La vida de Ginés de Pasamonte, de Diego San José





Diego San José fue uno de los muchos escritores de ese prodigio literario español que fue la primera mitad del siglo XX, uno de tantos que, pese a su calidad, se vieron eclipsados, muchas veces injustamente, por los grandes nombres de las generaciones del 98 y el 27 que todos conocemos y que aparecen nombrados en todos los libros de literatura. Algunos de estos segundones, incluso, llegaron a ser populares en vida, lo que no impediría que el paso inexorable del tiempo acabara condenándolos al olvido. De hecho, me ha costado bastante trabajo encontrar datos los datos biográficos suyos que necesitaba para escribir este artículo.

Nació Diego San José en Madrid, el 9 de agosto de 1884. Pese a que eran en total seis hermanos, de los cuales él era el mayor, la posición desahogada de su padre le permitió cursar estudios de bachillerato -que entonces era bastante, a diferencia del devaluado título actual- e iniciar una carrera literaria facilitada por los contactos de su padre. Así, comenzó a publicar poesías en algunas de las revistas de la época y en 1908, con 23 años de edad, estrenó su primera comedia, titulada Un último amor, a la que seguirían otras con un aceptable éxito de público.

También escribió novelas, crónicas históricas, colaboraciones periodísticas y radiofónicas, convirtiéndose en lo que hoy llamaríamos un escritor todoterreno. En 1931 apoyó a la República, ocupando durante un breve tiempo la jefatura de prensa de la Dirección General de Seguridad. El triunfante bando franquista le condenó a muerte en 1939 y, aunque fue indultado, hubo de purgar varios años de prisión, lo que provocó el brusco final de su carrera literaria aunque seguiría escribiendo colaboraciones periodísticas hasta el final de sus días. Pasó los últimos años de su vida en Redondela, la población gallega en cuyo penal había estado recluido, falleciendo el 10 de noviembre de 1962.




Diego de San José


La obra de Diego San José que hoy nos ocupa se titula Una vida ejemplar o sea la vida de Ginés de Pasamonte1, y es lo que se podría denominar como una novela picaresca escrita en 1916 al estilo de sus antecesoras del siglo XVII. Es decir, un arcaísmo, lo que no por ello le quita interés ya que demuestra la erudición del autor, capaz de imitar el estilo y los argumentos de los escritores del Siglo de Oro. Pero lo más curioso del caso es la elección del personaje protagonista, ya que Ginés de Pasamonte es un personaje secundario del Quijote, concretamente el reo condenado a galeras que el Caballero de la Triste Figura libera en uno de sus disparatados lances.

Es preciso advertir que la costumbre de escribir apócrifos cervantinos, iniciada por cierto por el propio Avellaneda todavía en tiempos del escritor, estuvo muy de moda a finales del siglo XIX y, todavía más, a raíz de la celebración en 1905 del tercer centenario del Quijote, por lo que no es de extrañar que Diego San José se viera tentado por ella. Eso sí, a diferencia de otros autores, que se empeñaron en escribir continuaciones del Quijote -incluso resucitando al propio Alonso Quijano si era menester- o en narrar las venturas y desventuras de personajes principales como Sancho Panza, Diego San José fue mucho más respetuoso con la obra cervantina, ya que se limitó a tomar prestado un personaje marginal para hacerle protagonista de una serie de peripecias ajenas por completo a la trama quijotesca.

Para ello aprovechó la frase que pone Cervantes en boca del pícaro cuando le interroga don Quijote, y éste responde que tiene escrito un libro sobre su vida que “Es tan bueno, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieran”. Así pues, Diego San José recurre al truco literario -el mismo, por cierto, que utilizó Cervantes en el Quijote, al atribuir el original a un imaginario Cide Hamete Benengeli- de fingir que no es él el verdadero autor de la Vida de Ginés de Pasamonte sino el propio pícaro, asignándose el papel de simple descubridor del manuscrito y responsable de su publicación por primera vez.

Se da la circunstancia, y es por ello por lo que he fijado mi interés en esta novela, de que parte del argumento se desarrolla en Alcalá. Ginés es un pícaro de origen humilde -como todos- nacido en la localidad manchega de Almodóvar del Campo pero criado en Sigüenza, a donde su madre, viuda, se ha trasladado en busca de unos parientes suyos. Tras una serie de peripecias en casa de un canónigo de la catedral, en la que la madre de Ginesillo está de algo más que de criada, el protagonista tiene que poner pies en polvorosa para huir del vengativo clérigo, entrando a servir a un matrimonio que, procedente de Zaragoza, se encamina a Alcalá.

