Guerra galáctica
Esta novela, publicada originalmente con el número 338 de La Conquista del Espacio, abre el volumen 23 de la reedición de Robel. Entre ella y Rebelión en la galaxia se abre un amplio hiato temporal del cual tan sólo contamos con las breves referencias apuntadas en Guerra galáctica, pese a que en ese intervalo de tiempo tuvieron lugar graves convulsiones que provocaron el colapso definitivo del Orden Estelar y su sustitución por la Superioridad Terrestre, un ambiguo sistema político de tinte autocrático cuyo máximo responsable ostenta el título de Jerarca. Aunque el Orden Estelar no ha desaparecido por completo ya que sus últimos defensores lograron refugiarse en algunas remotas colonias, la supremacía galáctica está en manos de la Superioridad.
Pero que sea hegemónica, no quiere decir que sea la única potencia. Otro poderoso estado son los Mundos Enyun, antiguos rivales de las facciones más militaristas del Orden Estelar y consolidados en su independencia tras el colapso de éste, aunque sus relaciones con la Superioridad han pasado por diferentes altibajos sin que en ningún momento pudieran considerarse buenas, al temer los habitantes de los Mundos Enyun una posible invasión por parte de sus poderosos vecinos. No obstante, este inestable status quo se ha visto dramáticamente alterado por la brusca irrupción de una raza humanoide, los mits, los cuales, merced a una agresiva política expansionista, no han dudado en declarar la guerra a la Superioridad en su intento de arrebatarle una parte importante de su territorio.
Durante algún tiempo los Mundos Enyun han conseguido mantenerse neutrales en el conflicto, pero esta situación llega a ser insostenible a raíz de la conquista por los mits de Lladistar, un mundo semiautónomo aunque formalmente perteneciente a la Superioridad cuyos astilleros eran fundamentales para ambas potencias, y todavía empeora más la guerra para los humanos cuando sus enemigos consiguen llegar hasta las fronteras mismas del Sistema Solar poniendo en jaque a la Tierra.
Es demasiado. El Jerarca terrestre solicita formalmente ayuda a los Mundos Enyun, y éstos, a regañadientes, deciden aceptar la petición en el convencimiento de que una victoria de los mits acabaría volviéndose contra ellos, pese a que tampoco esperan demasiado de sus hermanos de raza. Así pues, artillan rápidamente al Argón, un carguero de última generación y otorgan a su propietario y protagonista, el capitán Olaf Harden, la condición de embajador plenipotenciario frente al gobierno terrestre.
Claro está que lo difícil será viajar hacia la Tierra sin tener ningún tropiezo con las naves mits, dueñas de gran parte del espacio que se extiende entre ellos y su meta. Por desgracia el encuentro tiene lugar en los límites del Sistema Solar viéndose obligado el Argón a combatir contra su poderoso enemigo, al cual logra destruir pese a su inferior potencia de fuego, gracias a una audaz maniobra de su comandante.
Expedito el camino hacia la Tierra, un segundo encuentro con una flotilla de la Superioridad les permite ganarse la admiración de sus aliados, que no salen de su asombro al comprobar como un simple mercante artillado ha sido capaz de desembarazarse de un poderoso buque de guerra cuyos homólogos están trayendo en jaque a la otrora poderosa Armada terrestre. Escoltados por los cruceros logran llegar sin más incidentes a la Tierra, donde Olaf y su segundo Denielson Merjel son recibidos -raro privilegio- por el propio Jerarca en persona.
El máximo regente de la Superioridad no se anda por las ramas: tras reconocer que, contando con sus propias fuerzas, la derrota de la Tierra está cantada, solicita apoyo bélico a los representantes de los Mundos Enyun, y más concretamente la cesión de cien mil naves que ellos se encargarán de artillar. Con total sinceridad les advierte que incluso con su ayuda tan sólo lograrían retrasar el desenlace unos meses, pero ganar este tiempo resulta vital puesto que están desarrollando un arma secreta que, esperan, les puede ayudar a conjurar el peligro. El arma en cuestión es un artilugio capaz de trasladar planetas enteros a no se sabe donde -se supone que otra dimensión- quitándolos literalmente de en medio, lo que supone una limpia manera de desembarazarse de sus enemigos a excepción, claro está de su flota; pero ésta, privada de sus bases, ya no representaría el menor peligro.
Asimismo, el Jerarca intenta convencerlos de la necesidad de una alianza entre ambas ramas de la humanidad, dado que las intenciones de los inhumanos -en el sentido más literal de la palabra- mits no son otras que las de esclavizar a quienes consideran sus enemigos, como ya hacen con sus propios congéneres dado que su sociedad, en cierto modo parecida a la de los insectos sociales, está dividida en una élite que acapara todos los resortes del poder y una extensa plebe que, rozando los límites mismos de la inteligencia, es utilizada por sus gobernantes como mera carne de cañón. A cambio de la ayuda, el Jerarca se compromete a garantizar la independencia de los Mundos Enyun así como al pago de indemnizaciones por las pérdidas sufridad.
