El músico Antonio Rodríguez de Hita





Portada de un disco con música de Antonio Rodríguez de Hita editado por el CSIC



Dentro de la amplia nómina de alcalaínos, por nacimiento o por residencia, que constituye uno de los más interesantes capítulos de la historia complutense, figuran por méritos propios los músicos que cultivaron este noble arte a lo largo de los siglos y que, por paradojas del destino, permanecen injustamente eclipsados ante otros colectivos más afortunados tales como los escritores, los pintores, los escultores o los arquitectos e, incluso, ante los nunca demasiado bien tratados científicos... Circunstancia que no es de extrañar dado que la sociedad española nunca se ha preocupado excesivamente por la música a pesar de que nuestro país ha brindado al patrimonio común de la humanidad una larga serie de magníficos músicos algunos de los cuales, como ocurrió hace años con el padre Soler, han tenido que ser redescubiertos por estudiosos extranjeros.

Dado este poco halagüeño marco, no es de extrañar que sean muy pocos los que en Alcalá conozcan la figura de Antonio Rodríguez de Hita, uno de los más importantes compositores españoles del siglo XVIII y cuya música sería realmente interesante rescatar del olvido en el que se halla sumida; por el momento, y a la espera de que personas más preparadas que yo para esta cuestión pudieran tomar la iniciativa, baste con unas breves pinceladas -el espacio no da para más- acerca de la vida y la obra de este alcalaíno olvidado.

Nació Antonio Rodríguez de Hita en la cercana localidad de Valverde de Alcalá, vinculada históricamente a nuestra ciudad como delata su segundo nombre, en torno a los años 1724 ó 1725; y, aunque no he podido encontrar ninguna referencia acerca de sus primeros años transcurridos con toda probabilidad en su villa natal, sí que coinciden todos los autores consultados en reseñar que vino todavía niño a Alcalá ingresando en el colegio de los Seises como seise o infante de coro. Este temprano contacto con la música orientaría su vida hacia el cultivo de este arte de manera que en 1738, es decir, cuando sólo contaba con 13 ó 14 años de edad, era ya segundo organista de la Magistral mientras que apenas unos meses después ganaba por oposición la plaza de maestro de capilla de la misma Magistral. Como puede comprobarse, su excepcional precocidad es realmente singular en la historia del arte musical español.

Una vez ganado el cargo de maestro de capilla comenzó Rodríguez de Hita su carrera eclesiástica recibiendo las órdenes menores con objeto de poder acceder a una capellanía de este templo. En cuanto a su carrera musical, seguiría las enseñanzas del no menos importante compositor Andrés Lorente, cuyas pautas seguían vigentes en la escuela musical de la Magistral alcalaína.

En 1744, cuando Rodríguez de Hita frisaba apenas los veinte años, fue convocada por el cabildo de la catedral de Palencia una oposición para cubrir la plaza vacante de maestro de capilla de la citada catedral y, presentado éste a la misma, la ganó entrando en posesión de la plaza que disfrutaría hasta 1765, es decir, durante 21 años. En su larga etapa palentina -conviene reseñar que esta catedral estaba entonces a la altura de las mejores de España- desarrollaría Rodríguez de Hita una fecunda labor al tiempo que, ya en otra índole de cosas, era ordenado sacerdote en 1747.

Sin embargo, el ambiente provinciano de las riberas del Carrión no debía de satisfacer lo suficiente a nuestro músico ya que, vacante en 1757 el magisterio de capilla del madrileño convento de las Descalzas Reales, marchó a la villa y corte sin conocimiento del cabildo palentino para, una vez allí, comunicarles su deseo de optar a la aludida plaza. La respuesta de sus superiores debió de ser negativa, pues Rodríguez de Hita retornó a la capital castellana. Pero el gusanillo le seguía tentando y así dos años más tarde, en 1759, pidió licencia para marcharse a Madrid sin especificar los motivos, no siendo sino hasta 1765 cuando comunicó al cabildo palentino su nombramiento como maestro de capilla del también madrileño convento de la Encarnación; comenzaba así su etapa madrileña que habría de durar ya hasta su muerte, acaecida el 21 de febrero de 1787.

