Las parroquias medievales de Alcalá (II)
El desaparecido convento de
San Diego, construido sobre la antigua parroquia medieval de Santa
María
I
En el artículo anterior llamaba la atención sobre el hecho intrigante de que solamente estén documentadas dos parroquias en la Alcalá de la Edad Media, la de San Justo -actual de San Pedro, aneja a la Magistral- y la de Santa María, cuando lo más normal conforme a lo habitual en otras poblaciones castellanas de similar importancia sería que hubieran rondado cuanto menos las ocho o diez.
Resulta evidente que el número de parroquias existentes entonces en Alcalá era ínfimo, y lo continuaría siendo aun cuando aceptáramos el dudoso testimonio de los Anales Complutenses1, que citan otras dos más extinguidas en la baja Edad Media: la de San Miguel, ubicada en el emplazamiento del actual convento de las Claras, y la de Santo Tomé en la actual calle de los Colegios, en el solar que luego fue ocupado por el colegio de la Merced Calzada, hoy desaparecido; este lugar vendría a coincidir con parte de la tapia del Parador que discurre entre los antiguos colegios de Santo Tomás y Basilios, justo frente a la fachada del cuartel de Lepanto.
Que las iglesias de San Miguel y Santo Tomé existieron es algo que parece comprobado, pero lo que no está nada claro es que tuvieran carácter de parroquias, siendo numerosos los autores que afirman que en realidad se trataba de simples ermitas. Llegados a este punto hay que aclarar que, aunque actualmente llamamos ermita a una iglesia pequeña, entonces se denominaba así a todos los templos que no reunían la condición de parroquias con independencia de su tamaño o su importancia, teniendo las parroquias no sólo funciones religiosas sino también administrativas al equivaler en cierto modo a los actuales distritos municipales.
En todo caso siempre cabría una posibilidad intermedia sobre la cual, por supuesto, nada podemos saber con certeza: que estas dos iglesias fueran inicialmente parroquias, siendo posteriormente reducidas a la condición de ermitas. No hay que olvidar que la edad media fue un período de tiempo muy largo y que, aunque ahora nos parezca una época uniforme, entre la reconquista de Alcalá y la llegada a la mitra toledana del Cardenal Cisneros pasaron aproximadamente cuatrocientos años, es decir, los mismos que nos separan del reinado de Felipe III.
De todos modos, que San Miguel y Santo Tomé fueran o no parroquias resulta irrelevante a la hora de plantearnos el hecho cierto de que el número de parroquias medievales en Alcalá, aun en el mejor de los casos, es inusitadamente bajo. Alguna razón debe de haber para ello, por supuesto, pero en este campo tan sólo podremos formular hipótesis; aunque es evidente que si no hubo más parroquias sería seguramente porque no hacían falta.
¿Por qué no hacían falta? Aquí pueden darse varias explicaciones, pero ninguna de las expuestas hasta ahora sirve para justificarlo plenamente. Así, según Manuel Vicente Sánchez Moltó2 la falta de parroquias se debería al gran peso de la parroquia de San Justo, que al ser foco de una importante devoción nacional a los Santos Niños habría impedido la aparición de nuevas parroquias en torno suyo.
Sin embargo, esta teoría resulta ser muy poco convincente. El culto a los Santos Niños tuvo dos períodos de expansión, el primero durante la época visigoda y el segundo en la alta Edad Media. En la época visigoda sí es probable que Alcalá fuera un centro de peregrinación, como prueban la fundación del obispado por san Asturio y el hecho de que la ciudad romana del Juncal fuera abandonada trasladándose la población a las proximidades de la primitiva iglesia de los Santos Niños, es decir, al actual casco antiguo; pero en la alta Edad Media difícilmente pudo Alcalá revestir este carácter por la simple y llana razón de que entonces nuestra ciudad estaba en poder de los musulmanes.
Se da la circunstancia de que la expansión del culto a los Santos Niños desapareció prácticamente de golpe a finales del siglo XI, probablemente a consecuencia de la supresión del rito mozárabe, justo cuando Alcalá caía en poder del reino de Castilla junto con el resto del reino de Toledo, por lo que la recién reconquistada villa difícilmente pudo ser foco de atracción de un culto que había perdido ya su anterior importancia. Y por supuesto, el hecho de que en contra de lo habitual no fuera restaurada la antigua diócesis complutense dice muy poco en favor de la pretendida tesis que defiende la gran importancia de la iglesia de los Santos Niños en el momento de su reconquista.
