Francisco Suárez, Doctor Eximio y Piadoso





Siempre que nos encontremos con una relación de profesores y alumnos célebres de la antigua universidad complutense, y éstas suelen ser bastante frecuentes, es seguro que en ella figurará por derecho propio el jesuita Francisco Suárez, uno de los más importantes teólogos de la España de su época, que no es otra que la del Siglo de Oro puesto que nuestro personaje nació y murió prácticamente a la par que Cervantes, en 1548 y 1617 respectivamente.

Suárez nació en la ciudad de Granada, el 5 de enero del citado año de 1548, en el seno de una noble familia castellana (los Suárez Vázquez de Toledo) asentada en la capital andaluza tras la conquista de ésta por los Reyes Católicos. Comenzó los estudios de Derecho Canónico en la Universidad de Salamanca en 1562, y dos años más tarde solicitó el ingreso en la Compañía de Jesús. Su débil constitución física y su delicada salud, así como una aparente falta de capacidad para los estudios, motivaron que fuera rechazado en dos ocasiones, pero finalmente, y gracias a la intercesión del propio provincial de la orden, consiguió ser admitido en ésta, convirtiéndose con el tiempo en un alumno aventajado en Filosofía (1564-1566) y Teología (1566-1570).




Lápida de la casa natal de Francisco Suárez, en Granada


Terminados sus estudios en Salamanca Francisco Suárez, que ya comenzaba a destacar por sus audaces, aunque ortodoxas ideas teológicas, en especial las relativas a la Virgen, empezó a despertar el interés de sus superiores, corriéndose la voz de que incluso la propia Virgen había intercedido por él apoyándole en sus tesis. Asimismo fue entonces cuando recibió las órdenes sacerdotales, tomando los votos en 1571 y profesando como presbítero un año después. Fue, a decir de sus coetáneos, un vehemente predicador que no dudaba en abandonar el colegio para ir a evangelizar a los pueblos cercanos.

Su larga y fecunda carrera docente comenzó en 1571, antes incluso de ordenarse sacerdote, con una plaza de profesor de Filosofía en Segovia y posteriormente, en 1575, como lector de Teología en esta misma ciudad castellana. En 1576 se trasladó a Valladolid, llegando a ser considerado como el principal maestro jesuita de España. Esto no tardaría en granjearle enemigos, que le acusaron en varias ocasiones de exceso de celo sin que ninguno de estos ataques llegara a cristalizar, aunque sí le involucraron en inspecciones, salvadas todas ellas de forma airosa. Tal era su prestigio que en 1580 el padre Acquaviva, provincial jesuita de Roma y futuro general de la orden, le reclamó como titular de la principal cátedra de Teología del colegio romano, el más importante de la Compañía. El futuro de Suárez como profesor no podía perfilarse de forma más halagüeña, pero su frágil salud, que ya le había dificultado el ingreso en la orden jesuítica, le volvió a jugar una mala pasada ya que, incapaz de soportar el clima italiano, se vio obligado a renunciar a la cátedra tan sólo cinco años después, regresando a España.

Este percance tendría no obstante consecuencias sumamente positivas para nuestra ciudad, puesto que elegido para sucederle el también jesuita Gabriel Vázquez, a la sazón profesor en Alcalá, ambos trocaron sus puestos, iniciando Suárez una nueva etapa como profesor en las aulas complutenses. El prestigio de nuestro personaje se acrecentó aún más si cabe en la fundación cisneriana, hasta el punto de que sus clases eran copiadas y enviadas a otras universidades. Suárez permaneció en Alcalá entre los años 1585 y 1593, publicando aquí sus primeras obras. Enfrentado a Gabriel Vázquez, que había retornado a nuestra universidad dos años antes, volvió a Salamanca en 1593, ciudad que abandonó a su vez en 1597, para trasladarse a la universidad de Coimbra -entonces Portugal estaba unido políticamente a España- por decisión personal del propio Felipe II. Allí tuvo que competir por la plaza nada menos que con el mismísimo Luis de Molina, uno de los más afamados teólogos españoles de su época, a quien desbancó gracias a que sus doctrinas se encontraban en esos momentos pendientes de examen. Y, puesto que el doctorado en Teología de Suárez era reconocido únicamente por su orden pero no tenía validez civil, éste se doctoró en Évora con anterioridad a la toma de posesión de su cátedra en Coimbra, la cual mantuvo durante veinte años ya hasta su muerte.

