Una talla de san Diego en Moarves de Ojeda (Palencia)
A veces, donde menos se espera, salta la liebre. Durante mis pasadas vacaciones de verano pasé unos días en la Montaña Palentina, un rincón de la vieja Castilla donde a unos paisajes espectaculares -corresponde a la vertiente meridional de la cordillera cantábrica- se une un románico rural que, en su sencillez, salpica toda la zona de antiguas iglesias a las que su reducido tamaño no menoscaba en absoluto su gran valor artístico sino que, antes bien, lo realza.
Una de estas pequeñas joyas escondidas en los recoletos valles por donde discurren los cursos altos de los ríos Pisuerga y Carrión y, ya en tierras cántabras, del recién nacido Ebro, es la iglesia de Moarves de Ojeda, una minúscula aldea de apenas 30 habitantes situada a poco más de 20 kilómetros al suroeste de Aguilar de Campóo, la principal población de la zona.
La parroquia de Moarves, consagrada a San Juan Bautista, es sin discusión una espléndida muestra del arte románico, destacando en su exterior el magnífico pórtico en el que campea un pantócrator, flanqueado a ambos lados por un apostolado, que en nada tiene que envidiar a otros tan afamados como el de la iglesia de Santiago de Carrión de los Condes, también en Palencia, e incluso el de Santa María la Real de Sangüesa, en Navarra. El interior también es interesante, destacando sobre todo la magnífica pila bautismal.
Sin embargo, y con independencia de que pude disfrutar de la contemplación de todas estas bellezas, lo que me llamó poderosamente la atención -la cabra siempre tira al monte- fue una modesta talla de San Diego que se encontraba arrinconada, junto con otras dos de diferentes santos, en una mesa situada al lado del coro, careciendo pues incluso de hornacina o peana propia. Teniendo en cuenta que la advocación del humilde lego franciscano no suele ser nada frecuente por estos parajes castellanos limítrofes ya con la cornisa cantábrica, mi sorpresa fue notable, ya que ciertamente no me la esperaba.
Lamentablemente poco fue lo que pude recabar del señor que enseñaba la iglesia salvo la confirmación de que se trataba de san Diego, algo por lo demás evidente dado que la talla representaba el conocido milagro de las rosas. Simplemente, allí estaba. Así pues, lo único que puedo aportar es la fotografía y reseñar que la talla, de pequeño tamaño -alrededor de un metro de altura-, parece ser de estilo popular y posiblemente barroca, aunque dista mucho de la tosquedad de otras que representan a nuestro santo. Tal como he comentado su iconografía no puede ser más clásica, con el ramo de flores recogido en el regazo del hábito delicadamente policromado y la mano izquierda, abierta y vacía, en la que probablemente hubo en su día un crucifijo.
Y eso es todo por ahora.
Publicado el 18-8-2015