Una noche de veinte mil años:
un nuevo -relativamente- bolsilibro





Ya lo he dicho varias veces, pero voy a repetirlo una más: el fenómeno de los neobolsilibros ha llegado para quedarse. Recuerdo que denomino así a las publicaciones que, con una innegable vocación nostálgica, intentan recuperar este desaparecido formato que, tras un auge de varias décadas, desapareció allá por la década de 1990 a la par del colapso de la literatura popular -o de kiosco- española.

Formato que para mí se refiere no sólo a la longitud del texto, sino también al tamaño y a su presentación, lo que dejaría fuera de esta definición a todo lo publicado o reeditado en formato de libro. Pero esto, en el fondo, son sólo disquisiciones técnicas.

Vayamos, pues, al grano. Tras haber leído con agrado los libritos de Alfonso M. González me encontré, casi por casualidad, con el homólogo intento de Iván Guevara, y eso que la publicación original de su novela Una noche de veinte mil años tuvo lugar nada menos que en 2015, hace nueve años, sin que yo me enterara hasta hace poco gracias a una reedición reciente. Lo que demuestra que, como ha ocurrido siempre, la publicidad -o mejor dicho la ausencia de ella- y, sobre todo, la distribución siguen siendo las grandes némesis de las ediciones privadas; porque, huelga decirlo, detrás de estas iniciativas no hay ninguna editorial profesional, sino aficionados empeñados en hacer su aportación al acervo de la ciencia ficción española.

E Iván no lo hizo nada mal. Bajo el sello Genteovejuna recurrió a un diseño inspirado en el de la antigua colección La conquista del espacio, el cual repitió, aunque bajo otra variante de la misma colección, en la reedición de 2024. En lo que se refiere a su argumento, cabe reseñar que éste se ciñe a las temáticas habituales del género, con influencias claras de clásicos cinematográficos como Alien, La invasión de los ladrones de cuerpos o la serie televisiva Galáctica, que no resultan precisamente una mala elección.

Por lo demás la historia es relativamente sencilla: Una Tierra asolada por las guerras nucleares decide enviar naves con colonos en busca de planetas en los que pueda prosperar la humanidad. No se trata de naves generacionales puesto que sus ocupantes viajan hibernados, mientras los sistemas automáticos -o inteligencias artificiales- se encargan de gobernarlas, despertándolos al alcanzar un posible objetivo.

Pero el universo se muestra hostil a la vida humana, por lo que la Homaro IV en la que viaja el protagonista tan sólo ha cosechado fracasos. Todavía peor será cuando, tras una nueva reanimación, descubra que han transcurrido los veinte mil años a los que hace alusión el título, algo que no estaba previsto en absoluto en los planes de viaje.

Este inesperado hecho será tan sólo el principio de una serie de sorpresas que poco a poco se van desgranando ante él: durante su larga hibernación la Homaro IV ha dado media vuelta en su periplo estelar y se está acercando de nuevo a la Tierra, algo que no estaba programado y, asimismo, constata que sus compañeros muestran extraños comportamientos hacia él, incluso aquéllos -y aquéllas- con los que mantenía unas relaciones más íntimas.

Y hasta aquí puedo leer, que no es cuestión de destripar la novela. Sólo queda añadir que mantiene el ritmo frenético de los antiguos bolsilibros -uno de los autores clásicos me dijo en su día que dada su reducida extensión si no captaba la atención del lector desde la página 1 todo estaba perdido- y nos lleva de sorpresa en sorpresa hasta un final inesperado -aunque inevitable- que, eso sí, más que a los bolsilibros clásicos remite a películas conocidas, puesto que podría ser convertido perfectamente en un guión. Y en cualquier caso, me dejó un agradable sabor de boca.


Publicado el 12-4-2024