El padre Flórez, fundador de la historiografía moderna
Estatua del padre Flórez en
su localidad natal de Villadiego
Fotografía tomada de la
Wikipedia
Son muchos, como he resaltado a lo largo de esta serie de artículos, los personajes ilustres que pasaron por las aulas de la universidad alcalaína a lo largo de sus varios siglos de existencia, pero por desgracia la brillantez indiscutible de los pertenecientes al Siglo de Oro ha eclipsado injustamente a los que vivieron en otras épocas, principalmente en siglo XVIII y los primeros años del XIX. Cierto es que ya por entonces la universidad complutense no era sino una sombra de su glorioso pasado, pero esto no resta un ápice a la importancia de personajes como el que hoy nos ocupa, el sacerdote agustino Enrique Flórez de Setién, comúnmente conocido como el padre Flórez.
Enrique Fernando Flórez de Setién y Huidobro nació en la localidad burgalesa de Villadiego, donde tiene dedicado un monumento, el 21 de julio de 1702 en el seno de una familia hidalga que llegó a tener doce hijos, nueve de los cuales llegaron a la edad adulta y de los cuales nada menos que tres ingresarían en diferentes órdenes religiosas: Enrique en los agustinos, y dos hermanas suyas en las carmelitas y las agustinas, respectivamente.
Tras cursar sus primeros estudios en su localidad natal, Enrique Flórez los continuaría en la cátedra de Gramática que existía entonces en el convento de dominicos de Piedrahita, localidad cercana a El Barco de Ávila donde su familia residió entre 1713 y 1719 debido a que durante esos años su padre desempeñó el cargo de corregidor de esta última población abulense.
El 6 de enero de 1718 el joven Flórez ingresó en el convento de agustinos de Salamanca, siendo ordenado sacerdote, a los 23 años de edad, en 1725. Ese mismo año fue enviado a Valladolid, donde cursó estudios de Filosofía y Artes en el convento de su orden, regresando tres años más tarde a Salamanca para hacer lo propio con Teología, Cánones y Sagrada Escritura. Tras alcanzar los grados de bachiller -entonces universitario- y licenciado por la universidad de Santo Tomás de Ávila, en 1729 culminaría su carrera académica con el título de doctor en Teología por la universidad de Alcalá, donde residió -aunque sólo durante los meses del curso escolar- hasta 1750.
Se da la circunstancia de que, tras siete intentos fallidos, cuando finalmente logró ganar la cátedra de Teología en 1751 ya se encontraba en Madrid, tal como veremos más adelante, dedicado de lleno a sus investigaciones históricas, lo que le impidió ocuparla aunque no renunciaría a ella hasta 1758. De todos modos, de sus escritos se deduce que el ambiente universitario no debía de ser muy de su agrado, tal como se desprende es esta frase tomada de una carta suya a un amigo: hállome en una Universidad llena de Colegios y Doctores, pero tan solo que es preciso salir fuera para hallar compañía.
Su vida daría un giro radical cuando el capítulo provincial de su orden le nombró rector del colegio complutense -recordemos que el antiguo colegio de San Agustín es el edificio de la calle de los Colegios en el que hoy, muy modificado, se ubican los juzgados-, cargo que desempeñó entre 1739 y 1742, aprovechando su mandato para dotarlo de una completa biblioteca. Reelegido en 1743 para un nuevo trienio, renunció al rectorado alegando que le quitaba tiempo par el estudio y la investigación. Liberado de sus responsabilidades eclesiásticas y docentes en 1748 y nombrado definidor de su orden en 1754, pudo dedicarse por completo a sus tareas tal como pretendía, gozando no sólo del apoyo de sus superiores sino también de la confianza de los reyes Fernando VI y Carlos III, al segundo de los cuales involucró en la creación de un Gabinete -o museo- de Historia Natural, iniciado en 1760 y por desgracia perdido durante la Guerra de la Independencia junto con su valiosa biblioteca.
Desde luego no fue una elección equivocada, ya que a partir de entonces la figura del padre Flórez brilló con luz propia en una época en la que las ideas de la Ilustración comenzaban a abrirse camino entre el ya caduco barroco, brillante en las letras y el arte pero muy anticuado en lo que concierne a las disciplinas científicas e históricas, y todavía más en España. Basta con leer, por poner un ejemplo conocido, la historia de Alcalá de Portilla, escrita a principios del siglo XVIII coincidiendo aproximadamente con el ingreso en la universidad de Flórez, para comprobar que los historiadores anteriores a nuestro personaje carecían, conforme a nuestros criterios modernos, de todo rigor metodológico, dando crédito a leyendas y mitos de dudosa verosimilitud, así como a falsificaciones tan burdas -pero pese a ello eficaces- tales como los Falsos Cronicones o los Plomos del Sacromonte.
