Juan Pérez de Montalbán, el protegido
de Lope
que se enfrentó a Quevedo
Retrato de Juan
Pérez de Montalbán. Tomado de
cervantesvirtual.com
Dentro de mi proyecto de ir dando a conocer poco a poco las aventuras y desventuras de aquellos otros alcalaínos (de nacimiento o de adopción) que suelen ser olvidados por las historias de nuestra ciudad, hoy le ha tocado el turno a uno de los numerosos personajes que, tras de haber pasado por las aulas de nuestra universidad, alcanzaron celebridad y renombre en la sociedad española de su época: el doctor Juan Pérez de Montalbán, o Montalván de acuerdo con la ortografía de su época.
Nuestro personaje nació en Madrid en 1602 (se desconoce el día exacto) hijo de don Alonso Pérez, un librero de origen judío que accedería al cargo de librero del rey en 1604. Alonso Pérez había sido durante una época librero en la propia Alcalá, trasladándose con posterioridad a Madrid donde se hizo amigo de Lope de Vega convirtiéndose en su editor privilegiado. Esta amistad, acompañada por una gran admiración hacia la obra del Fénix de los Ingenios, sería también compartida por su hijo Juan, el cual se vio correspondido con el afecto y el estimulo de Lope, que llegó a admitirlo más tarde como colaborador.
Sin embargo, no todo iban a ser satisfacciones para el joven Pérez de Montalbán; hace algunas semanas veíamos cómo el pobre Torres Rámila era poco menos que despellejado vivo por los partidarios de Lope... Pérez de Montalbán, que por el contrario era protegido por éste, no dejó por ello de librarse de las iras de otro de los grandes genios de la literatura española, Francisco de Quevedo, sin duda uno de los más inteligentes (y también más irascibles) escritores de toda la historia de la literatura española.
Al parecer, el origen de este enconado enfrentamiento hay que buscarlo en una edición subrepticia (hoy diríamos pirata) que del Buscón hizo el padre de Pérez de Montalbán en Madrid, copiando a la realizada en Zaragoza en julio de 1626. De poco serviría que descubierto el delito merced a la querella presentada por Quevedo, fueran presos el autor de la falsificación (es decir, el padre de Montalbán) y la dueña de la imprenta en la que se realizó ésta. Corría el mes de mayo de 1627, y la multa impuesta a los autores del hecho y la confiscación de los libros así editados parecían satisfacer las por otro lado justas reclamaciones de Quevedo; pero el rencoroso autor del Buscón jamás habría de olvidar lo ocurrido, enemistándose también con el joven Pérez de Montabán del que las crónicas consultadas no dicen nada acerca de su posible participación en el desaguisado.
La guerra estaba ya declarada, y los hechos ocurridos con posterioridad no harían sino ahondar en la herida. Así, la amistad de Montalbán con varios de los personajes de la corte responsables en buena medida de los problemas que tuvo Quevedo con la Inquisición, o las propias rivalidades de sus respectivas camarillas, no contribuyeron precisamente, como cabe suponer, a aplacar los encendidos ánimos.
Otro hito importante en el enfrentamiento entre ambos escritores seria la publicación en 1633 de Para todos, una obra de Pérez de Montalbán en la que este autor comentaba, a modo de miscelánea, la vida y la obra de numerosos escritores contemporáneos suyos, entre ellos Quevedo, del cual decía cosas tales como la siguiente: El doctísimo don Francisco de Quevedo y Villegas, ingenio tan universal en las letras humanas y divinas, que en todas luce, y en cada una es maestro.
