El patrimonio artístico complutense *
Plaza de Cervantes.
Óleo de Paco Roldán
Que el patrimonio artístico de Alcalá es realmente importante es un hecho que muy pocos se atreverán a discutir. Renacida de sus cenizas medievales por obra y gracia del insigne cardenal Cisneros, el Alcalá de los siglos XVI y XVII gozó de un esplendor cultural del cual, como mudos testigos da tiempos mejores, quedan los dispersos monumentos que configuran y caracterizan al casco antiguo de nuestra ciudad.
Desgraciadamente, merced a lamentables y no siempre fortuitas destrucciones, así como a incalificables desidias y abandonos, el acervo cultural complutense se ha visto mermado en proporciones que me atrevo a calificar de alarmantes. Cualquier persona con la suficiente edad como para recordar los turbulentos años de la guerra civil, de triste recuerdo en Alcalá, no tendrá por menos que añorar con nostalgia los tesoros artísticos irreversiblemente perdidos: El patio porticado del Palacio Arzobispal, con su célebre escalinata; la iglesia de Santa María la Mayor; los ornatos de la Magistral... Y un largo etcétera de obras de arte a las que los más jóvenes tan sólo hemos tenido acceso merced a las viejas fotografías y sabios aún emocionados relatos de nuestros mayores.
Ahora bien, dejando de lado todas estas muestras de vandalismo y barbarie afortunadamente reducidas a unas circunstancias históricas de difícil repetición, nos encontramos con otra fuente de destrucción de nuestro patrimonio mucho más solapada, pero a la larga más eficaz. Me estoy refiriendo a la desidia, a la simple y llana inhibición que hace que los edificios se derrumben de puro viejos. Y desgraciadamente, este peligro existe todavía, como puede comprobarse apenas dando un paseo por el castigado casco antiguo de nuestra ciudad.
El origen de este problema hay que buscarlo en las desamortizaciones del siglo pasado. Sin pretender en modo alguno dilucidar sobre la conveniencia o no de dichas medidas económicas, me limito a resaltar que las consecuencias de las mismas, al menos en lo que a Alcalá se refiere, no fueron otras que las derivadas de poner en manos de propietarios privados, no siempre preocupados por la cultura, como el tiempo se encargaría de demostrar, buena parte del patrimonio artístico de Alcalá. Las consecuencias fueron (y, en menor medida, siguen siendo) nefastas: Recuérdese el intento del desmantelamiento y venta del antiguo edificio de la Universidad, tan sólo abortado por la decidida acción de un puñado de alcalaínos (los Condueños). Recuérdese la capilla de San Ildefonso, felizmente recuperada de su largo y ruinoso abandono. Recuérdense, en suma, los numerosos conventos o antiguos colegios universitarios convertidos en instalaciones militares, en almacenes o en simples y descarnadas ruinas que proclaman a gritos la desidia de sus actuales poseedores.
Como afirma el refrán, un pueblo sin historia no es nada. Nosotros la tenemos, y nos estamos permitiendo el más que dudoso lujo de perderla. Hay que reaccionar, hay que luchar porque nuestros hijos puedan contemplar las mismas obras de arte que hoy podemos disfrutar nosotros, hay que evitar que tengan que limitarse a recordarlas tan sólo merced a carcomidas y amarillentas fotografías.
Con motivo de mis visitas a Segovia, no tuve por menos que envidiar la suerte de los habitantes de la entrañable ciudad castellana: El primor, el cuidado con que conservan los segovianos la totalidad de sus monumentos, contrasta fuertemente con la actitud inhibida y despreocupada de los alcalaínos; el magnífico estado de conservación de sus iglesias románicas, con casi mil años de historia en sus piedras, resalta aún más el decrépito estado de los edificios complutenses, de construcción mucho más reciente.
Los beneficios de tal conducta son evidentes, y no sólo en el aspecto cultural: Segovia cuenta en el turismo con una de sus principales fuentes de ingresos, lo mismo que Toledo y Cuenca, lo mismo que todas aquellas ciudades que han comprendido que el futuro estaba, al menos en parte, en el pasado.
En un Alcalá deprimido y azotado por el paro, en un Alcalá desgarrado por la crisis económica, el turismo cultural, hoy en día prácticamente inexistente, podría suponer una importante (y necesaria) inyección a nuestra depauperada economía. Pero para ello es necesario rescatar nuestro aún importante patrimonio cultural del estado de abandono en el que actualmente se encuentra sumido, operación quizá más difícil en la iniciativa que en la financiación. El camino está ya abierto: Tras una larga etapa de olvido, a las restauraciones de la iglesia de las Bernardas y de la Capilla del Oidor, ya en marcha, parece ser que van a sumarse la de las murallas y la del arco de San Bernardo. En nuestras manos está el continuarlo. Éste es el reto con el que nos enfrentamos: el futuro dirá si hemos sido capaces de asumirlo.
* Este artículo fue el primero que escribí en mi vida, cuando contaba con 23 años recién cumplidos y estaba acogido todavía a la hospitalidad del Ejército español. Mucho es lo que ha llovido desde entonces y mucho es también lo que he publicado, pero pese a su inevitable bisoñez le tengo mucho cariño no por su calidad, que evidentemente no la tiene, sino por lo que tiene de símbolo. Confío en que me sepan disculpar esta pequeña debilidad que no he podido evitar.
Publicado el 14-11-1981, en el nº 776 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 28-7-2006