San Alonso Rodríguez, un jesuita olvidado
Visión de
san Alonso Rodríguez, de Zurbarán
Real Academia de Bellas
Artes de San Fernando
Siempre que se pretende mostrar la importancia de la universidad de Alcalá a lo largo de sus varios siglos de existencia, suele recurrirse frecuentemente a dar la lista de los personajes ilustres que pasaron por sus aulas; personajes que pueden ser agrupados de distintas maneras de acuerdo con sus actividades en la sociedad española de su época.
Siguiendo con este criterio, y teniendo en cuenta la gran importancia de la Iglesia Católica en los estudios universitarios (gran parte de los colegios menores eran propiedad de las distintas órdenes religiosas, y aun el Mayor de San Ildefonso estaba dedicado fundamentalmente a los estudios de Teología), no es de extrañar que la nómina de estudiantes alcalaínos esté salpicada de nombres que pasando el tiempo serían elevados a los altares.
Santo Tomás de Villanueva, san Ignacio de Loyola, san José de Calasanz y san Juan de Ávila son nombres lo suficientemente conocidos como para hacer innecesario cualquier comentario sobre ellos; pero la historia suele dar sus sorpresas, y hoy traigo a estas páginas a un santo, el jesuita san Alonso Rodríguez, que a pesar de su importancia -es el patrón de la isla de Mallorca-, no suele aparecer en ninguna de las diferentes historias de Alcalá escritas a lo largo del tiempo, lo cual no deja de resultar cuanto menos chocante.
San Alonso Rodríguez -algunas fuentes lo llaman Alfonso- nació en Segovia el 25 de julio de 1531 -o en 1533, según otros- en el barrio extramuros del Salvador, siendo bautizado en la vecina parroquia de los Santos Justo y Pastor. Señala la tradición como su casa natal a la enclavada en la plaza de Díaz Sanz en cuya fachada se alza una lápida conmemorativa que, junto con una calle cercana, honran su memoria en su ciudad natal.
La familia del futuro santo pertenecía a la pequeña burguesía local, ya que su padre, Diego Rodríguez, era comerciante de tejidos de lana, una actividad entonces muy próspera en la capital castellana. Alonso era el tercero de un total de once hermanos, siete varones y cuatro mujeres, y según las crónicas su madre, María Gómez de Alvarado, era una mujer devota que infundió a sus hijos un profundo fervor cristiano.
Al parecer su vocación religiosa, aunque cristalizada tardíamente, comenzó a gestarse a raíz de que, a los diez años de edad, trabara relación con unos jesuitas invitados por su padre en Segovia, uno de los cuales era el beato Pedro Fabro, discípulo y compañero de san Ignacio. Al parecer, este primer contacto con la Compañía de Jesús, cuando todavía era tan sólo un niño, habría de marcarle profundamente en su vida.
En 1543 Alonso y su hermano mayor Diego, los dos varones de mayor edad de la familia, fueron enviados a estudiar a la universidad de Alcalá. Aunque pueda sorprender esta aparente precocidad, hay que tener en cuenta que los estudios universitarios englobaban entonces lo que ahora conocemos como enseñanza media, siendo el de bachiller el primero de los grados otorgados por las universidades.
Aunque ambos hermanos siguieron al parecer sus estudios con aprovechamiento, Alonso tenía otros intereses ajenos a las disciplinas universitarias, buscando de nuevo la compañía de los jesuitas que ya tenían colegio abierto en Alcalá, haciéndose amigo de Francisco de Villanueva, entonces también estudiante y superior del colegio de su orden.
Es difícil saber qué habría ocurrido en la vida del joven Alonso de no mediar una circunstancia trágica que le hizo interrumpir bruscamente sus estudios: A finales de 1545 fallecía su padre, planteándose la necesidad de que uno de los dos hermanos mayores volviera a Segovia para hacerse cargo del negocio familiar. Y, puesto que Diego era el que más avanzado iba, correspondió a Alonso renunciar a la universidad.
Apenas con quince años de edad, la inexperiencia del joven Alonso se habría de traducir en una deficiente dirección del comercio de paños que, agravada por la costosa manutención de su numerosa familia y por la necesidad de sufragar los estudios de su hermano Diego -que acabaría ejerciendo de abogado-, iría de mal en peor.
En 1557, a los veintiséis años de edad, contrajo matrimonio con la joven María Juárez, procedente de una familia acomodada, lo que le permitió mantener el negocio a flote durante algún tiempo. Poco después tendría su primer hijo, a los que siguieron otro niño y una niña.
Pero el infortunio le perseguía. En poco tiempo murieron su hija y uno de sus hijos y, en 1561, su esposa, dejándole viudo a los 30 años y a cargo de su hijo restante. Este cúmulo de desgracias provocó el cierre del comercio que regentaba, marchándose a vivir con su madre y sus hermanas al tiempo que iniciaba una intensa fase de acercamiento a los valores religiosos. Por fin, tras la muerte un año más tarde de su hijo y de su madre, últimos vínculos que le quedaban con su anterior vida, decidiría refugiarse en la religión.
