Un agujero en el espacio




Esta novela, número 563 de La Conquista del Espacio, abre ahora el tomo 19 de la edición de Robel, y en ella Ángel Torres vuelve a abandonar a sus protagonistas principales para dar paso a otros nuevos que abrirán una nueva línea argumental en entregas sucesivas.

Hunt Logan y Ordo son dos comerciantes independientes que se ganan la vida como buenamente pueden transportando fletes de acá para allá en su carguero Polifemo. Sus finanzas no son demasiado boyantes, pero finalmente parecen haber conseguido el contrato del siglo: dos científicos, Jonás Lazaga y su hija Rebeca, les han pagado un precio muy superior al habitual a cambio de ser transportados a un lugar oculto cuyas coordenadas tan sólo les comunicarán en el último momento, sin posibilidades de volver atrás.

Ordo se muestra exultante, pero su socio, mucho más desconfiado, sospecha que pueda haber gato encerrado, ya que nadie regala alegremente el dinero de esa manera; y desde luego, sus frustrados intentos por sonsacar a sus pasajeros la naturaleza real del viaje, así como sus amenazas de dar media vuelta, no consiguen el menor resultado.

Finalmente llegan al lugar en el que les ha de ser revelada la ruta de la última etapa del viaje, descubriendo con sorpresa y temor que su destino no es otro que un agujero negro situado en mitad de una desolada región de la galaxia. Cierto es que existen rumores de que los agujeros negros pueden representar atajos hacia lugares remotos, y que incluso los militares del Orden Estelar los han utilizado en algunas ocasiones durante sus viajes de exploración; pero el temor de los astronautas hacia esos peligrosos objetos está muy acendrado, demasiado como para correr voluntariamente el riesgo de zambullirse en uno de ellos.

Los Lazaga tratan de convencerlos de lo injustificado de su temor; el agujero negro es simplemente la puerta de acceso hacia una región desconocida e inexplorada del universo, y ellos ya lo han atravesado en varias ocasiones sin sufrir el menor riesgo. Su destino final es un planeta tipo Tierra bautizado por ellos con el nombre de Ruskana, donde les esperan sus compañeros de expedición -entre ellos Lou Merlo, esposo de Rebeca para disgusto del enamoradizo Logan- y en donde desean desembarcar el instrumental científico que transportan en las bodegas del Polifemo.

Pese a las aprensiones de los astronautas, el carguero consigue atravesar sano y salvo el agujero negro, llegando a las cercanías del sol de Ruskana, una gigante roja en torno a la cual, según las teorías de los astrofísicos, no podría orbitar un planeta tipo Tierra... una incógnita a la que se sumarán otras que se esconden bajo la atmósfera de Ruskana.

Ya desde el mismo momento de iniciar las maniobras de aterrizaje, los propietarios del Polifemo comienzan a sospechar que sus pasajeros no les han contado toda la verdad y les presionan para que lo hagan bajo la amenaza de marcharse de allí, ante lo cual éstos, a regañadientes, acceden a relatárselo. Alrededor de dos años atrás, y a causa de una avería en su nave, su expedición había sido engullida por el agujero negro, apareciendo sanos y salvos en las cercanías de Ruskana. Este planeta presenta una singularidad única en todo el universo, una única montaña digna de tal nombre pero de proporciones ciclópeas y de una forma geométrica que hace dudar de su origen natural.

Imposibilitados para explorar desde el aire la extraña formación geológica debido a los potentes vientos que barrían la vertical de su cima, habían aterrizado en el borde inferior de la ladera, descubriendo la existencia de nada menos que tres razas humanoides sin aparente relación genética entre sí: los ulikas, que les habían recibido amistosamente, los buragos, belicosos enemigos de los anteriores que habitaban en cotas más elevadas de la ladera, y por último una tercera raza, cuyo territorio se alzaba entre los de ambas, bautizados por los humanos como los pasivos debido a la abulia con la que se dejaban capturar y esclavizar por los buragos. Todas ellas tenían al parecer unos niveles culturales bastante primitivos, aunque los expedicionarios tan sólo habían trabado relación con los primeros.