Antes de continuar adelante conviene considerar los criterios seguidos en la Edad Media para la creación de nuevas parroquias. Al contrario de lo que sucede ahora, que son establecidas en función exclusivamente del número de habitantes y del tamaño de su circunscripción, en la Edad Media se ceñían más bien a cuestiones tales como el vínculo común de sus parroquianos; dicho de otra forma, las parroquias agrupaban a colectivos sociales cerrados o casi cerrados como podían ser un gremio determinado o un grupo de personas originarias del mismo lugar que ni siquiera tenían que ser demasiadas, ya que según los investigadores de esta época histórica el promedio de vecinos (es decir, familias) por parroquia oscilaba entonces alrededor de los treinta, lo que corresponde aproximadamente a ciento veinte o, como mucho, a ciento cincuenta personas, bastando pues con que pudieran contar con rentas suficientes para mantenerse.
Por otro lado, se sabe también que las parroquias tal como las entendemos ahora no se implantaron hasta una fecha tan tardía como el siglo XIII. ¿No existían antes? Por supuesto que sí, pero carecían de ese carácter administrativo que ha sido comentado. Simplemente todas eran iglesias sin ningún tipo de distinciones entre ellas, las cuales estaban sostenidas económicamente por sus respectivos parroquianos. No sería sino a partir de entonces, y no sin muchas dificultades, cuando la Iglesia consiguió implantar por fin las parroquias territoriales tal como ahora las entendemos.
A modo de ejemplo resulta significativo el caso de la desaparecida parroquia de Santiago, fundada por el Cardenal Cisneros en 1500, pasada ya la Edad Media, y destinada fundamentalmente a los moriscos conversos; esta condición de ser la parroquia de los cristianos nuevos sería la principal responsable de su mortecina existencia, porque a nadie entonces se le hubiera ocurrido hacerse parroquiano de Santiago al correr el riesgo de resultar sospechoso de ser descendiente de moriscos.
Un ejemplo actual, y eso que han cambiado mucho los tiempos, podría ser el colectivo de ciudadanos polacos residente en nuestra ciudad, los cuales se reúnen en la ermita de Santa Lucía para oír misa en su propio idioma; naturalmente esta ermita no es ninguna parroquia puesto que no cumple con los requisitos actuales para serlo, pero en la Edad Media hubiera sido convertida con toda seguridad en la parroquia de los polacos, y aun hoy en día reviste caracteres singulares que la diferencian del resto de los templos alcalaínos. Otro ejemplo es el de las parroquias castrenses como la alcalaína de la Virgen de Loreto, las cuales no tienen una jurisdicción territorial como las diocesanas sino que acogen a todos los militares de esa población independientemente de donde residan.
Bajo este punto de vista, que existieran en Alcalá tan pocas parroquias sólo puede ser interpretado considerando que su población cristiana debió de ser muy homogénea a raíz de la reconquista, lo que hizo innecesario la creación de más parroquias o, si éstas se llegaron a crear -estoy pensando en San Miguel y Santo Tomé-, la debilidad económica o demográfica de los colectivos que las sustentaban debió de conducir rápidamente a su extinción como tales. Una posible explicación a esta hipotética homogeneidad podría ser que la población del primitivo Burgo de San Justo, embrión de la posterior Alcalá, fuese mayoritariamente mozárabe y no procedente de una repoblación con emigrantes procedentes de las tierras del norte, ya que de haber existido éstos en número significativo probablemente habrían erigido sus propias parroquias.
¿Es verosímil esta hipótesis? Por supuesto que al no existir pruebas fehacientes está sujeta a errores, pero a mí no me parece descabellada. Que existiera en Alcalá una población mozárabe durante todo el período musulmán es bastante probable, como lo apuntan las crónicas al afirmar que el antiguo obispado se mantuvo hasta poco antes de la reconquista, momento en el que habría sido trasladado a Guadalajara. Por otro lado está el hecho cierto de que las crónicas medievales, al hablar de la reconquista de Alcalá a finales del siglo XI, distinguen claramente entre la ciudad y el castillo de Alcalá la Vieja, el cual se mantendría aún varios años en poder de los musulmanes mientras la población había caído ya en manos de los cristianos.
