La nueva imagen de San Felipe Neri
Si ustedes son observadores, se habrán apercibido de que desde hace algún tiempo, concretamente desde el día 18 de agosto, la fachada de la iglesia de San Felipe presenta una novedad con respecto a su aspecto habitual desde hace muchos años: Una estatua representativa del titular de la iglesia ocupa la hornacina situada sobre la portada, hornacina que se encontraba vacía desde el final de la guerra civil. La noticia de que se ha realizado una nueva imagen en nuestra ciudad es importante por lo novedosa y por lo poco habitual de la misma, y por esta razón decidimos seguir el desarrollo de la iniciativa casi desde su principio con objeto de podérsela relatar hoy acompañada de un puñado de fotografías que, de esto estamos seguros, pasarán a formar parte de la pequeña historia de Alcalá.
Pero comencemos desde el principio. La guerra civil, como es sabido, supuso un fortísimo golpe para el patrimonio artístico de Alcalá, el cual quedó muy mermado tanto por los destrozos gratuitos como por los saqueos, que de todo hubo sin que todavía hoy podamos conocer el paradero de muchas de las piezas robadas, el saco roto tan acertadamente descrito por José García Saldaña. Lo cierto es que el oratorio de san Felipe Neri no fue una excepción a la regla y, aunque consiguió salvar su importante colección de pinturas, vio cómo la imagen del titular que presidía la portada de la iglesia desaparecía sin dejar rastro. No se tiene ninguna imagen gráfica de esta imagen, hecho éste difícil de entender teniendo en cuenta que el filipense padre Lecanda fotografió antes de la guerra prácticamente todos los rincones del oratorio, y sólo se sabe de ella que no era de piedra, sino de madera, y que fue destruida durante el marasmo del conflicto. La hornacina quedó así vacía y, aunque se conservan algunas fotografías relativamente recientes -de los años sesenta y setenta- en las que el hueco está cubierto por una especie de tapiz, lo cierto es que la hornacina permaneció huérfana de imagen durante varias décadas. Hasta que...
Fue hace unos meses, a finales del pasado invierno, cuando me enteré casi por casualidad de que un cantero, o tallista, como se prefiera, estaba labrando una estatua de san Felipe con destino a la citada hornacina. Me dirigí al oratorio, entré en contacto con éste y decidimos, de común acuerdo, escribir un artículo cuando la imagen estuviera ya terminada e instalada en su lugar definitivo, no sin que antes mi amigo Alberto Pascual realizara un conjunto de fotografías -las que ilustran este trabajo- representativas de la fase de elaboración de la imagen a lo largo de varios meses. Pero no nos precipitemos y retrocedamos un tanto de manera que podamos conocer desde el principio la génesis de esta iniciativa, de la cual fueron promotores el sacerdote filipense Bolek Jakubczyk y el profesor de la escuela taller municipal de restauración José Luis Mateo, iniciativa que tiene como fecha oficial -al menos en ese día se comunicó a los feligreses- el 26 de mayo de 1991.
La razón oficial, si es que era necesario tenerla para una actuación que es importante simplemente por sí misma, fue la conmemoración de tercer centenario de la fundación del oratorio, que tuvo lugar en 1694; curiosamente la iniciativa se ha culminado con dos años de adelanto, lo que supone una novedad en una época plagada de celebraciones que se suelen alcanzar por los mismos pelos; pero sigamos con nuestra narración, en la que tenemos asimismo que reseñar que también pesó el deseo de realzar uno de los rincones más atractivos de la ciudad.
Retornemos al inicio de la historia justo donde la habíamos dejado, es decir, con Bolek y José Luis Mateo hablando de la conveniencia de tallar una nueva imagen... Los dos estaban de acuerdo, cómo no, pero surgía un importante problema: El dinero. Bolek dijo que se ocuparía de ello y la iniciativa arrancó definitivamente con una reunión de la comunidad del oratorio en la que se hizo un primer boceto basado en toda la documentación gráfica que se conserva de san Felipe Neri ante la inexistencia de datos acerca de la primitiva imagen. Debiéndose optar entre un santo maduro u otro anciano, se decidió elegir a un san Felipe vital que destacara en la plaza que iba a presidir y que reflejara asimismo una vitalidad acorde con la nueva etapa iniciada por el oratorio. Otros detalles secundarios, pero no por ello menos importantes, fueron también pensados: La sotana abierta tal como era característico en san Felipe, el brazo señalando su corazón, etc. Dado que la hornacina lo permitía se eligió para la estatua el tamaño natural -con la peana alcanza los dos metros- y se decidió asimismo que el material de la misma fuera la piedra caliza.
