La extraña aventura de Caronte




Completa el tomo 25 de Robel una nueva entrega de las aventuras de este personaje, aparecida inicialmente con el número 12 de Galaxia 2000. En esta ocasión Caronte, junto con Yarmina, está disfrutando bajo un nombre falso -cuenta con peligrosos enemigos entre los jerarcas de la Superioridad- de unas plácidas vacaciones en Paralda, un lujoso planeta de placer. Hasta allí llega Jar Simytti, un rico y poderoso empresario, con la pretensión de contratarle para que le pueda ayudar a buscar a su hija Kraina, desaparecida varios meses atrás, junto con la nave en la que viajaba, en algún lugar del sector antariano.

Pese a su gran influencia y a sus nada desdeñables contactos, al atribulado Simytti le ha sido imposible conseguir de las autoridades de la Superioridad la ayuda necesaria para poder encontrar a su hija y, aún más, se ha visto constantemente entorpecido por las autoridades locales tropezando contra un férreo muro de silencio. Obligado a recurrir a investigadores privados, la mayor parte de éstos han acabado falleciendo en circunstancias misteriosas, aunque no sin antes haberle proporcionado varias pistas que conducen, todas ellas, al planeta Yunda.

Por desgracia para él, Yunda es un planeta sumamente peculiar. Situado fuera de las fronteras de la Superioridad, y habitado por una raza no humana emparentada con los cánidos terrestres, Yunda se encuentra totalmente aislado del resto del universo a excepción de con el vecino planeta Onver, también habitado por otra raza no humana y único con el que mantiene contactos. De hecho, Onver ejerce una especie de protectorado sobre Yunda defendiendo sus intereses frente a las otras potencias galácticas, al tiempo que sirve de intermediario para vender la principal fuente de riqueza de Yunda, unas gemas de excepcional calidad muy valoradas en toda la galaxia.

Yunda es un mundo totalmente cerrado a los humanos, y los onveritas rehúsan proporcionar la menor información sobre lo que ocurre en él, sobre todo después de que tiempo atrás corriera el rumor de que sus habitantes utilizaban a una raza humana como esclavos, algo tajantemente desmentido por los onveritas y aceptado por las autoridades de la Superioridad, que no desean tener el menor conflicto con sus vecinos. Simytti, pues, se ve ante un callejón sin salida pese a tener razonables sospechas de que su hija pudiera encontrarse en Yunda. Por si fuera poco, a ningún humano le está permitido viajar al planeta, una prohibición que no reza para los onveritas... ni para Caronte, metamorfoseado en uno de ellos.

Así pues, pronto es trazado un plan de acción, por supuesto a espaldas del gobernador del sector antariano ya que, de tener éste conocimiento del mismo, lo impediría inmediatamente, e incluso ni siquiera estaría a salvo la vida del propio Caronte. Éste, aprovechando su portentosa capacidad de mimetizaje, adopta la apariencia de un importante diplomático onverita ya retirado, realizando a continuación una falsa visita de inspección al planeta prohibido.

Un cambio en el hilo de la narración nos permite conocer la civilización yundaita. Éstos cuentan, efectivamente, con una raza de animales domésticos, los rankas, a los cuales crían para luego aprovechar en todas las tareas que su débil constitución física les dificulta hacer, incluso como bestias de tiro. Aparecen entonces dos personajes locales, Eiwao, un importante criador de rankas, con los cuales realiza experimentos genéticos para mejorar la raza, y su rival Sailae, también criador y con ambiciones políticas. Por ellos sabemos que no siempre los onveritas estuvieron presentes en Yunda, y que fueron ellos quienes descubrieron las gemas y su gran valor a lo largo de toda la galaxia. A cambio, les habían ayudado a domesticar a los rankas, gracias a unas intervenciones quirúrgicas que les convertían en seres dóciles y obedientes, al tiempo que les imponían una serie de normas no siempre bien aceptadas por los criadores, Eiwao entre ellos... pero no les quedaba más remedio que aceptarlo y así lo hicieron, consioguiendo a cambio una inesperada prosperidad.