Un último escollo tuvo que salvar Suárez cuando, en 1604, fue denunciado al Santo Oficio (la Inquisición) por su interpretación de algunos conceptos teológicos que hoy nos parecerían nimios tales como la confesión a distancia, pero que en su época se tomaban muy en serio. La denuncia le obligó a viajar a Roma donde, pese a contar con las simpatías del propio pontífice Clemente VIII, fue reprobado por sus censores. Aunque Paulo V, sucesor de Clemente VIII, intentó retenerlo en la Ciudad Eterna, nuestro jesuita logró retornar a su cátedra de Coimbra.

Ya en los últimos años de su vida fue invitado por Paulo V en 1613 para refutar un libro del rey inglés Jacobo I en el que se atacaba al catolicismo. Fruto de esta iniciativa fue la Defensio fidei catholicae adversus anglicanae sectae errores, donde Suárez defiende la supremacía del Papa sobre los reyes así como los legítimos derechos de los ciudadanos frente a las arbitrariedades de los tiranos. Esta obra le mereció las alabanzas papales a la par que la condena del monarca anglicano, el cual intentó que otros gobernantes siguieran su ejemplo. Felipe II rehusó hacerlo tras mandar examinarlo, mientras Luis XIII, cediendo a las presiones del Papa, revocaba un decreto del parlamento francés condenando la obra de Suárez al fuego.

A finales de mayo de 1617 Suárez se desplazó de Coimbra a Lisboa, donde su arbitraje en un contencioso le mereció alabanzas incluso del propio Papa, aunque no pudo conocer la carta de este último al haber fallecido cuando ésta llegó a la capital portuguesa.

Las ideas de Francisco Suárez, respetado y admirado por sus contemporáneos, que le otorgaron el honroso calificativo de Doctor eximio y piadoso, tuvieron amplia resonancia no sólo en el orbe católico, sino también en colectivos tan dispares como los luteranos, los anarquistas o la burguesía liberal, al tiempo que influyeron en la filosofía política moderna y en pensadores de la talla de Descartes y Leibniz. El suarismo, tal como se denomina al cuerpo de sus enseñanzas, abordó temas tan profundos, a la par que espinosos, como la conciliación del libre albedrío con la predestinación, o la igualdad humana frente al derecho divino de los reyes siguiendo unos postulados cercanos al anarquismo utópico, aunque sin llegar a cuestionar ni el origen divino del poder eclesiástico ni el absolutismo real, los dos pilares políticos de su época, pudiéndosele considerar por ello como un precursor, siquiera teórico, de la democracia moderna. Curiosamente, y en contra de lo que pudiera pensarse, Suárez gozó en todo momento tanto de la protección real como de la papal, lo que dice mucho de su prestigio como pensador. A ello hay que sumar sus estudios de Metafísica -fue el primero en abordar esta disciplina de forma independiente-, Teoría del Conocimiento o Filosofía del Derecho, sin olvidar claro está sus afamados trabajos teológicos en los que se muestra seguidor de la escolástica de santo Tomás.




Estatua de Francisco Suárez, en la Universidad de Granada


Su obra más famosa son sin duda las Disputationes Methaphysicae (1597) que alcanzaron dieciocho ediciones en menos de un siglo, convirtiéndose en el libro de texto de numerosas universidades europeas durante los siglos XVII y XVIII. Otra importante obra suya fue la ya citada Defensio fidei catholicae (1613), que desató una tormenta política en varios países provocando las iras del monarca inglés. Cabe reseñar también, entre otros muchos libros suyos, De Verbo incarnato (1590, revisado en 1595), Mysteria vitae Christi (1592), De sacramentis (1595), Varia opuscula theologica (1599), De poenitentia (1602), De censuris (1603), De Deo Uno et Trino (1606), De religione (4 vol., entre 1608 y 1625, los dos últimos póstumos), Ius gentium y De legibus (1612)... Obras póstumas suyas fueron De gratia (3 vol., entre 1619 y 1651), De angelis (1620), De anima (1621), De fide, spe et charitate (1621), De ultimo fine (1628) o De inmunitate ecclesiastica contre Venetos (1859).

Ésta fue, a grandes rasgos, la vida y la obra de este profesor de la universidad alcalaína, uno de los más importantes pensadores de la España y de la Europa de su tiempo.


Publicado el 14-6-2003, en el nº 1.813 de Puerta de Madrid
Actualizado el 28-1-2006