Ochocientos años
El descubrimiento milagroso de la
Virgen del Val, según la visión de Manuel Palero
Que un pueblo tenga sus tradiciones, y que las conserve con cariño, es una muestra de la vitalidad de su cultura. Pero que estas tradiciones sean ya varias veces centenarias es algo que debe llenar de orgullo a los herederos de las mismas. Alcalá, con sus distintos nombres, es una ciudad varias veces milenaria, una ciudad rebosante de historia y tradiciones en la que el tiempo no se mide por años, sino por siglos. Por esta razón, bien puede presumir de contar en su acervo cultural con tradiciones cuyo origen se pierde en la bruma de los siglos.
Y nuestra patrona, la Virgen del Val, cumple ya su octavo siglo, hecho éste que nos debe hacer reflexionar por cuanto se trata de un acontecimiento que, además de su importante vertiente religiosa, se convierte en uno de los principales pilares de nuestra tradición histórica.
Han sido ochocientos años de vinculación entre la Virgen del Val y su ciudad de Alcalá, ochocientos años durante los cuales los alcalaínos de todo tipo, por encima de sus diferencias, han honrado a su patrona. Son muchos los ejemplos que podrían mostrarse para ilustrar esta evidente afirmación, pero razones de espacio y de tiempo hacen imposible reflejar en estas líneas un relato completo de tan fecunda relación.
Pero a pesar de todo no quiero dejar pasar este importante aniversario sin contribuir con mi modesta colaboración, trayendo a colación un acontecimiento que tuvo lugar hace ya bastantes años pero que demuestra el amor hacia nuestra patrona que mostraban nuestros abuelos. Corrían los últimos años de la década de 1910, y hacía ya cerca de treinta años que se había comenzado la construcción de la nueva ermita de la Virgen del Val. Las obras llevaban ya mucho tiempo paradas, y entonces el pueblo de Alcalá en bloque se propuso concluir a toda costa la sede de su patrona. Atención especial merece la labor realizada por Ceferino Rodríguez Avecilla, director del periódico local Castilla, el cual se volcó para obtener fuera como fuera los fondos necesarios para la conclusión de la ermita de la Virgen Pobre, como él llamaba a la Virgen del Val. Fueron muchos los actos organizados por él, entre ellos veladas teatrales en el entonces todavía Teatro Salón Cervantes.
Y fue en una de estas veladas, concretamente en una celebrada en la primavera de 1918, cuando se leyó como colofón de la misma una espléndida poesía de la cual, a pesar de mis investigaciones, no he podido hallar el autor. Es una poesía dedicada a nuestra patrona que, casi setenta años después de su redacción, aún se mantiene fresca y actual aun cuando los hechos que se relatan en ella (la falta de una ermita) hace ya mucho que quedaron solucionados.
La leyenda de la Virgen Pobre
I La Virgen Pobre ha venido Ha venido... y en la linde, -¡Caminantes!
¡Caminantes! Estas que veis ruinas tristes Sus muros se han desplomado, ¡Decidme por vuestra vida, De las ramas desprendidas Testigos mudos y altivos ¡Caminantes! ¡Caminantes!
¡Caminantes de Compluto!
La Virgen Pobre es Mujer, Es Madre... pues un hogar ¡Cobijo, hogar, celda, trono...!
II Los caminantes llegaron Si es tradición o es leyenda «De la urna en que se guardan A unírseles vino al punto Las puertas de Jesuitas ¿Qué pasaba entre las sombras
No estaba la Virgen Pobre, De hinojos están los Santos,
Un ángel bate las alas Vuelve con Ella, y entrando No sé que pasa que todos Hacen Junta los Hermanos, Celébranse festivales Dan principio al fin las obras Los ángeles lo han contado, Mas los ángeles que ¡oh, dicha!
Cuando cruzabais las calles -Éstas son, mirad, los ángeles
Y al pasar os señalaban Triunfado habéis por activas III La Virgen Pobre ha venido... |
Publicado el 15-9-1984, en el nº 916 de Puerta
de Madrid
Actualizado el 12-3-2006