Walter Carrigan y La Odisea del Kipsedón





Dentro del conjunto de la ciencia ficción popular española, normalmente identificada con los conocidos bolsilibros o, en denominación que yo personalmente prefiero aunque algunos intenten buscarle connotaciones peyorativas, las humildes novelas de a duro, es posible encontrar, siempre que se sepa buscar, pequeñas joyas olvidadas que desmienten por méritos propios las descalificaciones, a veces por desconocimiento, a veces por mala fe, de la totalidad de un subgénero que englobará, como poco, quizá el noventa por ciento de la totalidad de la literatura de anticipación escrita en nuestro país.

Ciertamente no es para ignorar esta ingente cantidad de literatura cuantificable en más de tres mil títulos, y aunque es preciso reconocer que entre el trigo hay también mucha paja, no por ello resulta desdeñable una fracción quizá minoritaria, una serie de obras interesantes y de innegable calidad merecedoras de ser consideradas como clásicos de la ciencia ficción española con todos los honores, obras que, de haber sido escritas y publicadas allende el océano Atlántico, o incluso en nuestro propio país fuera del guetto de las colecciones de bolsilibros, habrían merecedido mejor y más justo destino. Obras que, olvidadas durante varias décadas y condenadas a un injusto ostracismo, merecen una segunda oportunidad, aquélla que en su día no tuvieron.

Por fortuna los tiempos han cambiado y, poco a poco, comienza a vislumbrarse una tenue luz que anuncia el final del túnel. Aunque la literatura popular, al menos en su vertiente de bolsilibros, es hoy un género completamente muerto, empieza a resurgir un interés, todavía modesto pero no por ello menos real, por todo este acervo cultural arrinconado durante tanto tiempo en polvorientos anaqueles de anónimos almacenes o, con suerte, en colecciones privadas de aficionados al género o, simplemente, a coleccionar, e iniciativas tan loables como la de Pulp Ediciones o Río Henares, que tanto monta, en la cual me satisface participar, han demostrado palpablemente que, pese a vaticinios agoreros y desprecios elitistas, el interés por el género no sólo no ha muerto, sino que por el contrario sigue vivo y goza de buena salud dentro de los escuálidos parámetros, eso sí, en los que estamos acostumbrados a movernos los sufridos aficionados a la ciencia ficción.

Creo que no es necesario hablar, a estas alturas, de obras tan conocidas como la Saga de los Aznar o el ciclo del Orden Estelar, las dos cumbres señeras de la ciencia ficción popular española y punta de lanza de la recuperación del género, pero sí me gustaría recordar que no se trata en modo alguno de casos únicos y, sin quitarles un ápice de su mérito, que ambas lo poseen sobrado, desearía recordar otras obras importantes aunque en modo alguno tan extensas, algunas recientemente reeditadas pero la mayoría todavía inéditas: Serían los casos de las series cortas de Pascual Enguídanos (Más allá del Sol, Heredó un mundo y Finan) junto con un buen puñado de novelas independientes del mismo autor y de Ángel Torres Quesada, así como diversas obras de escritores tales como Eduardo Texeira, José Negri Haro, José Luis Benet Sanchís, Vicente Adam Cardona, Domingo Santos (sí, el Domingo Santos juvenil que firmó bajo seudónimo sus primeras incursiones literarias en Luchadores del Espacio y Espacio), Luis García Lecha y tantos otros que me he dejado en el tintero.

He dejado para el final, de forma deliberada, una de las joyas del género, la tetralogía del Kipsedón que ahora les presentamos en la cuidada reedición que tienen ustedes en sus manos, dado que por muchos motivos -y no sólo el de la calidad- resulta ser merecedora de interés. Su autor fue Ramón Brotóns Espí, un valenciano -como la mayor parte de los escritores de la colección Luchadores del Espacio- nacido en 1932 que, allá por los primeros años de la década de los cincuenta, era un joven estudiante de derecho con una afición desmedida, según sus propias palabras, por la lectura, el cine y los deportes. Por entonces ya escribía novelas bélicas para la colección Comandos, también publicada por la Editorial Valenciana, y una noche soñó con una astronave perdida en el espacio tripulada por unos hombres de tez cobriza y largos miembros. Apenas despertó se apresuró a escribir los detalles de ese sueño que se esfumaba por momentos de su memoria, plasmando el primer capítulo de El hombre rojo de Tacom. Éste fue el origen de la Odisea del Kipsedón, un título -el de Odisea- que utilizamos por vez primera en esta edición a sugerencia del propio autor y que, como se verá más adelante, está plenamente justificado.

