Yo, Curtis Garland
La autobiografía de Juan Gallardo Muñoz





Desde hace ya muchos años, llevo insistiendo en denunciar la injusticia que supone el desdén, cuando no el menosprecio y el olvido, con el que los ámbitos culturales españoles han tratado habitualmente a los autores de la literatura popular de nuestro país, tanto escritores como dibujantes, a los que sólo en contadas excepciones se les ha reconocido su valía y aun en esos casos -véase por ejemplo los de Víctor Mora, Ambrós o Ibáñez- tampoco se libraron en ocasiones, utilizando una frase coloquial, de pasarlas literalmente canutas. Incluso escritores de la importancia de Marcial Lafuente Estefanía o la recientemente fallecida Corín Tellado fueron sistemáticamente menospreciados por esos exquisitos incapaces, eso sí, de vender más allá de un puñado de sus propios libros, e incluso Francisco González Ledesma -otro de los grandes- tuvo que ganar el premio Planeta para ser redimido de su estigma de escritor de bolsilibros.

A este menosprecio, tan injusto como real, se sumó por si fuera poco un régimen de auténtica explotación de estos autores por parte de las editoriales que, amparadas en unas leyes abusivas, los exprimían como si fueran limones, negándoles hasta algo tan fundamental como poder firmar con su propio nombre condenándolos, ocultos como se veían tras unos pintorescos seudónimos presuntamente anglosajones, a una clandestinidad literaria que trajo como consecuencia que, durante mucho tiempo, se ignorara a quienes correspondían.

Sin embargo, y a pesar de todo, estos obreros de la literatura, como me gusta calificarlos con cariño, eran unos excelentes profesionales capaces de ejercer con dignidad -aunque nunca se les reconociera- la tarea de alimentar con sus modestas novelitas o historias gráficas la imaginación de varias generaciones de españoles, la mía incluida, razón ésta que por sí sola bastaría para tenerles que estar agradecidos.

Sin embargo no ha sido hasta ahora, dos décadas después del colapso definitivo de la literatura de kiosco, cuando han empezado a conocerse con cierta profundidad la vida -no siempre fácil- y las condiciones de trabajo de estos autores... demasiado tarde, por desgracia, puesto que muchos de ellos ya habían fallecido y tan sólo disponemos, con suerte, de referencias indirectas de sus familiares más cercanos o de personas que los llegaron a conocer personalmente, eso sin olvidar a todos aquellos, desgraciadamente muy numerosos, de los que apenas si sabemos todavía hoy tan sólo sus nombres y apellidos.

Y si son muy pocos los autores de bolsilibros de los que se conocen con cierta precisión sus avatares laborales y personales, si nos ceñimos al ámbito de la ciencia ficción podremos contarlos literalmente con los dedos de una mano: Pascual Enguídanos, gracias a los aficionados a la Saga de los Aznar -aunque él escribió mucho más, abordando prácticamente todos los géneros-; Ángel Torres Quesada, que merced a varios artículos y al serial La memoria estelar, publicado en internet y lamentablemente interrumpido hace un par de años, nos introdujo con su gracejo gaditano en el complejo mundillo editorial de la época; Luis García Lecha, del cual gracias a una iniciativa gestada en su Rioja natal disponemos de un libro mitad biográfico mitad literario en el cual tuve la satisfacción de participar... y poco más, salvo los libros dedicados a la literatura popular y a la ciencia ficción españolas de la desaparecida editorial Robel, los trabajos del recientemente fallecido Salvador Vázquez de Parga que publicara Glénat, el libro dedicado al cincuentenario de la colección Luchadores del Espacio promovido por la Universidad de Valencia en el cual asimismo intervine, mi propio libro de Luchadores del Espacio, mis artículos en el Sitio de Ciencia Ficción... y poco más, al menos que yo sepa.

Por esta razón la reciente aparición de Yo, Curtis Garland, la autobiografía de Juan Gallardo Muñoz publicada por la pequeña, pero activa, editorial Morsa supone una importantísima aportación al estudio de la literatura popular española por la cual debemos, sin duda alguna, felicitarnos. Primero, porque Juan Gallardo fue sin discusión uno de los principales autores de bolsilibros -su producción rebasa los 2.000 títulos- y asimismo uno de los más asiduos colaboradores en las colecciones de ciencia ficción a lo largo de medio siglo, que no es decir poco, y segundo porque al menos en esta ocasión es por suerte el propio autor quien nos relata su intensa -en todos los sentidos- y fructífera vida, algo que sólo cuenta con el precedente, al menos dentro del ámbito de la ciencia ficción, de los ya comentados artículos de Ángel Torres Quesada, escritos sin ánimo -pese a su título genérico- de convertirse en unas memorias autobiográficas.