Este primitivo embrión de la actual Alcalá, llamado como ya quedó apuntado Burgo de San Justo, estaría situado en lo que es ahora el entorno de la Magistral. Resulta llamativo que la recién reconquistada Alcalá, es decir, el Burgo, se asentara en ese lugar a varios kilómetros del castillo y no junto a éste, como hubiera sido lógico de haber estado Alcalá despoblada o casi despoblada en el momento de la conquista. Y desde luego es un hecho cierto que en Alcalá existió una importante judería, judería que con toda seguridad debía estar aquí con anterioridad a la reconquista ya que los judíos ni emigraron habitualmente a los reinos cristianos al no ser perseguidos por los musulmanes, ni acompañaron a los cristianos en sus posteriores repoblaciones de las tierras conquistadas.
Todo parece indicar, pues, que Alcalá mantuvo una importante población mozárabe que habría habitado a lo largo del período musulmán no en los arrabales del castillo, probablemente reservados para la población que dependía directamente del mismo, sino en torno a la antigua iglesia visigoda de los Santos Niños. Esta población, evidentemente, seguiría manteniendo su propia parroquia, no creándose nueva más que la de Santa María no porque la presunta importancia de la parroquia de San Justo lo impidiese, sino porque probablemente no debieron de existir más colectivos cristianos con la suficiente entidad para crear su propia parroquia, quizá por no haber sido significativa la repoblación. Y en cuanto a los criterios económicos, baste con recordar la importancia de las ferias en la Alcalá medieval, lo que induce a pensar que la entonces villa no debió de ser precisamente pobre.
Esta teoría, aunque privada de pruebas suficientemente concretas, resulta ser interesante. Es sabido que las ciudades medievales eran habitualmente un conglomerado de diferentes núcleos autónomos que vivían a espaldas unos de otros no sólo por ser cristianos y judíos o musulmanes, sino por tener distinta procedencia, dándose casos incluso en los que existieron murallas internas de separación entre los diferentes colectivos. Imaginemos la composición de la Alcalá medieval inmediatamente después de la reconquista: Habría un núcleo cristiano, probablemente de origen mozárabe, en torno a la actual Magistral, una judería en la calle Mayor y las adyacentes y una morería alrededor de la que ahora es la calle de Santiago, con su mezquita, la futura parroquia de Santiago, situada en la esquina de esta calle con la de Diego de Torres.
La plaza de Cervantes sería un espacio libre donde se celebraba el mercado y más allá, entre la plaza de Cervantes y los Cuatro Caños, zona que posteriormente sería elegida por Cisneros para ubicar el barrio universitario, existiría un arrabal cristiano aglutinado en torno a la primitiva parroquia de Santa María, arrabal habitado posiblemente por personas llegadas a Alcalá con posterioridad a la reconquista. Desde luego no es aceptable la teoría de Miguel Ángel Castillo Oreja3 acerca de que esta zona estaba formada por huertas y descampados cuando el arzobispo Carrillo amplió la cerca de la villa a mediados del siglo XV, ya que nadie cercaba entonces terrenos que no hubieran sido previamente poblados -los arrabales siempre eran anteriores a las murallas- y por supuesto a nadie se le habría ocurrido erigir una parroquia en mitad del campo. Mucho más razonable resulta pensar que se pudiera tratar de mercaderes cristianos asentados junto a la plaza del Mercado -actual de Cervantes-, auténtico eje económico de una Alcalá que debía de obtener buena parte de sus rentas de sus importantes ferias, igual que es lógico suponer que el arrabal cristiano se situaría en la margen de la plaza que no estaba ocupada por la judería, la cual se extendía por la actual zona de soportales.
Tendríamos así que en Alcalá no habría habido un núcleo cristiano, como habitualmente se ha afirmado, sino dos, diferenciados entre sí por su origen al ser uno de ellos descendiente de los cristianos mozárabes -el de San Justo- mientras el otro -el de Santa María- podría haber estado constituido por los recién llegados a la Alcalá cristiana. Ambos estarían separados por la judería y ambos vivirían bastante a espaldas el uno del otro, tal como era habitual en las poblaciones medievales.
Quizá inicialmente existieran también algunos núcleos menores de población agrupados en torno a las efímeras parroquias de San Miguel y Santo Tomé, parroquias que habrían desaparecido -al menos como tales, aunque sus iglesias persistieran como ermitas- debido a la extinción o a la debilidad económica de estos colectivos, aunque éste es un punto que no puede ser confirmado.