En el transcurso de una de las exploraciones uno de los expedicionarios había desaparecido, lo cual, unido a su falta de medios, forzó al resto a escindirse en dos grupos; el primero, con el esposo de Rebeca y dos de sus compañeros, permanecería en el planeta intentando rescatar al desaparecido, mientras ésta y su padre tratarían de volver a la civilización con la astronave, precariamente reparada, en busca de ayuda. Aunque el accidentado viaje de vuelta les había llevado casi dos años, finalmente habían conseguido su propósito y, tras reunir los fondos suficientes, habían adquirido el material necesario para una segunda expedición, fletando al Polifemo para transportarlo hasta su destino dado que su astronave había quedado inservible. Obviamente pensaban obtener pingües beneficios del descubrimiento de un planeta desconocido, razón por la que habían decidido mantener su expedición en secreto.

Pese a todas estas explicaciones, Logan y Ordo dudan. La existencia de habitantes nativos en el planeta complica la situación poniéndoles al borde mismo de la ley, ya que el Orden Estelar es muy estricto en estos casos; pero los Lazaga insisten una y otra vez en que no piensan cometer ninguna ilegalidad, mientras que Logan, intrépido al fin y al cabo, se siente roído por el gusanillo de la aventura.

Finalmente el Polifemo aterriza junto al campamento de los expedicionarios, donde para decepción de los Lazaga sus compañeros -entre ellos el esposo de Rebeca- no hacen acto de presencia. Asimismo, los pacíficos ulikas se muestran también esquivos. Algo ha ocurrido, eso es evidente, pero ¿qué?

Será en el poblado nativo donde encuentren finalmente la explicación de lo ocurrido. De los tres expedicionarios que quedaron en Ruskana tan sólo uno de ellos, Lemer Corvee, permanece allí; según les explica éste Lou Merlo, impaciente ante el retraso de sus camaradas, había decidido varios meses atrás emprender una expedición hasta la cima de la montaña, pese a que ello le obligaría a enfrentarse a los hostiles buragos, interpuestos en su ruta. Un inoportuno accidente había imposibilitado que Corvee lo acompañara, por lo que éste había partido con el tercero de sus compañeros, de nombre Slat Wilson, junto con un nutrido grupo de indígenas ulikas, entre ellos el propio hijo del jefe de la tribu. La ausencia de noticias de los expedicionarios, a pesar del tiempo transcurrido, hace temer lo peor a los nativos, lo que pone en un difícil trance a los recién llegados.

Éstos, por supuesto, deciden partir sin más dilación. Para ello cuentan con muchos más medios que el imprudente Merlo, tanto vehículos blindados capaces tanto de rodar como de volar a baja altura, como una nutrida colección de armas... esto último hace fruncir el ceño a los propietarios del Polifemo ya que, aparte de desconocer su presencia en la nave, supone una grave infracción de las leyes del Orden Estelar; pero el mal está hecho, así que deciden seguir adelante con todas sus consecuencias, marchando en busca de sus compañeros y llevando con ellos al segundo hijo del cacique local.

Poco después abandonan el territorio de los ulikas penetrando en el de los pasivos. Éstos, haciendo honor al calificativo con el que son denominados, no muestran especial entusiasmo al entrar en contacto con ellos, pero tampoco les reciben con hostilidad. Eso sí, confirman que la expedición anterior pasó hace algún tiempo por sus tierras, sin que hayan vuelto a tener noticias de ella. Afirman, asimismo, que habían recibido el encargo de éstos de mandar un mensajero al poblado ulika notificándoles la llegada sanos y salvos de los viajeros, pero pese a asegurar que cumplieron con el mismo, este mensajero nunca llegó aparentemente a su destino.

Finalmente, una vez dejada atrás esta segunda raza, entran en contacto con los temidos buragos, concretamente con una pequeña partida que tiene en su poder a un grupo de prisioneros ulikas. Como cabe suponer la lucha se desata inmediatamente y, aunque los belicosos nativos están provistos de unas rudimentarias armas de fuego, la balanza se decanta del lado de los humanos y de sus aliados ulikas, que ponen fuera de combate a todos sus enemigos liberando a la mayor parte de los cautivos.

Como cabía suponer éstos formaban parte de la expedición de Merlo, y les ponen al corriente de la situación actual: los viajeros, hostigados continuamente por hordas de buragos muy superiores en número, se habían visto obligados a hacerse fuertes en un fortín improvisado al que sus enemigos habían puesto sitio. Incapaces de romper el cerco, habían decidido que un grupo de sitiados, burlando la vigilancia de los sitiadores, cruzara sus líneas para ir a pedir auxilio al poblado; así lo habían hecho, pero finalmente habían sido capturados y sólo la oportuna intervención de Hunt Logan y sus compañeros les había librado de una muerte cierta.

