El poder estelar




El poder estelar, novela con la que se inicia el séptimo volumen de la edición de Robel, apareció publicada inicialmente con el número 503 de la colección La Conquista del Espacio, encuadrándose ya claramente en el período histórico en el que el Orden Estelar está intentando restablecer la quebrada unidad de la galaxia. En esta ocasión la acción se sitúa en uno de tantos planetas perdidos en los que, una vez desaparecido el imperio, la civilización ha colapsado hasta caer en ese nebuloso período medieval que tanto juego le dio a Ángel Torres a lo largo de toda la serie.

En este planeta, del que en ningún momento se llega a conocer el nombre, la sociedad se había reorganizado en torno a un feudalismo paternal cuya espina dorsal eran unos caballeros andantes que, al servicio de los diferentes monarcas, se encargaban de velar por la paz y el orden. Medio monjes y medio soldados, un tanto al estilo de las antiguas órdenes militares históricas, estos caballeros se acogían a la tutela de la religión oficial del planeta, benévola y tolerante, estructurada en torno al culto a Taron y Díala, una pareja de dioses supremos simbolizados por las respectivas lunas del planeta. Como símbolo de su categoría los caballeros, vestidos y armados a la manera medieval, ostentaban colgadas al cinto unas antiguas pistolas reliquias de los tiempos imperiales las cuales, pasadas de padres a hijos a lo largo de varias generaciones, hacía ya mucho tiempo que habían perdido sus reservas energéticas, quedando reducidas pues a una simple afirmación pública de autoridad.

Sin embargo, una generación atrás de la época en la que transcurren los hechos una circunstancia había venido a cambiar drásticamente el tranquilo equilibrio en el que se encontraban sus pobladores. Dargemon, un iluminado como tantos otros surgidos a lo largo de la historia, se había proclamado representante y profeta de Zdyct, un nuevo dios directamente llegado del cielo, proscribiendo la religión tradicional a la vez que imponía por la fuerza la suya... una religión tiránica y sanguinaria que, no obstante, había conseguido implantar a sangre y fuego derrotando a los monarcas legítimos y a sus caballeros aliados gracias a unas armas invencibles que, según él, le habían sido suministradas por su extraña y terrorífica deidad.

La quiebra de la sociedad tradicional había acarreado unas consecuencias drásticas en las cada vez más vastas zonas del planeta sojuzgadas por el cruel tirano religioso. Destronados los reyes y señores feudales, aniquilados o sojuzgados los otrora poderosos caballeros, Dargemon gobernaba a sangre y fuego sus dominios sin oposición de ninguna clase, habiendo fijado su capital, a la par que la sede de su religión, en la Ciudad Dorada, una urbe construida de nueva planta en las cercanías de la antigua capital de Haramal, el reino a partir del cual había construido su imperio.

Ésta era la situación, ciertamente poco halagüeña, en el momento en el que el protagonista principal, el joven caballero Dole de Taran, se encamina hacia la Ciudad Dorada con objeto de cumplir la promesa que le hiciera a su padre. Oficialmente se dirige a rendir pleitesía al dictador ofreciéndole su vasallaje, dado que éste está procediendo a reclutar a los caballeros supervivientes para, una vez restablecido el poder de sus pistolas -o al menos eso afirma ser capaz de hacer-, utilizar a sus antiguos enemigos a modo de guardia pretoriana; pero en realidad lo que busca es recibir instrucciones del antiguo rey de Haramal, que vive escondido en la antigua y ahora semiabandonada capital, con objeto de intentar derrocar al tirano.

Por el camino Dole tropieza con una partida de bandidos que, poco antes, habían encontrado en mitad del bosque un extraño cilindro de cristal en cuyo interior reposaba dormida una bella joven vestida con extrañas ropas; el lector avisado sabe que se trata del uniforme negro y plata de los miembros del Orden Estelar, pero los nativos por supuesto lo ignoran. Huelga decir que las intenciones de los rufianes no son otras que las de violar a la muchacha y venderla luego como esclava, algo que impide oportunamente el recién llegado mediante el expeditivo método de enviar a sus rivales al otro mundo. El móvil de sus actos no ha sido otro que el código caballeresco que está obligado a cumplir, el mismo que le hace despertar a la chica para comprometerse ante ella a ponerla a salvo.