De nuevo los jesuitas volverían a influir en su vida, ya que contó entonces con el consejo y el apoyo del padre Luis de Santander, rector del colegio que la Compañía de Jesús tenía desde 1559 en Segovia, el cual por cierto también sería director espiritual de Santa Teresa durante las estancias de la santa en la ciudad del Eresma. Finalmente Alonso solicitaría el ingreso en la Compañía de Jesús, pero dada su edad (frisaba entonces los treinta y ocho años) y lo quebrantado de su salud, sus examinadores no consideraron conveniente aceptarlo.
Dirigióse entonces a Valencia, donde llegó a finales de 1568 o a principio de 1569. Era rector de colegio jesuita de la ciudad su viejo conocido el padre Luis de Santander, con la intención de pedirle consejo. Éste le recomendó continuar sus interrumpidos estudios como medio de facilitar su ingreso en la Compañía de Jesús, por lo que atendiendo a esta sugerencia ingresó Alonso Rodríguez en la universidad de Valencia al tiempo que se empleaba como criado en la casa de la marquesa de Terranova para poderse sufragar los gastos.
Tampoco en esta ocasión lograría ver concluidos sus estudios universitarios, ya que en 1570, con ocasión de la invitación que le hizo un amigo suyo para que hiciera vida solitaria en una ermita, algo que acabaría rechazando, Alonso resolvió interrumpir sus estudios para solicitar de nuevo el ingreso en la Compañía de Jesús. Examinado de nuevo volvió a ser rechazado al igual que lo había sido en Segovia años atrás, pero el padre provincial de la orden Antonio Cordesses zanjó la cuestión diciendo la siguiente frase: Vaya, recibámosle para santo, lo que andando el tiempo se mostraría como un acierto pleno puesto que san Alonso Rodríguez acabaría por ser uno de los más insignes santos de la Compañía de Jesús.
Portada de la iglesia de Montesión, en Palma de
Mallorca,
donde san Alonso Rodríguez fue portero durante 46
años
Al fin, y consiguiendo ver hecho realidad su gran deseo -aunque no lograría ser ordenado sacerdote-, Alonso fue nombrado hermano coadjutor el día 31 de enero de 1571, comenzando su noviciado en el colegio de San Pablo de Valencia para a los seis meses ser enviado al recién creado colegio de Montesión, en Palma de Mallorca, todavía en construcción. Una vez allí, ejercitaría casi exclusivamente el cargo de portero hasta su muerte, ocurrida el 31 de octubre de 1617, en un curioso paralelismo con San Diego de Alcalá. Desmintiendo los temores de sus evaluadores, que habían objetado para rechazarlo en las anteriores ocasiones su excesiva edad -cuarenta años eran entonces muchos años-, así como su deficiente salud, el neófito jesuita viviría nada menos que cuarenta y seis años más, siempre como hermano lego.
Tras pronunciar los votos el 5 de abril de 1573, Alonso quedó definitivamente vinculado a la Compañía de Jesús, siempre desempeñando tareas modestas asumidas con humildad, lo que le granjeó la admiración de sus superiores logrando vencer sus iniciales reticencias. De hecho, al constatar éstos su intensa vida espiritual, le instaron a que plasmara por escrito sus experiencias.
Nuestro personaje, amén de carecer de una cultura elevada, era ya septuagenario, por lo que en un principio, abrumado, intentaría rehuir el mandato de sus superiores. Perseveraron éstos, gracias a lo cual el humilde lego escribiría entre 1604 y 1616 unas Memorias de cuyo análisis puede extraerse a modo de conclusión la intensa vitalidad espiritual que hizo de él un modelo de humildad y de heroísmo cristiano, lo que redundaría en una fama de santidad que convirtió a nuestro personaje en un foco de atracción hacia el cual se dirigían multitud de personas en busca de consejo. Estas Memorias, manuscritas durante más de dos siglos, serían publicadas en Barcelona entre 1885 y 1887 por el sacerdote jesuita padre J. Nonell, quien las repartió en tres volúmenes divididos en dos partes: Vida y documentos para provecho personal y Doctrina de las virtudes entresacada muchas veces de lo que leía u oía. Existe además una abundante bibliografía en torno a este santo que, por razones de espacio, no puede ser descrita en su totalidad aquí.
De entre los numerosos discípulos con los que contó este santo descuella san Pedro Claver, llegado a Montesión en 1605 para estudiar Filosofía, el cual solicitaría ser enviado en misión a las Indias Occidentales -la América española- por consejo de san Alonso Rodríguez, llegando a ser conocido más adelante como el apóstol de los negros. Asimismo su figura se hizo popular en la isla, tanto entre los estudiantes como entre los nobles, incluyendo al propio virrey, aunque él siempre preferiría la compañía de los mendigos y los menesterosos. Contribuyeron también a acrecentar su fama de santidad varias visiones de la Virgen que afirmó haber tenido, como cuando fatigado se sentó a descansar y ella le vino a enjugar el sudor del rostro.