Claro está que el matrimonio es muy desigual, el típico viejo casado con una muchacha que podría ser, en palabras del autor, más su nieta que su hija, y que como cabe suponer tiene más ganas de jarana de lo que su esposo le puede ofrecer. Así pues, no es de extrañar el párrafo que sigue, que describe la vida cotidiana de Ginesillo en Alcalá:


A la caída de la tarde salíamos el ama y yo hacia las eras, retardando la vuelta lo más que podía.

De retorno, solíamos calar en el estrado de la regidora, donde tomábamos chocolate con bolados y agua anaranjada; murmurábase un poco del cielo y de la tierra, y después rezábase el rosario.

(...)

Después del chocolate de la regidora, solíamos hacer (a a punta de noche) una visita excusada en cierta posadilla de la calle Mayor.

Yo quedábame en el zaguán.

Después de media hora salía doña Ana, a juzgar por la alegría que se retrataba en su bello rostro, muy satisfecha, y aunque andábamos a toda priesa, pocas noches dábamos en casa antes de las Ánimas.


Pero el marido cornúpeta acaba descubriendo el pastel, y a partir de ese momento prohíbe a su esposa, y de rebote a Ginesillo, que pongan los pies en la calle. Tras casi un año de forzada reclusión, el protagonista decide buscar nuevos aires, para lo cual se le presenta una ocasión que ni pintada el día que el ingenuo de su amo le hace un encargo:


Llamóme una mañana, a fines de año, don Francisco. Entré en su estudio, y vive Dios que al tender la vista sobre la mesa, se me nublaron gratamente los ojos.

El recio tablero de roble, sufría la amable pesadumbre de unas cuantas bolsas repletas de plata y oro.

Sin duda que, como fin de año, disponíase a pagar a los proveedores de la casa.

-Ginesico -me dijo, a tiempo que tomaba uno de los bolsos más pequeños-. ¿Tú sabes dónde está la plaza de los Santos Niños?

Respondíle que sí y continuó:

-Pues en la posada del Malagueño que hay en ella, pregunta por Rojillo, el ordinario de Segovia, y dale este dinero. Pero no salgas de allí sin que te entregue cédula de haberlo recibido. Y le dices que si el paño que le encargué para el ferreruelo, no es de mejor clase que el último, que no le traiga.

Púsome la bolsa en las manos y salí de aquella casa como pájaro a quien luego de muchos días de cautiverio ábrenle los hierros de la jaula.

Así como vime en la calle, no pensé ni por un momento ver al arriero de Segovia, sino tomar el camino del Andalucía con mi capital ganado honradamente en servicio de mí mesmo, entendiendo que aquella parte de España, era la antesala de Indias.

No me atacó como a otros la comezón de irme a la Corte, pensando que era Jauja.


Con lo cual se da por zanjada la aventura de Alcalá. Por cierto, Diego San José incurre en un error al citar la plaza de los Santos Niños, ya que ésta todavía no existía en la época en la que está ambientada la novela.

Sale pues Ginesillo camino de Andalucía sin pasar por Madrid, se supone que atajando por el antiguo camino que, cruzando el Henares en el puente Zulema y remontando la cuesta del mismo nombre, conducía directamente de Alcalá a Toledo. Pero el autor vuelve a cometer un error de bulto cuando afirma lo siguiente:


Como era fino de cabos y no había el martirio de la carne abundante, andaba con mucha presteza, tanto que habiendo salido a primera hora de la mañana de Alcalá, entraba a la de comer en un lugar que dicen Cobeña, que cruza el camino de Andalucía.


Cobeña no está en la carretera de Andalucía, ni en sus proximidades, sino justo en dirección opuesta, a mitad de camino entre las carreteras de Burgos y Barcelona. Y si bien el error de la plaza de los Santos Niños es disculpable, ya que hasta sesudos catedráticos de historia incurrieron en él por no molestarse en preguntar a cualquier alcalaíno con unos mínimos conocimientos de historia de su ciudad, no ocurre lo mismo con el de Cobeña, ya que este pueblo siempre ha estado en su sitio y desde luego, para ir de Alcalá a Andalucía no se pasa lo que se dice cerca de él.

Volvamos a la narración. En una venta del pueblo Ginesillo conoce a una cofradía de pícaros que le proponen asociarse a él, cosa que no acepta siguiendo su camino hacia Sevilla. La novela continúa desgranando las mil trapisondas en las que se ve envuelto Ginés, terminando con su prisión y la condena a galeras que enlaza con el episodio del Quijote. Pero puesto que Alcalá no vuelve a ser nombrada, será conveniente poner el punto y final aquí.




1 SAN JOSÉ, DIEGO. Una vida ejemplar, o sea, La vida de Ginés de Pasamonte, que fue pícaro y ladrón y bogó en galeras. Biblioteca Hispania. Madrid, 1916.


Publicado el 29-9-2008