La trilogía de los Dioses





Leí hace ya mucho tiempo las dos primeras novelas de la Trilogía de los Dioses en su edición de Nueva Dimensión, y ciertamente tan sólo recordaba dos cosas de ellas: Que me habían gustado mucho y que me había quedado con las ganas de conocer el desenlace, al no ser publicada la tercera a causa del cierre de la mítica revista. Han tenido que pasar muchos años hasta que hemos podido disfrutar por vez primera de la trilogía completa y revisada, puesto que Ángel Torres Quesada no se resistió a la tentación de modernizar unos textos escritos casi veinte años antes... Y la tentación era demasiado fuerte, así que una vez tuve el libro entre las manos, en lugar de mandarlo a la siempre creciente pila de lecturas pendientes me lo leí, como quien dice, de un tirón.

Ésta es precisamente una de las virtudes de la obra de Ángel Torres, al que se le podrán cuestionar muchas cosas, como a cualquier otro escritor, pero en modo alguno la amenidad implícita de sus novelas y relatos, algo muy de agradecer en unos tiempos en los que los ladrillos suelen ser, por desgracia, lo habitual por estos pagos. Claro está que esto no es de extrañar, teniendo en cuenta que se forjó en la dura y exigente (por chocante que pueda parecer) escuela de los bolsilibros, donde pronto se reveló como un avezado maestro. Hubo un momento en el que Ángel decidió dar el salto a empresas de mayor envergadura, y fue precisamente la, en su momento truncada, Trilogía de los Dioses su primer intento por abrirse camino a nuevos horizontes en los que hoy en día está firmemente asentado.

El interés principal de la trilogía radica, pues, en su condición de puente entre su etapa de los bolsilibros y su etapa de escritor serio (odio este término, pero no encuentro otro igual de expresivo), y difícilmente se podrían entender otras obras posteriores suyas tales como la Trilogía de las Islas sin la existencia de estas novelas. No es cuestión de engañar a nadie: La Trilogía de los Dioses debe todavía mucho a sus modestas predecesoras de la colección La Conquista del Espacio, pero no por ello carecen de interés; al contrario, tienen cuanto de bueno hay en la literatura popular española (y basta con recordar la serie del Orden Estelar para considerarlo), pero van más allá, bastante más allá, gracias a que Ángel se vio libre del corsé impuesto por los miopes responsables de Bruguera y pudo dar rienda suelta, quizá por vez primera en su fecunda carrera literaria, a su fértil imaginación.

Erraría quien considerara a los Dioses simplemente como unos bolsilibros de lujo; ciertamente lo son, pero son también mucho más sin renunciar en modo alguno a la faceta aventurera que constituye la marca de fábrica de su autor. Amenas, tremendamente amenas, estas novelas plantean un argumento sumamente original a la par que sorprendente, en el que nos encontramos con un sofisticadísimo ingenio cibernético (no soy capaz de encontrar un calificativo mejor) cuyo cuerpo es una astronave maravillosa mezcla de la alfombra mágica de Simbad y el cuerno de la abundancia de la mitología griega. Imagínense una esfera capaz de reducir su tamaño hasta el de una lenteja o bien de expandirlo hasta un volumen enorme, que se puede desplazar por las estrellas, e incluso por el tiempo, y resulta ser además completamente inexpugnable; añádanle la posibilidad de crear de la nada (bueno, o de una fuente energética desconocida e inagotable, que no es cuestión de soliviantar a las exigentes leyes de la física) cualquier cosa que se nos ocurra, todo ello gobernado por una inteligencia artificial que tiene mucho de humana (y femenina, para más detalle) de nombre Eva... Imaginen, por último, la posibilidad de vivir en su interior, el útero más perfecto y acogedor del universo, gozando por si fuera poco, tal como explicaré más adelante, de una inmortalidad virtual... Casi nada.

Éste es, precisamente, el sorprendente arranque de la primera de las novelas, Dios de Dhrule, en la que el protagonista, Darío Siles, es el único superviviente de la primera misión interestelar lanzada desde nuestro planeta. La esfera, o Eva, lo rescata cuando está prácticamente muerto, siguiendo unas instrucciones implantadas en su memoria por sus desconocidos constructores, lo resucita literalmente y, yendo aún más lejos, le provee de una sorprendente inmortalidad, puesto que no sólo es capaz de reproducir cualquier cosa, sino también de reencarnar de forma indefinida a su protegido cada vez que éste fallece...

