Félix Torres Amat, escritor y obispo
Ilustración tomada
de la
Wikipedia
Tal como he comentado en diversas ocasiones, dentro de la intención original de estos artículos de recordar personajes poco conocidos vinculados de alguna manera con Alcalá, siento especial predilección por aquellos pertenecientes a épocas históricas poco brillantes de nuestra ciudad, dado que en estas ocasiones el olvido suele ser doble.
Uno de mis períodos favoritos es por ello el correspondiente a los últimos años de la universidad complutense, coincidente de forma aproximada con los reinados de Carlos IV y Fernando VII, una época en la que la centenaria institución cisneriana arrastraba ya una decadencia que, con independencia de las razones políticas, que también las hubo y muy importantes, sería determinante a la hora de provocar su muerte a poco del advenimiento de los liberales al poder durante la minoría de edad de Isabel II.
Es muy poco lo que se sabe, salvo a nivel de los estudiosos, de este oscuro período de nuestra universidad, pese a lo cual, a poco indaguemos, descubriremos no sin sorpresa que por sus aulas pasaron entonces un importante número de estudiantes que andando el tiempo alcanzarían notable relevancia en nuestro país durante la convulsa primera mitad del siglo XIX.
Éste es el caso, entre otros, del personaje al que está dedicado este artículo, el escritor y prelado Félix Torres Amat, un catalán nacido el 6 de agosto de 1772 en la localidad barcelonesa de Sallent hijo de José Torres y de Teresa Amat, y sobrino de Félix Amat, futuro obispo de Palmira y confesor de Carlos IV. A los doce años de edad fue enviado por sus padres a Alcalá, ingresando en el colegio mayor de San Ildefonso donde era colegial y capellán mayor su hermano Juan. En San Ildefonso estudió Filosofía y Teología, aprendiendo además un buen puñado de idiomas: latín, griego, hebreo, árabe, francés e italiano.
Concluidos sus estudios en Alcalá pasó a Tarragona, donde era canónigo su tío Félix Amat, continuando con su formación eclesiástica en el seminario de esta ciudad antes de desplazarse a Madrid, completándola en el colegio de San Isidro. Finalmente, se doctoraría en 1794 por la universidad de Cervera. Inició entonces el joven Félix una carrera como profesor de Filosofía, Matemáticas, Teología y Sagradas Escrituras en el seminario de Tarragona.
Esta etapa de su vida duraría hasta 1806, fecha en la que obtuvo una canonjía en la colegiata de La Granja de San Ildefonso, en Segovia, de la que su tío era entonces abad, lugar en el que permaneció hasta que este templo perdió su condición de colegiata y, por lo tanto, también su cabildo, lo que forzó su traslado a Madrid, donde logró una cátedra en el colegio de San Isidro renunciando a una canonjía en la catedral de Burgos que le había sido ofrecida por José Bonaparte. Terminada la Guerra de la Independencia, en 1815 fue nombrado canónigo sacrista (sacristán mayor) y vicario general de la catedral de Barcelona, y durante el Trienio Liberal (1820-1823) formó parte de la Junta de Gobierno constituida en la capital catalana en calidad de representante del obispado en la misma, ejerciendo también como censor.
Tras la caída de los liberales tuvo lugar la reinstauración del absolutismo durante la conocida como Década Ominosa (1823-1833). En este período, amén de dedicarse a sus actividades como escritor tal como veremos más adelante, a Torres Amat le llegó a ser ofrecido el obispado de Barcelona, que rehusó, trasladándose a Madrid para supervisar su traducción de la Biblia y retornando posteriormente a Barcelona, en esta ocasión sin cargo alguno. En 1831 se retiró al monasterio de San Jerónimo de la Murtra, en las cercanías de Barcelona, donde permaneció hasta que dos años más tarde, en 1833, fue nombrado obispo de Astorga a la par que prelado doméstico del papa Gregorio XVI.
Torres Amat tomó posesión de su diócesis en mayo de 1834, pero a los pocos meses tuvo que desplazarse Madrid al ser nombrado miembro de una Junta Eclesiástica encargada de reformar el culto y el clero, cargo en el que participó de forma activa hasta que la citada Junta fue disuelta en 1837, retornando entonces a su diócesis donde se aplicó a la ejecución de diversas reformas tanto en el seminario diocesano como en la provisión de los cargos eclesiásticos, al tiempo que velaba por el correcto comportamiento del clero, fundaba escuelas y fomentaba la caridad cristiana.
