Alcalá en La boda de Alfonso XIII,
de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March





Ricardo Fernández de la Reguera (1912-2000) y Susana March (1915-1990) fueron un matrimonio de escritores que, además de desarrollar sus carreras literarias por separado, se embarcaron en la continuación de los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós allá donde éste los dejara inconclusos con sus Episodios Nacionales Contemporáneos, tarea que anteriormente había desarrollado Francisco Camba (1882-1948) en su serie de los Episodios Contemporáneos escrita entre 1942 y 1948.

Galdós, que había previsto su quinta serie con diez novelas al igual que las cuatro anteriores, tan sólo llegó a escribir las seis primeras abarcando el período histórico comprendido entre la revolución de 1868 que se saldó con el destronamiento de Isabel II (España sin ley) y la consolidación del régimen de la Restauración en 1880 (Cánovas), quedando en proyecto Sagasta, Las colonias perdidas, La reina regente y Alfonso XIII, con las que el arco narrativo se habría prolongado hasta aproximadamente la crisis de 1898.

Fue precisamente la guerra hispano-norteamericana el punto de arranque que eligieron los autores para los Episodios Nacionales Contemporáneos, por lo que en sentido estricto no abarcaron el intervalo de aproximadamente dos décadas que dejó Galdós sin escribir aunque sí se remontaron más que Camba ya que éste inició su serie con la boda de Alfonso XIII en 1906. Así, sus dos primeras novelas fueron Héroes de Cuba y Héroes de Filipinas, ambas publicadas en 1963. A éstas seguirían otras ocho más, dos de ellas desdobladas en dos tomos, siendo la última publicada La República II en 1988, un libro dificilísimo de encontrar que en algunas reseñas figura como no publicado, pese a que sí lo fue.

Al igual que ocurriera con los Episodios Nacionales de Galdós, el fallecimiento de Susana March en 1990 dejó la serie inconclusa ya que su esposo renunció a continuarla en solitario quedano sin escribir los dos últimos volúmenes previstos, La guerra (1939-1939) y La posguerra.

La serie de Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March sigue fielmente la senda de Galdós, con un nivel literario muy aceptable y siempre respetando la regla de oro de la buena novela histórica, su verosimilitud respecto a los acontecimientos reales, que son narrados de forma rigurosa a diferencia paradójicamente de los últimos Episodios Nacionales, en los que el escritor canario abandonó el realismo para internarse en un enfoque fantástico, por no decir onírico, que sin carecer en modo alguno de interés desvirtúa por su propia naturaleza la esencia de su obra.

La razón para recordar a estos autores -me refiero claro está al matrimonio, no a Galdós- aquí es la aparición de Alcalá en uno de sus Episodios Nacionales Contemporáneos, concretamente en el cuarto titulado La boda de Alfonso XIII1 y publicado en 1965. Obviamente la trama de la novela se centra en el conocido atentado perpetrado por Mateo Morral contra los recién casados reyes, a cuyo coche arrojó una potente bomba a la altura del número 88 de la calle Mayor madrileña con el trágico balance de 25 muertos y más de 100 heridos resultando ilesos Alfonso XIII y Victoria Eugenia. En realidad las menciones a Alcalá son bastante tangenciales, pero no por ello deja de ser interesante recordarlas.

La originalidad de la novela estriba en que está narrada desde el punto de vista de Mateo Morral, convertido en protagonista principal junto con Esteban Pedrell, el personaje ficticio que sirve de ilación a la serie, y varios de los personajes secundarios de los episodios dedicados a la guerra de Cuba y a la de Filipinas. Puesto que tanto el atentado como la posterior fuga y muerte de Mateo Morral están perfectamente documentados, Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March hicieron un minucioso seguimiento de los últimos días del asesino, citando a Alcalá en varias ocasiones.

La primera de ellas tiene lugar durante el viaje en tren que realizó Morral de Barcelona a Madrid, once días antes del atentado, llevando consigo la bomba que arrojaría camuflada en un ramo de flores2:


Afloja la marcha del tren. Se va aproximando a la estación de Alcalá de Henares. El viajante despierta. Se incorpora hasta quedar sentado. Bosteza ruidosamente. El caballero baja un poco su diario. Le mira con severidad. Le mira por encima de los lentes, inclinando la cabeza.

Después el caballero se levanta. Retira del portaequipajes su maletín, su chistera, el bastón y los guantes. Dedica a Mateo Morral una ceremoniosa reverencia.

-Yo me bajo aquí, en Alcalá -dice-. Beso a usted la mano, caballero.

Mateo Morral se pone de pie. Corresponde al saludo con idéntico aparato.

-He tenido mucho gusto.


Hemos de dar ahora un salto hasta dos días antes de la boda real, celebrada el 31 de mayo de 1906, para encontrarnos con unos personajes secundarios que andan errantes por los alrededores de Madrid ejerciendo su humilde oficio de vendedores ambulantes3:


-¿Y usted qué hace? Se queda en este pueblucho?

