La torre de los siete jorobados
Una singular novela fantástica española





Aunque resulta sobradamente conocida la historia de esta curiosa novela fantástica, llevada al cine por Edgard Neville -madrileño de lo más castizo a pesar de su anglosajón nombre-, su reciente lectura en la reedición de Valdemar me ha movido a escribir un artículo sobre ella, fundamentalmente debido a que el escritor que la imprimió su aspecto característico no fue Emilio Carrere, autor oficial de la misma, sino quien entonces ofició de negro para ampliar una novela corta del anterior, el entonces todavía joven Jesús de Aragón, alias Capitán Sirius, uno de los reconocidos precursores de la ciencia ficción española.

Pero no nos anticipemos. Aunque a grandes rasgos la historia de esta novela era ya conocida, e incluso gracias a Agustín Jaureguízar se conocía la identidad del negro que la había terminado, la investigación realizada por Jesús Palacios, prologuista de la citada reedición, no deja lugar a dudas sobre la autoría de uno y otro, ya que este investigador llega a identificar, con total precisión, los capítulos escritos por cada uno de ellos. Y las conclusiones son realmente curiosas.

En realidad, según afirma Jesús Palacios, no es que Jesús de Aragón completara una novela dejada inconclusa por Carrere, algo por otro lado bastante habitual dentro del mundillo del folletín, sino que éste, conocido en su época con el merecido apodo de Rey del refrito, acostumbraba a colocar a los editores, valiéndose del prestigio de su nombre, obras presuntamente inéditas pero que ya habían sido publicadas anteriormente, bien retocándolas ligeramente para camuflarlas, bien cambiándoles tan sólo el título. Esta picaresca práctica, que trae de cabeza a los estudiosos de la obra de Carrere, fue la responsable de que La torre de los siete jorobados viera la luz tal como la conocemos.

La historia ocurrió así. Un editor solicitó a Carrere, en 1923, el original de una novela que este autor se apresuró a entregar... y a cobrar. Pero cuando el editor se dispuso a imprimirla, descubrió con sorpresa que se trataba de un batiburrillo en el que se mezclaban una novela corta y, para hacer bulto, una serie de hojas que nada tenían que ver con ella. Requerido Carrere a cumplir con su compromiso éste se negó en redondo a hacerlo, por lo cual al atribulado editor no le quedó otra opción que la de recurrir a un escritor entonces novel -Jesús de Aragón- encomendándole la ingrata tarea de ampliar el relato hasta que éste alcanzara la extensión deseada, por supuesto sin que su nombre apareciera por ningún lado.

Aragón aceptó al ver en ello una posibilidad de abrirse paso en el difícil campo de la literatura a la que quería dedicarse de forma profesional, pero ciertamente la tarea no era fácil. Según Palacios lo que Carrere había entregado, una vez eliminado el relleno, era el manuscrito original de Un crimen inverosímil, una novela corta que ya había publicado un año atrás. Esto complicaba notablemente su tarea, puesto que no se trataba de rematar un relato inconcluso, sino de ampliar una narración completa que contaba con un principio y un final... Pero el joven Aragón no se arredró, poniéndose manos a la obra; y con éxito, a juzgar por las alabanzas recibidas tanto por el editor como, en un alarde de cinismo, por el propio Carrere, que de esta manera se encontró con la gloria de un éxito literario sin necesidad de esforzarse lo más mínimo.

En fin, se trata de una miseria más dentro del duro y difícil campo de la literatura, donde unos cardan la lana y otros se llevan la fama. Pero volvamos a la novela. Lo que a mí me interesa especialmente es resaltar la contribución de Jesús de Aragón, comparándola con el texto original de Carrere. Para ello voy a seguir, a modo de guía, el desglose de capítulos realizado por Jesús Palacios aunque, a diferencia de éste, voy a intentar ir más allá analizando las aportaciones de este escritor desde un enfoque argumental.

En esencia, Jesús de Aragón solventó la dificultad de prolongar un relato completo de una manera tan sencilla como efectiva: cortó el texto de Carrere por la mitad e incluyó sus propios capítulos en la zona media de la nueva novela, respetando tanto el principio de la misma como el final, una solución sin duda más arriesgada que la simple reescritura completa debido al peligro de que ambos estilos literarios -algo tan personal, casi, como la propia firma- chirriaran. Para evitarlo, Aragón intentó asimilar el estilo de Carrere para poderse mimetizar con él, cosa que consiguió con bastante acierto aunque no sin esfuerzo, puesto que necesitó leer previamente toda la obra literaria de este autor que le pudo proporcionar el editor. Otra muestra de su habilidad fue la introducción de personajes tomados de otras novelas de Carrere, lo que sin duda contribuyó a dar verosimilitud a la mistificación.