Sepulcro de san Alonso Rodríguez, en la iglesia de
Montesión. Vista general
Los últimos años de su vida pasarían entre achaques y enfermedades propios de un octogenario que había rebasado ya con creces la longevidad media de la época. En 1613 sufrió ya un percance serio al desvanecerse repentinamente, aunque lograría recuperarse. Refugiado en la oración sobreviviría no obstante hasta 1617, aunque cada vez más impedido y con grandes dolores. Finalmente fallecería el 30 de octubre de ese año, día en el que la Iglesia celebra su fiesta.
La muerte del hermano Alonso conmocionó a la ciudad de Palma de Mallorca, así como a sus hermanos de comunidad. Como se suele decir habitualmente, había fallecido en olor de santidad. Sus exequias se celebraron pasada la festividad de Todos los Santos, siendo inhumado en la capilla de la Anunciación de la propia iglesia de Montesión.
Sepulcro de san Alonso Rodríguez, en la iglesia de
Montesión. Detalle de la estatua yacente
Tan sólo un año después de su muerte, en 1618, se inició su proceso de beatificación, que posteriormente estaría parado durante más de dos siglos hasta que León XII le beatificó el 25 de mayo de 1825 y León XIII le canonizó, a la par que a su discípulo san Pedro Claver, el 15 de enero de 1888. Anteriormente, ya en la temprana fecha del 25 de octubre de 1633, el Gran y General Consell del reino de Mallorca había decidido incluirlo entre sus protectores, siendo actualmente, tal como he comentado anteriormente, santo patrón de la isla de Mallorca, dignidad que comparte con la venerada Virgen del Lluch.
En 1630, no muchos años después de su muerte, su memoria sería plasmada por Zurbarán en el cuadro titulado Visión de san Alonso Rodríguez o San Alonso Rodríguez en éxtasis, pintado por encargo de la casa profesa de los jesuitas de Sevilla, y conservado actualmente en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando. En él, el artista realiza la síntesis de dos visiones relatadas por el santo portero: en una de ellas se le aparecen al santo la Virgen y su hijo insuflando en su corazón la fuerza de sus divinos corazones; en la segunda, se descubre el júbilo celestial al ser conducida la Virgen ante la Santísima Trinidad.
Placa de la calle de san Alonso Rodríguez, en
Palma de Mallorca
La tumba de san Alonso Rodríguez, situada en una de las capillas de la iglesia de Montesión, es un espléndido tabernáculo de mármol de estilo neoclásico, probablemente erigido a raíz de su beatificación a principios del siglo XIX, sobre el cual se alza una urna de cristal en la que yace una figura del santo vestido con el hábito jesuita. En las paredes de la capilla varios cuadros relatan escenas de su vida. La ciudad de Palma, por su parte, honra su memoria con una calle situada en las inmediaciones del edificio del que durante tantos años fuera portero.
Asimismo tiene dedicada una capilla, o ermita, en el bosque que bordea al castillo de Bellver, también en Palma, en conmemoración de un milagro según el cual cuando, ya anciano, acompañaba a un sacerdote a decir misa en la fortaleza, hubo de detenerse fatigado a mitad de camino de la empinada cuesta, ocurriendo tal como relata en su autobiografía que le pareció y sintió como vino Nuestra Señora a aliviarle el cansancio, y con un lienzo que traía le estaba limpiando el sudor del rostro, tal como se aprecia en el grupo escultórico obra de Guillermo Galmés. En el lugar donde según la tradición ocurrió el milagro se erigió un monolito conmemorativo sustituido el 9 de julio de 1885 por la actual capilla, construida por iniciativa del marqués de Ariany1.
Grupo escultórico de la capilla de
Bellver
Postal de la Asociación Nacional de Amigos de la Virgen en
España
Como dato curioso, cabe reseñar la existencia de una parroquia consagrada a nuestro santo en un lugar tan insospechado como los Estados Unidos, concretamente en la localidad de Woodstock, perteneciente al estado de Maryland, la cual fue fundada en 1869, una fecha realmente antigua para tratarse de ese país, por los jesuitas. También he localizado otros dos templos suyos en Argentina, el primero regentado por la Compañía de Jesús en la localidad de San Miguel (Gran Buenos Aires), y el segundo una capilla en La Boca Alto Verde, perteneciente a la ciudad de Santa Fe.
Paradójicamente, son contadas las parroquias españolas en las que figura como titular; tan sólo sé de la existencia de dos de ellas en Mallorca, una en el barrio del Ensanche de Palma y otra en la cercana localidad de Pont DInca, y de una tercera, consagrada en fecha tan tardía como 1997, en la localidad segoviana de El Sotillo, una pedanía del municipio de La Lastrilla situada a tan sólo 2,5 kilómetros de Segovia.
Conviene, por último, no confundir a nuestro personaje con su homónimo -o casi- san Alfonso Rodríguez, también jesuita -otra coincidencia-, el cual nació en Zamora en 1598 y murió asesinado en 1628 por los indios guaraníes en una misión fundada por su orden en el territorio del actual Paraguay.
1 Una capilla de Bellver. Publicado en la edición digital de Diario de Mallorca.
Publicado el 14-6-1986, en el nº 1.004 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 9-6-2015