El escultor Manuel Pereira
Estatua de san Bernardo, en
el convento homónimo de Alcalá de Henares
En una ciudad que, como Alcalá, acumuló durante su edad dorada un ingente patrimonio artístico, y a pesar de las irreparables pérdidas sufridas por éste en el transcurso del tiempo, cabe esperar encontrarse todavía hoy con la huella de muchos de los más significados artistas plásticos del renacimiento y el barroco, como es el caso del escultor portugués afincado en España Manuel Pereira.
Nacido en Oporto en el año 1588, en una época en la que el reino portugués estaba unido a España, al igual que tantos portugueses contemporáneos suyos se trasladó muy joven a España de forma que su arte escultórico acabaría por estar completamente entroncado en la tradición plástica española.
Poco se sabe de la primera etapa de su vida y nada cierto acerca de su formación artística, aunque hay quien afirma que estudió en Valladolid o, según otros, en Italia. Lo que sí es seguro es que su formación no tuvo lugar en Portugal y que ya en 1600 aparece nuestro personaje afincado en España, país en el que desarrolló toda su labor como escultor ya que las obras salidas de su mano que fueron enviadas a Portugal fueron también talladas en España.
Con el tiempo Pereira se afincaría en Madrid convirtiéndose en uno de los más prestigiosos y afamados imagineros barrocos gracias a una sutil combinación del realismo dramático español con la dulzura del arte portugués, habiéndosele llegado a comparar en calidad con el prestigioso Gregorio Hernández. Paralelamente, su influjo en la escultura madrileña fue muy grande llegando a crear una sólida escuela que sin dar grandes nombres sí que sirvió para adornar con buenas imágenes a las iglesias de Madrid y sus alrededores, influencia que se prolongaría hasta el cambio de gustos estéticos impuesto por el cambio de dinastía a principios del siglo XVIII.
Residente en Madrid al menos desde el año 1646, alcanzaría en vida una gran fama y predicamento viendo reconocido su talento al ser celebrado por sus contemporáneos como uno de los mayores escultores de su época. Fallecería por fin en Madrid en 1683, a los 95 años de edad, rico y honrado pero también ciego, defecto físico que le impediría en sus últimos años de vida el desarrollo de su labor escultórica.
Como he comentado al iniciar este artículo, Pereira, cuya labor se desarrolló en su totalidad en un área cercana a Madrid, habría de dejar muestra de su hacer en Alcalá. Concretamente, a él debemos las cuatro esculturas que adornan la fachada de la iglesia de Jesuitas de nuestra ciudad: San Pedro (decapitada durante la guerra civil) y san Pablo, a ambos lados de la puerta de acceso y en la parte baja de la fachada; san Ignacio de Loyola y san Francisco Javier, también a ambos lados pero en la parte alta. Acompañaba a estas cuatro imágenes una escultura de la Virgen María que se alzaba encima justo de la puerta y que, según las crónicas, fue destruida por un rayo en el siglo pasado; carezco de datos acerca del autor de esta última imagen de la que no se conserva documento gráfico alguno, pero que bien pudiera haber salido también de las manos de nuestro escultor. Fechadas en 1624, coincidiendo con la construcción del monumental edificio del colegio Máximo de la Compañía de Jesús, basta con contemplar estas cuatro esculturas para comprobar el buen hacer de Pereira, siendo de lamentar que, pese a ser restauradas todas ellas hace algunos años, no se dotara a san Pedro de una cabeza que disimulara al menos su ya larga decapitación.
También se le atribuye a Pereira la monumental escultura de san Bernardo -en la fotografía- que preside la fachada de la iglesia de las Bernardas, la cual fue tallada asimismo a principios del siglo XVII. Aunque no se tiene una certeza absoluta sobre su autoría, en cualquier caso resulta ser una digna émula de las de Jesuitas.
Fuera de Alcalá la lista de esculturas y tallas de Pereira es larga e interesante, si bien un buen número de ellas se han llegado a perder con el paso de los siglos y, fundamentalmente, en los años de la guerra civil. En lo que respecta a estatuas en piedra destinadas generalmente a las portadas de las iglesias, se le conocen las de san Andrés, san Isidro y san Antonio de los Portugueses, todas en Madrid y aún en sus hornacinas de origen; también para iglesias de Madrid labraría un san Felipe (para San Felipe el Real), un san Martín partiendo la capa, un san Benito y un san Bruno hoy conservado en la Academia de San Fernando y que originariamente perteneció a la portada de la hospedería del Paular, en la madrileña calle de Alcalá; cuentan la anécdota de que, cuando el rey Felipe IV pasaba frente a esta escultura, ordenaba aminorar la marcha de su carroza para poder así admirarla a placer.
Fuera de Madrid, y aparte de las esculturas de Alcalá, haría una Concepción para las capuchinas de Toledo y, ya ciego, ejecutaría a tientas el modelo de un san Juan de Dios que posteriormente labraría en piedra su discípulo Manuel Delgado y que sería instalado en la fachada del convento madrileño de igual nombre.
En lo que respecta a sus tallas en madera, su obra más famosa es sin duda el san Bruno que se conserva en la burgalesa cartuja de Miraflores, aunque también merecen ser tenidas en cuenta obras tales como el Cristo de Lozoya de la catedral de Segovia, las diez estatuas de santos labradores (hoy desaparecidas) de la capilla madrileña de San Isidro el Real, varias imágenes del apostolado de esta misma iglesia, las pertenecientes al retablo mayor de la iglesia también madrileña de San Andrés, el Cristo del Perdón que antaño fuera propiedad de los dominicos del Rosario de Madrid, otro crucifijo llamado el Santo Cristo de la Piedad y un San José realizados para el oratorio de la calle del Olivar, en Madrid, varias esculturas para la iglesia de las benedictinas de San Plácido de la capital de España, y ya con destino a la iglesia lisboeta de Santo Domingo de Benfica, toda una serie de obras de las que hoy tan sólo se conservan un crucifijo y una Virgen del Rosario.
Ésta fue, pues, en un breve resumen, la vida y obra de este excelente escultor portugués naturalizado español cuyas obras pueden aún contemplarse en nuestra ciudad sin más que dar un paseo por la calle de Libreros o por la plaza de las Bernardas.
Publicado el 18-7-1987, en el nº 1.057 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 13-4-2007