Existe además otro indicio claro de que la parroquia de San Justo debió de ser más antigua que la de Santa María a la par que anterior a la reconquista. Como ya he comentado anteriormente, la supresión del rito mozárabe supuso el decaimiento del culto a los mártires locales que tanta importancia había tenido durante la época visigoda y la mozárabe: santa Leocadia, santa Eulalia o san Justo y Pastor, entre otros muchos, fueron sustituidos por otras nuevas advocaciones en la consagración de las nuevas iglesias a partir del siglo XII: Santa María principalmente, san Miguel, los apóstoles, en especial san Pedro y Santiago, u otros santos pertenecientes a los engranajes eclesiásticos -obispos, abades, ermitaños- tales como san Nicolás de Bari, san Gil, san Martín de Tours o santo Domingo de Silos. Obsérvese que las tres iglesias medievales documentadas en Alcalá además de San Justo estaban consagradas a la Virgen, al arcángel san Miguel y a un apóstol, santo Tomé o Tomás. Si a éstas unimos la ermita de San Juan de los Caballeros -otra advocación bajomedieval-, situada en el solar de lo que hoy es la capilla del Oidor, habrá que convenir una vez más en que la parroquia de San Justo debía hundir sus raíces en la época anterior a la reconquista, siendo casi con total seguridad una iglesia de origen mozárabe.
Pese a ello, la presunta importancia de la parroquia de San Justo en la época posterior a la reconquista es, vuelvo a insistir en ello, muy discutible. Como ya he comentado anteriormente, la reconquista de Alcalá coincidió prácticamente en el tiempo con el fin de la expansión del culto a los Santos Niños, y la Magistral fue, no lo olvidemos, una simple parroquia hasta que a mediados del siglo XV, es decir, en las postrimerías ya de la edad media, el arzobispo Carrillo la elevó al rango de colegiata, sin que nunca llegara a recuperar su perdido rango catedralicio. Por si fuera poco ni tan siquiera se conservaban en ella las reliquias de estos mártires, trasladadas por san Urbicio al Pirineo aragonés a raíz de la invasión musulmana, y dudo mucho que los alcalaínos de entonces hubieran consentido en ello de haber conservado Alcalá la importancia como centro de peregrinación que quizá sí tuvo en la época visigoda. Puesto que las reliquias no volvieron, y sólo en parte, a Alcalá hasta mediados del siglo XVI, y dada la gran importancia que entonces se les daba, se me hace francamente difícil creer que una simple parroquia, que ni tan siquiera pudo conseguir ser sede del arciprestazgo al radicar éste en Santa María, hubiera podido impedir la creación en Alcalá de nuevas parroquias de haberse dado las condiciones necesarias para ello.
Mi opinión es, en resumen, que la mayor parte de los habitantes cristianos de la Alcalá medieval procedían de la primitiva población mozárabe y no de repoblaciones o de agrupaciones gremiales, y que si no se crearon más parroquias que las dos documentadas -San Justo y Santa María- es porque no hubo colectivos que las necesitaran, y no porque la presunta fortaleza de la primera de ellas lo impidiese. A falta de documentos fehacientes, aunque los archivos de Toledo todavía están en buena parte por descubrir, el sentido común puede ayudarnos bastante por más que algunos se sigan empeñando en negarlo.
II
En esta segunda parte voy a intentar completar algunas lagunas que quizá no quedaron demasiado claras en todo lo expuesto anteriormente. Así, habría que comenzar recordando un poco lo que la historia dice acerca del turbulento período durante el cual Alcalá fue incorporada al reino de Castilla, evento que no coincide exactamente, aunque tampoco desmiente de forma categórica, lo relatado por la tradición.
La historiografía clásica complutense afirma, y de esto se hacen eco hasta autores tan recientes como Alfonso Quintano Ripollés, que don Bernardo de Sedirac, primer arzobispo de la reconquistada Toledo, conquistó en 1088 la población del llano -el Burgo de Santiuste, situado en torno a la actual Magistral- pero no el castillo, que permanecería en manos musulmanas hasta 1114, sin faltar la inevitable alusión a un milagro para explicar la victoria cristiana.