Las cuatro novelas de la serie, publicadas en 1955 con los números 40 a 43 de la colección, aparecieron firmadas por Walter Carrigan, el seudónimo que ya utilizaba Brotóns en la colección Comandos, lo que ha inducido a error a algunos investigadores que, confundidos probablemente por su similitud con Lou Carrigan, atribuyeron erróneamente la paternidad de la serie del Kipsedón a Antonio Vera Ramírez, uno de los más prolíficos autores españoles de literatura popular. Deshecho el equívoco por el propio autor, éste me confirmó que la epopeya del Kipsedón fue su única aportación a la colección Luchadores del Espacio, aunque fue un habitual de la colección Comandos, donde publicó un total de diez novelas -más una firmada con el seudónimo de Ray Broston-, dado que las cuatro restantes firmadas como Walter Carrigan fueron escritas en realidad por su amigo José Caballer, a quien introdujo en la Editorial Valenciana, antes de que éste creara su propio seudónimo de Larry Winters.

Y es una lástima que Brotóns no escribiera más novelas de ciencia ficción, porque la historia del Kipsedón pedía a gritos una continuación que sin duda hubiera supuesto un digno complemento a la justamente celebrada Saga de los Aznar. Lamentablemente esto no ocurrió, y poco después las oposiciones primero, y la tarea de sacar adelante a su familia después, hicieron que el autor del Kipsedón dejara de escribir. Como me dijo personalmente, parafraseando a su alter ego Walter Carrigan, “el barco de la imaginación se hundió en el proceloso mar de la dura realidad”.

Unos párrafos atrás he advertido que el calificativo de Odisea con el que, a petición del autor, hemos bautizado a la aventura del Kipsedón, estaba más que justificado, y ahora me corresponde explicarlo. Para ello, es preciso resaltar en primer lugar que, a diferencia de lo que suele ocurrir en la ciencia ficción popular, el conjunto de la narración presenta una profundidad y un desarrollo de los personajes realmente insólitos por estos pagos. Pero esto, aun siendo en sí mismo importante, no lo justificaría por sí solo.

Evidentemente, la palabra Odisea ha sido empleada profusamente, y con distintos sentidos, a lo largo de los siglos y los milenios, pero una de sus acepciones más interesantes, precisamente la que hemos elegido nosotros, es aquélla que define a un viaje iniciático del, o los, protagonistas, a lo largo de toda una serie de circunstancias que rebasan con creces lo que pudiéramos considerar normal, es el Ulises, en definitiva, que se ve condenado a vagar por todo el Mediterráneo, que es lo mismo que decir por la totalidad del mundo conocido por los antiguos, enfrentándose a peligros sin tasa que sólo logrará vencer gracias a su indómita voluntad y a su excepcional ingenio, siendo premiado con el anhelado -en su caso- retorno a Ítaca. Si prefieren -yo personalmente, no- recurrir a un barbarismo que ha hecho fortuna en estos últimos tiempos, podríamos hablar de un tour de force singular.

Es precisamente en este sentido en el que hemos calificado de odisea a la aventura del Kipsedón, ya que en ella encontramos todos los ingredientes necesarios para justificar nuestro atrevimiento. La narración, que comienza como una de tantas historias de ciencia ficción ambientadas en el mundo de la guerra fría, con la llegada de unos visitantes fabulosos dotadosde un poder tecnológico infinitamente superior al de los terrestres, comienza a ir poco a poco in crescendo dejando atrás el estrecho escenario de nuestro planeta para llevarnos a la vastedad de los espacios siderales, donde seremos testigos privilegiados de una lucha sin cuartel entre dos razas mortalmente enemigas -los tacomis y los tarkas o, si se prefiere, los hombres rojos y los hombres antena- cuyo único final posible ha de ser forzosamente la aniquilación de una de ellas, el cual tiene lugar en el marco de la batalla espacial más apocalíptica que yo haya leído jamás.

Por si fuera poco, Brotóns sabe engarzar con habilidad todos los tópicos imprescindibles dentro de la space ópera, siendo especialmente relevante la soltura con la que describe -no en vano era autor de novelas bélicas- las batallas espaciales que jalonan toda la obra. Pero no nos engañemos, la aventura del Kipsedón no es sólo una mera sucesión de batallitas ya que, subyaciendo a los inevitables tópicos que eran de inclusión obligada en este tipo de novelas, podemos encontrarnos con mucho más que con los habituales argumentos planos y maniqueos de la literatura popular.