Ésta, que afirma llamarse Orala, calla por prudencia su verdadero origen, limitándose a manifestar que procede de lejanas comarcas sin dar mayores explicaciones... tan lejanas que, para sorpresa de Dole, muestra tener un desconocimiento completo de la compleja situación política y social del antiguo reino de Haramal... Y desde luego, se diferencia radicalmente de las mujeres locales. Tras pasar la noche juntos al abrigo de las alimañas, la chica descubre con desagrado la mañana siguiente que éstas han destrozado su cilindro, por lo que decide aceptar la ayuda al caballero. Éste, en principio, acepta, pero sólo hasta que ella quede a salvo, puesto que lo que no entra en modo alguno en sus planes es que lo acompañe en su azarosa aventura... lo que no sabe todavía, es que los deseos de su compañera accidental no coinciden precisamente con los suyos.

Tras un viaje sin incidentes, durante el cual ambos comienzan a intimar más de lo que hubiera cabido esperar en un principio, llegan finalmente a la ciudad en la que se oculta el antiguo rey, el cual convence a Dole para que éste, fingiendo ponerse de parte de Dargemon, aproveche una ocasión apropiada para asesinarlo. Poco después parte el caballero camino a la Ciudad Dorada, llevando a su lado, claro está, a Orala disfrazada de paje. Penetran sin problemas en la ciudad, donde conocen a otro caballero, Durgen de Lusis, y tras un altercado con unos ladrones acaban internándose de forma clandestina en la ciudadela en cuyo interior se alza el templo del siniestro Zdyct.

La suerte les acompaña y consiguen penetrar también en el propio templo que, para sorpresa de los dos caballeros, resulta ser familiar para Orala... demasiado familiar, incluso, ya que ni tan siquiera le sorprende la repentina aparición del dios. Claro está que tiene motivos sobrados para ello, razón por la que finalmente acaba explicándoles su origen a sus dos compañeros. Ella pertenece, como ya suponían los lectores, al Orden Estelar, y forma parte de la tripulación de una astronave que se encuentra orbitando el planeta. El presunto templo de Zdyct no es sino una estación automática enviada años atrás por el propio Orden Estelar con la intención de entablar un primer contacto con los habitantes de ese mundo olvidado. El mensaje que transmitía la misma a través de un holograma -el presunto Zdyct- era de amistad y ayuda, pero su deterioro lo había convertido en ininteligible aunque la imagen del locutor se había convertido en la presunta deidad. Averiada parcialmente la estación, ésta había caído en manos de Dargemon, el cual había aprovechado su escaso, pero suficiente, dominio sobre la misma para implantar su reinado de terror.

Debido a diversas circunstancias, tras el lanzamiento de la estación el planeta había vuelto a caer en el olvido, y no había sido hasta entonces cuando una segunda expedición había llegado al mismo con la intención de completar la fallida iniciativa. Al no tener contacto con la estación Orala había descendido a la superficie en una nave unipersonal -el famoso cilindro de cristal- que, por una avería, se había estrellado contra el suelo, provocando su desvanecimiento y su posterior captura por los bandidos. El resto, evidentemente, ya lo conocen.

La situación, no obstante, es bastante comprometida, puesto que el tirano dispone de cámaras de televisión y micrófonos que le permiten conocer lo que ocurre en el interior del falso templo. A Orala le da tiempo para mandar un rápido mensaje a sus compañeros y para cargar de energía las pistolas de los dos caballeros, algo que los acólitos del profeta sólo saben hacer de modo muy imperfecto... y nada más, puesto que de pronto una turba de enemigos, con el propio Dargemon a la cabeza, irrumpe en el recinto con la pretensión de capturarlos o asesinarlos.

Tras una dura escaramuza, y gracias a sus superiores armas, consiguen escapar de su encierro, pero vuelven a ser atacados en el exterior del mismo y, víctimas de la superioridad numérica de sus rivales, los dos caballeros se ven obligados a huir mientras la muchacha es hecha prisionera. Éstos logran salir de la ciudad perseguidos por sus antiguos compañeros, los caballeros renegados, refugiándose en el escondrijo del antiguo rey de Haramal. De poco sirve la intentona, puesto que sus enemigos rodean el edificio siendo sólo cuestión de minutos que sean hechos prisioneros por los mismos.

