Andrés Laguna, médico, científico y escritor





Estatua de Andrés Laguna, obra de Florentino Trapero, en su ciudad natal de Segovia
Fotografía tomada de la Wikipedia



Siempre que pensamos en los estudios de medicina que, a lo largo de los siglos, se desarrollaron en nuestra universidad, resulta inevitable recordar el nombre de Francisco de Vallés, El Divino, que fuera médico de Felipe II y cuyos restos reposan en la alcalaína capilla de San Ildefonso, muy cerca de las aulas en las que impartiera sus clases.

Sin embargo, no fue Vallés el único médico famoso que pasó por nuestra universidad, y en esta ocasión es otro insigne científico quien se asoma a estas páginas, el segoviano Andrés Laguna, menos conocido quizá que el anterior pero sin duda un personaje importante en la historia de nuestra universidad.

Andrés Laguna nació, como quedó dicho, en la ciudad de Segovia hacia el año 1494, aunque no se tiene certeza absoluta sobre la fecha de su nacimiento, que según distintos autores oscilaría entre 1489 y 1499. Era hijo de un notable médico, y realizó sus primeros estudios de latín en su ciudad natal pasando posteriormente a Salamanca, donde recibiría el título de bachiller en Artes. Deseando ampliar sus estudios el joven Laguna pasaría a continuación a París, donde estudió griego, medicina y botánica, aunque sin descuidar su profunda afición literaria.

Por fin, en 1536 volvió Laguna a Segovia, pero ese mismo año sería llamado por la universidad de Alcalá, a la que se incorporó como catedrático. Sin embargo, no pasaría demasiado tiempo en nuestra ciudad puesto que en 1539, tres años más tarde, su gran reputación como médico hizo que Carlos I le reclamara para que asistiera al parto de la emperatriz Isabel de Portugal, parto que concluyó con el fallecimiento de la ilustre paciente.

Este aparente fracaso no perjudicaría, no obstante, su prestigio como médico; es más, el emperador, consciente de su valía, le asoció a su séquito llevándole con él a la ciudad de Gante. Éste sería, pues, el inicio de su carrera por toda Europa, en la que llegaría a ser, como más adelante veremos, médico de varios papas.

Pero continuemos con su periplo europeo. Al año de su viaje a Gante Laguna pasaría a la ciudad de Metz, donde desarrolló sus actividades tanto en el campo médico, combatiendo con éxito una epidemia de peste, como en el campo político, pues supo afrontar con éxito la defensa del catolicismo frente al naciente protestantismo sin que por ello se acarreara las iras de estos últimos.

Su siguiente etapa sería la ciudad alemana de Colonia donde, al igual que en Metz, la peste y las pasiones religiosas desgarraban la vida de esta ciudad. Precedido por la aureola de su prestigio, Laguna accedió a la solicitud de Colonia donde, a instancias de la universidad, pronunció públicamente el discurso titulado Europa que a si misma se atormenta. Era la noche del 22 de enero de 1543 y el discurso, que tenía como fin levantar los ánimos del abatido pueblo de Colonia, contribuyó a acrecentar en gran medida el prestigio y la reputación literaria de Andrés Laguna.

A juzgar por las crónicas, nuestro gran humanista gozó en la ciudad alemana del aprecio de las más distinguidas familias, al tiempo que continuaba con sus trabajos literarios y de erudición. Tres meses después retornaría a Metz, donde permaneció durante dos años hasta que, llamado a Nancy por el duque de Lorena, pasó a esta ciudad donde residió muy poco tiempo, puesto que al fallecimiento del duque en ese mismo año de 1545 retornó una vez más a la ciudad de Metz.

Sin embargo, el espíritu inquieto de Andrés Laguna le llevaría a desplazarse una vez más en este mismo año de 1545, esta vez a Roma, cabeza y guía del Renacimiento europeo. Al hacer etapa en la ciudad de Bolonia aún llegaría a recibir el título de doctor por la universidad de esta importante población italiana. Una vez en Roma, el papa Paulo III le recibió con grandes honores nombrándole médico suyo, al tiempo que era agasajado por todos los príncipes de la Iglesia.

