflada bajo el nombre de un autor prestigioso.

De hecho, de las seis secuelas que llegaron a ser publicadas Harrison escribió tan sólo una de ellas, la primera, Bill héroe galáctico en el planeta de los esclavos robots, que no desmerece de su antecesora. Por el contrario, las otras cinco aparecieron cofirmadas -siempre en letra pequeña- por otros autores, en concreto dos por David Bischoff y las restantes por Robert Sheckley, Jack Haldeman y David Harris.

La realidad es más prosaica, ya que según reconoció el propio Harrison él tan sólo aportó la firma y el nombre del personaje. Y digo el nombre porque, como explicaré más adelante, al menos en este caso el Bill apócrifo se parece al original como un huevo a una castaña.

Aparte de las dos novelas originales de Harry Harrison tan sólo he leído la citada de Bischoff, y ciertamente no me extraña que, tal como recoge la Wikipedia, Harrison acabara muy cabreado del experimento, reconociendo que había cometido un error pero que era un escritor profesional y que se ganaba la vida con eso, lo que hace sospechar que renegó de la serie -salvo de su propia novela- pero no del dinero que le pagaron.

Centrándonos en la novela de Bischoff, y con independencia de los valores literarios de ésta, lo cierto es que cualquier parecido con las de Harrison es pura coincidencia a excepción del personaje principal, y eso con muchos reparos ya que según avanza la narración las similitudes entre el Bill original y el de Bischoff se van difuminando hasta desaparecer por completo.

No es esto lo más grave. Aunque no soy aficionado a estos experimentos de universos compartidos, ya que pienso que el mundo literario de un autor suele ser algo tan personal como el cepillo de dientes, entiendo que si se hacen tiene que ser con la condición de que el autor invitado se mimetice lo suficiente para integrarse sin chirridos en la obra original, un criterio tan viejo al menos como el Quijote de Avellaneda. Ciertamente podrá dar rienda suelta a su imaginación y explorar caminos que el autor original dejó sin abordar, pero siempre ajustándose lo mejor posible a los parámetros de éste... lo que raras veces ocurre.

Por lo general, y por las razones que sean incluyendo la vanidad del imitador, esta regla no suele cumplirse. Un ejemplo conocido es el de la Segunda Trilogía de la Fundación, encargada por los herederos de Asimov -money is money- a tres escritores tan prestigiosos como Gregory benford, Greg Bear y David Brin. Mientras Bear y Brin sí cumplieron razonablemente con este precepto escribiendo unas novelas respetuosas con el original asimoviano, benford, cuyo estilo era muy distinto, hizo de su capa un sayo, con el agravante de que al ser la suya la primera forzó a sus colegas a tragar con sus innovaciones, con lo cual el mal fue aún mayor. En este caso concreto el problema no estribaba en que la novela de benford fuera mala, que no lo era, sino en que su encaje en el universo de Asimov estaba hecho a martillazos.

Con la novela de Bischoff pasa exactamente igual, pero en una proporción todavía mayor ya que desde el mismo principio tienes la sensación de que ésta no tiene que ver absolutamente nada con la genial gamberrada pergeñada por Harrison. De hecho, me recuerda bastante más a las disparatadas y surrealistas peripecias de la serie del Autoestopista galáctico, aunque sin llegar ni de lejos a su altura. Por si fuera poco la novela va flojeando cada vez más hasta llegar a un final tan absurdo como decepcionante, por lo que ni siquiera considerándola como una narración independiente se puede decir de ella nada más que “yo que tú no la leería, forastero”. Por fortuna no es ni demasiado plúmbea ni demasiado larga, por lo que al menos conseguí terminarla, que no es poco, eso sí a disgusto.

Y a todo esto, ¿quién es el interfecto? Según la Wikipedia en inglés, ya que en la española ni tan siquiera aparece, David Bischoff (1951-2018) tenía un perfil típico de negro por mucho que consiguiera firmar sus novelas siquiera como autor secundario. Además de las dos secuelas de la serie de Bill, se especializó en novelizar películas y series de ciencia ficción, algo que para mí no es precisamente una garantía puesto que cae dentro del mercantilismo editorial más descarado y oportunista, y escribió varios guiones. Cuenta también con unas 75 obras originales de las que no sé absolutamente nada, puesto que en nuestro país, a excepción de estas dos imitaciones, es un completo desconocido.

Buscando en la base de datos de mi biblioteca he encontrado un relato suyo, del que no recuerdo nada en absoluto, en una antología de la colección de Ultramar, y no creo que tenga mucho más publicado en español. En cualquier caso, y dada la experiencia, mi interés por leer la segunda de sus adaptaciones de Bill héroe galáctico es literalmente nulo.

En cuanto a las tres novelas restantes, la única por la que siento cierto interés es la de Robert Sheckley, Bill en el planeta de los cerebros embotellados, ya que Sheckley es un escritor que siempre me ha gustado y su humor cínico y socarrón podría encajar mejor con la obra de Harrison... aunque nunca se sabe.

Lo poco que he leído de Jack Haldeman, hermano de Joe Haldeman -apenas cinco relatos publicados en sendas revistas-, no me llamó especialmente la atención en ninguno de los sentidos, y en cuanto a David Harris, del que no he leído absolutamente nada, lo único que puedo decir de él es que ni siquiera aparece en la edición inglesa de la Wikipedia.

Así pues, salvo quizá el libro de Sheckley, por el que tampoco estaría dispuesto a pagar demasiado, como no sea que los encuentre en el rastro por un euro dudo mucho que llegue a comprarlos... y a leerlos.


Publicado el 11-7-2020