Sabedores de la ubicación exacta de sus compañeros, si es que no han sido ya masacrados por los asaltantes, los expedicionarios se dirigen directamente hacia allí llevando consigo a sus aliados nativos. Por fortuna los defensores del fortín, aunque muy debilitados y diezmados, todavía resisten el asedio, lo que permite a los recién llegados poner en fuga a los atacantes y liberarlos. Muchos de los nativos, entre ellos el hijo del jefe, han muerto, y de los dos humanos tan sólo uno de ellos, Wilson, sale al encuentro de sus salvadores.

¿Qué ha pasado con Merlo? ¿Acaso ha fallecido víctima de los ataques de los buragos? En absoluto. Es más, Wilson habla de él como si fuera un traidor. Según afirma, a poco de encerrarse en el reducto había aparecido allí, de forma inopinada, Lank Kewin, el último de los miembros de la expedición de los Lazaga y el mismo que había desaparecido sin dejar ni rastro, motivando los subsiguientes quebraderos de cabeza de sus compañeros. Éste, tras conversar en secreto con Merlo, se había fugado sigilosamente del campamento acompañado por el esposo de Rebeca, dejando abandonados a su suerte a Wilson y a sus aliados. Huelga decir que Wilson no tiene el menor empaque a la hora de tildar de traidores a ambos y, ante la extrañeza de Logan, le explica que, pese a ser marido y mujer, se trataba de un matrimonio de conveniencia con el cual el ambicioso Merlo había intentado apoderarse de la cuantiosa fortuna de su suegro.

Aunque los buragos han sido derrotados en toda la línea y puestos en fuga de las inmediaciones del campamento, su amenaza continúa siendo preocupante. Los ulikas, encabezados por el joven e impetuoso príncipe, claman venganza por sus muertos, y ahora gracias a los vehículos les es posible trasladar un pequeño ejército hasta el corazón mismo del territorio de sus enemigos. Los humanos, por su parte, desean seguir adelante hasta la cima de la misteriosa montaña, donde presumen que podrán esclarecer el misterio que envuelve a Ruskana, pero necesitan la ayuda de sus aliados para poderse defender de los previsibles ataques de los buragos. Así pues, deciden matar dos pájaros de un tiro trayendo a los guerreros ulikas para marchar con ellos ladera arriba hasta la cima de la montaña.

Por si fuera poco, acaban de descubrir nuevas pistas que contribuyen a enredar todavía más el enigma. Así, las religiones de las tres razas indígenas guardan curiosos paralelismos, propugnando todas ellas no sólo la existencia de una residencia de sus dioses en la cima de la montaña, algo que al fin y al cabo no deja de ser común en multitud de mitologías, sino también la obligación de los fieles de peregrinar en masa hasta este peculiar olimpo. En la práctica tanto ulikas como pasivos llevan generaciones haciéndose los remolones ante este mandato, algo es fácil de entender dado el obstáculo de los belicosos buragos, pero ¿qué les impide a estos últimos realizar la travesía? Bien, para sorpresa de los visitantes, parece ser que todavía más arriba del territorio burago habita una cuarta y desconocida raza, los mustes, de la que nada saben salvo que, aparentemente, bloquean asimismo el camino a los primeros.

Y no se acaban aquí las incógnitas, ya que Wilson muestra a Logan un sorprendente descubrimiento: bajo la delgada capa de suelo que constituye la superficie externa de la ladera, existe una misteriosa superficie metálica que al parecer se extiende por la totalidad de la montaña. Por último, Logan comienza a sospechar que los misteriosos vientos que impiden sobrevolarla puedan ser, en realidad, algún tipo de campo de fuerza, presumiblemente de origen artificial.

Convencidos de que algo muy extraño se esconde en las entrañas de la montaña, los expedicionarios, arropados por el pequeño ejército de sus aliados, abandonan el fortín marchando siempre ladera arriba. Aunque en un principio los escarmentados buragos evitan atacarles, limitándose a seguirles a distancia, sus hordas se van incrementando en número de forma continua, lanzándose a la batalla una vez que han adquirido suficiente superioridad numérica. El choque es brutal, pero gracias a las modernas armas de los humanos los atacantes son derrotados y puestos en fuga tras sufrir graves pérdidas.