En primer lugar está el tratamiento que se da a los personajes principales, los cuales están bastante trabajados desde el punto de vista psicológico, e incluso alguno de ellos experimenta a lo largo de la narración una evolución en su personalidad muy verosímil y bastante bien conseguida.

Por otro lado, y esto es también una novedad, se trata de una historia claramente coral con un personaje principal indiscutible -Yandot, el hermano menor de los descendientes del creador del Kipsedón, nombrado al final de la novela emperador supremo de la Confederación de Tacom- y multitud de personajes secundarios, básicamente los terrestres inicialmente secuestrados, pero luego convertidos en aliados incondicionales de los tacomis. Este juego con los personajes da agilidad a la narración y la provee de perspectiva, al alternar capítulo a capítulo la visión personal de los distintos protagonistas.

Otro acierto evidente es el enfoque dado a la dinámica de la historia: lejos de ser los protagonistas de la lucha, los terrestres son tan sólo unos meros invitados que, si bien acaban adquiriendo cierta notoriedad en las dos últimas novelas de la serie, no por ello dejan de ser claramente unos simples aprendices frente a los evolucionadísimos tacomis. Y en cuanto a la humanidad en su conjunto, poco se puede decir salvo que es burlada con toda facilidad por los tacomis al tiempo que, más adelante, ni a enterarse llega de la apocalíptica conflagración en la que se está dirimiendo su propio futuro... Porque, aunque los tacomis lo único que buscan es su propia existencia como civilización, amenazados como están por sus enemigos seculares -y éste es otro feliz hallazgo, la huida de cualquier tipo de mesianismo barato-, necesariamente habrán de salvar a unos terrestres indefectiblemente condenados a la derrota ya la esclavitud por parte de los crueles e inhumanos hombres antena.

Evidentemente, si quisiéramos también podríamos hallar ciertas incoherencias y soluciones cogidas por los pelos, menos positivas y merecedoras, por ello, de crítica; pero no voy a hacerlo puesto que sería cometer una injusticia flagrante con una obra que, en su conjunto, merece ser elogiada. Además, si disculpamos de sus gazapos, a veces clamorosos, a los autores clásicos norteamericanos cuyas obras no son significativamente mejores que la de Brotóns o, por poner un ejemplo mucho más reciente, aceptamos sin inmutarnos las descaradas exageraciones de La guerra de las galaxias, ¿por qué no habríamos de hacerlo con el autor valenciano?

Tan sólo un reproche, cariñoso reproche, me atrevo a hacerle, mi pesar porque no continuara una serie que lo estaba pidiendo a gritos y que hubiera sido, de haberse convertido en saga, un digno contrapunto a la justamente afamada Saga de los Aznar, a la que sólo impide la comparación con la serie del Kipsedón la brevedad de esta última.

Una última advertencia me queda por hacerles antes de que inicien la lectura de la aventura del Kipsedón: Cuando mis amigos de Río Henares decidieron reeditarla en un único volumen, me pidieron que la revisara con objeto de suprimir las posibles redundancias existentes en los cuatro volúmenes originales, algo inevitable en este tipo de novelas -y exigido por las editoriales a los autores- con objeto de facilitar la comprensión del argumento a aquéllos lectores que, por diversas circunstancias, no leyeran las distintas entregas en su orden natural, algo bastante normal en una época -y así me ocurrió a mí sin ir más lejos- en la que el mercado de segunda mano y los cambios de novelas eran algo tan importante, o más si cabe, como la adquisición de los ejemplares en los quioscos, recién salidos de la imprenta. Evidentemente tales redundancias, en forma normalmente de introducciones incluidas en los números intermedios, resultaban superfluas en un volumen único, razón por la que estaba perfectamente justificada la iniciativa.

Por fortuna, en el caso de las cuatro novelas del Kipsedón los cortes entre una y otra son muy limpios, y de hecho tan sólo tuve que suprimir la introducción existente en el segundo volumen sin necesidad de tocar una coma más en el resto de la obra que, salvo en lo referente a la corrección de erratas y la supresión de alguna pequeña incoherencia interna -algo asimismo habitual en este tipo de literatura escrita sobre la marcha-, reproduce el texto original de forma íntegra. He respetado, no obstante, la división en cuatro episodios, que audazmente he calificado de libros, conservando asimismo los títulos originales de los mismos.

Y eso es todo, tan sólo me resta invitarlos a disfrutar con la excelente Odisea del Kipsedón. Les aseguro que merece la pena.


Prólogo a la edición de Pulp Ediciones
Publicado el 1-8-2002 en el Sitio de Ciencia Ficción