Tampoco en esta ocasión se asentaría Laguna durante demasiado tiempo, puesto que poco después retornaría a Alemania llamado por el cardenal Bobadilla, aquejado de una grave dolencia. Sanado el cardenal, retornaría de nuevo a Roma para continuar con sus tareas de medicina y literatura. En 1549 le encontramos de nuevo desarrollando una actividad política, puesto que formó parte de la comitiva que el cardenal Mendoza organizó para recibir al futuro rey Felipe II, entonces príncipe de España.

Este mismo año el recién elegido papa Julio III le nombraría su médico de cámara, situación en la que permanecería hasta el fallecimiento de este pontífice, ocurrido en 1555. Como consecuencia de este hecho Laguna abandonó Roma para dirigirse a Amberes, donde publicó en este mismo año de 1555 la obra titulada Pedazio Dioscórides Anazarbeo, un notabilísimo tratado de medicina referente a venenos, plantas, vinos y minerales junto con un vocabulario de términos botánicos en diez lenguas que preparó con la ayuda de Luis Núñez, médico de la reina de Francia, y del célebre farmacéutico Simón de Sousa.

De Amberes pasaría a Lorena, afectada por la peste, y de allí otra vez a Colonia. Por fin, en 1557 regresaría a su ciudad natal de Segovia con el ánimo de poner fin a sus ajetreados viajes y gozar de un descanso que se tenía bien merecido; pero tampoco en esta ocasión lograría hacer realidad durante mucho tiempo sus propósitos, puesto que el duque del Infantado le invitó a formar parte de la comitiva que había de recibir y acompañar a Isabel de Valois, futura reina de España.

Accedió Laguna, pero éste sería su último viaje ya que falleció al término del mismo. Corrían los primeros días de 1560, y su cadáver fue conducido a Segovia, donde se le enterró en una capilla que su madre había fundado en la parroquia de San Miguel.

No por ello dejaría de moverse definitivamente nuestro humanista; víctima de la necrofilia que ha caracterizado a tantos y tantos gobernantes españoles, sus restos fueron exhumados en 1869 y trasladados a Madrid con objeto de ser inhumados en el Panteón de Hombres Ilustres que estaba previsto establecer en la capital de España. Pero una vez abandonada esta idea, retornarían los despojos de Laguna a su enterramiento original de la segoviana parroquia de San Miguel Arcángel, donde fueron depositados el 20 de julio de 1877 para alcanzar definitivamente el reposo que no pudieron lograr en vida.

Andrés Laguna fue sin ningún género de dudas uno de los hombres más célebres de su tiempo, ocupando un relevante lugar en la historia de la medicina no sólo como médico, sino también como comentarista y traductor. Son, pues, muchas las obras firmadas por este eminente humanista, de las cuales conviene recordar las siguientes: Anatomica Methodus (París, 1535), una obra de anatomía; Relatio ex Italia ad Germanos missa de ostentis quibusdam Constantinopolis Junio et Julio mensibus anni 1542 factis (Colonia, 1542; Amberes, 1544, y Maguncia, 1552); Compendium curationis precautionis morbi (Estrasburgo, 1542); el ya citado Pedazio Dioscórides Anazarbeo (1555), y Discurso breve sobre la cura y preservación de la pestilencia (Amberes, 1577), entre muchas otras. Amén de estas obras suyas, en las que muestra unos extraordinarios conocimientos de botánica y de anatomía, su gran dominio de las lenguas clásicas le permitió también efectuar numerosas traducciones de varios autores clásicos tales como Aristóteles, Luciano, Galeno, Dioscórides y otros. Uno de ellos, relativo a Aristóteles, fue editado en Alcalá en 1536, y también resulta muy relevante su versión al latín de los ocho libros del Tratado de Agricultura atribuido a Constantino Pogonato o a Casio Dionisio. Tomás Baena, en sus Apuntes biográficos de escritores segovianos (Segovia, 1877) recogió la relación completa de sus escritos.

Por último, y a modo de anécdota sobre este humanista español que figura también en el Catálogo de Autoridades de la Real Academia de la Lengua, cabe recordar que Andrés Laguna incitó a fundar al rey Felipe II un jardín botánico en Aranjuez, hecho que se materializó antes de que fueran creados los de Montpellier y París.


Publicado el 12-7-1986, en el nº 1.008 de Puerta de Madrid
Actualizado el 9-3-2007