La trilogía de Martin Lord. Una distopía de Tomás Salvador





Tomás Salvador (1921-1984) fue un escritor que desarrolló su actividad literaria desde mediados del siglo XX hasta el mismo año de su muerte. Fue reconocido en su época y llegó a cosechar premios tan importantes como el Ciudad de Barcelona en 1953, el Nacional de Literatura en 1954 y el Planeta en 1960, así como finalista en el Nadal en 1951. También fundó y dirigió la editorial Marte en 1970, gracias a la cual se dieron a conocer escritores como Carmen Kurtz o Manuel Vázquez Montalbán entre otros, a cambio de arruinarse -en España la cultura ha sido siempre, y por desgracia lo sigue siendo, un mal negocio- viéndose obligado a sobrevivir regentando un kiosco en Barcelona.

Su vida personal no fue menos agitada: pasó penalidades en la Guerra Civil separado de parte de su familia, participó como voluntario en la División Azul para redimirse de haber sido reclutado por el gobierno republicano en la Quinta del Biberón, y perteneció a la Brigada Político-Social, la policía secreta franquista -lo cual le colgó el injusto sambenito de ser afín a la dictadura-, aunque se vio obligado a retirarse a causa de problemas de audición sufridos durante su etapa de la División Azul, tras lo cual se dedicó a la literatura y al periodismo.

Y, como tantos excelentes escritores de mediados del siglo XX, cayó en un inmerecido olvido a pesar de su innegable talla como escritor que, dentro de un eclecticismo total, le llevó a abordar todo tipo de géneros pasando de uno a otro con toda naturalidad. Aunque éste no es el lugar más indicado para hacer una reseña de su bibliografía, cabe destacar obras tan notables como Cuerda de presos, de denuncia social, División 250, fruto de sus experiencias en el frente ruso, y otras muchas de géneros tan variados como el histórico, el humorístico, el policíaco o el ensayo.

También abordó la ciencia ficción, aunque fiel a su línea lo hizo de forma intermitente y siempre fuera de las editoriales y colecciones especializadas en el género. Es sobradamente famosa su novela La nave, uno de los mejores títulos a nivel mundial dentro del tema de las astronaves generacionales, por lo cual no me voy a detener en ella. También son conocidas las Aventuras de Marsuf, una serie de relatos cortos recopilados en dos volúmenes, y ya dentro de la literatura infantil y juvenil nos encontramos títulos como Dentro de mucho tiempo, Dick Mileto o Una pared al sol, entre otros.

Pero no es en estos títulos en los que voy a detenerme, sino en unas novelas suyas poco conocidas pese a su innegable interés: la trilogía de Martin Lord, a la que yo denomino la trilogía de las letras dado el minimalismo extremo de sus títulos: Y..., T y K (Killer), sendas distopías que nada tienen que envidiar a otras de fuera de nuestras fronteras -y de nuestro idioma- mucho más conocidas del gran público. Al igual que el resto de sus novelas y relatos de ciencia ficción no fueron publicadas en una colección especializada, sino en la genérica Novelistas del día de Plaza y Janés; nunca fueron reeditadas, por lo que la única manera de conseguirlas hoy es recurriendo al mercado de segunda mano.

Y, aunque no es mi intención hacer una reseña ni mucho menos una crítica de ellas, sí me gustaría recordarlas y, en lo posible, poner mi granito de arena para rescatarlas de un olvido que no merecen en absoluto.



Estas tres novelas tienen como protagonista e hilo conductor a Martin Lord, un profesor universitario inglés que muy en contra de su voluntad se ve involucrado en intrigas de alto nivel en diferentes países. En cuanto a su ámbito temporal, se desarrollan alrededor de un siglo después de su publicación, 1972, 1973 y 1974 respectivamente, quizás porque a Tomás Salvador le parecería suficiente tiempo para no llamar la atención de la todavía existente censura franquista que, aunque para entonces tenía los dientes más mellados y las uñas más romas, seguía dando disgustos.

Asimismo, y probablemente por los mismos motivos, las ambientó en diferentes países como Inglaterra, Francia o los Estados Unidos aunque, leyendo entre líneas, se puede intuir una inspiración más cercana geográficamente, ya que el fondo de su crítica se centra en la decadencia de la sociedad occidental incluyendo, aunque sin citarla salvo muy de pasada, a la entonces atrasada España. Lo cual, vista la situación actual, no les resta en modo alguno actualidad sino justo todo lo contrario.

Otra peculiaridad de estas novelas es su estilo desenfadado y vanguardista, muy diferente a la narrativa clásica de sus novelas pertenecientes a la literatura general. Esto en un principio me desconcertó, por lo que tengo la sospecha de que pudiera tratarse de un ensayo literario que, con sus pros y sus contras, a mi modo de ver le salió francamente bien pese a que en algunos momentos el relato se hace demasiado prolijo, divagando y haciendo perder el hilo de la trama principal. En cualquier caso, resulta disculpable considerando el conjunto de las tres novelas, que realmente merece la pena leerlas.