Cualquier persona en su sano juicio, tal como le comenté socarronamente al propio Ángel, se hubiera dedicado a disfrutar tranquilamente de la bicoca pasando olímpicamente del resto del universo; pero en este caso, como bien me respondió éste de forma no menos socarrona, se habría quedado sin novela. Así pues, el renacido Darío Siles demuestra tener una desusada vocación de Quijote que le lleva a complicarse la vida metiéndose en un entuerto tras otro, eso sí con la garantía que le da saberse inmortal. Así, tras descubrir que Eva se encuentra en el interior de un sistema solar con dos planetas habitables, se desplaza a uno de ellos, encontrándose con que éste está sometido a una férrea dictadura por parte de un presunto dios que lo tiene aherrojado, mientras en el vecino astro se las ven y se las desean para mantenerse a salvo del tirano. Finalmente sabremos que éste dispone de otra esfera y posee idénticos poderes a los de Darío Siles, siendo inevitable el choque final entre ambos con el resultado que cabe suponer. Mientras tanto el protagonista ha tenido tiempo para encontrar una compañera, de nombre Yaita, a la que Eva otorga asimismo la inmortalidad, y para descubrir con asombro que los habitantes de ambos planetas son oriundos de la Tierra, aunque los siglos transcurridos desde su llegada (aproximadamente medio milenio) les han hecho perder el recuerdo de su origen.

Resueltos los problemas en Dhrule, Siles y Yaita deciden viajar a la Tierra, narración que corresponde a la segunda entrega, Dios de Kherle. Durante el viaje se cruzan con dos enormes naves que transportan en su interior los cuerpos hibernados de colonos humanos, probablemente con destino a algún planeta seleccionado para su colonización. Sin embargo cuando arriban a nuestro planeta no lo hacen en el presente, situado cinco siglos en el futuro de la época de Darío Siles, sino apenas unas décadas después de que éste partiera rumbo a las estrellas, ya que Eva, siguiendo las desconocidas instrucciones implantadas en su mente, ha remontado el tiempo viajando al pasado.

La Tierra que encuentran a su llegada no puede mostrar un panorama más desolador, con gravísimas tensiones sociales y políticas y un verdadero gobierno en la sombra formado por las grandes corporaciones multinacionales, muy al estilo de Mercaderes del espacio. Pero lo más sorprendente de todo es que cuenta desde hace algunos años con unos visitantes, los kherles, que les han entregado, de forma aparentemente altruista, unos generadores capaces de resolver todas las necesidades energéticas del planeta, así como la tecnología necesaria para construir las enormes naves en las que han comenzado a enviar colonos a las estrellas. Los kherles afirman que su deseo es ayudar a la humanidad a poblar otros planetas, dado que la vida en el nuestro corre peligro a causa de la necedad del género humano. Eso sí, han adoptado las precauciones necesarias para que sus donaciones no sean utilizadas con un mal fin, protegiéndolas de forma que solamente ellos puedan manipularlas.

La repentina irrupción de Darío Siles, que a estas alturas ya se vislumbra como el protagonista destacado en una trama a la que, al estilo de los héroes griegos, su voluntad es ajena pero de la que no puede escapar, provoca efectos irreversibles en el delicado equilibrio existente en la Tierra. Por un cúmulo de circunstancias casuales provoca involuntariamente la destrucción de una nave interestelar ya terminada, pero todavía no tripulada, en los astilleros situados en órbita terrestre, lo que a su vez provoca la decisión de los kherles de abandonar la Tierra antes de haber concluido su misión; porque también ellos son meros peones de un vasto ajedrez cósmico cuyo desconocido organizador les ha ordenado, por razones que ellos mismos ignoran, que realicen, más bien a desgana, la campaña de emigración de la Tierra.

Paralelamente Darío Siles se hace propietario de un sello kherle, la mágica llave que permite burlar la protección de sus generadores y sus motores cósmicos, algo por lo que suspiran tanto los gobernantes políticos de la Tierra como los verdaderos amos del planeta, las grandes corporaciones comerciales. En este complejo entorno Darío Siles se ve obligado a lidiar de la mejor manera posible, un tanto al estilo de las películas de James Bond, con diferentes adversarios de toda laya, hasta que finalmente decide entregar el sello a quienes hasta entonces fueran sus rivales... Tiene motivos poderosos para desentenderse del avispero en el que se ha convertido nuestro planeta, puesto que los kherles, antes de abandonar definitivamente el Sistema Solar, han decidido castigarlo por haber alterado sus planes de la peor manera que podían hacerlo, secuestrando a Yaita y llevándosela con ellos. Cierto es que ella es también inmortal y, tras fallecer, volvería a reencarnarse en un nuevo cuerpo en el interior de la esfera... Pero se encuentra embarazada, y al resucitar perdería inevitablemente a su hijo. Eso lo saben los kherles por ser los constructores de Eva, razón por la que, para mayor seguridad, procederán a mantenerla con vida para que el castigo al insolente humano siga teniendo vigencia... Durante siglos, incluso.

