Huida a las estrellas




Publicada con el número 495 de la colección La Conquista del Espacio y reeditada en el número 1 de la revista Pulp Magazine, esta novela es ahora la tercera en la clasificación cronológica de la editorial Robel, y primera del segundo tomo de esta edición.

Al igual que ocurriera en las dos anteriores, la acción se sitúa en los años del Imperio Galáctico, cuando éste todavía es sólido pero empieza a mostrar los primeros síntomas de decadencia. El emperador reinante, el enérgico Komur, gobierna el Imperio con mano de hierro, pero no ignora de que éste cuenta con un talón de Aquiles cuya desaparición podría provocar su colapso: un centro de comunicaciones, celosamente guardado, desde el cual se controla el complejo entramado que mantiene unidos y comunicados todos los mundos del orbe. Komur es plenamente consciente de que la desaparición de las comunicaciones instantáneas entre los planetas destruiría el delicado equilibrio existente en la galaxia, acarreando el hundimiento irremediable del Imperio; así pues obra en consecuencia, ordenando la construcción de un nuevo centro de comunicaciones mucho más invulnerable, mientras vigila celosamente el antiguo de cara a evitar un posible sabotaje. Pero...

Con lo que nadie contaba era con que un grupo de los propios controladores, seleccionados cuidadosamente en función de su probada lealtad al Imperio, serán los que cometan la traición. Una conspiración, minuciosamente desarrollada durante décadas, tiene como objetivo la destrucción del vital centro. ¿Por qué razón? Bien, se trata de unos opositores a la tiranía imperial que aspiran a huir del territorio sometido a la soberanía del emperador, fundando una colonia libre más allá de las fronteras imperiales en un planeta virgen cuyos exploradores han descubierto clandestinamente. Pero para lograr sus objetivos, evitando ser perseguidos por las naves imperiales, no tienen otra solución que la de provocar la caída de sus poderosos enemigos... cosa que llevan a cabo sin ningún escrúpulo de conciencia aun a sabiendas de las terribles consecuencias que acarrearía su acto, lo cual pone en entredicho, por más que Torres Quesada muestre una manifiesta simpatía hacia los rebeldes, la presunta ética de la iniciativa.

El sabotaje es llevado a cabo con éxito y los rebeldes logran huir, pero son perseguidos por una nave imperial al mando de uno de los mejores generales del emperador y su situación comienza a ser complicada. Con objeto de no levantar sospechas habían partido sin avituallar la nave con más cargamento que el estrictamente imprescindible para llegar hasta Katehl, un mundo fronterizo que ha conseguido mantenerse independiente del imperio y que, durante el anterior viaje de exploración, les había prometido ayuda cuando tuviera lugar su fuga. Pero los katelianos son unos seres extraños y huraños que rehuyen todo contacto con cualquiera otros seres humanos y, tras rechazar inicialmente la ayuda prometida, acceden por último a regañadientes a proporcionársela... advirtiendo a sus inoportunos huéspedes de la inminente llegada del navío imperial, ante la cual deberán huir tan rápido como puedan por su propio beneficio.

Los fugitivos aceptan, ya que no les queda otro remedio, pero cuando todavía no han terminado con el aprovisionamiento aparece en Katehl el poderoso acorazado espacial sediento de venganza. La nave rebelde tiene que abandonar el sistema rápidamente dejando varados en el planeta a varios de sus tripulantes los cuales, según descubren con sorpresa, son abandonados a su suerte por los huraños nativos, siendo perseguidos y finalmente capturados por los soldados imperiales. Por si fuera poco la precipitada fuga de sus compañeros les ha hecho tomar un rumbo equivocado que acarrearía la destrucción de la nave, y con ella la de todos sus tripulantes, por lo que son advertidos por los katelianos de la necesidad de volver urgentemente sobre sus pasos... lo que traería como consecuencia su captura por parte de los imperiales.

La situación no puede ser más crítica. El general imperial, que no ha podido impedir la destrucción del vital centro de comunicaciones, desea recuperar el crédito perdido frente al emperador capturando la nave rebelde, ya que en ella viaja el líder de la conspiración que es la única persona capaz de concluir la construcción del nuevo centro de comunicaciones impidiéndose así el colapso definitivo del Imperio. Para ello está dispuesto a todo, incluyendo la destrucción de los cerebros de sus prisioneros. Mientras tanto, a los enigmáticos habitantes de Katehl parece habérselos tragado la tierra, lo que le permite adueñarse del planeta sin encontrar oposición alguna.