La historia, por su parte, da una versión ligeramente distinta y asimismo más compleja, aunque lo esencial no varía. Cuando en el año 1085 Alfonso VI derrotó al rey toledano Al-Qádir, éste le entregó la totalidad de su reino retirándose a Valencia, de la que también era soberano. La conclusión lógica es que el reino de Toledo, que se extendía aproximadamente por lo que hoy es Castilla la Nueva, no fue conquistado fortaleza por fortaleza, sino que fue ocupado en su totalidad por el rey castellano en virtud de la capitulación de Al-Qádir. Por lo tanto, es de suponer que las tropas castellanas entraran en Alcalá, tanto en la población mozárabe del llano como en el castillo, poco después de la rendición de Toledo y presumiblemente sin demasiada resistencia.
Sin embargo, muy poco después la invasión de los almorávides vendría a complicar las cosas. Llamados por los taifas andaluces, que estaban temerosos del expansionismo castellano, estos guerreros africanos entraron en España, se hicieron los amos de la práctica totalidad de los reinos musulmanes y derrotaron completamente a Alfonso VI en Sagrajas a finales del año 1086, descalabro al que seguirían los de Consuegra (1087) y Uclés (1108).
Las continuas victorias de los almorávides sobre los castellanos produjeron un repliegue de la frontera que, desde la Sierra Morena, quedó situada aproximadamente en el Tajo, perdiendo Castilla todos los territorios manchegos situados al sur de este río. Aunque los almorávides fracasaron en su intento de reconquistar Toledo, se hicieron fuertes en el castillo de Oreja, situado en las cercanías de la actual localidad de Aranjuez, y saltando el Tajo por la Alcarria conquistaron las importantes plazas fuertes de Zorita de los Canes y Alcalá, de las que no serían expulsados hasta muy entrado el siglo XII.
Hubo pues un largo período de varias décadas durante el cual el castillo de Alcalá la Vieja fue la fortaleza más avanzada de los almorávides, constituyendo una cuña en la entonces llamada Transierra, que era el terreno situado entre el Sistema Central y el Tajo, es decir, las actuales provincias de Madrid y Guadalajara junto con la ciudad de Toledo, que Alfonso VI había conseguido salvar de los embates almorávides. Aunque nada dice de ello la historia, cabe suponer que los almorávides dominaran sólo el castillo pero no la población del llano, tal como afirma la tradición, e incluso es probable que los castellanos mantuvieran allí una fortificación que sería el embrión del palacio arzobispal, tal como han revelado las excavaciones arqueológicas.
El hecho de que Alcalá estuviera situada en la misma frontera durante varias décadas, unido a las turbulentas vicisitudes por las que atravesó el reino de Castilla durante el reinado de doña Urraca, hija y sucesora de Alfonso VI, complica necesariamente el análisis de lo ocurrido en ella durante estos difíciles años. Parece probable, como ya ha sido comentado, que cuando las tropas castellanas entraron por vez primera en Alcalá hacia el 1085, debieron encontrarse con una población mozárabe aglutinada en torno a la iglesia de los Santos Niños, pero ¿qué fue de esta población a raíz de la caída del castillo en poder de los almorávides? Nada sabemos, excepto la sospecha de que el burgo de Santiuste debió de permanecer en manos cristianas; pero teniendo en cuenta las circunstancias de entonces, no debía ser muy prudente vivir en un lugar tan peligroso como eran entonces las cercanías de la fortaleza almorávide, por más que tuvieran una fortificación castellana al lado.
¿Se despobló el burgo de Santiuste durante los años de dominio almorávide? Se ignora, pero dadas las circunstancias entra dentro de lo probable que, si no de una manera total, sí se viera profundamente afectado en su demografía por una vecindad tan peligrosa como era la de los africanos, y en todo caso no sería sino hasta después de la expulsión definitiva de los almorávides, que ocurrió entre los años 1114 y 1118, cuando Alcalá pudo levantar definitivamente cabeza. La donación de Alcalá a los arzobispos de Toledo tuvo lugar en 1128 y la concesión del Fuero Viejo en 1135, lo que indica que hasta unos cincuenta años después de la conquista de Alfonso VI la vida no estuvo normalizada en el solar de la antigua Compluto.
