San Diego de Alcalá
Aniversario de un
santo alcalaíno
Una de las muchas
representaciones de san Diego dando limosna
Todos los años, para el 13 de noviembre, se celebra en nuestra ciudad el aniversario del fallecimiento de uno de los principales santos que jalonan la historia religiosa de nuestra ciudad: San Diego de Alcalá. No es este franciscano, empero, patrono alcalaíno, ni lo ha sido nunca; pero no les anda a la zaga ni a la Virgen del Val, ni a los Santos Niños, en cuanto a popularidad tanto dentro como fuera de Alcalá.
Prácticamente todo el mundo sabe que san Diego falleció en nuestra ciudad hace poco más de quinientos años, y que su cadáver momificado se conserva en la actualidad en una de las capillas laterales de la Magistral, donde es públicamente mostrado todos los aniversarios de su festividad. Pero quizá no sea ya tan conocida la vida de este fraile, densa en acontecimientos, así como tampoco suele conocerse con exactitud la serie de acontecimientos en los que intervino este santo una vez muerto, hechos estos últimos todavía más interesantes que los primeros.
Pero comencemos con nuestra historia. San Diego nació hacia el 1400 (se ignora el año con exactitud) en el pueblo sevillano de San Nicolás del Puerto, una localidad situada a unas doce leguas (65 kilómetros) de Sevilla, en las proximidades de la villa de Cazalla. Es muy poco lo que se conoce de los primeros años de su vida, aunque se supone que procedía de una familia humilde tal como consta en la bula de canonización. Se sabe, no obstante, que en su mocedad se retiró a hacer vida eremítica en un santuario dedicado a san Nicolás de Bari cercano a su villa natal, teniendo como maestro a un anciano y venerable sacerdote del que, según la tradición, recibió enseñanzas y consejos. Al parecer vivió como ermitaño hasta aproximadamente los cuarenta años de edad, dedicado a una vida de retiro y oración.
Sin embargo, al llegar a esta edad abandonó la ermita trocándola por la vida comunitaria de la orden franciscana, profesando como lego (es decir, sin ser sacerdote) en el convento de Arrizafa, situado en las cercanías de la ciudad de Córdoba. Dada su condición de lego toda su vida estaría dedicado a la realización de los humildes trabajos manuales de la comunidad, ejerciendo de portero y limosnero durante varios años.
Con el tiempo sería destinado por sus superiores a las recién conquistadas islas Canarias con objeto de participar en la fundación de un convento de su orden. Corría el año de 1446, y de acuerdo con las crónicas el viaje de nuestro buen fraile hubo de resultar realmente accidentado: una tempestad hizo naufragar el barco en que viajaba arrojándolo a una playa de Tenerife junto con sus compañeros, de donde serían violentamente expulsados por los hostiles indígenas antes de poder alcanzar su destino definitivo, la isla de Fuerteventura. Una vez allí, y siempre siguiendo a sus biógrafos, fray Diego desarrolló una importante labor en la cristianización de los todavía paganos isleños durante los tres o cuatro años en los que residió en esta isla ejerciendo el cargo de guardián del convento, hecho éste nada habitual entre los legos.
Retornado a la península en 1449, viajó hasta Roma junto con más de tres mil franciscanos de todo el orbe para asistir a la solemne canonización que, en 1450 y bajo el pontificado de Nicolás V, se hizo de san Bernardino de Siena, un importante reformador de la orden franciscana fallecido seis años atrás. Coincidía esta celebración con el Año Santo, por lo que nuestro fraile pudo así ganar también las indulgencias concedidas por tal motivo. Sin embargo, no se quedaría aquí la labor del santo; declarada una epidemia y convertido el convento romano del Ara Coeli en un hospital, fray Diego ejerció durante tres meses como enfermero dando de nuevo muestras de su abnegación y su caridad.
Vuelto de nuevo a Castilla, fray Diego recaló esta vez en el alcarreño monasterio de Nuestra Señora de la Salceda, donde retornó a sus antiguos hábitos eremíticos al tiempo que, según su costumbre, cargaba sobre sí los trabajos más bajos y laboriosos de la comunidad.
Era el año de 1456 cuando don Alonso Carrillo de Acuña, arzobispo de Toledo y señor de Alcalá, proyectó la fundación en nuestra ciudad de un convento de franciscanos, denominado en un principio de Santa María de Jesús pero que más tarde sería universalmente conocido como convento de San Diego. Concluida en esta fecha la fábrica del edificio, dispuso el arzobispo que se trasladaran a habitarlo un total de doce religiosos procedentes del monasterio de Nuestra Señora de la Salceda, como así se hizo; fray Diego sería uno de los de los elegidos, viniendo así a residir a nuestra ciudad a la que no abandonaría ya hasta su muerte, ocurrida el 13 de noviembre de 1463. Ya en el nuevo monasterio de Alcalá san Diego ejercería de hortelano y de portero a la par que gozaba de la confianza del poderoso arzobispo Carrillo, que llegó a ordenar la construcción de una ermita en la propia huerta del convento accediendo así a los deseos del humilde fraile.