Por fortuna para los rebeldes los katelianos deciden finalmente intervenir... o al menos parte de ellos, ya que como se sabrá algo más adelante están divididos en dos facciones irreconciliables, una de las cuales es partidaria de ayudar a los rebeldes, mientras la otra defiende un inhibición total frente a unos conflictos que les son ajenos. Los intervencionistas -llamémosles así- rescatan a los prisioneros, capturando con ellos al general y a los soldados imperiales que los custodiaban. Lo que pretenden es sencillo: que los imperiales dejen en libertad a los fugitivos y se abstengan de toda violencia en el planeta. Pero la situación se complica cuando el líder de la facción aislacionista, en un repentino golpe de mano, aprovecha a los soldados imperiales para desembarazarse de todos sus rivales excepto del líder, que es apresado junto con los fugitivos, al tiempo que propone al atónito general una alianza con el Imperio en unos términos francamente sorprendentes.

Claro está que el autor da ahora algunas explicaciones que ayudan al lector a conocer el enigma de Katehl. En realidad la población inteligente del planeta está -o estaba, hasta que tiene lugar el golpe de mano del traidor- formada únicamente por doce personas, los autodenominados Originarios, unos antiguos científicos poseedores de portentosos poderes mentales que siglos atrás habían descubierto el fenómeno que permitía las comunicaciones instantáneas entre los diferentes planetas de la galaxia. Pero el emperador de entonces, lejos de recompensarlos por su acción, optó por secuestrarlos y torturarlos arrancándoles el secreto, lo que le permitió la construcción de los equipos que habían constituido el sistema nervioso del Imperio hasta su destrucción por parte de los rebeldes. Los supervivientes del grupo de científicos, salvajemente mutilados, habían conseguido huir refugiándose en Katehl. Sus poderes mentales eran inmensos y gozaban de una sorprendente longevidad, pero incapaces de tener hijos al ser todos ellos varones, habían conseguido crear una pequeña población a base de clones de ellos mismos -Torres Quesada habla erróneamente de partenogénesis-, clones que sin que el autor nos explique la razón son mentalmente incapaces, poco más que unos autómatas humanos utilizados por los Originarios para realizar las simples tareas mecánicas que servían para mantener viva a la colonia.

Los Originarios pronto se habrían escindido en dos grupos, el de aquéllos deseosos de olvidar su dramático pasado, y el de los que alentaban un inextinguible odio hacia el Imperio, aguardando el momento adecuado para exigir venganza aunque hubieran transcurrido siglos desde que tuvieron lugar tan dramáticos sucesos. Estos últimos eran precisamente los que ahora estaban pactando con el general, con objeto de llevar a cabo un maquiavélico plan una vez desembarazados de sus oponentes: buscaban la aniquilación de los fugitivos, con su líder incluido, evitando así que pudiera ser finalizada la construcción del nuevo centro de comunicaciones. Como alternativa propondrían ser ellos mismos los que reemplazaran al desaparecido sistema, con el único auxilio de sus poderosas mentes, para, tras hacerse imprescindibles para el Imperio, ejecutar su venganza de forma imprevisible, pero sin duda alguna espantosa, para los protagonistas y su aliado, el único Originario superviviente de la facción pacifista.

A partir de aquí la acción se acelera un tanto precipitadamente. El Originario pacifista guardaba un as en la manga, una pequeña colonia de clones suyos que había mantenido oculta a sus compañeros. Azuzado por los rebeldes, que suplen con su iniciativa la total carencia de ésta de su poderoso aliado, consiguen escaparse todos ellos de su encierro liberando a los sosias del Originario, los cuales comienzan a luchar contra la facción enemiga y contra los soldados imperiales supervivientes. Finalmente todo acabará bien para los rebeldes: con su amenazado líder y con los protagonistas a salvo en su astronave, todos ellos podrán finalmente huir de Katehl rumbo a su destino tras burlar a los imperiales, bloqueados por la poderosa mente del kateliano. Nada dice el autor de lo ocurrido en el planeta, aunque insinúa una posible hecatombe de todos los Originarios supervivientes... y eso es todo.



Publicado el 1-7-2003 en el Sitio de Ciencia Ficción