Es en este contexto cuando se produce la llegada de Caronte al planeta tras conseguir engañar con su disfraz a sus celosos guardianes. Enseguida descubre algo espeluznante: los rankas son humanos, quizá descendientes de los supervivientes de un antiguo naufragio, lo que no impide que sean tratados como animales y operados para acabar con su oposición a ser esclavizados. Fingiendo ser un inspector de Onver visita primero a Sailae, un brutal déspota con sus esclavos, y posteriormente a Eiwao, mucho más humanitario en su trato pero no por ello menos eficaz esclavista, tropezando con un enigma que los nativos de Yunda guardan celosamente: el tallado de las preciosas gemas.

Antes de que Caronte consiga resolver su principal encargo, el hallazgo de la desaparecida muchacha, es descubierta su superchería por los onveritas destacados en Yunda -luego se sabrá que debido a la delación de un antiguo agente de Simytti-, y éstos se dirigen a las posesiones de Sailae, donde se encuentra como invitado, pretendiendo detenerlo. Por fortuna para Caronte éstos desconocen sus habilidades y creen que se trata de un congénere suyo traidor, lo que le permite huir por una ventana recuperando su forma humana y, eso sí, completamente desnudo, puesto que a los rankas no se les permite llevar encima ropa alguna. De esta manera, mientras sus perseguidores buscan a un onverita, Caronte se camufla entre los rankas propiedad de Sailae logrando de esta manera eludirlos.

Allí descubre que a los desdichados cautivos se les implanta en la frente un disco metálico destinado a anular su voluntad, y tras conseguir convencer a tres de ellos para que le sigan -los necesita como prueba para solicitar la intervención de la Superioridad en el planeta-, les arranca los discos marchando con ellos hasta donde le aguarda Yarmina a bordo de una nave de desembarco. Gracias a ellos tiene conocimiento de dos hechos inquietantes: en un barracón aislado Sailae mantiene encerradas a unas hembras rankas -es decir, humanas- especialmente valiosas, a las que pretende cruzar con sementales con objeto de mejorar la raza, y otro grupo de esclavos, esta vez machos, han escapado de su encierro siendo perseguidos sin éxito por los desconcertados yundaitas. Todo parece indicar que se trata de Kraina y sus compañeros naúfragos, pero por el momento no puede detenerse a comprobarlo.

Finalmente Caronte y Espartaco -así ha bautizado a uno de los cautivos liberados, el único que permanece a su lado ya que los otros dos han huido aterrados sin que pudiera hacer nada por retenerlos- consiguen reunirse con Yarmina y Simytti. Aunque este último está furioso dado que Caronte no ha logrado rescatar a su hija, no tiene más remedio que plegarse a la lógica de sus argumentos: tras haber sido descubierto no puede correr el riesgo de ir buscándola por todo el planeta, pero con su testimonio y Espartaco podrá conseguir que la Superioridad intervenga en Yunda para liberar a todos los humanos, Kraina Simytti incluida si es que a esas alturas está todavía viva. Sin embargo, y alterando sus planes iniciales, Caronte pide a sus compañeros que retornen a la nave llevándose con ellos a Espartaco, emplazándolos para que acudan a recogerlo dos días más tarde; todavía le queda algo por hacer en el planeta.

Aprovecha ese tiempo para, confundiéndose con los esclavos, intentar desentrañar los enigmas que todavía le mantienen intrigado. Mientras tanto, Sailae acusa a su rival Eiwao de haber puesto en peligro la prosperidad del planeta al haberse apoderado, violando las leyes impuestas por los precavidos onveritas, de los súbditos de la Superioridad que naufragaron en Yunda con el pretexto de mejorar la raza de sus esclavos, chantajeándole con la amenaza de denunciarlo a las autoridades en caso de que no le apoye en sus aspiraciones políticas.