En esencia, lo que nos presenta Tomás Salvador son unas sociedades desquiciadas y desestructuradas en las que conductas que rozan el surrealismo son tomadas por normales y los avances tecnológicos coexisten con retrocesos sociales, cuando no con atavismos renacidos.

Y..., la primera novela, nos lleva a una Inglaterra en la que la diferencia de clases se ha ahondado cada vez más, con unos hedonistas privilegiados que viven en sus refugios aislados de los ciudadanos corrientes, hacinados en un Londres alienante y superpoblado. Como válvula de escape se ha promulgado una ley que impone un toque de queda durante el cual está permitido el homicidio digamos deportivo, siempre y cuando se cumplan ciertos requisitos y la cacería se realice durante las horas nocturnas en las que impera la ley de la selva, con los resultados que cabe esperar.

T se desarrolla en una Francia en la que un iluminado que afirma ser descendiente de nobles medievales decide resucitar la orden del Temple, para lo cual funda una comuna utópica en la que se recrea hasta el último detalle la vida en esa época, aparentemente sin sufrir ningún tipo de interferencias por parte del resto del país ni de su gobierno.



K (Killer), por último, tiene lugar en unos Estados Unidos en los que el fenómeno hippie -en auge cuando fue escrita- ha crecido hasta unos extremos incontrolables. Paralelamente el Gobierno ha construido una computadora, tal como se denominaban entonces, capaz de predecir el comportamiento de cada uno de los ciudadanos, aplicándola como ensayo en una comunidad utópica -ésta sin resabios historicistas- previo a ampliar su radio de acción a la totalidad del país.

El protagonista principal de todas ellas es como ya he comentado Martin Lord, profesor de biología en una universidad británica bastante acomodaticio en su vida privada, lo que no le evitará ser utilizado sin el menor escrúpulo por un agente de los servicios secretos británicos que le arranca de su plácida vida utilizándolo como poco más que carne de cañón. Pese a ello Lord logrará salir siempre adelante, aunque a costa de continuos descalabros que le acabarán afectando muy a su pesar.

En Y... es introducido en los refinados círculos de las castas superiores, un presunto privilegio que en realidad esconde las maniobras de ciertos sectores políticos para abolir la ley que permite las matanzas nocturnas, sin que sean corregidas las distorsiones sociales que las provocaron. En T es enviado a Francia, acompañado por un heteróclito y pintoresco conjunto de ayudantes, para averiguar qué hay de cierto en la insólita utopía medieval, la cual pese a haberse consolidado contra todo pronóstico acabará siendo víctima de sus propias tensiones internas. Y en K (Killer) es incluido sin saberlo en el experimento sociológico de la computadora omnisciente la cual, al estilo de la película Minority Report estrenada casi treinta años después, es capaz no sólo de sentenciar a muerte a los asesinos convictos, sino también a aquéllos que según sus cálculos lo serán en el futuro; pura justicia preventiva de la cual es víctima Martin Lord, condenado a muerte sin saber siquiera de qué se le acusa salvo de ser un potencial asesino, liberado finalmente que no indultado, también sin explicaciones para poderle seguir utilizando como conejillo de indias.

Pero no nos dejemos engañar por las apariencias. Bajo una capa de aparente frivolidad en los tres libros late una innegable crítica social aparejada con la visión pesimista de una hipotética sociedad futura en la que las diferencias y las injusticias sociales, así como las intrigas políticas, siguen tejiendo los hilos en los que están atrapados los ciudadanos comunes... en muchas ocasiones sin tan siquiera ser conscientes de ello.

Y en los tiempos que corren, pasados poco más de cincuenta años desde que Tomás Salvador escribiera su trilogía, con individuos de la calaña de Trump y Putin desmelenados, sin olvidar a actores invitados secundarios pero asimismo meritorios como Netanyahu, Kim Jong-un, Maduro y otros; con un puñado de empresas tecnológicas dominando internet y éstas a su vez dominadas por megalómanos estratosféricos; con la economía en manos de especuladores sin escrúpulos; con una sociedad occidental que muestra claros signos de decadencia; con la gente anestesiada por el soma de las redes sociales y la telebasura; con amplias zonas del planeta tensionadas por conflictos que tarde o temprano nos afectarán directamente si no lo están haciendo ya; en resumen, con todo lo que nos encontramos cada día en las noticias, me pregunto no sin sentir un escalofrío si la distopía de Tomás Salvador no se habrá adelantado en medio siglo sobre la fecha en la que él la ubicó.


Publicado el 22-3-2025