Hasta aquí llega la historia de la vida de este fraile, mas la leyenda se inició ya en su propia vida para continuar, como ahora veremos, hasta después de su muerte. Tenía fama san Diego de hacer milagros allá por donde pasaba; y así, se le atribuye la salvación en Sevilla sin daños de ningún tipo de un niño que se había caído al interior de un horno ardiendo; el brote en la Salceda de una fuente de aguas medicinales, o la plantación en Alcalá de una parra que dio fruto durante más de dos siglos y medio. Sin embargo, el más conocido de todos sus milagros producidos en vida es sin duda la conversión de una pierna de cordero robada de la cocina del convento en un hermoso ramo de flores ante el requerimiento del guardián del convento, que pretendía impedirle que se la diera a los pobres que aguardaban en la puerta del mismo.
No es de extrañar, pues, que cuando profetizara su propia muerte y ésta tuviera lugar en la fecha indicada, muriera en olor de santidad tal como se decía entonces. Si a esto unimos el hecho de que su cadáver, en vez de corromperse sufrió un proceso de momificación que nadie dudó en calificar de milagroso, es fácil suponer que la fama del santo, considerable ya, no había hecho más que comenzar.
Era por entonces rey de Castilla don Enrique IV, y éste, advertido de la fama milagrosa del santo, se desplazó hasta Alcalá con objeto de buscar una cura para la parálisis que le afectaba a uno de los brazos. Cuenta la tradición que, una vez exhumado el cadáver, bastó con que el monarca tocara levemente al santo con el brazo enfermo para que éste recuperara toda su lozanía. Volvería a repetirse el milagro varios días después en la persona de su propia hija, la infanta doña Juana, quien sanó de una grave afección de garganta. Agradecido el rey, mandó que en la que había sido la celda del humilde lego fuera erigida una capilla, colocándose los restos del mismo en la urna de plata que aún hoy se conserva en la Magistral.
Pasados los años se atribuyó al fraile la curación de una joven tullida, de nombre María de la Peñuela, que a raíz del milagro profesó como franciscana con el nombre de María de San Diego en el alcalaíno convento de San Juan de la Penitencia. Sin embargo, fue otro acontecimiento posterior el que haría universalmente famoso a nuestro santo: la curación, en 1562, del ya desahuciado príncipe Carlos, el discutido hijo de Felipe II. El príncipe, ya moribundo, recibió sobre sus rodillas el cuerpo del beato de manera que pudiera tocarlo con sus propias manos; poco más de un mes después don Carlos era dado de alta merced a una curación que fue considerada por todos como milagrosa.
Este hecho influiría decisivamente en la canonización del nuevo santo, que tuvo lugar el 2 de julio de 1588 bajo el pontificado de Sixto V. Esto daría origen unos meses más tarde, en abril de 1589, a una de las más solemnes celebraciones de todas las ocurridas en nuestra ciudad a lo largo de toda su historia, consistiendo el acto principal en una apoteósica procesión por las calles de Alcalá portándose en ella la urna con el cuerpo del nuevo santo y uniéndose a la comitiva el rey, la familia real y toda la corte.
Sentado ya el precedente, no resulta extraño que se volviera a intentar la intercesión milagrosa del santo en nuevas ocasiones, como ocurrió con motivo de la enfermedad del príncipe Felipe Próspero, hijo de Felipe IV, el cual falleció sin que la requerida intervención milagrosa del santo tuviera lugar en esta ocasión; también bajo su tutela nacería poco después el futuro Carlos II, triste rey para España pero importante monarca para Alcalá, que le debe el título de ciudad.
El cuerpo de san Diego, conservado en su capilla del convento franciscano que ya había adoptado su nombre, fue trasladado a la Magistral con motivo de la demolición del edificio a mediados del siglo pasado (sería sustituido por el actual cuartel de la plaza de la Universidad). Sin embargo, no se acabaron aquí las tribulaciones del santo; tras un intento de profanación de su urna en los primeros días de la guerra civil, ésta fue ocultada en el cementerio hasta que concluyó la contienda, fecha en la que se trasladaron sus restos a la iglesia de jesuitas dado que la Magistral había quedado destruida por el fuego. Conforme fue avanzando la restauración de esta última iglesia el cuerpo de san Diego retornó primero al altar mayor y posteriormente a una de las capillas laterales, lugar en el que aún hoy se conserva. Como curiosidad, puede anotarse que la mesa que ocupa hoy el altar mayor de la Magistral, mesa que durante varios años estuvo guardada en la iglesia de San Felipe, es la misma en la que el papa Sixto V proclamó la canonización de san Diego.
A lo largo de la historia de la pintura han sido varios los autores que han tratado el tema de san Diego; los cuadros más conocidos son los de Murillo y Zurbarán, y suelen hacer referencia al famoso milagro de las flores ya comentado. En lo que respecta a la ilustración que acompaña a este artículo, está recogida de un grabado que también hace alusión al citado milagro y que, por lo que yo sé, era desconocido hasta ahora en nuestra ciudad.
Por lo demás, tan sólo queda recordarles que el día 13 de noviembre podrá venerarse el cuerpo de san Diego, siendo éste el único día del año en el que se puede contemplar el mismo.
Publicado el 9-11-1985, en el nº 973 de Puerta
de Madrid
Actualizado el 17-6-2006