La doctora de Alcalá. Segundo centenario
de un acontecimiento histórico *





Retrato de María Isidora de Guzmán, pintado por Joaquín Inza
Fotografía tomada de la Wikipedia



El Rey en atención á las distinguidas circunstancias de Doña Maria Isidra de Guzman y la Cerda, hija del Marques de Montealegre, y enterado S.M. de las sobresalientes qualidades personales de que está dotada, permite y dispensa en caso necesario, que se confieran á esta Señora por esa Universidad los grados de Filosofía y Letras humanas, precediendo los exercicios correspondientes: lo que participo á V.S. de su Real órden, para que haciéndolo presente al Claustro se tenga entendido en él para su cumplimiento. Dios guarde á V.S. muchos años, en Aranjuez 20 de abril de 1785. = El conde de Floridablanca. = Señor D. Pedro Diaz de Roxas.


I

Hace ya algunos meses aparecieron en este mismo semanario tres artículos alusivos a los centenarios que en este año se cumplían en nuestra ciudad; pero la rica historia de Alcalá aún nos depara en 1985 otro centenario más, el doscientos aniversario de la concesión en España del primer doctorado a una mujer, María Isidora Quintina de Guzmán y de la Cerda, más conocida como la Doctora de Alcalá.

En el siglo XVIII se daban en España dos tendencias bien distintas en lo referente a la manera de entender la sociedad: Por un lado estaban los intentos renovadores del Despotismo Ilustrado, mientras por el otro existía la gran inercia social que caracterizaba a una parte importante de la población española de aquella época. Esta dicotomía, que surge en numerosas facetas de la España dieciochesca, se muestra palpablemente en la política educativa de este siglo.

Así, frente a los intentos ilustrados por elevar el nivel cultural, entonces muy pobre, de la población femenina española, se mantenía una fuerte tendencia social que consideraba que a la mujer le bastaba con una educación dirigida fundamentalmente hacia su formación como esposa y ama de casa. Se comprende, pues, la singularidad que suponía entonces el acceso de una mujer a la universidad española, máxime si tenemos en cuenta lo extendida que estaba esta actitud tradicionalista no sólo entre las clases bajas, sino también entre amplias capas de la nobleza.

No fueron muchas, pues, las mujeres que en la España moderna alcanzaron reconocida fama por su formación cultural; podemos recordar a Beatriz Galindo, instructora de la reina Isabel la Católica y conocida con el sobrenombre de La Latina; a la alcalaína Catalina de Aragón, infanta de España que escribió varios tratados en latín siendo ya reina de Inglaterra; a María de Zayas y Sotomayor, afamada novelista del siglo XVII que defendió vehementemente la igualdad de instrucción entre hombres y mujeres; a Oliva Sabuco de Nantes, conocida en toda Europa por su obra titulada La verdadera medicina en la que, antes que Descartes, postulaba la relación entre mente y cerebro; y no podemos olvidarnos, por último, del pintoresco caso de Hortensia de Castro, que deseosa de adquirir mayores conocimientos, no dudó en disfrazarse de hombre para, en compañía de sus dos hermanos, dirigirse a la Universidad de Coimbra donde cursó, siempre ocultando su verdadero sexo, estudios de Latinidad, Retórica, Filosofía y Teología. Pero es a la Universidad alcalaína a quien cabe el honor de haber acogido en su seno, ya a principios del siglo XVI, a Francisca de Nebrija, hija del ilustre gramático del mismo apellido y a quien sustituiría en varias ocasiones al frente de su cátedra.

Retomando una tradición iniciada dos siglos y medio atrás, nuestra Universidad concedería los máximos honores académicos a María Isidora de Guzmán un ya lejano 6 de junio de 1785. Llegados a este punto, deseamos mostrar nuestra opinión con respecto a la cual discrepan los distintos autores que lo relatan: Mientras algunos historiadores han tratado de magnificar el hecho en función de la singularidad del mismo, otros han considerado por el contrario que todo se debió antes a una imposición real que a los propios méritos de la interesada.