Según el estudio de Jesús Palacios, la autoría de La torre de los siete jorobados puede establecerse de la siguiente manera: los capítulos 1 a 5, 11, 14, 28 y 29 serían de Carrere; los capítulos 6 a 10, 12, 13 y 16 a 27 corresponderían a la mano de Aragón y, por último, el capítulo 5 sería de autoría conjunta, puesto que la primera parte del mismo pertenecería a la obra original de Carrere, y la segunda a Aragón. En total, tendríamos nueve capítulos y medio de Carrere frente a los diecinueve y medio de Aragón; las cifras lo dicen todo. Como puede comprobarse, la inclusión de la parte de Aragón en el texto original de Carrere fue muy limpia y casi sin interpolaciones, puesto que de los ocho capítulos de Un crimen inverosímil -convertidos en nueve debido a que Aragón dividió uno de ellos- tan sólo dos, los números 11 y 14, estábn entremezclados con los escritos por Jesús de Aragón, mientras en el único de autoría conjunta ambas partes aparecen bien delimitadas.

Como consecuencia, puede afirmarse que el relato original de Carrere quedó convertido, después de la intervención de Jesús de Aragón, en la introducción y la conclusión de la nueva novela, cuya responsabilidad corresponde en su mayor parte al autor que hizo de anónimo negro. Sería completamente injusto, asimismo, considerar que Aragón se limitó a rellenar con paja el texto original sin aportar nada nuevo a la línea argumental, algo por cierto bastante habitual es las obras de más de un consagrado autor anglosajón de nuestros días; muy al contrario, ya que enriqueció la trama preexistente con toda una serie de temas originales que, a mi modo de ver, corresponden precisamente a la parte más interesante de La torre de los siete jorobados.

Y es que, se mire como se mire, Un crimen inverosímil, la obra original de Emilio Carrere, es poco más que un relato policíaco sin mayor trascendencia, cuya única incursión en el género fantástico, aparte de alguna concesión a la magia negra, corresponde al hecho de que el fantasma del asesinado se aparezca al protagonista para pedirle que desenmascare al criminal, hasta entonces impune... criminal que casualmente es jorobado, sin que esta circunstancia tenga mayor trascendencia que el hecho de que el protagonista, jugador empedernido a la par que supersticioso, entre en contacto con el asesino debido a su obsesión por rodearse de jorobados con objeto de que éstos le insuflen buena suerte.

Así pues, puede afirmarse que la práctica totalidad de la trama fantástica que constituye el principal atractivo de la novela, con esas fantasmales catacumbas ocultas bajo el subsuelo de Madrid, tan bien reflejadas en la película de Neville, junto con la curiosa -y políticamente incorrecta- conspiración de la sociedad secreta de los jorobados, es responsabilidad exclusiva de Jesús de Aragón, algo por cierto nada sorprendente si tenemos en cuenta la posterior carrera literaria de este escritor. Y, aunque no puedo afirmarlo con seguridad, todo parece indicar que el propio título de la novela, con los jorobados en plural, también correspondería al propio Aragón, ya que en el relato de Carrere tan sólo hay un jorobado malo. Podría decirse, incluso, que su aportación a La torre de los siete jorobados es en realidad una novela dentro de la novela de Carrere, a mi modo de ver bastante mejor que la del autor oficial, mucho más plana tanto literaria como argumentalmente.

En resumen, me parece de justicia reivindicar la autoría de Jesús de Aragón en la que es una de las más interesantes y singulares novelas fantásticas de la literatura española de su época, no bastando en futuras ediciones con el excelente estudio de Jesús Palacios, ya que debería incluírsele también como coautor en la propia portada... y si se me apura, incluso en primer lugar.

Y por supuesto, recomiendo encarecidamente su lectura.


Publicado el 20-12-2005 en el número 42 de Gigamesh
Publicado el 31-3-2011 en el Sitio de Ciencia Ficción