Sin embargo, en un principio se dedicó preferentemente al estudio de la Teología, mostrando asimismo un gran interés por las lenguas, tanto clásicas -latín y griego- como modernas -francés e italiano entre otras-. Asimismo, frecuentó el trato con bibliotecarios y eruditos, lo que le permitió acceder a documentos importantes y en ocasiones inéditos.. Iniciado durante su doctorado en Alcalá, entre 1732 y 1738 publicó un Curso Teológico en cinco volúmenes, cultivando además la oratoria sagrada e incluso la poesía. Pero fue a raíz de su renuncia al cargo de rector, recién entrado en la cuarentena -una edad, por entonces, relativamente avanzada-, cuando inició la etapa más fecunda de su vida, abarcando disciplinas tan dispares como la historia, la arqueología, la filología, las ciencias naturales o la numismática -llegó a reunir la mejor colección de monedas de su época-, lo que le convierte en un referente claro de la todavía incipiente Ilustración española. De 1743 data su obra Clave Historial, una especie de enciclopedia de datos históricos reeditada en numerosas ocasiones, y de 1757-58 los dos volúmenes de Medallas de las Colonias, Municipios y pueblos antiguos de España, ampliados con un tercero en 1773.
Fue autor también de un discurso sobre la Utilidad de los estudios de la Historia Natural y de numerosas obras de índole teológica o histórica, tales como Mapa de todos los sitios de las batallas que tuvieron los romanos en España (1745), Elogios del Santo Rey Don Fernando en su sepulcro (1754), Memorias de las Reinas Católicas de Castilla y León (1761) o Comentario al Apocalipsis del Beato de Liébana (1770), entre otras muchas.
Aunque sólo con lo ya enumerado bastaría para considerar al padre Flórez uno de los eruditos más importantes de su época, todavía nos queda por considerar la que es con diferencia su obra cumbre, la monumental España Sagrada, un intento de sistematizar de forma enciclopédica la historia eclesiástica de nuestro país, siempre desde un enfoque moderno y riguroso que contrasta vivamente con la metodología de los historiadores anteriores. Bajo el nombre completo de España Sagrada. Teatro geográfico histórico de la Iglesia de España. Origen, divisiones y términos de todas sus provincias. Antigüedad, traslaciones, estado antiguo y presente de sus sillas en todos los dominios de España y Portugal, tras varios años de reflexiones -el proyecto lo había concebido ya en 1742- el padre Flórez emprendió la magna tarea de su redacción en 1747, no interrumpiéndola hasta su muerte, acaecida el 5 de mayo de 1773 en el madrileño -y desaparecido- convento de San Felipe el Real, ubicado en la Puerta del Sol y cuyas gradas eran famosas por ser el mentidero de la Villa y Corte.
Dado su bien merecido prestigio como erudito, el padre Flórez pudo contar con todas las facilidades para sacar adelante su obra, tanto por parte del rey Fernando VI como por la orden de los agustinos, que para facilitarle sus investigaciones le trasladó a Madrid, asignándole también amanuenses para que le ayudaran en su trabajo. Nuestro personaje, y ésta es una buena muestra de la modernidad de su metodología, lejos de limitarse a husmear por bibliotecas y archivos recorrió España en todas direcciones con objeto de poder recoger información de primera mano, visitando lugares tan alejados como las provincias de Castilla la Vieja -investigó las ruinas de la antigua ciudad romana de Clunia-, Castilla la Nueva, Navarra, Galicia, Andalucía, Aragón o Cataluña.
Pese a sus continuos viajes por una España en la que los caminos y las carreteras dejaban mucho que desear, en esos 26 años logró sacar tiempo para a escribir la friolera de 29 tomos, es decir, más de uno por año. Esto era, no obstante, poco más de la mitad de lo necesario para abarcar la totalidad de las diócesis españolas, para lo cual se hubiera necesitado más de una cincuentena de tomos. Tras su muerte otros autores, incluyendo al prestigioso Vicente de la Fuente, se encargaron de completar la España Sagrada, de forma ininterrumpida desde las décadas finales del siglo XVIII hasta prácticamente nuestros días, e incluso la propia Academia de la Historia llegó a involucrarse en su conclusión, lo que da una idea cabal de la importancia de la misma.
Más de 200 años después de su publicación, la España Sagrada continúa siendo una obra de referencia hoy en día, lo que dice mucho del rigor que aplicó el padre Flórez en su redacción. No es de extrañar, pues, que alcanzara la fama en vida cosechando un reconocimiento universal y la admiración de todos sus contemporáneos y no sólo en España, ya que en 1761 fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Francesa de Inscripciones y Bellas Artes. Alcalá, por su parte, recuerda su memoria con una calle situada en el barrio de Caballería Española.
Publicado el 21-1-2006, en el nº 1.936 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 3-2-2006