Faltaba claro está el cantero, y éste fue prontamente encontrado. Alejandro Sargento, toledano de 25 años de edad que prefiere ser llamado Nirava Prem en atención a la cultura hindú a la que está muy vinculado, fue el elegido. Antiguo estudiante de la escuela de Artes y Oficios de la ciudad imperial y especializado en escultura artística y restauración vino a Alcalá luego de haber trabajado en las obras de restauración de la catedral de Toledo, iniciando su trabajo en un taller habilitado en el propio oratorio.
Primero, y terminado ya el exhaustivo estudio iconográfico del santo, se modelaría un boceto en barro a tamaño natural. Luego, mediante molde, se pasaría a la maqueta de escayola a partir de la cual se tallaría la piedra copiándola de la maqueta. El punto de partida fue un bloque paralelepípedo de piedra caliza de 2x0,70x0,50 metros procedente de las canteras de la cordobesa localidad de Cabra, bloque que pesaba inicialmente 2.100 kilogramos que quedarían reducidos, una vez tallada la imagen, a aproximadamente la mitad, es decir, algo más de una tonelada. Habrían de pasar unos ocho meses desde que Nirava comenzó a modelar el barro hasta que la estatua estuvo colocada en la hornacina, meses en los que se pudieron contar diferentes anécdotas tales como el derrumbamiento del modelo de barro, que no soportaba el peso, la difícil introducción del bloque de piedra al oratorio o la posterior salida de la imagen a la plaza, que se hizo utilizando la técnica de rodillos que ya emplearan los constructores de las pirámides egipcias. Fueron unos meses duros en los que Nirava tuvo que luchar con problemas tales como las inoportunas vetas de la piedra, pero que tuvieron su satisfacción y durante los cuales tuvo ocasión de encontrarse con un buen amigo en la persona del padre Bolek al tiempo que veía cómo eran numerosas las personas que se interesaban por su trabajo. Y también, me confesó sintió algo de miedo cuando la imagen colgaba finalmente de una grúa camino de su definitivo destino.
Hoy ya es una realidad este trabajo que me atrevo a calificar de excelente, trabajo que no ha pretendido imitar a las esculturas clásicas sino ser una obra de nuestro tiempo pero que, no obstante, ha sido planteado teniendo en cuenta el respeto a su entorno barroco. Su autor se muestra asimismo encariñado con su obra y satisfecho del resultado aunque, eso sí, tiene la impresión (cuándo no, añadiría yo) de que podría haberse mejorado. Para él el trabajo de cantero no es algo rutinario puesto que cada trabajo es una nueva experiencia con nuevos problemas a resolver, por lo que me confiaba que él siempre se consideraba un aprendiz.
Concluyo este artículo con una trascripción casi literal de la circular que, con fecha del 23 de agosto, recibieron los feligreses de San Felipe: en ella se comunica que la estatua se encuentra ya en su hornacina al tiempo que se muestra agradecimiento a las autoridades municipales por haber dado todo tipo de facilidades para la realización de la iniciativa así como a todas las personas que aportaron sus consejos y sus opiniones; y por supuesto, también a los feligreses y a los vecinos de la plaza del Padre Lecanda que siguieron con interés todo el proceso.
También está abierta, y eso lo añado yo, una colecta encaminada a sufragar el importante gasto que ha supuesto la talla de la imagen, colecta que a finales de agosto tan sólo había recaudado el 5% del total del costo, por lo que es aún mucho lo que queda todavía por pagar. Pero ahí está la imagen, limpia aún de la pátina que le ha de dar el tiempo pero convertida ya en uno de los principales elementos de la recoleta placita del Padre Lecanda. Importante ya de por sí, es de esperar que sirva de ejemplo para que las hornacinas vacías que hay en nuestra ciudad comiencen poco a poco a llenarse.
Publicado el 7-11-1992, en el nº 1.309 de
Puerta de Madrid
Actualizado el 30-11-2006