Y así se quedó la cosa durante veinte años largos, dejándonos a los lectores con las ganas de conocer el desenlace e intrigados por toda la batería de incógnitas (¿quiénes eran los kherles? ¿por qué habían venido a la Tierra? ¿cómo habían construido a Eva? ¿cuál era la misión de Darío Siles en tan enrevesada trama? ¿recuperaría éste a su compañera?) que Ángel había trazado tan hábilmente. Bien, la espera mereció la pena, aunque ciertamente el inicio de Dios de la esfera resulta ser un tanto desconcertante dado que la narración da un sesgo total, mostrándonos una galaxia sojuzgada siglos más tarde por un brutal imperio terrestre que ha dado al traste con el proyecto de colonización ordenada y pacífica diseñado por los ahora ausentes kherles. Cierto es que este imperio galáctico, despótico y decadente, recuerda poderosamente al pergeñado por Asimov en Fundación, pero ¿qué otro imperio no lo recuerda, empezando por el del propio universo del Orden Estelar? En cualquier caso se trata tan sólo de un marco en el que pronto descubriremos a un Darío Siles, anciano no tanto de cuerpo (reserva al máximo las reencarnaciones, puesto que ignora hasta cuando durarán éstas) como de alma, un alma con muchos siglos de vivencias a sus espaldas y con el amargor de haber sido incapaz de descubrir a su amada a pesar de haberla buscado por todos los rincones del cosmos, siempre a bordo de la complaciente Eva.

Darío Siles vuelve a ser de nuevo un instrumento del destino, esta vez de forma deliberada, en un intento de deshacer el mal causado por su impulsivo comportamiento siglos atrás, puesto que se considera responsable del irracional desarrollo de la expansión humana por el universo. Tan sólo un planeta, Dhrule, junto con su hermano orbital Decero, se resiste a ser sojuzgado por los imperiales, a salvo únicamente por mantener oculta su ubicación; pero tan sólo será cuestión de tiempo que su secreto sea descubierto. Sus gobernantes, que han establecido una especie de dictadura más o menos benévola basada en un irracional culto a la esfera -Eva- y a Darío Siles, su profeta, luchan por evitar un enfrentamiento del que probablemente saldrían vencidos, pero gracias a la intervención de esa especie de holandés errante en que se ha convertido el protagonista lograrán salvar su preciada independencia, al tiempo que el imperio acaba colapsando a la espera de que de sus cenizas surja una humanidad mejor.

Libres ya sus manos, Darío Siles iniciará un último viaje en busca de los kherles y de Yaita. Este colofón de la novela, para mí quizá demasiado breve, está escrito a modo de tour de force donde el autor desvela parte de las incógnitas planteadas a lo largo de la narración, dejando un final lo suficientemente abierto (o cuanto menos entreabierto) como para que sea posible una continuación. De hecho, Ángel Torres llegó a escribir, con posterioridad a la trilogía, tres novelitas dedicadas a los kerlhes, que fueron publicadas en la colección Galaxia 2000, ya en los estertores del género de los bolsilibros. ¿Se decidirá a continuar narrando las andanzas de Darío Siles, Yaita y la portentosa Eva? Esto lo tendrá que decidir él, por supuesto, pero el veredicto está en manos de los lectores. Si por mí fuera, votaría sin dudarlo por ello.

En resumen: Nos encontramos ante unas novelas muy dignas para la época (principios de los años ochenta) en que fueron escritas, pero que en modo alguno desmerecen en la actual pese al tiempo transcurrido y a la evolución de Ángel Torres como escritor. Es posible que no sean lo mejor de su producción, pero no obstante reúnen los suficientes méritos como para figurar por derecho propio entre lo más interesante de la obra de este autor... Y de la ciencia ficción española, por supuesto.


Publicado el 27-11-2002 en el Sitio de Ciencia Ficción