Más de lo mismo
Ilustración tomada
de
The New York Times
Está claro, nada hay más igualitario que la estupidez. Y si no tuvieron bastante con lo que ya comenté en Racismo operístico y Rizando el rizo antirracista en relación con las majaderías seudoigualitarias que por desgracia nos han invadido como si fuera la peste, ahí van otros ejemplos recientes de semejante plaga.
El próximo Superman -es increíble lo que da de sí una memez tan monumental como la de este superhéroe- es gay y lucha contra el cambio climático. No, no se asusten, Clark Kent no ha salido del armario; se trata de su hijo, Jonathan Kent, nacido de su relación con Lois Lane que, por lo que se ve, al final consiguió llevárselo al huerto y bien que le costó a la pobre. Claro está que, teniendo en cuenta que además de Superman los ordeñadores -con eñe- de DC Comics también se sacaron de la manga a Superboy, Supergirl, Superdog y unos cuantos más de la parentela supermanesca, así como llegaron a matar varias veces a Superman para resucitarlo otras tantas, no es de extrañar tamaño pasteleo.
Y conste que no me importa lo más mínimo -mi indiferencia hacia los superhéroes es absoluta- que se saquen de la manga un Superman homosexual, negro -éste creo que ya existe-, fémina -con permiso de Supergirl-, inválido -perdón, discapacitado-, vegano o perteneciente a cualquier minoría real o presuntamente discriminada; lo que me llama la atención es que por razones descaradamente oportunistas sus editores no tengan el menor empacho en cargarse todo un icono de su país. Porque por mucho que este personaje me resulte cargante hasta la exasperación, he de reconocer que tenía un perfil perfectamente definido que, cabe suponer, gustaría a sus seguidores.
Sinceramente, ¿no hubiera sido mejor crear un nuevo superhéroe partiendo de cero -hay tantos que tampoco se notaría demasiado- dejando tranquilo al senecto Superman tal como le parieron sus creadores? Aunque a decir verdad éste no es mi problema, ya que ni lo leía antes ni lo voy a leer ahora por más que se vistiera de lagarterana o de chivo de la Legión.
Otro icono del siglo XX es sin duda James Bond o, precisando más, la serie de películas inspiradas con más o menos fidelidad en el personaje creado por el escritor Ian Fleming. Si de algo no cabe la menor duda es de la arrolladora personalidad del famoso agente secreto, al que se le podría definir como un macho alfa plus. Evidentemente se pueden cuestionar su machismo, su cinismo, su indiferencia por la vida humana y otras cuantas cosas más poco o nada edificantes incluso antes de que la beatería buenista comenzara a campar por sus respetos; a mí, sin ir más lejos, me repugnaría cualquier persona que se comportara como él. Pero señores, estamos hablando de un personaje ficticio al que no se le tiene que tomar en serio -se supone que no somos niños pequeños- cuyo único fin es el de entretener, no el de mostrarse como modelo a seguir.
Es lo mismo, en definitiva, que los dibujos animados en los que los protagonistas se hacían mil barrabasadas de las que siempre salían ilesos, los personajes gamberros de los tebeos de Bruguera, los pícaros simpáticos encarnados por Tony Leblanc, las escabechinas de indios de las películas del oeste, la serie El Equipo A con su violencia ritualizada e inofensiva o, por poner un ejemplo más cercano, el descacharrante Torrente -al menos en su primera película- de Santiago Segura. Yo disfruté de crío, y de no tan crío, con series, películas y tebeos que hoy se considerarían políticamente incorrectos, y les aseguro que no me indujeron en modo alguno a desarrollar conductas asociales o criminales. Simplemente me divertía, e incluso entonces era plenamente consciente de que eso que veía o leía no era real ni mucho menos un ejemplo a seguir, sin necesidad de que nadie ajeno -para eso ya estaban mis padres- me tutelara.
En el caso concreto de las películas de James Bond hace ya mucho que perdí mi interés por ellas, aunque en su momento me lo pasé bien con las de Sean Connery y Roger Moore, es decir, las clásicas. Aunque también llegué a ver alguna de Pierce Brosnan, su deriva hacia el cine de pirotecnia y mamporros acabó aburriéndome, y las últimas ni las he visto ni tengo interés en verlas. Sí lo hice, hace relativamente poco, con Casino Royale, me refiero no a la canónica de 2006 sino a la descacharrante parodia de 1967 protagonizada, entre otros, por David Niven, Orson Welles, Woody Allen, Peter Sellers, Ursula Andress y William Holden entre otros... pero ésta es otra historia.
Así pues, a estas alturas de mi vida no se puede decir que sienta mayor simpatía por un personaje intrínsecamente repelente, aunque precisamente en eso radicaba su atractivo. De ahí mi sorpresa cuando me enteré de que, tras la retirada de Daniel Craig, el James Bond de las últimas cinco películas, los productores de la serie decidieron sustituirlo por una actriz de raza negra para matar, supongo, dos pájaros de un tiro y sacar tajada del oportunismo buenrollista. La elegida fue la actriz -¿o hay que decir acter?- Lashana Lynch, que no se mordió la lengua al afirmar que esta iniciativa nos alejaba de la masculinidad tóxica.
Volvemos a lo mismo. Si el modelo del James Bond clásico está ya agotado tras veinticuatro películas oficiales y dos extraoficiales, lo más digno habría sido otorgarle una retirada honrosa. Pero como de lo que se trataba era de seguir ordeñando a la vaca, al parecer a los productores no les importó darle la vuelta como un calcetín para adaptarlo a los nuevos tiempos o, mejor dicho, a los nuevos cánones implantados por la neoinquisición que para nuestra desgracia nos fustiga con sus imposiciones; el caso era seguir haciendo caja, que como dijo el emperador Vespasiano el dinero no huele.
Quede bien claro que no me molesta en absoluto que en el cine, la literatura o cualquier otro medio de expresión se potencie la integración femenina sacando al cincuenta por ciento de la humanidad de su injusta condición de mujer florero o, todavía peor, de cero a la izquierda; aun sin la ayuda de estos fanáticos por fortuna las cosas están cambiando al menos en la sociedad occidental, de otras con las que compartimos planeta mejor no hablar. Así pues, me parece estupendo que se creen roles femeninos hasta no hace mucho reservados a los machomanes de pelo en pecho, y no seré yo quien lo critique. Pero, ¿era necesario revestirlas con el ropaje de estos antiguos personajes? Lo que me parece una aberración no es que haya una agente secreta con licencia para matar, sino que se empeñen en que sea un James Bond cambiado de sexo.
Por cierto ni siquiera han sido originales, ya que en la Casino Royale paródica el James Bond original, David Niven, decide despistar a sus enemigos creando una pléyade de falsos 007 entre los que se cuentan cuatro mujeres a falta de una: Ursula Andress, Barbara Bouchet, Joanna Pettet y Daliah Lavi.
Publicado el 16-10-2021