-No. Yo me voy a Alcalá de Henares. Andamos unos cuantos esparcidos por ahí, vendiendo. He quedado con unos que nos veríamos en Alcalá de Henares a fines de mes. Daremos una batida por aquellos pueblos. ¡A ver!


Una nueva aparición de estos personajes secundarios tendrá lugar la víspera del día fatídico4:


José Miguel Asensio Berzunces miró las torres de Alcalá de Henares, que se hallaba próxima. Se restregó las manos con fuerza, estremeciéndose de frío.


Éste y su compañero detienen a un carro pidiendo a su conductor que les permita montar en él evitando así una penosa caminata5:


-¿Adónde nos dirigimos? Si puede saberse...

-¡No te digo lo que hay! -exclamó el carrero-. A Alcalá. Eso está muy claro.


Poco después llegan a Alcalá6:


Entraban a la sazón en Alcalá.

-¿Usted se queda aquí o va de paso? -preguntó Miguel.

-No, me quedo aquí.

-¿Y dónde se aloja?

-Me da lo mismo. No soy muy mirado para eso.

-Nosotros vamos a la posada de la Parra.

-Vale. Iré con ustedes.

(...)

Llegaron a la fonda de la Parra.

-¿Qué le parece esto? -preguntó José Miguel Asensio Berzunces.

-La verdad, con toda franqueza, el aspecto por fuera es malo.

-Pues engaña; ¡se lo juro! Por dentro es bastante peor -dijo Berzunces riéndose.


La posada de la Parra estaba situada en la calle Mayor, ocupando parte de la actual plaza de los Irlandeses. En la época en la que el libro fue escrito ya no existía estando ocupado su edificio por una carbonería, lo que induce a pensar que los autores debieron documentarse en una de las guías de Alcalá de la época. Continúa la narración, ya en la mañana del día del atentado7:


Antes de partir de Alcalá para recorrer los pueblos próximos, se detuvieron a tomar unas copas en el café Ibarra.

El propietario se acercó a saludar a los lenceros.

-¿Qué?, ¿otra vez en viaje de negocios?

-Sí, señor -dijo Berzunces-. Allá vamos.

-¿Y qué? ¿No irán a la boda? Yo, si no fuera tan esclavo de mi trabajo... Hoy Madrid será cosa de ver.


El café Ibarra, uno de los clásicos de la Alcalá de principios del siglo XX, se encontraba en el actual número 25 de la plaza de Cervantes, bajo los soportales de la acera que discurre entre la calle Mayor y la de Cerrajeros. También había desaparecido antes de que se escribiera la novela, ocupando su lugar durante muchos años el popular bar de Becerril. Éste también desapareció, reemplazado de forma sucesiva por varios establecimientos de diversa índole sin vinculación con la hostelería. También aparece una mención a la posada del Vizcaíno, más conocida como la posada de Blas Acebrón por haber sido éste su último propietario, situada también en la plaza de Cervantes muy cerca del anterior, concretamente en el número 19, y hoy ocupada por un edificio de viviendas; habla el propietario del café Ibarra dirigiéndose a los vendedores ambulantes8:


-Ya ven si es casualidad, porque, con el que yo digo, pasó un caso. Él se hospedaba con otro en la fonda del Vizcaíno. Aquí venía a jugar. Jugaba fuerte. Ellos iban de paso para Zaragoza. Aquí perdió una noche doscientas pesetas, una sobre otra, y perdió hasta la camisa. Ya ven. El individuo y el otro que le acompañaba se empeñaron la ropa de estudiantes. Al Vizcaíno le dejaron tres papeletas del Monte como pago. Pues el estudiante estuvo aquí hace unos meses, cuando las maniobras a las que asistió el Rey don Alfonso. Dijo que le había fallado, pero que se marchaba a Madrid y haría una muy sonada, que le convertiría en un hombre célebre. ¿Se van haciendo cargo? «Pues ándese con mucho tiento en lo que dice -le dije yo al estudiante-, porque está destinado aquí, en Alcalá, el capitán Narciso Portas.» «¿El de los anarquistas de Cambios Nuevos?», me preguntó él. «Ese mismo», le dije yo. Y dice: «A mí no me asusta ni Portas ni nadie».


Se refiere a las jocosas insinuaciones del imprudente estudiante acerca de su presunta intención de atentar contra Alfonso XIII. Narciso Portas Ascanio (1861-1934), apodado por los anarquistas “El nuevo Torquemada” y “El verdugo de Montjuic”, fue la némesis de los terroristas de su época. anarquistas en su inmensa mayoría. Con el grado de teniente fue el encargado de investigar los atentados del Liceo y de Cambios Nuevos, ambos en Barcelona, e incluso él mismo fue víctima de uno del que salió herido. Sus métodos fueron tildados de arbitrarios y excesivos, siendo acusado de torturar a los detenidos que en ocasiones se acabó demostrando que eran inocentes, algo por lo demás no muy diferente de lo que ocurría en otros países europeos. Lo interesante del caso, y éste era un dato que yo desconocía, es que es cierto que fue destinado a Alcalá ascendido al grado de capitán, hecho que será interesante investigar.