Mientras tanto, los planes de Caronte se ven interrumpidos por la brusca irrupción en la granja de los esclavos fugitivos, que no son otros, tal como sospechara, que los supervivientes masculinos del naufragio de la nave de la Superioridad. Éstos pretenden, y consiguen gracias a que los yundaitas siguen buscando al inexistente traidor onverita, rescatar a sus compañeras salvo a aquéllas que, por estar embarazadas o tener niños pequeños, se encuentran recluidas en otro recinto, amén de que cargar con ellas constituiría tan sólo una rémora.

Para alivio de Caronte, que se ha unido a los asaltantes, Kraina Simytti se cuenta entre las rescatadas y, habiendo adoptado previamente el aspecto de su padre, consigue granjearse su confianza. No obstante, antes de abandonar la granja consigue convencerlos para que asalten el barracón donde se tallan las gemas; tal como temieran éstas son talladas por rankas dado que las manos de los yundaitas no son aptas para tan delicada labor, e incluso encuentran allí a algunos de los antiguos náufragos por supuesto con el condicionamiento mental que los convierte en poco menos que unos dóciles zombies. Ahí radica el interés de onveritas y yundaitas por preservar su secreto ya que, privados de la mano de obra humana, su floreciente explotación de las cotizadas gemas se vendría estrepitosamente abajo.

El líder de los asaltantes pretende atacar la base onverita, único lugar del planeta en el que existen astronaves, para apoderarse de una de ellas y huir de Yunda. A Caronte este plan le parece disparatado y, como la nave auxiliar en la que sus amigos vendrán a recogerlos es incapaz de transportar a todos ellos, decide escabullirse con Kraina dejando a los demás abandonados a su suerte.

Así lo hacen, pero cuando se abre la escotilla de la nave de sus amigos, Caronte es sorprendido por un destacamento de soldados de la Superioridad que se apoderan de ambos por las bravas. Cuando el desconcertado Caronte recobra el conocimiento, perdido durante la refriega, se descubre prisionero del gobernador del sector antariano.

Éste, que al igual que muchos otros altos cargos de la Superioridad, está al corriente de la esclavitud implantada en Yunda, no tiene el menor interés en que ésta se conozca, puesto que perderían los sustanciosos beneficios conseguidos mediante el tráfico de las gemas. Poco les importa, pues, que sus congéneres sean tratados como animales, razón por la que habían abordado la nave de Simytti con objeto de frustrar sus planes. Éste, por su parte, había acabado aceptado un pacto con los conspiradores: la libertad de su hija, y por extensión del resto de los antiguos náufragos, a cambio de silenciar la dramática situación de los rankas nativos. Por su parte los náufragos fugitivos, también rescatados por el gobernador, están de acuerdo con esta egoísta componenda, mientras que onveritas y yundaitas lo aceptan asimismo como un mal menor.

Pero sigue quedando Caronte. El problema estriba en que sus captores no tienen el menor interés en liberarlo, no sólo porque temen que éste pueda delatarles, sino porque las autoridades terrestres tienen un vivo interés en apoderarse de él. Yarmina no puede hacer nada por impedirlo y Kraina se muestra furiosa con su padre... pero aparentemente todo está zanjado, con Caronte recluido en un camarote. Por fortuna éste consigue liberarse de su encierro gracias a sus dotes transformistas y, haciéndose pasar por el investigador que había traicionado a Simytti, al cual pone a buen recaudo, consigue engañar a todos los allí presentes, marchándose a su nave con las dos muchachas y con Espartaco. Acto seguido se esfuman en el hiperespacio dejando a los conjurados con dos palmos de narices y ante el temor de que los días de la esclavitud humana en Yunda estén ya contados. Eso sí, en esta ocasión Caronte se irá de vacío sin poder cobrar la generosa paga que le fuera prometida por su contratador, pero al menos habrá salvado lo más importante: la vida.



Publicado el 10-9-2005 en el Sitio de Ciencia Ficción