Por nuestra parte, entendemos que se trata en ambos casos de opiniones extremas y encontradas que no hacen sino deformar la realidad. Así, nosotros hemos intentado conseguir una nueva documentación aparte de la ya conocida (Azaña y Entrambasaguas fundamentalmente) y hemos logrado encontrar una serie de textos de la época que nos han permitido obtener una visión de nuestro personaje bastante más viva y cotidiana que las aportadas por los autores citados.

Cierto es que la política educativa de la época en relación con la mujer, política que era alentada por el propio Carlos III, tendía a favorecer los escasos intentos de dotar de educación superior a una parte de la población femenina española. Pero por otro lado, no hay que olvidar que la joven María Isidora había dado probadas muestras de su valía intelectual; todavía no contaba con diecisiete años de edad cuando recibió el título de doctora, y ya con anterioridad había sido nombrada académica de la Real Academia de la Lengua, hecho que no se volvería a repetir en nuestro país hasta que, hace muy pocos años, fuera elevada al mismo rango la escritora Carmen Conde.

María Isidora había nacido el día 31 de octubre de 1768 en Madrid, hija de don Diego de Guzmán y Ladrón de Guevara, marqués de Montealegre y conde de Oñate, y de doña María Isidra de la Cerda, condesa de Paredes. Gracias a su pertenencia a una familia noble, pudo María Isidora recibir una educación esmerada de manos de su preceptor don Antonio de Almarza, quien de acuerdo con las crónicas de la época apreció la perspicacia y penetración de ingenio, la extensión y solidez de sus conocimientos. Constatada su valía, sus padres alentaron sus estudios, los cuales tuvieron como broche final la admisión de María Isidora como miembro de pleno derecho de la Real Academia Española de la Lengua el día 2 de noviembre de 1784. Leería su discurso de ingreso el día 28 de diciembre del mismo año, discurso que fue publicado posteriormente en la prensa de la época.

La culminación de sus estudios sería, como ya hemos apuntado, la concesión del titulo de doctora por la Universidad alcalaína. La referencia más antigua alusiva a este tema es la Real Orden enviada a nuestra Universidad con fecha de 20 de abril de 1785, la cual reproducimos íntegra al comienzo de este artículo; en ella se autoriza (que no ordena) a la Universidad para que ésta, tras los pertinentes exámenes y siempre que éstos resulten satisfactorios, conceda a María Isidora los grados. Pocos días después se recibiría una segunda Real Orden fechada, como la anterior, en Aranjuez el día 7 de mayo del mismo año, ordenándose por ésta que el ceremonial se haga con el decoro y honor correspondiente a sus distinguidas circunstancias y que, según Esteban Azaña, consistió en la supresión de los tradicionales abrazos entre el nuevo graduado y los decanos en señal de fraternidad. Añade a continuación la orden que la Universidad disponga el arreglo o ceremonial que deberá observarse para la recepción de los grados... como en lo demás que se estime conveniente.

El día 3 de junio de 1785 llegaron a Alcalá, a las seis de la tarde, los padres de María Isidora acompañados por su hijo (y hermano de la futura doctora) don Diego Isidro de Guzmán, saliendo a recibirlos las autoridades municipales y alojándose, en calidad de huéspedes importantes, en el propio palacio arzobispal. También serían agasajados esa misma noche por la propia Universidad representada por el rector, los consiliarios, los deanes de todas las facultades, el secretario y los bedeles, siendo encargado de cumplimentarlos el consiliario don Juan López de Salazar. De acuerdo con el protocolo, ambas partes intercambiaron sendos discursos.




II




Grabado realizado por Juan Amills en la primera mitad del siglo XIX
Tomado de la Biblioteca Digital Hispánica


Los preparativos del solemne acto académico continuarían el día siguiente, 4 de junio, cuando a las diez de la mañana volvió la Universidad, representada por el cancelario, el rector, los catedráticos de Prima, los doctores destinados para el examen y el secretario, con objeto de establecer los temas sobre los que iba a versar el examen, temas todos ellos extraídos de la filosofía de Aristóteles. De entre ellos sería elegido por la interesada el libro 2º de Anima cap. III del citado filósofo griego, tema que defendería bajo el título de Anima hominis est spiritualis.