Pese a no fiarse demasiado de él, finalmente Olaf y Denielson aceptan aliarse con la Superioridad ante la evidencia de que no existe otra alternativa, aunque su decisión habrá de ser refrendada por los gobernantes de sus planetas. Así pues, las autoridades terrestres disponen con rapidez la vuelta de los embajadores, acompañados por un convoy de cargueros que transportan las armas necesarias para convertir a los navíos mercantes enyunitas en buques de guerra capaces de enfrentarse con sus irreconciliables enemigos. En el Argón se embarcan también el general Maisde Luts, un héroe de guerra cuya misión es actuar de enlace entre ambos ejércitos, y la joven teniente Dora Dash, la inevitable concesión al romanticismo -dejémoslo así- de los bolsilibros. Ambos terrestres tendrán mucho que ver en los acontecimientos futuros, como se verá más adelante.
Con la ayuda de sus aliados terrestres a Olaf le resulta fácil convencer a los gobernantes de los Mundos Enyun para que se alíen con la Superioridad, tras lo cual los preparativos bélicos se realizan con celeridad dado que a la Tierra le urge liberarse del dogal que la atenaza amenazándola con estrangularla. Sin embargo, aunque la intervención enyunita resulta decisiva para refrenar los embates enemigos, no consigue evitarlos por completo. Lo peor no es eso, al fin y al cabo los estrategas terrestres tan sólo pretendían ganar el tiempo suficiente para poder culminar su arma secreta, sino que sus cálculos acerca del potencial bélico de los mits se han quedado cortos y los exhaustos ejércitos aliados se muestran incapaces de resistir más.
La situación no puede ser más comprometida, y la Superioridad exige a sus militares y a sus aliados un último y desesperado esfuerzo antes de su derrumbamiento final. Los enyunitas aceptan a regañadientes, no les queda otro remedio, pero en su fuero interno piensan que todo está perdido. No obstante, el general Luts cuenta con un plan que no se ha atrevido a revelar a sus superiores temiendo que éstos se lo rechazaran, pero que confía a Olaf, con el que ha trabado amistad, con la esperanza de que éste, que comanda una de las diezmadas flotas enyunitas, acepte llevarlo a cabo: se trata de realizar una incursión relámpago al corazón del territorio mit, débilmente guarnecido al creerse seguros sus enemigos, y arrasar varios de sus planetas, lo que calcula que provocaría un desconcierto entre éstos que les permitiría ganar el tiempo necesario para poder activar el arma secreta.
A Olaf, que a estas alturas ya se ha emparejado -faltaría más- con la terrestre Dora, el plan le parece interesante. El problema estriba en que para llevarlo a cabo debería desobedecer las órdenes del Alto Mando, lo cual le podría acarrear una acusación de traición... y eso en el mejor de los casos.
No obstante, y pese a ser requerido en el frente, Olaf decide llevar adelante el plan de Luts. La incursión se lleva a cabo con éxito y las atmósferas de cinco planetas mits arden apocalíticamente en un holocausto que aniquila a la totalidad de sus habitantes. La flota de Olaf consigue volver a su territorio sin demasiados percances, pero ya es demasiado tarde para salvar a los buques comandados por su amigo Denielson.
Logrado el respiro que tan angustiosamente necesitaban, los aliados humanos consiguen contener a los mits y, apenas dos semanas después, el arma secreta terrestre es activada borrando de la galaxia a la totalidad de los planetas enemigos. La guerra se ha ganado y el peligro mit ha quedado conjurado para siempre, pero esto no evita que el gobierno de la Superioridad -no así sus compatriotas- siente a Olaf en el banquillo bajo acusaciones de graves crímenes de guerra, considerándosele responsable de la destrucción de varias flotas aliada.
Olaf se enfrenta incluso a una posible condena a muerte, pero lejos de arredrarse acusa al gobierno terrestre de montar esa farsa con objeto de utilizarlo como cabeza de turco para encubrir sus turbios manejos, que pasaban por aprovechar la guerra contra los mits para provocar el debilitamiento de sus aliados de forma que, una vez conjurado el peligro alienígena, pudiera dar el golpe de gracia que permitiera a la Superioridad anexionarse a los Mundos Enyun.
Las acusaciones de Olaf son corroboradas por su propio presidente, que afirma tener pruebas de que el uso del arma secreta habría sido retrasado deliberadamente por el Jerarca a la espera de que las flotas enyunitas -no así las terrestres- hubieran quedado destruidas. Aún más, revela que los inventores del arma, desconfiando del uso que éste pudiera darle, habían decidido destruirla antes de huir del territorio de la Superioridad, no sin antes entregar a los Mundos Enyun un segundo artefacto capaz de revertir los efectos de la misma volviendo a traer a la galaxia los desaparecidos mundos mits; una forma tajante de disuadir al Jerarca de sus ambiciones expansionistas.
Gracias a la previsión de los enyunitas, que han tomado militarmente el planeta donde estaba teniendo lugar el juicio, la trama puede ser desmontada y Olaf liberado. Luts y Dora, obviamente, se quedan con ellos, mientras los humillados militares terrestres se ven obligados a volver a sus planetas con el rabo entre las piernas. La crisis se ha salvado, pero con la amarga conclusión de que la Superioridad Terrestre no es en el fondo mucho mejor que los desaparecidos mits.
Publicado el 9-6-2005 en el Sitio de Ciencia Ficción