Sin embargo, esto no resulta suficiente para hacerles cejar en su empeño de impedir a cualquier precio el avance de la columna invasora. Impelidos probablemente por el mandato de su religión, comienzan a acosar sin descanso a los expedicionarios que, pese a su aplastante superioridad bélica, se ven sometidos a una continua guerra de desgaste que hace poner en peligro la consecución de su meta. Por fortuna para ellos, una repentina lluvia torrencial -posteriormente sabrán que ha sido provocada por los habitantes del interior de la montaña- pone en fuga a sus enemigos facilitándoles la culminación de su largo y penoso viaje.

Una vez allí son recibidos por los misteriosos mustes, la enigmática cuarta raza de Ruskana, que efectivamente habitan en el interior de la gigantesca construcción artificial que, como sospecharan, es en realidad la montaña junto con un enorme cilindro que se alza tras ella. Pero pronto descubren que los mustes no son los constructores de ella, y ni tan siquiera sus amos, sino sorprendentemente los dos humanos fugados de la expedición, Merlo y Kewin.

Éstos, que reciben con frialdad a sus antiguos compañeros, se encargan de desvelarles el misterio... hasta donde saben, que no es demasiado. Efectivamente la montaña es una construcción artificial, pero no lo que sospecharan sino una ciclópea nave espacial varada en Ruskana desde varios miles de años atrás. De sus misteriosos constructores nada se sabe puesto que aparentemente han desaparecido, y tampoco de sus motivaciones al traer al planeta nada menos que cuatro razas galácticas diferentes -mustes, ulikas, buragos y pasivos- con propósitos desconocidos, aunque sin duda deliberados a juzgar por la instauración de unas creencias religiosas que les ordenaban la emigración a la cima de la falsa montaña.

Merlo y Kewin, dos antiguos amantes -aquí Ángel Torres hace una referencia explícita a la homosexualidad insólita dentro del entorno de los bolsilibros- conocían desde hacía tiempo, gracias al relato de un astronauta al que habían hecho desaparecer, la existencia del agujero negro que conducía a Ruskana y su enigmática montaña, por lo que la seducción de Rebeca y su posterior matrimonio con Merlo había sido una simple maniobra de los dos rufianes para poder disponer del dinero y de la cobertura legal de los dos Lazaga, reconocidos investigadores científicos.

La llegada de Kewin a la cima, en el transcurso de la primera expedición, le había convertido en el amo de la montaña gracias a la sumisión de los mustes, programados por sus antiguos amos para someterse obedientemente a quienes lograran alcanzar su destino. Y ahora, contando con la ayuda de los dóciles mustes, los dos cómplices planean algo tan espectacular como hacer despegar la inmensa astronave y transportarla hasta el territorio del Orden Estelar, donde esperan alcanzar inmensos beneficios.

Puesto que ellos dos se sienten incapaces de afrontar la tarea, proponen a sus antiguos compañeros compartir los beneficios del descubrimiento, siempre y cuando acaten su autoridad y acepten sus órdenes. Aunque éstos desconfían de los dos truhanes, poco pueden hacer por oponerse a ellos, amén de que en el fondo tampoco ven nada ilegítimo en su pretensión de apoderarse de la abandonada astronave; como única condición, eso sí, exigen que el despegue se retrase hasta que las razas que habitan en las laderas hayan podido ser evacuadas ya que, de no ser así, estarían condenadas a muerte.

Sorprendentemente Kewin, el más inflexible de los dos, se niega en redondo a ello, argumentando que el despegue ya ha sido programado y no resultaría posible su aplazamiento. Se desata una discusión y, en el transcurso de la refriega consiguiente, mueren los dos traidores, lo que deja campo libre al resto de los expedicionarios... si es que son capaces de abortar a tiempo el despegue. Finalmente, y con el auxilio de los taciturnos mustes, lo acaban consiguiendo para alivio de todos.

La novela termina con un breve epílogo en el cual el autor, además de sancionar el consabido romance entre la nada desconsolada viuda y Hunt, se explica que los protagonistas deciden seguir adelante con el plan de los dos traidores de apropiarse de la inmensa astronave, pero sin urgencias de ningún tipo que pudieran provocar una catástrofe; los nativos serán evacuados hacia zonas seguras, y se tomarán todo el tiempo necesario para explorar el vehículo y asegurarse de que son capaces de tripularlo. En cuanto a sus misteriosos constructores, y los fines que les movieron, siguen siendo una incógnita... por ahora.



Publicado el 24-2-2005 en el Sitio de Ciencia Ficción