Concluye la narración del hostelero relatando el final de la aventura del estudiante calavera9:


-El estudiante no se asustó, o es que hacía muy propiamente el paripé. Resulta que, luego de empeñar la ropa, el estudiante siguió viaje y me lo trincaron, por indocumentado, hacia la parte de Sigüenza, en Sauca; con lo que estuvo en la cárcel. A mí, les digo la verdad, me intrigó mucho lo que dijo del Rey Alfonso. El estudiante volvió por Alcalá a principios de este mes. Yo le hablé. Le estuve preguntando que qué era eso. Va él y dice que andaba con dos silleros, dos de aquí, que siempre le hablaban de toros y del juego. Y, como se aburría, les dijo lo del Rey por fastidiar.


Los últimos capítulos del libro, estructurados por días desde la llegada a Madrid de Mateo Morral el 20 de mayo de 1906 hasta su suicidio el 2 de junio de este mismo año, están dedicados a relatar su accidentada fuga tras el frustrado magnicidio perseguido por la policía. Según la narración, que cabe suponer está basada en el atestado policial, éste fue escondido inicialmente por militantes anarquistas en los barrios periféricos de Madrid, algo que costaría caro a José Nakens, un conocido activista republicano que fue condenado a nueve años de prisión por auxiliarle, aunque sólo cumpliría dos tras ser indultado por el gobierno. Ya por su cuenta Morral emprende una caótica huida a pie, complicada de seguir con detalle en el mapa, que le lleva por Ventas, Belvis de Jarama, Ajalvir y Daganzo. Una vez en esta última localidad pregunta por la estación de ferrocarril más próxima10:


-Ahora me vuelvo a Madrid. ¿Saben cuál es la estación más cercana del tren?

-Alcalá de Henares -aseguró Miguel Reja, mirando recelosamente a Berzunces y a Fétido.

-Yo creía que estaba más cerca Torrejón... -dijo el forastero.

-¡Y lo está! -intervino Berzunces.

-¡Eso habría que verlo! -masculló Miguel.

-Allá se andarán -dijo Fétido conciliador.


En realidad las distancias de Daganzo a Torrejón y Alcalá son equivalentes. Finalmente Morral, tras preguntar a unos niños, decide dirigirse a Torrejón. Llegado a la villa torrejonera entra en una taberna de la plaza mayor y, tras pedir que le sirvan una comida, pregunta al tabernero fingiendo ser un obrero11:


-¿Usted sabe si hay fábricas en Alcalá? -le preguntó al tabernero.

-¿En Alcalá? ¡Claro que las hay!

-¿Qué camino debo seguir?

Javier Burgos se asomó a una ventana y se lo señaló.

-Tome por allí. Por la calle de la Soledad.

-¿Cómo dice?

-Soledad. Calle de la Soledad.

-Un nombre triste.

El tabernero le miró con aire dubitativo.


Abandonando la taberna se dirige a la estación y pregunta a los empleados por el horario de los trenes para Zaragoza. Pero en lugar de esperar la llegada del primero, se echa una siesta en un banco y prosigue a pie su camino12:


Se despertó hacia las cinco de la tarde. Salió de la estación y tomó el camino de ronda del pueblo. Lo dejó para meterse en la vía férrea y empezó a seguirla en dirección a Alcalá.

Al llegar a la casilla del paso a nivel, le increpó un vigilante.

-¿Qué hace usted en la vía?

-Nada; caminar por aquí.

-No se puede. Está prohibido.

Se desvió en silencio y tomó una senda que llevaba al río. La siguió durante un rato. Luego se metió a campo traviesa, por las tierras labrantías del Castillo de Aldovea, ribera del Henares.


Y eso es todo, en lo que a las referencias a Alcalá respecta. El libro termina narrando el final de las correrías de Mateo Morral: entra en un ventorro encarga una comida, despertando las sospechas del ventero que decide ir a Torrejón a avisar a la Guardia Civil. Pero no serán los agentes de la Benemérita quienes lo detengan, sino un guarda del vecino Soto -coto en el libro- de Aldovea que, llegado al ventorro, le pide la documentación y, al responder que carece de ella, le detiene convencido de que se trata del autor del atentado contra los reyes. Éste se entrega sin ofrecer resistencia, pero al abandonar el establecimiento descerraja un tiro a su captor con la pistola que llevaba oculta y, acto seguido, se suicida con la misma arma.




NOTAS

1 Ricardo Fernández de la Reguera y Susana March. La boda de Alfonso XIII. Episodios Nacionales Contemporáneos, nº 4. Editorial Planeta, 1965 (existen varias reediciones).
2 Pág. 38-39.
3 Pág. 303.
4 Pág. 339.
5 Pág. 340.
6 Pág. 343-344.
7 Pág. 366.
8 Pág. 367.
9 Pág. 367-368.
10 Pág, 428.
11 Pág. 431.
12 Pág. 432.


Publicado el 12-7-2022