José Eugenio Nieremberg. Teólogo, historiador y naturalista





Ilustración tomada de la Wikipedia



Pero apenas cesó, cuando dijeron
Cuantos su voz oyeron
Que Eusebio Nierembergo la dictaba,
O que el mismo Aristóteles hablaba.

Lope de Vega


En esta ocasión corresponde hacer una breve semblanza biográfica de uno de tantos personajes importantes de la historia, la ciencia y la cultura españolas que tuvieron vinculación con nuestra ciudad, el jesuita Juan Eusebio Nieremberg y Otín, célebre por sus escritos teológicos aunque también, como veremos más adelante, abordó otras disciplinas tales como la historia o las ciencias naturales.

Tal como se deduce de su apellido, Nieremberg era oriundo de Alemania, de donde vinieron sus padres a España acompañando al séquito de María de Austria, hija de Carlos V, de la cual era camarera su madre. Juan Eusebio, no obstante, nació en Madrid en 1595, desarrollando toda su vida en nuestro país hasta su fallecimiento, ocurrido asimismo en Madrid en 1658.

Ya desde muy joven estuvo vinculado Nieremberg a la Compañía de Jesús, puesto que profesó como novicio, venciendo la oposición paterna, en 1614. Cursó estudios en varios colegios jesuitas: griego y hebreo en Huete; ciencias, arte y teología en Alcalá entre 1618 y 1623, y cánones y leyes en Salamanca, ordenándose sacerdote en 1623 y profesando diez años más tarde.

Tras una breve estancia en la Alcarria, ingresó en 1625 como profesor en el Colegio Imperial de Madrid, uno de los más importantes centros docentes de los jesuitas junto con los colegios de Alcalá y Salamanca, aunque sin rango universitario, donde ocupó hasta su muerte la cátedra de historia natural, llegando a ser durante algún tiempo rector del mismo. Entre 1633 y 1636 fue también profesor de gramática primero y de Sagradas Escrituras después, y en los cuatro últimos años de su vida enseñó asimismo teología e historia. Tan sólo la enfermedad, en forma de parálisis, le apartó de la docencia, aunque siguió dictando sus textos a los amanuenses hasta el mismo momento de su muerte.

Nieremberg no sólo destacó como profesor sino también por su erudición, que le llevó a escribir numerosos libros, y por su fervor católico, gozando de fama de sabio y de santo entre sus contemporáneos. Dentro de su faceta religiosa se le puede considerar perteneciente a la corriente ascética y mística tan popular en su época, siendo confesor de importantes personajes de la Corte de Felipe IV y miembro de la junta que, presidida por el arzobispo de Toledo, propugnaba la proclamación papal del dogma de la Inmaculada Concepción.

La mayor parte de sus escritos, que ascienden a cerca de noventa obras entre publicadas y manuscritas, son de índole religiosa, siendo algunos de sus títulos De la afición y amor de María (1630), Devoción a las ánimas del Purgatorio (1630), Vida divina y camino real para la perfección (1633), Aprecio y estima de la Divina Gracia (1638), Crisol de desengaños (1640), De la hermosura de Dios (1641), Partida a la eternidad y preparación a la muerte (1645), De la constancia en la virtud (1647) o, su obra más conocida, Diferencia entre lo temporal y lo eterno (1643), reeditada en más de veinte ocasiones. Asimismo colaboró con el padre Juan de la Cerda en la redacción de sus Comentarios sobre Tertuliano y san Anselmo y tradujo al español, en 1650, la Imitación de Cristo, de Tomás Kempis.

Nieremberg fue autor también de diversas obras biográficas, por lo general dedicadas a miembros de su orden. Dentro de este apartado cabe reseñar Vida del glorioso patriarca san Ignacio (1631), Historia de tribus martyribus, S.J. in Uruguay (1631), Vida del padre Marcelo Mastrilli, S.J. (1640), Vida y hechos del emperador Rodolpho primero (1643) y las póstumas Hechos políticos y religiosos del que fue duque cuarto de Gandía, san Francisco de Borja, Vida de santa Teresa de Jesús y los cuatro tomos de Varones Ilustres de la Compañía de Jesús, publicadas todas ellas, por vez primera, a finales del siglo XIX.

También abordó nuestro personaje disciplinas más mundanas como la política, escribiendo Obras y días (1627), Manual de señores y príncipes (1628) o Causa y remedio de los males públicos (1642). Y, siendo durante tantos años profesor de historia natural, lo que ahora denominaríamos ciencias naturales, esta disciplina no podía faltar dentro de su producción. Así, nos encontramos con la Curiosa philosophia y tesoro de maravillas de la naturaleza examinadas en varias questiones naturales (1630) y su continuación Oculta philosophia (1633), compendios de curiosidades científicas en las que, al gusto de la época, primaba lo extraordinario, mezclándose en ellas disciplinas tan dispares como la magia, la astronomía, la astrología, el estudio de los reinos animal, vegetal y mineral e incluso la física, dado que Nieremberg dedica un capítulo, en el primero de los dos libros, al estudio del magnetismo. Ambas obras gozaron de gran popularidad, siendo reimpresas en numerosas ediciones. Se da la circunstancia de que, aunque Nieremberg mostró estar al corriente de los avances astronómicos de su época incluyendo los descubrimientos de Galileo con el recién inventado telescopio, lo que le llevó a defender una identidad de la naturaleza de los cuerpos celestes con la de nuestro planeta y a negar la arcaica hipótesis de las esferas celestes, sus convicciones religiosas le movieron, en flagrante contradicción, a rechazar la teoría heliocéntrica de Copérnico, condenada por los jesuitas en sintonía con la doctrina oficial de la Contrarreforma vaticana.

Otra obra científica de Nieremberg fue la Prolusión a la doctrina y historia natural, una lección inaugural de curso alabada por numerosos contemporáneos suyos, entre ellos el propio Lope de Vega que le dedicó una poesía a la que pertenece el fragmento que encabeza el artículo. Esta lección sería incorporada a la Curiosa philosophia a partir de la reedición de 1634. Por último, publicó también la Historia naturae maxime peregrinae (1635), dedicada a la flora y la fauna de la América española aprovechando la documentación aportada por una expedición científica que, bajo la dirección de Francisco Hernández, recorrió México entre 1571 y 1577. A modo de anécdota es preciso señalar que la publicación de este libro motivó que se bautizara en su honor, con el nombre de Nierembergia, a un género de plantas americanas perteneciente a la familia de las solanáceas, un importante grupo vegetal del que forman parte especies tan conocidas como la patata, el pimiento, el tomate, la berenjena o el tabaco.

Eso es todo lo que ha dado de sí la fecunda biografía de este jesuita, lo que nos permite hacernos una idea cabal de la importancia intelectual de este antiguo estudiante alcalaíno que figura por derecho propio en el Catálogo de autoridades de la lengua española.


Publicado el 2-11-2002, en el nº 1.783 de Puerta de Madrid
Actualizado el 28-1-2006