Esa misma tarde saldría María Isidora, acompañada de sus padres, para elegir el lugar en el que tendría lugar su graduación, puesto que la Universidad había dispuesto no uno, sino dos locales para esta ceremonia: el aula principal y la iglesia. Conviene advertir de que en aquel momento, y tras la expulsión de los jesuitas en 1767, la Universidad se había separado del Colegio Mayor de San Ildefonso, alojándose en el antiguo colegio de esta orden religiosa, en la calle de Libreros, donde se celebraban entonces los actos académicos en lugar de los tradicionales paraninfo y capilla de San Ildefonso, ahora utilizados tan sólo por el Colegio Mayor.

La futura doctora, a la vista de la gran cantidad de personas que se habían desplazado ex-profeso hasta nuestra ciudad con objeto de asistir a su graduación (más de seis mil, según las crónicas), optó definitivamente por la iglesia, es decir, la actual parroquia de Santa María, por ser este templo más capaz que el salón de actos.

El día 5 por la mañana, pasado ya el plazo requerido de veinticuatro horas desde el momento en que fuera elegido el tema, María Isidora acompañada por sus padres, el cancelario, el rector y los bedeles se dirigió en carroza a la capilla de la Universidad, que había sido magníficamente engalanada para esta ocasión, siendo acogida su entrada en el mismo con los acordes de una harmoniosa orquestra, compuesta de muchos instrumentos.

Una vez en la cátedra, la joven universitaria leyó su lección en presencia de las autoridades académicas de nuestra Universidad, exponiendo en latín el texto elegido de Aristóteles y continuando con la conclusión, esta vez en castellano, para los que no estuviesen instruidos en aquella lengua, tal como nos relatan textualmente los documentos consultados.

Terminada esta primera parte, María Isidora respondió con una exquisita elegancia en el estilo y solidez en las razones a las cuestiones que le plantearon en castellano tres catedráticos de Prima de Teología, los doctores don José Martínez Alonso, fray Tomás de San Vicente, dominico, y fray Francisco Rodríguez del Cerro, franciscano. Como anécdota, podemos comentar que la doctoranda dedicó esta parte de su examen a la Inmaculada Concepción y al propio rey Carlos III.

El último ejercicio consistiría en un examen sobre distintos temas de Filosofía y Letras Humanas propuestos en el impreso dedicado al rey Carlos III, cuya primera página reproducimos a continuación1:


Se conferencio, y resolvio por su Sas que en atencion a ser noticiosos que en la tarde de este dia se ha de regresar a esta ciudad la Exma Sra Dª Maria Ysidra de Guzman y la Cerda a tomar el Grado en la facultad de Artes a la Real Universidad de esta ciudad de orden ó permiso de Su. Mag. (que Dios Guarde) pasasen los Sres Dn Andres Antonio de Amirola, y Don Domingo Concepción Carmona con el ceremonia a pedir hora y visita a la dha Sra a nombre de esta ciudad, y ofrecerla, sus facultades, en obsequio de semejante deliberación de lo que quedarón enterados.

(A.H.M.A.H. Libro 108. 3 de junio de 1785. Acuerdo municipal referente a la graduación en nuestra ciudad de María Isidora de Guzmán y de la Cerda).


Estos temas fueron los siguientes: Gramática griega, lengua latina, lengua francesa, lengua italiana, lengua española, retórica, mitología, geometría, geografía, filosofía en sus distintas ramas, física (lo que hoy entendemos por ciencias), astronomía y filosofía moral. En esta ocasión sus examinadores fueron los siguientes doctores: Fray Antonio Gaspar, provincial de los trinitarios calzados; fray José López, provincial de los carmelitas calzados; don Ángel Gregorio Pastor, catedrático de hebreo; fray Juan Francisco de Velasco, mercedario calzado y catedrático de filosofía moral; don Blas Pérez Valverde, catedrático de historia eclesiástica; don Vicente Peñuelas, catedrático de decreto, y don Eusebio José Cañavate, vicecancelario de la Universidad.

Volviendo de nuevo a las crónicas de la época, María Isidora tuvo que afrontar durante una hora y media las numerosas preguntas realizadas por los anteriormente citados doctores, preguntas a las que respondió con singular agudeza y erudicion, acompañada siempre de serenidad, modestia y agrado, manteniéndose en este ejercicio con la misma serenidad, entereza y apacibilidad que en el anterior.