Estas circunstancias dificultan evidentemente la teoría del mantenimiento de una población mozárabe durante todo este período, pero hay varios hechos que aparentemente la avalan. En primer lugar, y en contra de lo habitual, la repoblación tuvo lugar a una distancia de varios kilómetros del castillo y no junto a éste, lo cual hubiera sido lo lógico una vez desaparecido el peligro. Por otro lado, resulta significativo que se mantuviera el culto a los Santos Niños a pesar de que el rito mozárabe había sido suprimido en 1080, antes aún de la conquista de Toledo, y de que los dos primeros arzobispos toledanos, don Bernardo y don Raimundo, ambos muy vinculados a Alcalá -el primero la conquistó y el segundo fue su primer señor y le concedió fuero-, eran monjes cluniacenses franceses y, como tales, los principales impulsores de la implantación del rito romano en sustitución del mozárabe. Con tales antecedentes, tan sólo se concibe que el culto a los Santos Niños pudo persistir aceptando la existencia de una arraigada tradición que no pudo ser suprimida ni por las algaradas de los almorávides ni por la llegada de nuevos repobladores una vez pacificada la comarca, los cuales es de suponer que no fueran devotos de nuestros patronos.
Es posible, eso sí, que después de tantas tribulaciones la población mozárabe alcalaína quedara muy mermada, y entra dentro de lo probable también que llegaran nuevos repobladores tanto desde el norte de España como incluso de Francia, pero lo cierto es que, por las razones que fueran, la parroquia del Burgo de Santiuste quedó consagrada definitivamente a los Santos Niños, siendo durante bastantes años la única existente puesto que de la parroquia de Santa María no se tienen noticias hasta mediados del siglo XIII. Si hubo emigrantes en la recién reconquistada Alcalá, cosa bastante probable, pudiera ser que éstos se adscribieran, al menos inicialmente, a la parroquia de los Santos Niños -¿o quizá a las hipotéticas, y en todo caso efímeras, de San Miguel y Santo Tomé?- por no serles posible erigir una propia, aunque lo que resulta indiscutible es que la parroquia de los Santos Niños no pudo ser en modo alguno de nueva creación.
Cuando con el tiempo Alcalá se fue asentando y adquiriendo importancia se crearía la parroquia de Santa María, curiosamente ubicada en un arrabal tal como ya he comentado, la cual muestra todos los indicios de haber sido fundada por emigrantes tardíos probablemente relacionados con el comercio y sin demasiados vínculos con la población original nucleada en torno a la parroquia de San Justo. Y en cuanto a Santo Tomé y San Miguel, tan sólo me queda insistir en el hecho de que en un primer momento, y hasta muy entrada la Edad Media, no había distinción alguna entre unas iglesias y otras, siendo todas ellas parroquias de hecho, aunque no de derecho.
Para terminar, he de hacerme eco de un hecho cierto sobre el que me llamó la atención José García Saldaña: La elevada población judía y morisca presente en Alcalá sugiere que los cristianos no debían ser demasiados. Esto es cierto, por supuesto, y tuvo que influir necesariamente en que Alcalá contara con un número tan escaso de parroquias; pero conviene recordar que bastaba con un reducido número de feligreses para erigir una, y que los únicos requisitos que existían en la práctica eran la existencia de un colectivo social con algún vínculo común -gremios, repobladores procedentes de un mismo lugar- y, por supuesto, medios económicos suficientes para mantenerla, ya que no sería sino hasta muy avanzada la Edad Media cuando la Iglesia consiguió imponer, y no siempre con éxito, los criterios territoriales para la erección de parroquias.
En todo caso, vuelvo a insistir, hasta el presente sólo podemos plantear hipótesis a la espera de que nuevas investigaciones consigan aportar datos significativos sobre este tema.
1
Annales complutenses: sucesión de tiempos desde los primeros
fundadores griegos hasta estos nuestros que corren. Edición de
Carlos Sáez. Institución de Estudios Complutenses. Alcalá
de Henares, 1990.
2 SÁNCHEZ MOLTÓ, Manuel Vicente. Ermitas y
santuarios de Alcalá de Henares, en La ermita-parroquia de San
Isidro Labrador. Alcalá, 1994.
3 CASTILLO OREJA, Miguel Ángel. Ciudad,
funciones y símbolos. Alcalá de Henares, un modelo urbano de la
España moderna. Col. Alcalá Ensayo, nº 2. Ayuntamiento
de Alcalá de Henares. Alcalá de Henares, 1982.
Ver también Alcalá religiosa. Las parroquias medievales de Alcalá (I).
Publicado el 23-9, el 30-9 y el 7-10 de 1995, en los
nº 1.446 a 1.448 de Puerta de Madrid
Actualizado el
25-5-2016