Por el contrario el libro de Juan Gallardo sí da un repaso a su larga vida -nació en 1928, y todavía continúa literariamente activo- haciéndonos partícipes de su dura infancia como niño de la guerra y la posguerra -así se inicia la narración- y de sus sorprendentes y variopintas actividades en esa España gris del franquismo: hijo de actores profesionales y marcado por la temprana separación de sus padres, algo totalmente inusual en la época, él mismo intervendría durante algún tiempo en el mundo de la farándula con notables resultados, ejerciendo también oficios tan dispares como periodista -se muestra orgulloso de haberse codeado con importantes estrellas de Hollywood-, guionista cinematográfico, dramaturgo... y escritor de bolsilibros, que a la postre acabaría siendo su principal actividad en editoriales tan significadas como Bruguera, Rollán o Toray, entre otras, la cual no abandonaría ya hasta que el colapso de la literatura popular, allá hacia mediados de la década de los ochenta junto con los coletazos finales durante los primeros años noventa del pasado siglo, acabara de forma abrupta con lo que hasta ese momento había sido su medio de vida.

El libro, escrito con la agilidad característica de alguien tan habituado a hacerlo como Juan Gallardo, nos da obviamente su propia versión personal de su vida y de su actividad literaria, muy distinta evidentemente de como la hubiera escrito otra persona desde fuera. Éste es bajo mi punto de vista uno de sus principales méritos, ya que la subjetividad es en este caso un valor añadido que nos ayuda a entender mejor a la persona, algo que, huelga decirlo, no le hubiera sido posible reflejar a un estudioso de su obra.

Claro está que a mí me hubiera gustado -la cabra siempre tira al monte- encontrar en el libro más información sobre su faceta de escritor de ciencia ficción, pero teniendo en cuenta que, pese a su importancia, ésta fue tan sólo una de sus muchas actividades, de haber sido así el libro habría quedado sin duda desequilibrado... amén de que, huelga decirlo, el autor es muy libre de dar a su autobiografía el enfoque que le parezca más oportuno, que sin duda será el más acertado o, cuanto menos, el más cercano a sus deseos, lo que en esencia viene a ser casi lo mismo.

Hay un detalle fundamental que no puedo dejar pasar por alto: la presencia continua a lo largo de todas sus páginas de Tere, su esposa, fallecida en febrero de 2008 tras 56 años de feliz matrimonio. Juan Gallardo amaba profundamente a su esposa -de ello da cumplida cuenta en el libro-, la cual fue además no sólo un importante apoyo en su vida, sino asimismo una notable colaboradora en sus actividades literarias. Su desaparición hace ahora algo más de un año supuso un terrible mazazo para nuestro autor, que no obstante intentó sobreponerse a la desgracia de la mejor manera que sabía hacerlo, escribiendo y dedicando sus trabajos -como esta autobiografía- a ella. Tal como he comentado en el artículo que le dedico en la serie de La gran historia de las novelas de a duro, últimamente ha publicado una novela policíaca ambientada en el Siglo de Oro -La conjura-, un par de libritos de ciencia ficción, en colaboración con Francisco Caudet, dirigidos al mercado hispanoamericano, varias biografías, esta autobiografía... lo cual, para una persona que acaba de cumplir los ochenta años, nos da cabal idea de su enorme vitalidad.

Felicito a Juan Gallardo por su trabajo, en el convencimiento de que supone una aportación fundamental -y además de primera mano- para un mejor conocimiento de ese mundo, hasta hace poco tan desconocido, de la literatura popular española; pero he de felicitarlo también por haber sido capaz de abrirnos su vida y su alma mostrándonos un caleidoscopio de experiencias difíciles de entender en nuestro mundo actual, tan diferente -pero no necesariamente mejor en todos sus aspectos- de esa difícil época de la historia de España que le tocara vivir y que tan nítidamente nos relata.

Enhorabuena, don Juan Gallardo... aunque yo, al igual que sus editores, prefiero llamarle también Curtis Garland.


Publicado el 20-6-2009 en el Sitio de Ciencia Ficción