Concluida con brillantez su exposición, fue inmediatamente aclamada por toda la Universidad con tal profusión de vítores y vivas que el claustro decidió excusar la votación acostumbrada, al compartir el estamento académico la satisfacción y alegría que produjo a todos los asistentes un ejercicio tan completo. Por fin, se cerró el acto con una nueva intervención de la orquesta mientras María Isidora retornaba al palacio arzobispal acompañada de sus padres y hermano en las mismas carrozas en las que habían llegado.

Y así llegó el día 6 de junio, cuando a las diez de la mañana se reunieron en el palacio todos los miembros del claustro revestidos con sus mejores galas académicas, lugar desde el que partirían con gran pompa y circunstancia causando admiracion á todo el lucido acompañamiento y numeroso concurso que le seguia, de suerte que despues de llena toda la Iglesia, se quedo fuera la mayor parte de la concurrencia.

Se inició entonces la parte más vistosa y solemne, la concesión del grado a la nueva doctora de acuerdo con el ceremonial acostumbrado en tales actos, el llamado comúnmente el Gallo; el paraninfo o panegirista fue en esta ocasión el doctor don Juan Francisco del Valle López de Salazar, consiliario y orador mayor de la Universidad, el cual pronunció un encendido discurso en el que ensalzó las grandes virtudes académicas de María Isidora haciendo especial referencia a los varios familiares de la joven destacados anteriormente por su gran formación cultural y congratulándose por la inclusión de la flamante doctora en el claustro alcalaíno con frases tales como la siguiente: Subid á la Cátedra y al Laurel que con ansia os está esperando; para que por vos en adelante reciba mas gloria, y sirvais á los jóvenes de uno y otro sexô de un estímulo que los aliente á seguir vuestra guia.

Tomó a continuación la palabra el cancelario de la Universidad don Pedro Díaz de Rojas, abad mayor de la Magistral, miembro del Consejo de la Inquisición y caballero de la Orden de Carlos III, felicitándose a su vez por ver tanto regocijo como ha ocupado los corazones no solamente de toda la Universidad, y nuestros Ciudadanos, sino también del gran concurso de la Corte, y de los pueblos circunvecinos, que á porfia y con anhelo ha venido á este Acto, al tiempo que hacía hincapié en los importantes méritos de la nueva universitaria.




III




Parroquia de Santa Marina, en Córdoba, donde fue enterrada María Isidora de Guzmán
Fotografía tomada de la Cordobapedia


El Rey se ha enterado de la Carta de V.S. de 9 de este mes, y ha oido S.M. con el mayor gusto la relación que la acompaña de los muy lucidos y sobresalientes ejercicios que ha hecho en esa Universidad Doña María Quintina Guzman y la Cerda, hija de los Marqueses de Montealegre para la recepcion de los grados de Maestra y Doctora en Filosofía y Letras humanas; y de las demostraciones de obsequio que ha hecho la Universidad en esta ocasion: todo lo qual ha sido del agrado y aprobacion de S.M., de cuya Real órden lo participo á V.S. para su inteligencia y de la Universidad. Dios guarde á V.S. muchos años. Aranjuez 25 de Junio de 1785. = El Conde de Floridablanca. = Sr. D. Pedro Diaz de Roxas.


Una vez terminados los discursos que se pronunciaron en el acto, hizo inmediatamente María Isidora los juramentos acostumbrados de defender el misterio de la Inmaculada Concepción, de no ir en contra de lo establecido en la sesión 15 del Concilio Constanticiense acerca de los soberanos; de no ir ni enseñar cosa opuesta a las regalías de Su Majestad; de mirar por el bien de la Universidad; de obedecer al Sumo Pontífice y al rector de la Universidad; igualmente, prometió veneración y respeto al arzobispo de Toledo (que era todavía el señor de Alcalá) y al cancelario de la Universidad (el abad de la Magistral). Por último, hizo profesión de fe conforme a lo mandado por el papa Pío IV.

Concluida la ceremonia del juramento se pasó a la imposición por parte del cancelario del bonete con borla de doctora que, en una bandeja, le habían presentado el padre de María Isidora y el hermano de ésta, que para tal ocasión se había vestido de colegial del alcalaíno colegio de los Manriques, dado que los familiares de la graduada eran los patronos del citado colegio.

