El cirujano Diego de Argumosa y Obregón





Rótulo de la calle dedicada a Diego de Argumosa en Madrid
Fotografía tomada de la Wikipedia



Dentro de la nutrida nómina de profesores y estudiantes ilustres de la Universidad de Alcalá, sin duda el período peor conocido es paradójicamente el más reciente, es decir, los años finales de la centenaria fundación cisneriana y, en especial, los comprendidos entre el final de la Guerra de la Independencia en 1814 y su supresión definitiva en 1836, mal camuflada -incluso por muchos historiadores actuales- como un inexistente traslado a Madrid, ya que la recién creada Universidad Central madrileña desde un principio repudió, y no sólo a través del cambio de nombre, la herencia histórica de su extinta predecesora.

Por otro lado es lógico este relativo desconocimiento, ya que a lo ajetreado del lúgubre reinado de Fernando VII se suma el triste colofón de una irreversible decadencia de una institución a la que nadie mostró el menor interés en revitalizar, los unos manteniendo contra viento y marea unas estructuras caducas y trasnochadas, y los otros empeñados en hacer tabla rasa con lo antiguo para implantar su muchas veces mal digerida concepción del progreso. Además, también es preciso reconocer que para el historiador de la Universidad de Alcalá resulta mucho más atractivo centrar su atención en sus años gloriosos de los siglos XVI y XVII, que hacerlo cuando ésta no era ya sino una patética sombra de sí misma... lo que sin embargo, vuelvo a repetir, no le quita un ápice de interés a este período postrero, sobre todo teniendo en cuenta que bastantes de los que pasaron por sus aulas en estos agitados años alcanzarían años más tarde un notable protagonismo en la construcción del estado moderno que, con mayor o menor fortuna, se fue configurando en nuestro país a lo largo del siglo XIX.

Uno de estos personajes ilustres, no olvidado pero sí prácticamente desconocida su vinculación con Alcalá, fue Diego de Argumosa y Obregón, que andando el tiempo sería uno de los más importantes cirujanos de su época, correspondiéndole el honor de ser el introductor en nuestro país de la anestesia.

Pero no nos adelantemos. Diego de Argumosa nació el 7 de julio de 1792 en la localidad cántabra de Villapresente, cercana a Torrelavega, hijo del médico Juan Antonio de Argumosa. Tras cursar sus primeros estudios en su localidad natal y en los Escolapios de Villacarriedo, también en Cantabria, el estallido de la Guerra de la Independencia le sorprendió con apenas 16 años, viéndose involucrado en el conflicto ejerciendo como practicante en el Hospital Militar de Santander, lo que le sirvió para que adquiriera una notable formación práctica en lo que luego sería su oficio.

Terminada la guerra, y reabiertas las universidades, en 1814 obtuvo el título de bachiller -entonces era éste el primero de los grados universitarios- en la de Alcalá, pasando posteriormente al Colegio de San Carlos, en Madrid, donde se licenció obteniendo en 1820 el título de doctor. La razón de que Argumosa no continuara sus estudios en Alcalá, dado que la Universidad no se suprimiría hasta después de que éste los concluyera, radica en el hecho de que entonces los estudios de Medicina y Cirugía estaban divididos entre las universidades, donde se cursaban los primeros, y los colegios de Cirugía, donde tenían lugar los segundos.

Terminados sus estudios, en 1821 su primer destino fue como profesor interino en el Colegio de Cirugía médica de Burgos, pero tan sólo dos años más tarde, en 1823, regresó a Madrid como profesor de disección en el Colegio de San Carlos, hasta que en 1829 ganó en este mismo centro la cátedra de Afectos externos y operaciones, que ejercería durante veinticinco años con notable acierto.

A pesar de la precariedad generalizada existente durante esos años en España, pronto se convertiría Argumosa en uno de los cirujanos españoles más prestigiosos, incluso alcanzando el nivel de su colegas extranjeros pertenecientes a países más favorecidos. A él se debe una profunda renovación de las técnicas quirúrgicas, habiendo sido el primero en establecer en nuestro país la metodología de los ensayos clínicos. En 1847 fue también el introductor de la anestesia en España, apenas unos meses después de su descubrimiento en Estados Unidos, y asimismo fue precursor en la aplicación de la asepsia. Se le deben también importantes avances en campos como la otorrinolaringología o la urología, y también se destacó en la lucha contra las epidemias que asolaron a nuestro país durante la primera mitad del siglo XIX.

En 1835 fue uno de los médicos que examinaron a la entonces famosa sor Patrocinio, la Monja de las llagas, negando un posible origen sobrenatural de las mismas y, por lo tanto, poniendo en evidencia la impostura, lo que le acarreó críticas por parte de los defensores de un presunto origen divino de las mismas, por lo general identificados con los sectores más reaccionarios de la corte de Isabel II. Años más tarde, el auge de la influencia política de la intrigante religiosa le acabaría pasando factura, no faltando quienes afirman que la inquina de sor Patrocinio y sus partidarios hacia quien la había desenmascarado fue una de las causas de su forzada jubilación anticipada.

Argumosa intervino activamente en la política de su época, siempre militando en las filas de la ideología liberal, llegando a ser teniente de alcalde del ayuntamiento de Madrid y diputado en las Cortes Constituyentes de 1836-1837, de carácter progresista. Esto, unido a agrias disputas profesionales con sus colegas -al parecer su carácter era bastante difícil-, le condujo a diversos enfrentamientos que se saldaron, incluso, con una condena a destierro. Todo ello, unido a una serie de desgracias familiares -perdió a su esposa y a sus tres hijos-, le amargaría los últimos años de su vida. En 1854, tras uno de los frecuentes cambios políticos del reinado de Isabel II, fue jubilado de forma prematura a la edad de 62 años, rechazando dos años después la propuesta de reintegración a su cátedra hecha por el nuevo gobierno. Retirado a su tierra natal, a partir de entonces y hasta su muerte, acaecida el 23 de abril de 1865, residió en Torrelavega, dedicado a escribir y a la ejecución de obras benéficas.

Fue autor de varios libros de temática médica, entre los que destacan Nuevo método de circuncisión (Madrid, 1834), Del éter sulfúrico para adormecer a los que han de ser operados (Madrid, 1847), Curación radical del hidrocele por el método de los bordones ideado y seguido hace algún tiempo (Madrid, 1847), Observación de un sarcocele: nuevo procedimiento para curarlo mediante la ligadura subcutánea del cordón espermático a fin de producir la atrofia del testículo (Madrid, 1848) y Resumen de Cirugía (Madrid, 1856), su principal obra.

Fue miembro de varias academias y sociedades españolas como la Real Academia de Medicina, la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona o la Academia de Medicina de Cantabria, esta última a título póstumo, y también extranjeras como la Academia Nacional de Medicina de México, la Sociedad de Médicos de Atenas y las Academias de París y Munich. Asimismo, fue honrado con condecoraciones tales como la Condecoración de Fernando VII y la Gran Cruz de la Beneficencia.

Madrid honró su memoria dedicándole una calle situada en la parte trasera del Colegio de San Carlos -actual Museo Reina Sofía- en el que Argumosa desempeñó su actividad profesional. Esta calle, trazada a principios del siglo XX, discurre entre la Ronda de Atocha y la plaza de Lavapiés, constituyendo uno de los principales ejes viales de este popular barrio madrileño.


Publicado el 8-7-2013