No resulta muy difícil suponer que a Quevedo, cuya susceptibilidad no era precisamente pequeña, le supieran a cuerno quemado estas presuntas alabanzas; y como cabía esperar, en cuanto tuvo la menor ocasión contraatacó con toda su artillería pesada apresurándose a componer La Perinola, una apasionada sátira dedicada a Pérez de Montalbán, graduado no se sabe donde; en lo qué, ni se sabe, ni él lo sabe. A continuación seguiría toda una serie de réplicas, contrarréplicas y recontrarréplicas por parte de sus respectivos partidarios, en las cuales calificativos tales como fecundísimo ignorante y doctor en desvergüenzas eran de lo más suave que ambos o los amigos de ambos se cruzaban. Para terminar con este curioso enfrentamiento, no está de más recordar esta conocida cuarteta, atribuida (aunque sin que haya podido ser comprobado) a Quevedo:
El doctor tú te lo pones,
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Como se ve, no era nada fácil de evitar, en la alambicada sociedad del siglo XVII, el incurrir en las iras de alguno de los grandes monstruos de la literatura española, tan abundantes entonces y tan dados a pelearse entre ellos. Pero pasemos a estudiar el resto de las facetas de la vida de nuestro personaje, una vida fecunda si tenemos en cuenta que en sus treinta y seis años de vida (murió loco y abandonado en un asilo de las cercanías de Madrid el 25 de junio de 1638) escribió unas sesenta obras, la mayor parte de ellas comedias.
Pérez de Montalbán cursó estudios (y ésta es la razón de que aparezca en estas páginas) en la universidad de Alcalá, licenciándose en 1620 en Filosofía y Letras. Como curiosidad, se puede recordar que su nombre aparece en los carteles que en el paraninfo honran la memoria de los numerosos estudiantes ilustres de nuestra universidad.
En lo que respecta a su vertiente de escritor dramático, ya un año antes de su licenciatura, cuando tenía tan sólo diecisiete, escribió su primera comedia, Morir y disimular, en la cual han creído ver algunos estudiosos la mano, en forma de ayuda al inexperto escritor, del ya consagrado Lope de Vega, cuarenta años mayor que él. A partir de entonces su carrera como escritor sería densa y fructífera: En 1620 tomó parte en un certamen poético convocado con motivo de la beatificación de san Isidro, y en 1622 alcanzó dos premios en otra justa poética motivada por la canonización de san Felipe Neri, san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier.
Mientras continuaba con sus estudios en Alcalá (en 1625 se doctoraría en Teología y se ordenaría sacerdote ingresando en la Congregación de San Pedro de Madrid) siguió escribiendo obras literarias: En 1624 publicaría su Orfeo en lengua castellana, obra que compitió con otra del mismo título escrita por Jaúregui, un seguidor de las ideas culteranas impuestas por Góngora; y a juzgar por las críticas favorables emitidas por numerosos contemporáneos suyos, debió de obtener bastante éxito en su defensa de la lengua castellana tradicional amenazada por el rebuscado estilo de los seguidores de Góngora.
También de ese mismo año es su antología de novelas cortas Sucesos y prodigios de amor, formada por los siguientes títulos: La hermosa Aurora, La fuerza del desengaño (ambientada por cierto en Alcalá), El envidioso castigado, La mayor confusión, La villana de Pinto, La desgraciada amistad, Los primos amantes y La prodigiosa.
A estas primeras obras les seguirían muchas otras, en especial comedias hasta un total de 58, en las cuales es evidente la imitación de Lope de Vega. De entre su producción dramática pueden recordarse La gitana de Menfis, Santa María Egipcíaca, Diego García de Paredes, Palmerín de Oliva, La monja alférez y su obra más conocida e imitada, Los amantes de Teruel. A decir de los críticos, es su producción dramática de una calidad muy desigual, ya que si bien en algunas de sus obras alcanza una gran perfección que nada tiene que envidiar a lo mejor de su sempiterno maestro Lope, en otras desciende a una mediocridad que deja bastante que desear. Sin embargo, y si hemos de juzgar por la acogida que la dieron sus contemporáneos, hemos de admitir que Pérez de Montalbán supo conectar con los gustos de su tiempo al alcanzar las representaciones de sus obras un éxito notable en numerosas ocasiones.
Fuera del campo dramático, también merece ser recordado Pérez de Montalbán por la obra titulada Fama póstuma de la vida y muerte del doctor Frey Lope Félix de Vega Carpio y Elogios panegíricos a la inmortalidad de su Nombre (1636), sentida biografía escrita a la muerte de su mentor, la mejor que se conoce de él. Sin embargo, éste seria el canto de cisne de Pérez de Montalbán; hombre de salud débil, encajaría de tal modo la muerte de su maestro y protector que acabaría poco después en un estado de demencia total del que no se libraría sino con su muerte.
Publicado el 3-5-1986, en el nº 998 de Puerta
de Madrid
Actualizado el 12-4-2006