A continuación, el cancelario pronunció las siguientes palabras por las que se nombraba maestra y doctora a María Isidora:


Yo, con la autoridad Pontificia y Real os confiero Excma. Señora, los grados de Maestra y Doctora en la ilustre Facultad de Artes y Letras humanas en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.


Palabras que fueron acogidas con un general aplauso y aclamación de vivas por todo el concurso. Seguidamente, el cancelario propuso en latín a la flamante doctora una cuestión muy apropiada a sus circunstancias personales y del momento, la cual había sido ya planteada en el Concilio IV Cartaginense: Si la muger aunque virtuosa y docta podia enseñar en las Universidades las ciencias profanas y sagradas, a lo que ésta respondió afirmativamente defendiendo que muchas veces podía una muger exercer el ministerio de enseñar públicamente, probándolo con varios argumentos.

Continuó el protocolo con un discurso de María Isidora en el que, en latín, dio las gracias a la Universidad por haberla acogido en su seno, a lo que respondió el rector haciéndola presente que la Universidad la había nombrado catedrática honoraria de Filosofía moderna y consiliaria perpetua de ella, nombramiento este último que era considerado un gran honor al no ser habitualmente concedido a los graduados en Arte o Filosofía.

Terminados los discursos, tanto María Isidora como sus padres recibieron las enhorabuenas pertinentes al tiempo que el claustro renunciaba a las propinas establecidas contentándose tan sólo con el gusto y honor de tener en su Gremio tan esclarecida Señora. La orquesta, que estaba instalada en el coro, prosiguió con su música mientras la Universidad entregaba a los padres de la doctora varias medallas de plata que había mandado acuñar expresamente para esta ocasión, una de las cuales reproducimos en la ilustración de este artículo.

No se limitó la Universidad a este único obsequio, ya que hizo adornar la fachada de su edificio principal con el retrato obra de Joaquín de Inza cuya copia en grabado publicamos en el primer artículo de esta serie; a ambos lados del mismo serían colgados también varios tarjetones con jeroglíficos y versos alusivos a la ceremonia. Llegados a este punto quisiéramos hacer un alto para reseñar la importancia que desde antiguo tuvo para la Universidad alcalaína esta manifestación cultural tan poco conocida a pesar de haber sido utilizada siempre que tenían lugar actos de carácter extraordinario en nuestra ciudad; José Simón Díaz ha venido a denominar con acierto poesía mural a este tipo de expresión artística de efímera duración en la que se conjuntaban tanto elementos poéticos como plásticos.

En esta ocasión contamos con una descripción detallada de las diferentes inscripciones en latín y griego que se colgaron a ambos lados de la fachada; así, en el tarjetón de la derecha se leía la siguiente frase:


FELICITAS ACADEMIAE


Mientras debajo se veía una nave flotando sobre pacíficas olas, y después estas sentencias:


UNDAS. COMPLUTI. NAVIS. PULCHERRIMA LUSTRAT.
QUAM. MULTI. HAEC. OPTANT. OMNIA. FAUSTA. SIBI!


Al lado izquierdo, en la otra tarjeta, había una inscripción en griego que, por dificultades tipográficas, nos vemos obligados a reproducir en su trascripción latina:


Sapientia vero possesio divitiis honorificentior.


Después aparecían enlazados en forma de cruz, y atados con dos cintas, un cetro y una vara; en el extremo del cetro había una corona imperial, y en el de la vara aparecía la lechuza de Minerva, la diosa romana de la sabiduría. Debajo de ellos se leían las siguientes frases:


STIRPS. SCEPTRO. INNUITUR. SED. VIRGA. PALLADIS. ARTES.
QUAE. PRIDEM. NUMQUAM. NUNC. RELIGATA. VIDES.


Al fin, debajo de todo se leía esta cuarteta:


Del Gran Carlos la piedad
Con enfasis misterioso
Este exemplar prodigioso
Muestra á la Universidad.


Rematado con la palabra ALLELUYA en caracteres hebreos.