En cuanto a su obra, ésta se centra tanto en las composiciones musicales propiamente dichas como en tratados teóricos de este arte y, en lo que respecta al primero de estos apartados, cabe decir que Rodríguez de Hita abordó los distintos géneros que se cultivaban en su época. Pero vayamos por partes y comencemos por su faceta de musicógrafo, en la que cabe destacar obras importantes como un Tratado de contrapunto o el tratado Diapasón instructivo, cuya segunda parte lleva por título Consejos que a sus discípulos da don Antonio Rodríguez de Hita, junto con la revisión de la traducción hecha al castellano de los Elementos de Música teórica y práctica, de D'Alembert. Cabe también reseñar, a título de anécdota, que Rodríguez de Hita fue maestro -en cuestiones musicales, claro está- del conocido fabulista y escritor Tomás de Iriarte.

Pasemos ahora al tema no menos importante de su labor como compositor. Dentro del campo de la música religiosa, es curioso descubrir que no se conserva prácticamente nada de la producción de su época palentina a excepción de una Salve Regina, una pastoral al Santísimo titulada Dadme consuelo junto con el importante Libro para las chirimías fechado en 1751; es ésta una circunstancia difícilmente explicable teniendo en cuenta la obligación que tenía en virtud de su cargo de componer obras ex-profeso, aunque quizá la explicación venga de la mano de uno de sus biógrafos que afirma que probablemente se llevó consigo sus obras cuando marchó de Palencia a Madrid. Sea acertada o no esta hipótesis, lo cierto es que el grueso de sus obras, que son bastante abundantes -sólo en música religiosa tiene catalogadas un total de 287, entre ellas misas, villancicos, magnificat, y los volúmenes titulados Música mothética y Música de Romance- corresponde a su etapa madrileña, conservándose en varios archivos tales como el de Montserrat, la Biblioteca Nacional u otros.

En lo que respecta a la música profana, a la cual no hizo ascos Rodríguez de Hita como admirador de Haydn que era, cabe reseñar una Música Sinfónica compuesta en su etapa palentina, aunque sin duda lo más sobresaliente del compositor sea su incursión en el campo de la zarzuela en colaboración con el afamado sainetero Ramón de la Cruz. Conviene recordar que, tras un importante auge durante el siglo XVII, la zarzuela decayó en la España de los Borbones en beneficio de la ópera italiana, al menos en lo que en los ambientes cultos se refiere, quedando reducida al mundo popular hasta que a mediados del siglo XIX Barbieri y otros compositores la rescataran del olvido, y es interesante por ello constatar cómo dos autores de la importancia de Ramón de la Cruz y Rodríguez de Hita se interesaron por el género musical español por excelencia a despecho de las tendencias imperantes en los círculos culturales de su época.

Así, la primera zarzuela obra del comediógrafo y el músico fue La Briseida, estrenada en el madrileño teatro del Príncipe el 10 de julio de 1768. Su argumento de tema mitológico -estaba basado en La Ilíada- no entraba todavía dentro de lo que pudiéramos llamar con propiedad temática tradicional de la zarzuela, pero esto se subsanó cuando, ante el gran éxito de su obra, los autores estrenaron meses después Las segadoras de Vallecas y, ya en 1769, Las labradoras de Murcia. Basta con leer los títulos de estas dos últimas para darse cuenta de que ambas caen de lleno en el género zarzuelístico español que siempre ha primado lo popular y lo folklórico sobre la música y los libretos digamos más internacionales, rompiendo pues plenamente con las tendencias italianizantes tan en boga entonces; de hecho, los autores consultados destacan de esta última zarzuela una jota murciana como muestra de la raigambre popular de la misma. No acabarían aquí las incursiones líricas de nuestro músico ya que a las tres obras citadas habría que añadir, cuanto menos, los sainetes La república de las mujeres y El chasco del cortejo, así como las zarzuelas Escipión y El loco vano.

Eso es todo, que no es poco, acerca de la vida y la obra de Antonio Rodríguez de Hita, quedándome tan sólo por comentar la conveniencia de rescatar del olvido al menos alguna de sus obras y especialmente alguna de sus zarzuelas como modo de recordar la memoria de este importante personaje alcalaíno.


Publicado el 14-3-1992, en el nº 1.279 de Puerta de Madrid
Actualizado el 16-1-2006