Cohete
Una definición aplicable tanto a los cohetes usados en los fuegos artificiales como a los lanzadores que llevaron al hombre a la Luna, es la de un artilugio en el cual una substancia proyecta sus gases de combustión por un extremo para impulsar el cohete hacia delante (o hacia arriba).
Recurriendo a una explicación más científica, es preciso recordar que los cohetes se basan en una aplicación práctica de la tercera Ley de Newton, conocida con el nombre de ley de la acción y reacción, la cual postula que siempre que se ejerce una fuerza sobre un cuerpo, éste responde con una fuerza de igual magnitud pero de sentido contrario que tiende a contrarrestarla. Esta fuerza de impulsión es la que se utiliza para vencer la atracción gravitatoria y poner el cohete (más exactamente a la cápsula que transporta) en órbita.
Fijémonos en un modesto cohete de feria; no es sino un cartucho de cartón, adosado a una caña para evitar que se desvíe, en cuyo interior se ha introducido una cantidad de pólvora. Cuando se enciende el cohete la pólvora arde y produce un chorro de gases que, debido a la construcción del cohete, son expulsados hacia abajo. La fuerza ejercida hacia abajo por los gases es contrarrestada por otra fuerza del mismo valor ejercida hacia arriba que empuja al cohete haciéndolo subir...
El fundamento físico de los cohetes empleados en astronáutica es exactamente el mismo, aunque el desarrollo tecnológico es lógicamente infinitamente más complicado. Hay que tener en cuenta que, en un medio carente de aire como es el espacio, resulta imposible utilizar otros medios habituales en nuestro planeta, como son los aviones (que necesitan aire donde apoyarse), los barcos (que se apoyan en el agua) o los vehículos terrestres (que lo hacen en el suelo). Si un cohete es capaz de volar en el espacio, se debe a que tan sólo se apoya en sus propios gases. Y, aunque se han propuesto distintos medios de propulsión en el medio interestelar tales como velas de luz o impulsores iónicos, lo cierto es que actualmente los cohetes son la única manera conocida de viajar más allá de nuestra atmósfera.
Claro está que los cohetes empleados son tecnológicamente muy complejos; en primer lugar, y dado que vuelan por regiones carentes de aire, necesitan llevar en un interior no sólo el combustible, sino también el comburente. Y para obtener el impulso suficiente para vencer la gravedad terrestre, necesitan contar con varias etapas (es decir, un cohete encima del anterior) o, como ocurre con el transbordador espacial, con varios impulsores consecutivos, los cuales se desechan una vez utilizados con objeto de reducir el peso.
Dentro ya de la ciencia ficción, y tal como ha sido comentado al principio, los cohetes han resultado omnipresentes, sobre todo en la época que precedió y siguió a los albores de la carrera espacial. Lo curioso del caso es que, mientras los más poderosos cohetes construidos, los Saturno V, apenas si eran capaces de llegar a la Luna, en la ciencia ficción nos encontramos con cohetes que alcanzan sin la menor dificultad los confines del universo conocido, para lo cual se recurría a explicaciones tan peregrinas como un maravilloso combustible de potencia insospechada o la reducción de las dimensiones del universo al equivalente a la vuelta de la esquina...
Probablemente si algún día el hombre es capaz de alcanzar las estrellas, no lo será mediante cohetes, sino con vehículos propulsores que hoy día quizá no seamos capaces ni tan siquiera de imaginar.
Publicado el 5-11-2008