Un nuevo giro en su vida, con el consiguiente traslado una vez más a Madrid, tuvo lugar con ocasión de su nombramiento como senador, cargo político que repetiría en varias ocasiones, primero como representante de la provincia de Barcelona en las legislaturas de 1837-1838 y 1840, y posteriormente como senador vitalicio desde 1845 hasta su muerte. En los períodos de tiempo que le dejaron libre sus responsabilidades políticas, aún aprovechó para realizar una visita ad limina (viaje de los obispos a Roma, con objeto de informar al papa sobre la situación de su diócesis) en 1838, mientras un año más tarde era nombrado miembro de una comisión encargada de normalizar las relaciones, entonces tirantes, entre el gobierno español y el Vaticano. En 1840, por último, publicó una pastoral intentando apaciguar los ánimos en su diócesis, entonces muy encrespados a causa de la guerra carlista. Tras padecer una larga enfermedad que le impidió tomar posesión de su cargo como senador vitalicio, Félix Torres Amat fallecería en Madrid el 29 de diciembre de 1847, siendo enterrado en el hospital de la Corona de Aragón de la capital española.
Si, como se ha podido comprobar, nuestro personaje fue importante tanto en el ámbito eclesiástico como en el político, no lo fue menos como erudito y escritor, como lo demuestra su pertenencia a las Academias de la Lengua, de la Historia, de la Grecolatina, de la de San Isidro, de la de Buenas Letras de Barcelona, de la de Antigüedades del Norte, de la de Copenhague y de la Sociedad de Geografía de París, entre otras.
Ya en su época de estudiante y profesor en Tarragona publicó una de sus primeras obras, el Tratado de la Iglesia de Jesucristo (1793-1805), a la que siguieron otras muchas tales como Salmos de David, traducidos de la vulgata latina al español (1829); La felicidad de la muerte cristiana (1832); Vida del Ilmo. Sr. D. Félix Amat (1835 y un apéndice en 1838), una reivindicación de la ortodoxia religiosa de su tío; Memorias para ayudar a formar un diccionario crítico de los escritores catalanes y dar alguna idea de la antigua y moderna literatura de Cataluña (1836), escritas en colaboración con su hermano Ignacio, bibliotecario del obispado de Barcelona; Ventajas del buen cristiano (1839), o Apología católica (...) de las observaciones pacíficas del arzobispo de Palmira (1843), junto con numerosos trabajos históricos sobre temas locales catalanes.
Biografía de
Félix Torres Amat
Sin embargo, su obra magna fue con diferencia la traducción al castellano de la Biblia a partir de la Vulgata latina, un asunto que en su época todavía resultaba delicado dado que tales iniciativas eran miradas con lupa por los guardianes de la ortodoxia católica en busca de posibles desviaciones heréticas y que, ciertamente, pese a sus precauciones le habría de acarrear quebraderos de cabeza. El origen del trabajo fue un encargo del rey Carlos IV (según algunas fuentes esta primera traducción habría sido realizada en 1798 no por Torres Amat, sino por el sacerdote jesuita José Miguel Petisco), pero no sería sino hasta el reinado de Fernando VII cuando Torres Amat dio fin al mismo, con una primera edición en 1823 y una segunda en 1832, siendo reeditada posteriormente en diversas ocasiones incluso hasta en nuestros días. Aunque la traducción contó con el beneplácito del rey y la opinión favorable de muchos obispos, la Congregación del Índice, es decir, la censura eclesiástica, manifestó ciertas reticencias (todavía coleaba el recuerdo de la antigua prohibición de traducir la Biblia a las lenguas vulgares, uno de los motivos de ruptura con las iglesias protestantes) a la par que sugería algunas correcciones que Torres Amat se apresuró a acatar incluyéndolas en la segunda edición.
Pese a ello, los sinsabores de nuestro personaje no acababan sino de empezar, ya que un periódico ultracatólico, haciéndose eco de la buena acogida que había tenido esta versión de la Biblia en varios países europeos, le acusó de estar en connivencia con los protestantes ingleses y con los emigrados españoles refugiados en este país huyendo de la feroz represión de Fernando VII y su ministro Calomarde. En realidad se trataba de calumnias propaladas por el secretario de la nunciatura de Madrid, enemigo del obispo de Astorga, el cual haciéndose pasar por el nuncio había llegado a pedir a los obispos una nueva revisión de la Biblia de Torres Amat. Por suerte, éste podría deshacer el equívoco tras una entrevista personal con el cardenal Justiniani, representante vaticano en España. Menos fortuna tuvo en la defensa del buen nombre de su tío, cuyo libro Observaciones pacíficas había sido incluido en el Índice en 1824 bajo sospecha de jansenismo (una corriente teológica del siglo XVII declarada herética por las autoridades católicas), ya que también él llegó a ser acusado de jansenista e incluso su Apología católica sería prohibida en 1845, cuatro años antes de su muerte, acaecida en 1849.
Estos percances no empañaron su memoria, que hoy es recordada tanto en su población natal (la casa familiar de los Torres Amat es actualmente un museo, y un colegio público lleva también su nombre) como en Barcelona, ya que un retrato suyo obra del pintor Luis Graner (por desgracia no he podido conseguir una copia del mismo) figura en la Galería de Catalanes Ilustres del ayuntamiento de la Ciudad Condal.
Publicado el 6-5-2006, en el nº 1.950 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 6-5-2006