Hernán Pérez de Oliva, un humanista ilustre





Portada de una de las obras de Hernán Pérez de Oliva



Como es sabido, en la Europa renacentista de tiempos de Carlos I los humanistas españoles se codeaban de igual a igual con sus homólogos de allende los Pirineos, dentro de un espíritu europeísta que lamentablemente desapareció arramblado por la cerrazón de la Contrarreforma, el oscurantista movimiento social que si bien fomentó el desarrollo de las artes plásticas a costa de utilizarlas para sus fines, por supuesto, abortó para mucho tiempo el importantísimo florecer científico y filosófico de la España de la Edad Moderna.

Pero a pesar de todo el reaccionarismo intelectual que caracterizó al barroco español, o quizá a causa de tan marcado contraste, lo cierto es que hubo en la España de la primera mitad del siglo XVI toda una pléyade de humanistas que dejaron bien alto en Europa el pabellón de la cultura española en una primera demostración histórica de que España, pese a frases tan desafortunadas como interesadas, nunca ha tenido por qué ser diferente. Y de todos estos importantes personajes, huelga decirlo, fueron no pocos los que en alguna etapa de su vida recalaron en aquel foco del saber que por entonces era la recién fundada universidad alcalaína. Y uno de ellos fue, por méritos propios, Fernán (o Hernán) Pérez de Oliva.

Hernán Pérez de Oliva nació en la ciudad de Córdoba hacia el año 1494 en el seno de una familia noble, lo que le permitió recibir una esmerada educación en su infancia gracias al celo de su padre, también llamado Hernán Pérez de Oliva, recordado como el autor de la obra Imagen del mundo. Tras estudiar gramática en su ciudad natal pasaría el joven Hernán a la universidad de Salamanca, donde asistió a clases de artes liberales durante tres años para desplazarse posteriormente a Alcalá, donde continuaría sus estudios un año más.

Y de Alcalá el gran salto: En 1512 se dirigiría nuestro personaje a París, en cuya universidad de la Sorbona permanecería dos años recibiendo enseñanzas del también español Juan Martínez Silíceo, el que luego fuera arzobispo de Toledo (y por lo tanto señor de Alcalá) y maestro de Felipe II. Terminada su etapa parisina, Pérez de Oliva continuaría con su peregrinar europeo trasladándose a Roma, por entonces cabeza indiscutida del renacimiento europeo bajo el mandato del papa León X, uno de los mayores impulsores del resurgir cultural del viejo continente.

Tres años pasaría Pérez de Oliva en la capital de la cristiandad, tiempo durante el cual culminaría su formación humanista gozando del favor del magnánimo pontífice. Pero una vez terminados sus estudios de filosofía y letras humanas, nuestro inquieto personaje habría de volver a París ya como profesor de filosofía aristotélica, alcanzando tal renombre que el papa Adriano IV le asignó una pensión de 100 ducados con propósito de los conmutar en otra merced de más calidad.

Por fin, en 1524 retornaría a España obteniendo por oposición la cátedra de Teología Moral de la universidad de Salamanca, centro del que llegó a ser rector cinco años más tarde, en 1529. Nombrado por Carlos I preceptor del príncipe don Felipe (el futuro Felipe II), no llegó a desempeñar este cargo al fallecer en 1533 en su ciudad natal a la edad de 39 años, truncándose prematuramente su brillante carrera.

En lo que respecta a la obra de Pérez de Oliva, ésta se encuadra perfectamente en el marco del humanismo renacentista europeo al que tanto contribuyeron los autores españoles hasta que la Pragmática promulgada en 1559 por Felipe II, por la que se prohibía a los españoles estudiar en la inmensa mayoría de las universidades extranjeras, sellara durante mucho tiempo el aislamiento intelectual de nuestro país. Afortunadamente nuestro personaje pudo gozar de las facilidades proporcionadas por el cosmopolita reinado de Carlos I, tan diferente en este aspecto al de su sucesor, por lo que gracias a ello pudo cristalizar su formación humanista fuertemente influenciada por el pujante renacimiento italiano aunque sin perder por ello sus sólidas raíces católicas españolas.

Así, Pérez de Oliva fue sobre todo un filósofo que aunó en sus escritos, como ya ha quedado dicho, la ortodoxia católica con los nuevos aires impuestos por la época en la que le correspondió vivir. Pero además, y como buen renacentista, abordaría temas tan diversos como la geometría, la cosmografía o la arquitectura, alcanzando en vida la fama y el reconocimiento de sus contemporáneos.

A pesar de su talento, la mayor parte de sus obras permanecerían inéditas hasta que en 1585, cuando ya otros aires muy distintos soplaban por España, fueron publicadas -excepto algunas que habían quedado incompletas- por Ambrosio de Morales, su sobrino, primero en Salamanca y posteriormente en Córdoba, edición a la que corresponde la ilustración de este trabajo.

Pasemos a describir sus principales trabajos. Éstos abarcan poesías líricas (Enigmas, Lamentación al saqueo de Roma), traducciones libres en prosa de tragedias griegas y comedias romanas (Muestra de la lengua castellana en el nacimiento de Hércules, ó Comedia de Anfitrión, tomando el argumento de la latina de Plauto -por Anfitrión, de este autor- o bien La venganza de Agamenón. Tragedia cuyo argumento es de Sófocles -por Electra, obra del citado dramaturgo griego-, etc.), aunque mucho más importantes resultan ser sus ensayos tales como el Diálogo de la dignidad del hombre, el Diálogo entre el cardenal Juan Martínez Silíceo, la Aritmética y la Fama, el Diálogo del uso de las riquezas y el Diálogo de la castidad, o el Discurso de las potencias del alma y buen uso de ellas y el Discurso sobre la lengua castellana. Escribió una biografía de Cristóbal Colón que se ha perdido, y conviene no olvidar tampoco el Razonamiento que hizo en Salamanca el día de la lición de la cátedra de filosofía moral, un trabajo de tintes autobiográficos que fue muy alabado por el propio Menéndez Pelayo.

Dentro ya de las disciplinas que hoy podríamos considerar científicas, destacan el Tratado sobre la piedra imán, donde estudió las propiedades de este mineral magnético en un intento de conseguir un sistema de comunicación a distancia precursor de la radio, y el Razonamiento sobre la navegación del río Guadalquivir, en el que proponía hacer navegable este río hasta Córdoba.


Publicado el 13-2-1986, en el nº 1.028 de Puerta de Madrid
Actualizado el 8-7-2013