Arsenio Lope Huerta. Adiós a un hombre bueno





Arsenio Lope Huerta retratado por Amparo Vargas
Fotografía tomada de la Wikipedia



La noticia, no por temida, dejó de cogerme por sorpresa. Se nos había ido Arsenio Lope Huerta, Curro para todos, un alcalaíno que ejerció como tal sin limitarse a asumir su condición por nacimiento, y al cual tuve la fortuna de conocer.

No voy a glosar aquí su intensa y fructífera biografía porque esto lo han hecho personas más cercanas a él y más autorizadas para hacerlo, con las cuales estoy plenamente de acuerdo; pero sí me gustaría resaltar que, por encima del resto de sus cualidades, que eran muchas, Arsenio Lope Huerta era un hombre bueno en el sentido más noble y literal del término, sin que las adversidades mellaran jamás su bonhomía.

Mi relación con él comenzó hace ya muchos años, a principios de la década de 1980, cuando yo comenzaba a hacer mis primeros escarceos en el ámbito cultural complutense y él estaba a punto de ser alcalde de Alcalá, un alcalde que en los cuatro años escasos de su gobierno transformó radicalmente a nuestra ciudad recuperando un casco antiguo en buena parte abandonado y ruinoso para convertirlo en lo que es ahora gracias a un ambicioso convenio entre la Universidad, el Ayuntamiento y varios ministerios que permitió devolver a muchos antiguos edificios universitarios su naturaleza original integrando de forma indisoluble a la todavía joven Universidad en su ciudad.

Treinta y seis años después sigue sorprendiendo su valentía a la hora de promover un proyecto de tamaña magnitud sin otra meta que el bien de la ciudad, y que todavía fuera capaz de llevar adelante siendo alcalde varias iniciativas más de tanto calado como la adquisición de los dos teatros y la Casa de los Lizana entre otros edificios emblemáticos, el impulso dado a las excavaciones arqueológicas o, ya libre de sus responsabilidades políticas, su decisiva intervención en la reconstrucción de la cúpula del convento de las Juanas, todo ello sin contar con su decidido apoyo a la cultura en todas sus manifestaciones.

Han de sumarse también en su haber, ya en un plano más prosaico pero no por ello menos relevante, las importantes obras de infraestructura que se ejecutaron durante su mandato, como la resolución definitiva del acuciante problema del suministro de agua potable mediante la construcción de las conducciones necesarias para traerla desde el embalse de Beleña, inaugurado un año antes del inicio de su mandato; la no menos necesaria construcción de varios colectores de aguas residuales y la estación depuradora del Juncal; la apertura de la variante de la autovía A-2, que acababa con la pesadilla de la ciudad partida en dos por la antigua carretera general, un proyecto atascado desde 1972, o la tenaz pelea mantenida durante años con el Ministerio de Sanidad hasta conseguir que el Hospital Príncipe de Asturias abriera finalmente sus puertas a mediados de 1987, tan sólo unos meses después de terminada su alcaldía. Por esta razón, no creo exagerar si afirmo que sin su incansable labor Alcalá no sería lo que es hoy, y probablemente sería peor.

Arsenio Lope Huerta era profundamente alcalaíno y, lejos de considerar esta circunstancia como un privilegio, la asumió como un servicio hacia su ciudad natal, sin pedirle nada a cambio, con el único horizonte de hacer de ella un lugar mejor. Y como muestra patente de la generosidad suya y de su esposa, su más firme apoyo según sus propias palabras, tenemos la donación a la ciudad en 2019 del legado Lope Huerta-Revilla Bel, un gesto más, por desgracia el último, del amor que el matrimonio sentía por Alcalá.

Poseía además una sólida formación académica, intelectual y profesional, siendo sin duda el político alcalaíno de mayor relevancia a nivel nacional desde Manuel Azaña, lo cual no es poco y da buena muestra de su valía personal. Y, lo más importante, en todos los cargos que desempeñó dejó una sensación unánime de buen hacer y buen sentir, algo no demasiado frecuente en la política española. Recuerdo, a modo de muestra de su manera de pensar, cuando afirmó en un acto público que él no era el alcalde de Alcalá sino que estaba de alcalde de Alcalá, frase que resumía perfectamente su idea de lo que debería ser un gobernante.

Pero por encima de todo fue una persona entrañable con todos, y nunca olvidaré la última vez que tuve ocasión de hablar con él, en febrero de 2020 durante la presentación del libro recopilatorio de los artículos de Pedro Ballesteros, cuando ya enfermo no había renunciado a su buen talante rubricado con su sempiterna sonrisa. Hablamos de la reciente concesión de la Medalla de Oro del Ayuntamiento, de su emocionante discurso -era un magnífico orador- en el mismo escenario en el que Alcalá le ha dado su última despedida, de su legado, de cosas de la ciudad... poco podía sospechar que ésta sería la última vez que le viera con vida, y todavía menos que su muerte llegaría apenas quince días después de la de su esposa.

Arsenio Lope Huerta nos deja un enorme vacío en todos los ámbitos -el personal, el complutense, el político- que abordó, y será difícil encontrar a alguien que pueda cubrir su ausencia.

Curro se nos ha ido, pero siempre nos quedarán su recuerdo y su legado. Sobran los motivos para que Alcalá sea generosa con él pues él lo fue, y mucho, con ella, por lo que sería de justicia que a la merecida concesión de la Medalla de Oro de la ciudad se sume un homenaje acorde con todo lo que le debemos, así como un recuerdo imperecedero dedicándosele una calle y una lápida.


Publicado el 5-1-2021