Un cuadro de temática cervantina en el Casino de Madrid
Fachada del Casino de
Madrid
Fotografía tomada de la
Wikipedia
El Casino de Madrid -no confundir con el casi homónimo Gran Casino de Madrid de Torrelodones, inaugurado en 1981- es una de las instituciones privadas más antiguas de todas las existentes actualmente en la capital de España, ya que fue creado en el ya lejano año de 1836. Pese a su nombre fue, y sigue siendo, un club social antes que un lugar de juego, en el cual podían reunirse sus socios para disfrutar de todos los servicios que éste le ofrecía o, simplemente, para gozar de la compañía de sus amigos. Este tipo de casinos, en el que también habría que incluir al complutense Círculo de Contribuyentes, fue una institución muy popular durante el siglo XIX e incluso durante las primeras décadas del XX, hasta que la profunda transformación social iniciada en España a partir de los años sesenta del pasado siglo comenzó a convertirlos, en muchos casos, en unas reliquias del pasado, obligándoles a reconvertirse y a buscar nuevas fuentes de financiación que no fueran tan sólo las cuotas de sus socios.
Pero como este artículo no pretende ser en modo alguno una historia de los casinos españoles, ni tan siquiera del Casino de Madrid, baste con añadir que este último, asentado en varios inmuebles a lo largo del siglo XIX, acabaría ocupando su sede actual, ubicada en el número 15 de la calle de Alcalá muy cerca de la Puerta del Sol, en el año 1910, por lo que hace tres se cumplió el centenario de la misma. Este edificio, construido en el estilo ecléctico imperante en esa época con importantes aportaciones modernistas, debe sus trazas a los proyectos de varios prestigiosos arquitectos que se presentaron al concurso convocado por la institución, ya que al ser declarado éste desierto, se optó por realizar una síntesis de varios de los proyectos, por lo que debido a ello no puede hablarse en propiedad de una autoría única. Las obras, eso sí, fueron dirigidas por José López Sallaberry, arquitecto y socio del Casino.
Declarado Bien de Interés Cultural en 1993, el Casino es un edificio injustamente desconocido para la mayoría de los madrileños, pese a que a su innegable valor arquitectónico y el no menos considerable patrimonio artístico que atesora, con obras de autores como los escultores Mateo Inurria, Mariano Benlliure y Miguel Blay, o pintores como Julio Romero de Torres, Fernando Álvarez de Montemayor, Manuel Benedito y Anselmo Miguel Nieto, entre otros, recomiendan vivamente su visita. Aunque se trata de una entidad privada alberga un afamado restaurante, lo que permite contemplar, al menos, su espectacular escalera central.
Venturas y desventuras de D.
Alonso Quijano el Bueno
Cuadro de José Márquez
Garrido propiedad del Casino de Madrid
No son, sin embargo, estas obras de arte las que ahora deben llamarnos la atención, sino el cuadro de temática cervantina, o quijotesca para ser más precisos, que de una forma todavía más anónima se alza en el vestíbulo de la sala de lectura. Es un cuadro mucho más moderno que el edificio ya que, según el rótulo que tiene adosado en la parte inferior del marco, data de 2003 y fue encargado por el Casino al pintor José Márquez Garrido, natural de la localidad gaditana de Arcos de la Frontera.
Bajo el título de Venturas y desventuras de D. Alonso Quijano el Bueno, el cuadro es una alegoría del espíritu quijotesco, representando con estilo realista, aunque moderno, al Caballero de la Triste Figura jinete en un Rocinante desplomado y combatiendo espada en ristre con los peligros que su mente trastornada imaginaba, sin que falte, abierto, el consabido libro de caballerías causante de todos sus males.
En la otra esquina del cuadro aparece el contrapunto de don Quijote, su escudero Sancho, que con pragmático semblante parece estar más interesado en el saco que porta en la mano que en las desventuras de su señor. El conjunto se completa, en la parte superior, con una escena de la quema de la biblioteca del hidalgo y con varias figuras femeninas que quizá representen a la aldeana Aldonza Lorenzo, de espaldas, y a su alter ego, la noble Dulcinea del Toboso, de frente, junto con una tercera de más difícil identificación.
Poco más es lo que puedo decir del cuadro y de su autor, aunque sin duda se trata de una interesante interpretación del mito del Quijote.
Publicado el 13-8-2013