Paco Roldán
Conocí a Paco Roldán allá por la década de 1980. Él era ya un pintor de reconocido prestigio, y yo un joven inexperto que comenzaba a dar sus primeros y titubeantes pasos por los ámbitos culturales complutenses, entonces muy diferentes -no me resulta fácil decir si mejores o peores, pero sí bastante más reducidos- de los actuales.
Ya entonces me causó una profunda impresión no sólo por su obra, sino también por su arrolladora personalidad. Todavía recuerdo una fotografía suya que durante bastante tiempo estuvo expuesta en el escaparate de la tienda que Domingo García regentaba entonces en la calle Mayor, la cual dejaba corto el refrán que afirma que una imagen vale más que mil palabras ya que tras contemplarla no necesitabas ni siquiera una sola, tal era la expresividad que se desprendía del retrato de Paco.
Recuerdo también cuando se despidió de mí en su estudio de la calle Mayor justo antes de que, siempre inquieto, emprendiera una nueva etapa de su vida en Venezuela, donde permaneció varios años.
Nuestra amistad no se vio interrumpida por su marcha a tierras americanas sino tan sólo aplazada, de modo que cuando él decidió retornar a España y a su añorada Alcalá trayéndose más de lo que se llevó, hicimos bueno el decíamos ayer atribuido a fray Luis de León retomándola como si su estadía venezolana, tal como cantaba Carlos Gardel, hubiera sido nada.
Y hasta hoy y eso que ya ha llovido desde entonces porque, con unos cuantos años más sobre nuestras respectivas espaldas, el placer de conocer a alguien de su valía resulta más difícil de conseguir que la famosa búsqueda de un hombre honesto que emprendiera de forma infructuosa el inconformista Diógenes.
No es su calidad personal, que no es poco, lo único que valoro de Paco. También está su indiscutible valía como pintor, un artista nato -los artistas nacen, nunca se hacen- que descuella aún más si cabe en unos tiempos de confusión en los que a cualquier cosa llaman obra de arte. Y están asimismo su acendrado vitalismo y su no menos vehemente pasión, que ni siquiera el paso -y el peso- implacable del tiempo han conseguido a duras penas domeñar. Porque para Paco la pintura es la vida y la vida es la pintura, ambas entrelazadas de forma inextricable en su rica y multifacética personalidad. Porque Paco es, por encima de todo, un artista sin necesidad alguna de adjetivos.
Este texto fue publicado en el programa de la exposición Nací para el arte, inaugurada el 2 de marzo de 2020 en la Quinta de Cervantes de Alcalá de Henares.
Publicado el 7-3-2020