Hay personas, la mayoría, cuyo paso por la vida queda totalmente desapercibido. Hay otras que realizando algo sólo son recordadas por un pequeño puñado de admiradores, o por muchos, que el carácter humano hace que los mediocres lleguen en ocasiones mucho más arriba de los que no lo son. Y hay algunas, por último, cuya obra queda para beneficio de muchos y admiración del resto, personas que normalmente han pasado desapercibidas, o casi, -normalmente por voluntad propia- en vida, pero cuya labor les sobrevive para provecho de una sociedad que muchas veces es injustificadamente injusta -y perdón por la reiteración- con su memoria.

Éste es el caso, sin ir más lejos, del sacerdote Emilio de Miguel, un alcarreño trasplantado a Alcalá en los difíciles años previos a la cruenta guerra civil y que en nuestra ciudad se quedó hasta su muerte, acaecida hace muy poco tiempo. Don Emilio ya no está entre nosotros, pero su magnífica obra social pervivirá en todo aquello que levantara a sus expensas: la parroquia de San Bartolomé, el hogar infantil Colmena de Dios y la fundación benéfica Cristo de la Paz. Dicen quienes le conocieron en vida -yo no tuve esa suerte- que don Emilio era persona que huía de celebraciones y reconocimientos, y que su única meta era el hacer bien a los demás. Dijeron también, en el descubrimiento de su busto, que don Emilio seguramente se hubiera enfadado de haber sabido que la fundación que administra su legado había decidido hacerle este más que merecido homenaje; lo cierto es que a veces está justificado desobedecer los deseos de los homenajeados, y ésta era sin duda una de ellas.

Se nos fue para siempre don Emilio, pero nos queda su espléndido legado y nos queda también su memoria, plasmada también desde ahora en el magnífico busto realizado por Miguel Ángel Sánchez, este excelente escultor alcalaíno ante cuya obra cabe preguntarse por qué Alcalá no tiene más obras suyas.