Desesperado, Dole ordena a su compañero que huya con el anciano rey y su nieto, únicos supervivientes de la antigua casa real de Haramal, mientras él intenta contener a sus antiguos camaradas de armas apelando a su antiguo juramento de fidelidad a los primitivos dioses para vencer al usurpador y a su falsa deidad, explicándoles con todo lujo de detalles la superchería a la que han sido sometidos. Éstos dudan, pero la evidencia de las pistolas cargadas con un poder mortífero, algo imposible de realizar para Dargemon y sus secuaces, junto con la presencia del anciano rey, que se ha negado a huir, al cual muchos de ellos creían muerto, consigue volcar la balanza, si bien de forma insegura, a favor de Dole. Éste, por su parte, siente una gran urgencia para atacar a su enemigo, puesto que Orala, a la que ama, ha caído en sus garras y teme que ésta pueda sufrir daños o incluso pagar con su vida las consecuencias de la crisis.

A duras penas logra Dole convencer a los caballeros, logrando de éstos un breve aplazamiento de las órdenes recibidas por el tirano. En realidad se está jugando todo a una carta, confiando en que el mensaje mandado por Orala haya llegado a sus compañeros y éstos hayan desembarcado en el planeta, pudiéndoles de esta manera pedirles ayuda. Se dirigen pues todos ellos al lugar fijado por Orala para el encuentro y, para alivio del caballero, descubren la existencia de una astronave. Se trata de una estación automática no tripulada, pero el protagonista logra entrar en contacto con los astronautas del Orden Estelar comunicándoles lo apurado de la situación y la necesidad de su ayuda para conjurar el peligro.

Sin embargo, lo que Dole ignora es que, con objeto de evitar los pasados errores de la época imperial, los miembros del Orden Estelar están sujetos a restricciones muy severas a la hora de intervenir en los asuntos internos de los Mundos Olvidados, algo que el caballero no comprende dado que está en juego la vida de una de los suyos. Finalmente el duelo a muerte entre el protagonista y un caballero traidor, saldado claro está con la victoria del primero, acaba decidiendo a los visitantes; al fin y al cabo, comenta el comandante de la astronave, siempre se podrá buscar algún resquicio de la ley para intervenir.

A partir de entonces los acontecimientos se desatan. Ganados los caballeros para la causa, y obtenida la promesa de ayuda de sus poderosos aliados, si bien éstos evitarán en cualquier caso tomar la iniciativa de la rebelión, la ciudad es asaltada por los defensores del antiguo régimen mientras cunde el pánico entre los partidarios del dictador. Éste, mientras tanto, no había permanecido ocioso, y merced a unas drogas hipnóticas ha sonsacado a Orala los suficientes conocimientos como para aprovechar en su totalidad el enorme potencial de la unidad automática reconvertida por él en santuario. Así pues, mientras ordenaba iniciar los preparativos de un sacrificio ritual de la muchacha, procedía a cargar a toda prisa las hasta entonces inútiles pistolas energéticas de sus acólitos.

La irrupción de los caballeros en la propia ciudadela interrumpe bruscamente el desarrollo de sus planes, pero no es éste su único problema. Sometida la fuente energética de la estación a una explotación exhaustiva por parte de manos poco expertas, ésta se desestabiliza y, como le advierte la propia Orala, corre el peligro de estallar. Amedrentado por las palabras de su enemiga Dargemon accede a liberarla, exigiéndole que conjure el peligro.

Pero ya es demasiado tarde, puesto que los caballeros, a costa de graves pérdidas y auxiliados por los visitantes, que aunque no combaten directamente se dedican a destruir las defensas enemigas, llegan hasta el mismo recinto del templo. Ebrio de locura Dargemon ha ordenado degollar a los notables que habían buscado refugio en el santuario, y la propia Orala está a punto de correr la misma suerte salvándola tan sólo su perfecto dominio de las artes marciales, una técnica desconocida en el planeta. Finalmente Dole consigue rescatar a su amada sana y salva, pero la sobrecargada fuente energética está a punto de estallar, lo que acarrearía la destrucción de la ciudad y la muerte cierta de todos ellos. Por fortuna los soldados del Orden Estelar intervienen y protegiendo a la dañada estación con un campo de fuerza, logran que éste absorba la energía desprendida, conjurándose así el peligro. Dargemon, encerrado en el interior de su falso santuario, es aniquilado a la par que éste, desapareciendo con él su sanguinario reinado.

El resto es ya fácil de imaginar. El anciano rey de Haramal es repuesto en el trono, y los representantes del Orden Estelar inician los trámites preceptivos que acabarán con la incorporación del planeta a la nueva federación que se está construyendo sobre las ruinas del antiguo Imperio Galáctico. Dole, por su parte, es nombrado embajador de Haramal frente al Orden Estelar, y en su viaje a las estrellas le acompaña, claro está, su amada Orala.



Publicado el 19-1-2004 en el Sitio de Ciencia Ficción