Finalizados así los actos académicos, comenzaron las celebraciones con las que el nuevo graduado solía celebrar la obtención del título. Retornados la doctora, su familia y el claustro universitario al palacio arzobispal, sería sorprendida María Isidora con otro retrato suyo regalado por la Universidad, hecho que parece ser le agradó sobremanera.

Capítulo importante de la celebración sería el aspecto gastronómico de la misma: ya en días precedentes habían agasajado los condes de Oñate (padres de María Isidora) a los principales cargos de la Universidad, la ciudad y la corte; pero sería aquella misma tarde cuando obsequiaran con un magnífico refresco a todo el claustro, el ayuntamiento y los colegios, sirviéndose el ágape en el desaparecido Salón de Concilios del alcalaíno palacio arzobispal, durando el mismo desde las seis de la tarde hasta las nueve y media de la noche, presidiéndolo como cabe suponer la interesada acompañada por sus padres. Entre tanto, lució una brillante iluminación en la fachada principal de la Universidad, alternando la orquesta y el repique general de campanas de manera que toda la Ciudad estaba llena de regocijo y alegria.

Sin embargo, también habría una reacción contestataria por parte del elemento estudiantil: marginados de todo este ceremonial, éstos organizaron por su cuenta y riesgo y en el mayor secreto un banquete paralelo en el cercano patio de Fonseca, también hoy desaparecido tras el incendio de 1939. Tras organizar un gran estruendo buscando llamar la atención de los comensales del banquete oficial, consiguieron que los condes se disculparan por su olvido al tiempo que les convidaban a otro refresco que tuvo lugar al día siguiente en el mismo Salón de Concilios. Satisfechos los estudiantes, y preocupados por demostrar que su acción antes había sido motivada por su afecto a la nueva doctora que por la inquina, dieron a la misma aquella noche una gran serenata de bandurrias y coros al tiempo que recorrían toda la ciudad con hachones encendidos vitoreando calurosamente a María Isidora.

Como puede comprobarse por lo ya dicho y por detalles tales como el poema en endecasílabos titulado APARATO, CEREMONIAS, Y SOLEMNIDADES QUE SE EXECUTARON EN LA ENTRADA QUE HIZO EN LA REAL UNIVERSIDAD DE ALCALA, LA EXCELENTISIMA SEÑORA DOÑA MARIA ISIDRA DE GUZMAN, HIJA DE LOS EXCELENTISIMOS SEÑORES CONDES DE OÑATE..., publicado por aquella época por un autor desconocido oculto bajo las iniciales E.A.Y.D.A., el nombramiento de María Isidora como doctora por la universidad alcalaína gozó de general y entusiasta aceptación. Sin embargo, a la nueva graduada le quedaba aún mucho camino por recorrer, aunque el resto de su biografía excede ya de los límites que hemos querido dar a este trabajo.

Resumiendo en unas breves pinceladas lo acontecido a María Isidora con posterioridad a su doctorado, podemos recordar no obstante cómo fue nombrada por el Claustro de Maestros de Filosofía examinadora de cursantes filósofos, cargo que ejerció en varias ocasiones. También tomaría parte activa en las asociaciones ilustradas de la época, como es el caso de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, y más concretamente en la Junta de Damas, lo que supuso un importante precedente de cara a la incorporación de la mujer en la sociedad española de la época; ya con anterioridad había ingresado en la homóloga sociedad vascongada.

Pasando el tiempo se casaría, el día 9 de septiembre de 1789, con don Rafael Alonso de Sousa, marqués de Guadalcázar e Hinojares, trasladándose a residir a la ciudad de Córdoba, donde fallecería el día 5 de marzo de 1803, a los treinta y cinco años de edad, dejando tres hijos de corta edad. Se cerraba así una página importante de la historia española y alcalaína que había tenido como protagonista a la primera mujer doctora de todas las universidades hispánicas.




1 Guzmán y de la Cerda, María Isidora Quintina de. Hocce Litterarium Specimen... Madrid, Joachim Ibarra, 1785. 47 h. Dedicatoria - Prólogo - Texto.

* Escrito en colaboración con Pedro Ballesteros Torres


Publicado el 13, 20 y 27-7-1985, en los nº 958, 959 y 960 de Puerta de Madrid
Actualizado el 9-2-2006